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La diversidad, el reciclaje y la gran importancia del conocimiento local son características esenciales de los sistemas de pequeña agricultura en casi cualquier parte del mundo. La diversidad puede asumir distintas manifestaciones y este número de LEISA proporciona varios ejemplos. De la producción agrícola diversificada en Argentina, Cuba, Venezuela, México o el Perú a la protección de sistemas tradicionales en el Japón, Túnez o el Ecuador; de la producción para consumo familiar a una mayor preponderancia de los mercados locales e incluso externos con certificaciones de calidad (orgánico, comercio justo, etc.); de la preponderancia de la agricultura a una mayor integración con otras actividades productivas como la ganadería, el turismo o la acuicultura; de la agricultura en el medio rural a la urbana en medio de las favelas brasileñas.

En América Latina, y en particular en los países megadiversos, los pequeños productores representan el mayor porcentaje de las unidades agropecuarias totales, mantienen sistemas altamente diversificados que constituyen verdaderos modelos de conservación in situ de biodiversidad y producen la mayor parte de los alimentos que necesitan nuestros países. Al mismo tiempo, son los grupos sociales peor representados en las estructuras democráticas, tienen escasa participación en la toma de decisiones que afecten su destino y, como principal deuda interna de nuestra región, son las poblaciones donde es preponderante la pobreza, al grado que la pobreza extrema es esencialmente rural. Y encima hay que considerar que estimaciones independientes sostienen que la población rural puede llegar a ser cerca del doble de lo que normalmente asumen las estadísticas oficiales.

¿Por qué enfatizar la importancia de la pequeña agricultura? Varios de los autores en este número responden a la pregunta de manera elocuente desde la óptica de la diversidad. Se resume información de los últimos años en la que investigadores europeos y de otras regiones estudiaron centenares de ejemplos de adopción de tecnologías de pequeña escala, comprobando que, en la mayoría de los casos, estos sistemas resultan siendo más productivos por unidad de área que la agricultura de gran escala o que hacen uso de la energía de una manera más eficiente. Los que tratan de sistemas agrícolas tradicionales muestran que la pequeña agricultura está directamente relacionada con las culturas locales y que se deben explorar todos los mecanismos no necesariamente para protegerla sino, más bien, para darle las mismas facilidades que a las formas masivas de producción de alimentos para la agroindustria o los mercados internacionales (crédito, inversión en infraestructura, extensión adaptada a sus realidades, educación técnica de calidad para sus jóvenes, entre otros). En un mundo donde la globalización, sobre todo la cultural, se da predominantemente en un sentido Norte-Sur, es indispensable implementar instrumentos de promoción específicos para la pequeña agricultura, de tal manera que pueda competir en mejores condiciones, innovar y recrearse en un mundo que, más que nunca, es uno de fusiones y de influencias recíprocas.

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