diciembre 2021, Volumen 37, Número 2
Agroecología y feminismo: transformando economía y sociedad

Agroecología feminista para la soberanía alimentaria: ¿de qué estamos hablando?

MARTA SOLER, MARTA RIVERA, IRENE GARCÍA ROCES | Página 8-11
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Agroecología, soberanía alimentaria y feminismo son conceptos que promueven una nueva perspectiva crítica sobre la alimentación y la agricultura. Pueden ayudarnos a entender el mundo y llevarnos a la acción, pero ¿qué significan exactamente? Aquí se presentan tres propuestas críticas.

 

Equidad de género en el trabajo agroecológico. Silvio Moriconi

Soberanía alimentaria, agroecología y feminismo son grandes palabras que asociamos a luchas y proyectos políticos complejos y en construcción que podemos sentir cerca o lejos de nuestras vidas cotidianas. Se trata de propuestas políticas múltiples y diversas según quién, dónde y cómo las defina. Y lo son aún más cuando se mezclan, así que tendríamos que nombrarlas en plural: las soberanías alimentarias, las agroecologías y los feminismos. Son horizontes a los que queremos llegar, que nos aportan ilusiones y nos regalan también una mirada nueva y crítica, unas gafas de color rojo, verde y violeta, para comprender y analizar el mundo. También nos impulsan a la acción (o eso querríamos).

¿Conviven juntas fácilmente estas tres palabras? Lo que es seguro es que demasiadas veces chocan con las crueles realidades que nos atraviesan en el día a día. Aspiramos a la soberanía alimentaria a través de una agroecología feminista, pero vivimos rodeadas de agricultura industrializada y alimentación globalizada en un mundo capitalista y patriarcal, de empleos y vidas precarias, con productos en los mercados que pueden no ser los más justos ni ecológicos, compras en el súper más cercano y asequible, y pasando el mínimo tiempo en la cocina porque no tenemos tiempo. En estas contradicciones vivimos.

¿La soberanía alimentaria es feminista?

La soberanía alimentaria nace de La Vía Campesina (ver recuadro) como propuesta política alternativa a la globalización agroalimentaria y se formula como el derecho de los pueblos a decidir y controlar de forma autónoma su alimentación a través de la agroecología campesina. La agroecología es una alternativa a la revolución verde que recupera y actualiza saberes tradicionales, maneja la biodiversidad con sabiduría y arte, ecologiza la producción de alimentos y la hace más social. Y es campesina porque gracias al conocimiento y el saber hacer de quienes cultivan, crían y elaboran alimentos se genera la autonomía.

La justicia social, tanto para quien produce los alimentos como para quien los consume, ha estado siempre en el corazón de la soberanía alimentaria. Podríamos pensar, por tanto, que la igualdad de género está también implícita, por lo que la soberanía alimentaria y, por extensión, la agroecología campesina son feministas. Sin embargo, en La Vía Campesina, las mujeres necesitaron crear una asamblea propia dentro de la organización para luchar por su participación y conseguir que los temas feministas se asumieran como temas de todas y todos. Las desigualdades de género continúan bien arraigadas en el mundo agroalimentario, en los campos, las familias y las cocinas de todo el mundo. No podemos, por tanto, asumir que la soberanía alimentaria y la agroecología campesina sean ya en sí mismas feministas.

El sesgo patriarcal de la agroecología y la soberanía alimentaria

La conquista de una alimentación agroecológica, soberana y feminista para nuestra vida cotidiana no va a ser fácil. Corremos el riesgo de construir una soberanía alimentaria patriarcal porque el patriarcado impregna nuestro mundo y orienta nuestra forma de vivir. La agroecología es un claro ejemplo de ello.

El enfoque agroecológico surge en la academia para analizar y transformar la agricultura industrializada, ignorando las cuestiones de género y sustentando su análisis en categorías asexuadas (agroecosistema, finca, biodiversidad…) o en categorías cargadas de relaciones desiguales de género que han sido ignoradas (familia, campesinado, comunidad…). La agroecología idealiza la agricultura familiar, la cultura campesina de las comunidades rurales y los saberes culinarios sin cuestionarse las relaciones de género profundamente desiguales que se esconden en las familias, las comunidades y las cocinas.

Este sesgo androcéntrico de la agroecología académica también está presente en su construcción práctica. Frecuentemente, cuando un técnico o investigador (o incluso una técnica o investigadora) acude a visitar una finca, busca o acepta hablar exclusivamente con “el cabeza de familia”; las mujeres, en la mayoría de los casos, son invisibles o consideradas como una “ayuda” y no como sujetos activos protagonistas de la transición y de los procesos agroecológicos. El técnico o la técnica casi siempre ignora la “división sexual del trabajo” y no se pregunta quién hace qué, con qué reconocimiento o en qué condiciones, ni tiene en cuenta las opiniones, necesidades y trabajos de las mujeres. Nos alegramos cuando las mujeres campesinas ganan protagonismo en la agroecología, en la producción o la comercialización, pero ¿nos preguntamos qué sobrecarga de trabajo sufren para poder estar en estos lugares? ¿Han conseguido negociar el reparto de tareas domésticas para poder participar en la vida pública y económica? No en todas las fincas agroecológicas la toma de decisiones incluye a hombres y mujeres. Y si los mercados agroecológicos se llenan de mujeres comprando, nos parece normal y no nos preguntamos quién va a decidir los menús saludables ni quién va a cocinar esas ricas comidas con alimentos frescos que implican horas de elaboración. En ocasiones caemos en la contradicción de querer visibilizar estos trabajos y terminamos ensalzando las responsabilidades tradicionales femeninas como exclusivamente nuestras sin reclamar cambios y repartos justos.

