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Dos campesinas nos contaron sus experiencias como agricultoras que producen para el consumo familiar y para el mercado local o urbano.

Su actividad económica está inserta en una cadena corta de valor: ambas son productoras y vendedoras directas.

Presidenta de APODU, la Asociación de Productores de Uruguay. Ella y su esposo son socios de la cooperativa Ecogranjas

Ivet Alvarez (Uruguay)
Considero que la soberanía alimentaria es el deber y derecho de los estados de definir sus propias políticas agrarias y alimentarias para asegurar el acceso a una alimentación sana a sus ciudadanos. También, es el reconocimiento a las productoras y productores por el rol fundamental que desempeñan en la producción de alimentos, asegurando el acceso a la tierra y al agua, y la promoción de un uso ambientalmente sostenible de la producción. La seguridad alimentaria, por su lado, se da cuando las personas tienen desde su nacimiento acceso a alimentos sanos que satisfagan sus necesidades; este derecho no debe estar restringido por causas económicas o sociales, y el Estado debe tener políticas para asegurarlo. En el caso de mi familia, nuestra producción es familiar: trabajamos en el predio junto con uno de nuestros hijos para que nuestra familia cuente todo el año con alimentos sanos y productos de estación. Tanto mi esposo como yo nacimos en la ciudad, dentro de un perfil urbano, y hace más de 20 años decidimos venirnos a esta zona que mezcla lo urbano y lo rural. Optar por esta forma de vida nos hizo tomar más conciencia sobre lo que significa realmente el tema ambiental y, si bien nuestros hijos eligieron otros proyectos –una es licenciada en psicología y el otro estudia ingeniería–, el haberse criado en un predio orgánico ha contribuido para que actúen con mucha responsabilidad en lo que se refiere al cuidado de los recursos naturales, la biodiversidad, etcétera. Nosotros no somos dependientes de intermediarios en la comercialización de nuestros productos, porque optamos por el sistema de venta directa por canales a través de las ferias (Feria del Parqué Rodó) y la Ecotienda (espacio de comercialización gestionado por productores y consumidores). Pertenecer a organizaciones como APODU (Asociación de Productores del Uruguay) o Ecogranjas Cooperativa nos permite articular proyectos u otras actividades con organizaciones públicas o privadas, así como actuar con cierta independencia. Personalmente, nunca sentí discriminación como productora orgánica por ser mujer y, si bien no tenemos mucha influencia sobre algunos temas, no es por ser mujer, sino por pequeña productora familiar y, además, orgánica.

Pertenece al grupo pionero de las BioFerias organizadas por Ecológica Perú e integrante de la Asociación de Productores Ecológicos de Surco, localidad donde tienen su chacra

Teresa Yacsavilca (Perú)
Nosotros producimos vegetales orgánicos y paltas en Ayas, en la provincia de Huarochirí, que no está demasiado lejos de Lima, y los vendemos en el mercado semanal para productos orgánicos que se organiza en la ciudad. Vender productos orgánicos nos ha ayudado a alimentar a nuestros niños, también nos ha servido para proveer de mejor educación a los dos más jóvenes. Ganamos más dinero, y también estoy feliz de que muchos de los que compran nuestros vegetales reconozcan el hecho de que les proveemos productos saludables y de buena calidad. Cada vez que puedo, converso con aquellas personas que vienen a comprar y promociono las ventajas de nuestros productos orgánicos. De esa manera, mujeres como yo contribuimos a difundir nuestras ideas sobre la agricultura ecológica. Nosotros también intentamos influenciar a otros agricultores enseñándoles las formas como controlamos las plagas y enfermedades. Mi esposo es Laureano Casas, es agricultor, y tenemos cuatro hijos. Tres de ellos ya están casados y tienen sus propios hijos, así que nuestra familia ha crecido bastante. Lo que producimos es bueno para vender, pero no es suficiente para alimentar a todos nosotros, por eso necesitamos comprar papas y maíz en el mercado. Esto se da básicamente porque no tenemos suficientes manos. Nuestros hijos nos ayudan todo lo que pueden, pero están ocupados estudiando y trabajando. Este es uno de los grandes problemas que vemos en el campo: las personas jóvenes se van a las ciudades y están menos comprometidas con la agricultura, y después tenemos que competir con los grandes propietarios de tierras. Otro problema importante es que no todos los agricultores producen productos saludables. Es una lástima que sean solo aquellos que tienen dinero quienes parecen estar más concientes de la importancia de comer productos saludables. Muchos de nuestros vecinos no comparten estas preocupaciones. Sin embargo, supongo que estamos dando un buen ejemplo. Katty nos ayuda vendiendo cada sábado, Paula nos ayuda con el papeleo y las cuentas, y Marianella se ocupa de los animales pequeños. Como resultado, todos nosotros tenemos mejores ingresos y mejores productos.

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