Si miramos en el tiempo, el agricultor campesino no ha sido nunca un mero productor de subsistencia. Sus actividades y su rol en la economía familiar y local han sido y siguen siendo cruciales para el abastecimiento de alimentos a las poblaciones locales del mundo. Pero, en el momento actual, le toca también afrontar ciertos retos ambientales ante los cuales su actuación para el mantenimiento de la agrobiodiversidad (Hellin y otro, p. 7) y la producción ecológicamente sostenible es indispensable (Van Hooft, K, p. 36). En este escenario contemporáneo,
surge un reto más para este productor de pequeña escala; donde él, junto con el consumidor informado, son protagonistas de la emergencia de nuevas opciones de productos: los provenientes de la agroecología. La demanda por productos saludables y ecológicamente producidos, en un contexto donde la dimensión de lo local y la calidad adquieren valores de reciprocidad económica entre el productor-vendedor y el cliente-consumidor, propicia condiciones de intercambio que benefician directamente al productor ecológico campesino. Pues, si bien éste produce en escala menor que la agricultura industrial, en los mercados locales ecológicos –los nuevos espacios
de comercialización– obtiene mejores precios que justifican su inversión en trabajo y, al mismo tiempo, construye una relación de confianza con los clientes interesados en productos saludables y más sabrosos que los producidos por la agricultura industrial; la “comida de ningún lugar” (Petersen, p. 5) que se encuentra en los anaqueles de los grandes establecimientos urbanos de venta al menudeo.
Otro factor que contribuye con el crecimiento de la demanda y la valoración de los productos cultivados ecológicamente es su calidad final, ya sea que estos se comercialicen en los mercados locales o de exportación. En este punto, el logro de la calidad exige rigor y organización en toda la cadena de valor y, tomando el ejemplo del café producido por campesinos de Veracruz, México, va “desde la selección de la semilla hasta la taza de café” (Hernández-Martínez y otros, p. 17).