Una agroecología que garantice una vida digna de ser vivida

Hoy es muy difícil vivir del campo y muchos proyectos agroecológicos fracasan porque implican mucha precariedad, tanto por la falta de ingresos como por la excesiva carga de trabajo.

En la mayoría de los casos no damos importancia a temas como la viabilidad económica, que en la práctica significa conseguir diseñar proyectos agroecológicos realistas que generen remuneración digna y permitan vivir dignamente trabajando en el campo. Esta precariedad laboral (la falta de salarios dignos, de cotización, de derechos laborales, las altas cargas de trabajo…) afecta principalmente a las mujeres que, además del trabajo remunerado, tienen que asumir los trabajos de cuidados, también en las iniciativas agroecológicas. Una agroecología feminista debe cuestionarse cómo construir propuestas agroecológicas viables que colectivicen los trabajos de cuidados y cómo conseguir ingresos dignos para el campesinado, además de precios asequibles para las personas consumidoras en condiciones de precariedad.

Todas estamos contaminadas por el machismo y reproducimos violencias, relaciones de poder, roles, etc. ¿Se saben manejar los conflictos y las emociones en los proyectos agroecológicos? Las relaciones patriarcales están presentes tanto en el mundo rural como en el mundo urbano y, por supuesto, también en las iniciativas agroecológicas. Asumir esto implica aceptar también la necesidad de preguntarse y replantearse constantemente cómo enfrentar esas relaciones y estas violencias en lo cotidiano de nuestras luchas.

No nos resistimos a lanzar algunas ideas sobre qué hacer, aunque somos conscientes de que tanto los diagnósticos como las propuestas de acción y cambio deben ser construidos colectivamente desde los territorios. Para nosotras, un primer paso es reconocer, explicitar y afrontar que existe una desvalorización social generalizada de los trabajos y de los papeles que tradicionalmente hemos realizado las mujeres tanto en el campo como en las cocinas, en las casas, en las familias o en las comunidades y en los territorios. Valorar socialmente estos trabajos debe implicar, además, el reparto en plano de igualdad, hacerlos responsabilidad colectiva de toda la sociedad y no exclusivamente de las mujeres. Esta propuesta implica, por tanto, una democratización del trabajo de cuidados.

Creemos que un segundo paso imprescindible es cuestionar las relaciones de poder en la familia y romper la idealización de la “familia campesina” para poder confrontar y modificar las relaciones patriarcales dentro de esta institución. Una transición agroecológica feminista tiene que ir unida a cambios de relaciones y roles entre hombres y mujeres en los hogares, construyendo nuevas formas de convivencia. Esto, unido al reparto del trabajo de cuidados, permitiría a su vez un reparto en los espacios de representación mayoritariamente ocupados por hombres.

Consideramos que un tercer paso es trabajar en fortalecer y desarrollar nuestras articulaciones entre personas y colectivos para poder afrontar la falta de tiempo impuesta por los ritmos productivistas, tanto para los trabajos de cuidados de hijos e hijas, o de otras personas que lo requieran, como para los trabajos productivos. Realizar planificaciones conjuntas, colaborar, corresponsabilizarnos o promover el trabajo colectivo nos puede facilitar el cuidado y la participación en la vida comunitaria: cocinar, organizar una dieta adaptada a cada estación, estar en un grupo de consumo o luchar para incorporar alimentos ecológicos en el comedor de las escuelas. También nos puede ayudar a conservar las semillas, cultivar la huerta o cuidar de los animales, así como hacer conservas sin tener que aumentar nuestras jornadas laborales ni la autoexplotación.

Los ecofeminismos y los feminismos decoloniales están proponiendo redefinir y reorientar la praxis de la agroecología y la soberanía alimentaria para situar la comida en el centro de nuestra organización sociopolítica como una parte esencial de la vida. Ello implica dar centralidad económica y cultural en nuestra sociedad tanto a los trabajos campesinos en el campo como a los trabajos domésticos para alimentar, valorando que son esenciales para la vida común y desplazando así la centralidad actual de los mercados. Es esta propuesta la que creemos que tiene sentido continuar. Para nosotras es este debate colectivo y radicalmente democrático desde los territorios el que puede hacer avanzar la recampesinización feminista que necesitamos para la soberanía alimentaria de los pueblos.

Marta Soler, Universidad de Sevilla

msoler@us.es

Marta Rivera, Cátedra de Agroecología de la Universidad de Vic

Irene García Roces, Varagaña Género y Agroecología

Este artículo fue publicado originalmente en Soberanía Alimentaria. Biodiversidad y Culturas, 64(33) (https://www.soberaniaalimentaria.info/numeros-publicados/64-numero-33/590-agroecologia-feminista). Se reproduce con autorización de las autoras.

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