marzo 2014, Volumen 30, Número 1
Biodiversidad y agricultura campesina

Desde el campo: opinión. La finca “Del Medio”

JOSÉ ANTONIO CASIMIRO GONZÁLEZ | Página 29
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José Antonio Casimiro González, agricultor familiar cubano, presenta la experiencia de su finca como un proceso que brinda alternativas para revertir los procesos de erosión en el campo, recuperando y manteniendo la biodiversidad como factor de sostenibilidad productiva.

 

Nuestra finca tiene alrededor de 10 hectáreas y allí vivimos desde hace 20 años. Al inicio, como principiantes de ese inmenso mundo de la agroecología, con gran entusiasmo y tratando de hacer todo lo que oíamos que era bueno, llenamos la finca de cuanta planta y animal pudimos. Pensábamos que eso era biodiversidad, agroecología, porque todo no era de lo mismo. Al ir superando etapas por conocimientos adquiridos de los demás y lo que nos decía nuestro propio sistema, es que llegamos a conclusiones que queremos compartir. Una finca sostenible es un campo infinito para la creatividad y a cada familia le tocará su gran paquete de errores, lo que no quiere decir que esto no esté dentro de lo normal, porque un sistema agroecológico sostenible vivirá en un permanente rediseño y esto es parte de lo más excitante, ya que todo se puede mejorar y perfeccionar eternamente. Luego del encuentro con el movimiento agroecológico también lo hicimos con los permacultores, que en nuestro caso fue un salto hacia el futuro, porque la familia se vio involucrada desde el inicio en cursos de permacultura.

Lo que, al lado de lo que veníamos haciendo, nos dotó de herramientas imprescindibles para la toma de decisiones muy actualizadas para la pequeña finca. Con elementos científicos para el diseño sostenible de la finca agroecológica familiar, se hizo evidente que muchas cosas las estábamos haciendo por gusto, sin sentido y que aquello tenía de todo, menos de biodiversidad: era un verdadero bio-conflicto.

Al analizar los problemas y buscarles solución –hilvanando la teoría con la práctica– comprendimos que la verdadera diversidad ecológica teníamos que conquistarla atrayendo, en primer orden, la fauna silvestre y para ello iniciamos los cercos vivos. En total establecimos diversidad de árboles a lo largo de 5 km, tanto en los linderos como internamente y los intercalamos con piña de ratón (Bromelia pinguin L.), moreras, guayabas, plátanos, sin orden preestablecido.

Ahora que tenemos abundantes plátanos los 365 días del año, también nos damos el lujo de tener casi siempre racimos maduros en las matas para que todo el mundo se sirva y las avispas liben el néctar durante la época seca. Hoy nos parece que mantener la biodiversidad en la finca no es un problema, pero claro, hay muchos detalles que atender y lo lindo es que depende de nosotros lograrlo. Según fuimos avanzando, comenzamos a ntender que los guanajos (Meleagris gallopavo) se subían a los árboles y comían las frutas maduras, desmontaban los arropes de paja de arroz en los ajos y las cebollas, se comían la yuca, los carneros y los chivos, nos dejaban más problemas que beneficios. A muchas cosas tuvimos que renunciar y siempre fueron decisiones con mucha oposición.

Un sistema agroecológico que se analiza y observa cada día se va convirtiendo en algo muy natural, teniendo en cuenta que son espacios creados según la capacidad de la familia, el lugar, la altura, el clima, la cultura. La agroecología familiar de las pequeñas fincas puede ser el eslabón perdido que le falta hoy a lugares sin vida que han perdido el suelo, porque se ha salinizado o contaminado, o son invadidos por el marabú (Dichrostachys cinerea).

Creo que la biodiversidad puede retornar de la mano de los pequeños agricultores apoyados por proyectos estatales que dignifiquen esta forma de vida, hay que conquistar el talento que emigró del campo cuando este aún estaba bien, para salvar lo que no funcionó y que solo el amor y la inteligencia podrá recuperar. ¿Cómo lograr esto? Creando la misma expectativa que los tentó a ir a la ciudad, pero bien multiplicada, que les ofrezca seguridad para retornar a salvar lo que está por perderse: la cultura de la familia viviendo en el campo. La finca agroecológica podría ocupar grandes extensiones de tierra dividida en espacios donde cada núcleo familiar tenga su finquita, y así hacer realidad el sueño de llevar la agroecología a cualquier lugar sin importar cuán demasiado grande parezca. Sí es posible la biodiversidad, y este sería uno de los grandes secretos para mí, un método que revierta el problema en solución; cada familia, por naturaleza, podrá encontrar la cultura de convivencia con su sistema. Cuando se asocia la teoría científica con la experiencia práctica se puede ver lo que se puede hacer tan solo con la selección y mejora de la semilla, la siembra de cada cultivo en el momento de su ciclo óptimo y en la cantidad que permita ofrecerle toda la atención y el agua que requiera, para que se vea el sentido máximo de la biodiversidad. José Antonio Casimiro González

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