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La alimentación, indisociable de la supervivencia humana, se ha desarrollado mediante un largo proceso de descubrimientos e investigación que históricamente han encabezado las mujeres. Desde la invención de la agricultura, las mujeres han experimentado hibridando semillas, asociando cultivos, seleccionando y preservando alimentos, y a través de esto, han generado los más importantes referentes de cada cultura y de cada sociedad.

En el mundo hay 500 millones de familias que practican la agricultura de pequeña escala, y el 70% del trabajo agrícola en estas fincas es hecho por mujeres, contribuyendo de forma sustancial a las actividades económicas agrícolas y rurales en todas las regiones de los países en desarrollo. Asimismo, como menciona Uyttewaal (p. 5), “en muchas regiones de América Latina y África está ocurriendo el fenómeno de la feminización de las zonas rurales debido a la creciente urbanización y a la falta de empleo en el campo”.Si bien las mujeres juegan un importante papel en la agricultura y en la seguridad alimentaria de los pueblos, enfrentan enormes restricciones sociales, políticas y económicas. En este sentido, los informes de Olivier de Schutter, relator de la ONU para el derecho a la alimentación (2008-2014), señalan que las mujeres enfrentan varios obstáculos que les son privativos: la falta de acceso al capital y a la tierra; la doble carga de trabajo y una escasa participación en la adopción de decisiones; la incorporación de las cuestiones de género en menos del 10% de los proyectos para el desarrollo agrícola, y la recepción del 5% de los servicios de extensión agrícola en todo el mundo.

Según la FAO las mujeres podrían aumentar su productividad hasta en un 30% si tuvieran el mismo acceso que los hombres a los medios y recursos de producción, lo que permitiría alimentar a 150 millones de personas más.

Gracias al acumulado de conocimientos relativos a la práctica agrícola, a la previsión productiva, al procesamiento y a la distribución, las mujeres alimentan a la humanidad y mantienen patrones de consumo congruentes con el cuidado de la tierra y la colectividad. Sin embargo, al momento de definir las políticas agroalimentarias, esta es una consideración de último rango pues en el mundo del mercado ellas apenas poseen el 1% de las tierras agrícolas.

Reconocer la desigualdad de género es fundamental para entender las relaciones de poder en las zonas rurales, ya que determinan, entre otras, las condiciones de participación de hombres y mujeres en los espacios de toma de decisiones y en la construcción de un desarrollo rural sostenible.

Por tanto, las relaciones sociales en el medio rural aún necesitan transformaciones fundamentales para garantizar la democracia, la ciudadanía y la sostenibilidad ambiental. Una de estas transformaciones necesarias es la construcción de la igualdad entre hombres y mujeres y, para ello, algunas de las vías de acceso pueden ser los modelos alternativos inspirados en el enfoque agroecológico.

No existen muchos estudios acerca de la relación entre mujeres y modelos de producción sostenible. Sin embargo, existen algunas investigaciones y experiencias puestas en marcha –como las que presenta esta edición de LEISA– que muestran que, pese a la ceguera conceptual hacia el género, los proyectos basados en principios agroecológicos abren puertas a la participación, la visibilización y la valorización del trabajo de las mujeres, a la vez que avanzan hacia una organización agroalimentaria más sostenible.

Consideramos que algunos factores para mejorar la situación de las mujeres en los sistemas de producción con enfoque agroecológico son:

  • la valorización de las actividades tradicionales desarrolladas por las mujeres y su rol como proveedoras de saberes y cultura;
  • la mayor presencia y participación de mujeres en la toma de decisiones y su reconocimiento como sujetos políticos creativos y activos;
  • la participación de mujeres en la comercialización, que permite el contacto con personas ajenas a la comunidad, la adquisición de nuevos conocimientos y habilidades, el reconocimiento de su trabajo y el fortalecimiento de su autoestima;
  • la obtención de ingresos propios en tanto aumenta su autonomía e intervención en las redes sociales en las que están insertas;
  • una transformación institucional que tome en cuenta las necesidades e intereses de las mujeres;
  • la organización como espacio de encuentro, socialización, aprendizaje y “de afirmación de una identidad colectiva como agricultoras-experimentadoras” (Galvão, p. 8);
  • los procesos de formación y capacitación, de experimentación y reflexión para la reconstrucción del rol de los géneros dentro de la agricultura familiar.

A partir de sus experiencias agroecológicas, las mujeres revelan nuevos modos de producir conocimiento así como nuevas formas de organizarse y hacer política.

Puede ser que la agroecología, como conocimiento y práctica para la producción sostenible y la generación de un nuevo modelo agroalimentario, no sea suficiente para acabar con las estructuras machistas y patriarcales ni para erradicar cualquier otra forma de opresión social, pues la existencia de estos sistemas evita cambios radicalmente democráticos en el campo. Por lo tanto, es necesario que en el debate sobre la construcción de un sistema agroalimentario alternativo se ponga atención al rol del enfoque agroecológico en la perspectiva de nuevas relaciones no opresivas.

Ana Dorrego Carlón
Editora invitada

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