diciembre 2015, Volumen 31, Número 4
Las mujeres en la agricultura familiar

Campesinas colombianas tejiendo territorio y autonomía

SONIA IRENE CÁRDENAS SOLÍS, GLORIA PATRICIA ZULUAGA SÁNCHEZ | Página 16-18
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En contextos económica y políticamente difíciles como Colombia –complejo debido a una guerra de más de 50 años– las mujeres se encuentran limitadas para resolver las necesidades de subsistencia que social y culturalmente se les han encargado. En ello se origina su amplio interés y participación en procesos agroecológicos que buscan mejorar los agroecosistemas y revitalizar múltiples vínculos que procuran justicia social y ambiental en las comunidades campesinas. Este interés se expresa en varios movimientos sociales, de los cuales un buen ejemplo es la experiencia de la Asociación de Mujeres Organizadas de Yolombó (AMOY) en Antioquia, Colombia. Su trayectoria muestra que la agroecología puede contribuir en gran medida a la transformación cultural de las relaciones de poder que subordinan a las mujeres y, al mismo tiempo, construir tejidos sociales, económicos y productivos en sus territorios.

Resolver el sustento: motivaciones

Las campesinas de AMOY se juntaron en 1995 para compartir sus preocupaciones frente al deterioro de sus medios de vida y buscar soluciones. Les preocupaba el agotamiento del agua, del bosque, del suelo y de la diversidad para cultivar, y veían que la recuperación de la subsistencia estaba ligada a la de la naturaleza: “tener pocos alimentos y no poder alimentar bien a la familia nos llena de preocupación y angustia, la familia no progresa… Cuando hacemos cosas juntas para mejorar la forma como vivimos, ayudamos a que el ambiente no se acabe… Necesitamos cuidarlo para que no se nos acaben los recursos para vivir…”. Abordar estos aspectos las llevó a preguntarse por qué carecían de capital o de acceso a él (por ejemplo, crédito); por qué no eran propietarias de tierra, de tecnología, de ganado mayor y de cultivos; por qué no percibían ingresos y no podían invertir en lo que les interesaba: educación, salud, mejora de la vivienda. Las respuestas indicaron su falta de autonomía, y el no tenerla generaba carencia de medios de sustento y una posición subordinada para tomar decisiones y acceder a activos productivos. Las carencias aumentaban su trabajo en tareas de cuidado de la familia, como ir lejos por leña y agua, y aumentaban también la tristeza por no tener una perspectiva digna para ellas y para sus hijos. A pesar de realizar más trabajo, esto no era considerado por la familia ni por ellas mismas, derivando en una baja autoestima que reforzaba su subordinación.

Los enfoques agroecológico y ecofeminista fueron elegidos por la Corporación Vamos Mujer, organización feminista de Antioquia a la que ellas solicitaron apoyo. Ambos enfoques confluyen en la satisfacción de necesidades de subsistencia, la potenciación de los actores y actoras, y la recuperación de lo local como espacio y escenario donde se entrelazan sabidurías y relaciones con el medio natural.

Transición agroecológica: la autonomía de las personas en el centro

La agroecología es una poderosa herramienta para la construcción de la autonomía de las personas que buscan justicia social y ecológica (dimensión sociopolítica de la agroecología).

En los sistemas productivos la autonomía se expresa como una característica de la sostenibilidad cuando estos mantienen la reproducción de sus factores de producción, su capacidad autorreguladora y su estabilidad. Tener suficientes medios de vida permite la subsistencia y es un aporte fundamental para la autonomía de las familias y comunidades campesinas para satisfacer necesidades básicas y permanecer en el territorio. La autonomía de las mujeres requiere independencia económica y, para ello, también acceso a recursos productivos, así como una posición subjetiva que legitima la toma de decisiones, la posesión de recursos materiales y el disfrute del trabajo y sus productos para sí mismas. La experiencia de AMOY abordó estos aspectos (figura 1).

Sostenibilidad de los agroecosistemas

Restaurar la sostenibilidad implicó para las mujeres campesinas ensayar, adaptar, seleccionar e incorporar a su repertorio cultural múltiples prácticas agroecológicas que imitan la sucesión de un bosque y contribuyen a estabilizar sus agroecosistemas. También la recuperación de la biodiversidad que perdía terreno, los conocimientos asociados a esta y la creación de una base de recursos controlada por ellas.

La aplicación sistemática de abonos orgánicos y las prácticas de conservación de suelos ayudaron a mejorarlos, a disminuir el uso de insumos externos y a reforzar la autonomía de las fincas. El mejoramiento de las dietas para los animales permitió aumentar su número y suministrar de forma más continua alimentos proteicos a las familias. La introducción de biodigestores, secadores solares, estufas eficientes en el uso de leña y otras tecnologías, ayudó a mejorar la eficiencia en el uso de energía de los sistemas y a facilitar las tareas realizadas principalmente por las mujeres.

