septiembre 2009, Volumen 25, Número 3
Mujer y seguridad alimentaria

Protagonismo femenino en una comunidad de la Patagonia

ADRIANA BEATRIZ BÜNZLI | Página 30
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Las familias que constituyen la comunidad aborigen Gramajo, ubicada en el centro geográfico de la provincia de Neuquén (Argentina), se dedican a la cría de ganado ovino y caprino y habitan campos que, debido al aumento demográfico y a las condiciones climáticas actuales, presentan serios problemas de desertificación.

Los aborígenes que habitaban Neuquén, Argentina, se caracterizaban en la antigüedad por ser un pueblo nómada de cazadores-recolectores que se alimentaba de los recursos locales.

Un alimento muy importante para esta etnia fueron y son las semillas del pehuén (Araucaria araucana), especie arbórea milenaria perteneciente a la familia de las araucariáceas. A partir de los bosques de pehuén, los nativos obtienen aún hoy leña, materiales para construcción, alimento y forraje. También fue muy importante en la alimentación de este pueblo la quinua (Chenopodium quinoa), un pseudocereal precolombino de la familia de las quenopodiáceas. También se alimentaban de carne obtenida de la caza de especies animales nativas como el ñandú o choique (Rhea pennata syn. Pterocnemia pennata) y el guanaco (Lama guanicoe). A fines del siglo XIX, con la introducción masiva de ganado ovino, se convirtieron en pastores trashumantes o crianceros y comenzaron a cultivar poroto, lenteja, maíz, papa y trigo. Paulatinamente, y en concordancia con el avance de la cultura occidental sobre la aborigen, se inició un proceso de aculturación a través del cual se incorporaron otros alimentos, entre ellos las hortalizas, que eran adquiridas cuando viajaban al pueblo. La actual situación ambiental, climática y económica, ha motivado que se operaran algunos cambios en esta comunidad. El avance de la desertificación y la sequía que ha azotado en estos últimos años a la región –que agudiza la ya existente falta de forraje para la crianza de ganado– motivó la disminución del número de cabezas que se crían por familia y, con ello, sus ingresos. Frente a esta situación, los campesinos han buscado alternativas productivas que les permitan continuar en sus tierras como, por ejemplo, la implementación del cultivo de arbustos forrajeros que sustenta su actividad productiva (ver: Bünzli, A. B. 2007. “Cultivo de arbustos forrajeros introducidos en la comunidad Mapuche Gramajo.” LEISA 22-4). Por otra parte, han aprendido a construir invernaderos, a ampliar las huertas familiares en cuanto a variedad de especies vegetales y a optimizar la producción a partir de la captación de vertientes de agua que se utilizan para riego. Las semillas con las que comenzaron los trabajos hortícolas y las primeras especies frutales fueron provistas por entidades estatales; no obstante, progresivamente se han habituado a reservar algunos ejemplares de cada especie sin cosechar para permitir la obtención de semillas. A partir de estos ejemplares seleccionados por sus óptimas características vegetativas y productivas, se recolectan los frutos, se extraen las semillas y se conservan adecuadamente hasta el momento propicio de siembra. De esta manera, se crean colecciones de germoplasmas nativos y exóticos en las casas de cada familia. Estos invernaderos y huertas que proveen a las familias de una gran variedad de verduras, hortalizas, especies aromáticas y frutas, son llevados adelante por las mujeres de la comunidad. A partir del 2005 se cultivan frutales como manzanos, perales, cerezos y frutillas. Con lo producido, las mujeres también hacen conservas de tomates y encurtidos para autoconsumo, y el excedente es comercializado en circuitos locales. La multiplicidad de ocupaciones actuales de estas mujeres, que ha incrementado sus actividades tradicionales, genera también una necesaria redistribución del tiempo asignado a las distintas tareas. Las mujeres se convierten así en actores principales dentro de la comunidad debido al aporte que hacen a la alimentación de la familia con la producción de sus huertas, destinadas al autoconsumo y eventualmente a la venta. La implementación de huertas que proveen de una variada gama de vegetales a las familias contribuye enormemente a la permanencia de las mismas en sus tierras. Durante la crisis económica y social de la década de 1990, muchos campesinos se enfrentaron con la necesidad de abandonar sus tierras y migrar a las ciudades, allí se asentaron en los cordones de marginalidad y pobreza. En esos lugares se perdió la capacidad de cultivar huertas familiares y, como resultado, muchos de ellos en la actualidad presentan problemas de desnutrición derivados de la migración de las familias del campo a la ciudad. Esta migración trajo aparejada la pérdida de la cultura del trabajo de la tierra e, implícitamente, el desarraigo, problemas que se suman a la pérdida de identidad y a la carencia de poder del sujeto. Por el contrario, los campesinos que decidieron afrontar las crisis en sus lugares, conservar su cultura y buscar alternativas productivas de subsistencia, hoy tienen una realidad muy distinta. La comunidad Gramajo constituye un ejemplo de la resistencia que numerosos campesinos han ofrecido a los inmensos cambios económicos, sociales y ambientales producidos por la globalización, ya que optaron por permanecer en sus tierras buscando variadas alternativas de sobrevivencia y, de hecho, lo han logrado exitosamente.

Adriana Beatriz Bünzli

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