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En el editorial del número “Iniciativas empresariales en el área rural” (25-2, junio 2009), nos preguntábamos si era cierto que el agricultor que produce en pequeña escala –a quien se le conoce como agricultor campesino o familiar– es un productor de mera subsistencia y, por esta condición, forzosamente pobre.

Han pasado cuatro años y LEISA enfoca nuevamente el aspecto económico de la producción de pequeña escala, pero ahora desde la perspectiva del mercado: un espacio dinámico donde se producen las transacciones que definen la etapa final de una cadena de valor que se inicia en la calidad de la semilla, el proceso que involucra el cultivo, la cosecha, la poscosecha y todo el largo procesamiento para la adecuación o transformación a la que se somete un producto agropecuario antes de que se convierta en un bien de consumo final. Sin embargo, al mismo tiempo que el proceso biológico y físico de la producción, corre el de la organización para la comercialización de los productos. Los productores agropecuarios entienden este proceso como “cadena de valor”: una cadena compleja, ya sea esta corta o larga.En 2009, el agricultor campesino Silverio Trejo, líder de los productores ecológicos del Perú, nos decía: “…desde un punto de vista, como pequeño productor, la agricultura ecológica es una agricultura que genera ingresos, pero a través de la cadena corta de valor la comercialización deber ser del productor al consumidor. Si hacemos la cadena larga donde intervienen el gobierno, las empresas privadas y los abastecedores de semillas, no es viable este proceso. La propuesta es esa: hacer la cadena corta de valor y el fomento de mercados locales. Entonces sí, la agricultura ecológica es viable económica, ambiental y socialmente para los pequeños productores a nivel nacional” (LEISA 25-2, p. 20).

Si miramos en el tiempo, el agricultor campesino no ha sido nunca un mero productor de subsistencia. Sus actividades y su rol en la economía familiar y local han sido y siguen siendo cruciales para el abastecimiento de alimentos a las poblaciones locales del mundo. Pero, en el momento actual, le toca también afrontar ciertos retos ambientales ante los cuales su actuación para el mantenimiento de la agrobiodiversidad (Hellin y otro, p. 7) y la producción ecológicamente sostenible es indispensable (Van Hooft, K, p. 36). En este escenario contemporáneo,

surge un reto más para este productor de pequeña escala; donde él, junto con el consumidor informado, son protagonistas de la emergencia de nuevas opciones de productos: los provenientes de la agroecología. La demanda por productos saludables y ecológicamente producidos, en un contexto donde la dimensión de lo local y la calidad adquieren valores de reciprocidad económica entre el productor-vendedor y el cliente-consumidor, propicia condiciones de intercambio que benefician directamente al productor ecológico campesino. Pues, si bien éste produce en escala menor que la agricultura industrial, en los mercados locales ecológicos –los nuevos espacios

de comercialización– obtiene mejores precios que justifican su inversión en trabajo y, al mismo tiempo, construye una relación de confianza con los clientes interesados en productos saludables y más sabrosos que los producidos por la agricultura industrial; la “comida de ningún lugar” (Petersen, p. 5) que se encuentra en los anaqueles de los grandes establecimientos urbanos de venta al menudeo.

Otro factor que contribuye con el crecimiento de la demanda y la valoración de los productos cultivados ecológicamente es su calidad final, ya sea que estos se comercialicen en los mercados locales o de exportación. En este punto, el logro de la calidad exige rigor y organización en toda la cadena de valor y, tomando el ejemplo del café producido por campesinos de Veracruz, México, va “desde la selección de la semilla hasta la taza de café” (Hernández-Martínez y otros, p. 17).

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