El aumento de la agrobiodiversidad contribuyó a que los productos de su cultura alimentaria cobraran presencia en el predio y se rescataran variedades que estaban desapareciendo de sus territorios. Su inventario registra 82 especies para uso alimenticio, medicinal y como forraje animal, además de siete tipos de animales para alimentación y trabajo, y 13 razas de gallinas criollas. Dar un lugar a la experiencia y el conocimiento de las mujeres en interacción con nuevos conocimientos condujo a aprovechar mejor los agroecosistemas.

El acceso a recursos productivos ayudó a aumentar la escala de la producción y a la conformación de pequeños capitales. Esto se hizo mediante un fondo de crédito de la organización, fondos de insumos y de rotación de animales, y a través de transacciones no monetarias como el trueque y el obsequio que son parte de la cultura campesina: “presté para un marrano, luego para una picadora [de pasto], después para una vaca, luego para una marquesina para secar cacao, forrajes, café y hasta la ropa”. También gracias a los incrementos en productividad, que hacen posible tener excedentes y venderlos para reinvertir en nuevos recursos.

Subsistencia de las familias y las comunidades

Para recobrar la subsistencia AMOY optó por mejorar la producción de autoconsumo y por la diversificación de las fincas, fuente de mayor viabilidad y estabilidad económica toda vez que permite compensar las grandes fluctuaciones de los mercados.

La productividad, fruto de la estabilidad ecológica, se ve expresada en kilogramos, diversidad y permanencia de productos durante el año. En promedio, las familias producen anualmente 780 kg de alimentos básicos, de los cuales consumen 360 (46%) y venden 420 (54%). Adicionalmente, deben comprar 260 kg. Si se compara la proporción de alimentos producidos y los comprados, se ve que entre 58 y 61% de la dieta familiar se produce en el predio: “la mitad de la canasta sale de acá: pollos, hortalizas, verduras, frutas”. Aunque se asume un registro incompleto, especialmente de hortalizas que se cosechan diariamente en las huertas, son datos significativos si se tiene en cuenta que el área destinada a la producción de autoconsumo es aproximadamente una tercera parte del predio, que en promedio mide 0,5 hectáreas. Para lograr esta productividad se establecen múltiples estrategias, las cuales forman un paisaje agrario diverso en el territorio y una conectividad ecosistémica de parches boscosos en medio de grandes superficies de monocultivos y ganadería extensiva. Entre dichas estrategias se puede mencionar el uso de policultivos de distinto porte en diferentes perfiles del suelo, la siembra en los linderos de cultivos, la siembra entre los cultivos comerciales mientras estos crecen –como es el caso del frejol, la yuca y los frutales asociados a la caña y el café–, la siembra de mayor número de especies y variedades, y la implementación de más ciclos de siembra por año.

La eficiencia económica de las fincas se ha distribuido en una gran variedad de productos, pero el ahorro monetario para reinvertir en el ciclo de producción es restringido porque el intercambio mercantil es inequitativo: extrae la riqueza de las unidades campesinas y perturba sus agroecosistemas, como en el caso del café y la caña.

No obstante, las estrategias no monetarias de acceso a alimentos y otros bienes ocupan un lugar importante que compensa muchas veces la inequidad del actual sistema de mercado.
Es así que las relaciones de solidaridad y vecindad por las que circulan bienes y servicios que contribuyen a la satisfacción de las necesidades de subsistencia también se reforzaron, fruto del incremento en alimentos, semillas, conocimientos y trabajo que se pueden intercambiar o compartir. Estas redes, tejidas en gran parte por las mujeres, son cruciales para la permanecía de las unidades campesinas en sus territorios.

Si bien la producción de autoconsumo y la destinada al mercado son complementarias, en la práctica hay tensiones. La primera depende en gran medida de la mano de obra de las mujeres. Un aumento de la segunda suele ir en detrimento del autoconsumo, pues deben repartir su trabajo en ambas tareas y frecuentemente están sobrecargadas. Por otro lado, como tienen pocos activos productivos, ingresos y mano de obra disponible, prefieren garantizar la producción de subsistencia y la seguridad de los ingresos (aunque sean pequeños) a través de mercados locales donde venden los excedentes de alimentos y cuya dinámica conocen. El asunto parece vinculado con asumir riesgos que para ellas van más lejos que el económico: implica riesgos sociales y culturales.

Autonomía de las mujeres

Las mujeres han ganado independencia económica mediante el acceso a recursos, la producción de alimentos para autoconsumo y la venta de excedentes con los cuales obtienen ingresos, si bien el destino principal de estos es la reinversión en las necesidades de la familia y muy poco en ellas mismas. Aún falta que se legitimen a sí mismas para disfrutar del producto de su trabajo; sin embargo, sí se han autorizado a ser propietarias de recursos negados históricamente para ellas: ganado mayor, tecnologías apropiadas y en algunos casos vivienda o tierra. Ser propietarias significa no depender de otros, dejar legado a las hijas e hijos, avanzar en sus sueños: “Compré dos hectáreas de tierra porque quiero ser propietaria, tener un papel a mi nombre, dejarle algo a mis dos hijas si falto. Yo quería lo mío”.


Diversidad en la finca de Sofía (dibujo de Diana Isaza).

Han cambiado la visión de sí mismas como ayudantes agrícolas o trabajadoras ocupadas en labores insignificantes. Han revalorizado la cultura agraria y alimentaria de su territorio y sus aportes como productoras de bienes materiales (alimentos, plantas medicinales, ingresos) y simbólicos (saberes, innovación, capacidad de crear). Han ganado autonomía para definir lo que les interesa y defender su opción por la asociatividad, la misma que ha propiciado estas ganancias.

Han conseguido transformaciones en la familia: respeto por sus conocimientos y su labor. Finalmente, han logrado que los hombres den un lugar de importancia a la producción de autoconsumo, se involucren más en ella y reconozcan los avances en las fincas como resultado de la pertenencia a la organización.

Las propuestas construidas en la asociación para abordar su autoestima, la violencia hacia ellas y la carencia de recursos, han visibilizado su papel y sus aportes y las han afirmado en la construcción de una identidad basada en su fuerza y su capacidad.

Buscar juntas el poderío de las mujeres: papel de la organización

AMOY es un camino colectivo que se ocupa de la reflexión permanente de su proceso y del diseño de estrategias de transformación social y ecológica en los ámbitos individual, familiar y productivo para mejorar la vida de las mujeres. El apoyo para acceder a recursos productivos, para la transición agroecológica y para la construcción como sujetos autónomos ha influido notablemente en estos cambios. Ello tiene un significado político de pacto social para la autonomía pues cada avance ha requerido recomponer las relaciones de poder.

La asociación también ha sido un lugar de fortaleza ante las dificultades y el asedio de la guerra que se llevó la vida de esposos, hermanos, padres, amores y vecinos: “AMOY es un refugio, apoyo de las compañeras”.

El proceso se amplió a propuestas para lograr otros intereses de género y avanzar sobre los aspectos que obstaculizan su libertad, como es el trabajo hacia una vida sin violencia. En la relación con el movimiento de mujeres, que aboga por una paz negociada para el conflicto armado, han podido construir una posición frente a la guerra y una voz sobre los hechos que han marcado su territorio.

Sobrecarga y resistencia solitaria: dificultades para avanzar

La transición agroecológica la han llevado principalmente las mujeres, pues no toda la familia se ha involucrado, lo que ha significado una carga de trabajo considerable; así, aunque se han experimentado notables cambios en los roles desempeñados durante la transición y en la redistribución del trabajo doméstico, esos son todavía puntos frágiles por trabajar. A pesar de la creciente feminización del espacio rural, la sociedad local ha estado poco influenciada por la propuesta de las mujeres, por lo que ellas quedan muy solas para enfrentar las situaciones difíciles que amenazan la agricultura campesina.

El proceso de AMOY no ha sido solo la restauración de principios ecológicos, sino de la capacidad para decidir sobre el presente, influir sobre el futuro, ejercer ciudadanía y mantener la confianza sobre las propias capacidades para cambiar sus historias. Sus propuestas representan resistencia, innovación e iniciativa, y señalan que una estrategia agroecológica que apuesta desde el inicio por la construcción de autonomía para las mujeres aporta a un cambio civilizatorio que, a la vez, responde a la crisis ecológica y transforma y libera no solo la vida de las mujeres, sino la humana y la del planeta.

Sonia Irene Cárdenas Solís
Profesional de agricultura, se encuentra actualmente haciendo su tesis de doctorado sobre recursos naturales y sostenibilidad en la Universidad de Códoba, España. Consultora sobre género de World Wildlife, Colombia
cardosysoles@yahoo.es
 
Gloria Patricia Zuluaga Sánchez
Doctora en Agroecología, Sociología y Desarrollo Rural Sostenible por la Universidad de Córdoba, España. Actualmente es profesora asociada en la Universidad Nacional de Colombia.
gloria.zuluaga13@gmail.com

Referencias

– Cárdenas S., S. (2010). Transición agroecológica para la subsistencia y la autonomía realizada por campesinas en una zona de conflicto armado en Antioquia, Colombia. Tesis de Maestría. Programa Agroecología: un enfoque sustentable de la agricultura ecológica. Universidad de Córdoba, Universidad Internacional de Andalucía y Universidad Pablo de Olavide. España.
– Guzmán, G.; González, M., y Sevilla, E. (2000). Introducción a la agroecología como desarrollo rural sostenible. Madrid: Mundi-Prensa.
– Lagarde, M. (1998). Claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres. Managua: Puntos de Encuentro.
– Zuluaga, G., y Cárdenas S., S. (2014). Mujeres campesinas construyendo soberanía alimentaria. En Agroecología, género y soberanía alimentaria. Perspectivas ecofeministas. Barcelona: Icaria, pp. 139-164.

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