diciembre 2015, Volumen 31, Número 4
Las mujeres en la agricultura familiar

Voces, acciones y reacciones de las mujeres rurales ante la expansión del uso de agrotóxicos en Uruguay y sus impactos

MARTA CHIAPPE | Página 27-28
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Desde el inicio del siglo, Uruguay ha ido experimentando un proceso de transformación de su sector agropecuario, en el que el uso de agrotóxicos ha ido en aumento, poniendo en riesgo la salud de la población. Ante esto, las mujeres han encabezado acciones de denuncia y reparación que, sin embargo, no tienen la repercusión necesaria pues enfrentan estructuras patriarcales que las invisibilizan.

Desde los primeros años del nuevo siglo el sector agropecuario de Uruguay ha experimentado un intenso proceso de transformación de sus sistemas de producción, fundamentalmente a través de la expansión de la superficie dedicada a la agricultura de secano, la cual pasó de cubrir un área de aproximadamente 400 mil hectáreas en 2000 a 1,8 millones en el periodo 2012-2013. Dicha expansión tuvo como eje el fuerte crecimiento del cultivo de soja, que en 2000 ocupaba una superficie de apenas 12 mil hectáreas y para la zafra de 2013 se extendió a 1,25 millones. Paralelamente, entre 2006 y 2013 las importaciones de fertilizantes casi se triplicaron en volumen y las de plaguicidas se multiplicaron por cuatro. Entre los plaguicidas el de mayor utilización ha sido el herbicida glifosato, cuya importación aumentó de 2,5 toneladas en 2000 a 16 en 2012. Lo mismo sucedió con los principales insecticidas (endolsufan, clorpirifós, cipermetrina y lambdacialotrina), cuyas importaciones pasaron de 40 toneladas en 2000-2001 a 820 toneladas en 2009-2010 (Ríos y otros, 2013; DIEA, 2014).A partir de 2011 el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca decretó, por un lado, la prohibición de fumigaciones terrestres a menos de 300 metros de escuelas y “cualquier zona urbana o suburbana y centro poblado”, y la prohibición de realizar fumigaciones en caso de haber un viento mayor a los 10 km/hora. Por otro lado, en el mismo año se prohibieron las fumigaciones aéreas a menos de 500 metros de escuelas y centros poblados, y a menos de 30 metros de los cursos de agua. Sin embargo, las medidas tomadas serían insuficientes ya que, según Burger (2013), “cuando se hace una aplicación con plaguicida con avión o mosquito como se hace hoy, el viento constante que hay en Uruguay por sus condiciones climáticas, esparce toda esa nube mucho más lejos, por lo que esta distancia no sirve de nada”.A pesar de que las consecuencias para el ambiente y la salud de este fuerte aumento en el uso de insumos químicos han sido escasamente evaluadas en nuestro país, testimonios recogidos en entrevistas, medios de prensa y algunos estudios dan cuenta de que luego de que se realizaran fumigaciones en establecimientos agropecuarios, además de los impactos negativos en cultivos y cursos de agua cercanos, los pobladores de establecimientos vecinos y lugares cercanos presentaron síntomas tales como: ardor en los oídos, en la vista y en la boca; picazón en la cara y en el cuero cabelludo; dolor de cabeza y garganta; erupciones; alergias; afecciones respiratorias y broncoespasmos. Asimismo, se han detectado casos de abortos espontáneos y malformaciones en recién nacidos, y enfermedades cancerígenas, aunque hasta el momento no existen estudios a nivel nacional que analicen en profundidad los efectos de los plaguicidas aplicados y demuestren su relación con estas afecciones.


Avión de fumigación.

Un estudio realizado en la zona norte del país, donde se produce arroz, caña de azúcar y cultivos hortícolas de invernadero, reveló los efectos de la aplicación de plaguicidas entre las mujeres provenientes de dos comunidades, las cuales concurren a un policlínico. Según la información recogida, la mitad trabaja en tareas agrícolas, aunque no aplican directamente los productos químicos. La otra mitad se define como ama de casa, pero tienen cultivos en su terreno. En todos los casos el contacto con los productos es indirecto, ya que lavan la ropa usada por sus esposos en las aplicaciones y 58% de las mujeres declara sentir algún malestar después de las aplicaciones aéreas con agrotóxicos, principalmente respiratorios, digestivos, neurológicos y en la vista.

Por otra parte, el 37,5% de las mujeres encuestadas había tenido dificultades en la concepción y 25% había sufrido abortos espontáneos múltiples (Martínez, 2006).

En otro estudio retrospectivo realizado por Tarán, Ortega y Laborde (2013) sobre intoxicaciones por plaguicidas registradas por el Centro de Información y Asesoramiento Toxicológico (CIAT) y la Unidad Toxicológica Laboral y Ambiental (UTLA) del Departamento de Toxicología de la Facultad de Medicina, se analizaron 3 775 consultas por intoxicación con plaguicidas para el periodo 2002-2011. De estas, el 64% provenía de hombres y el 36% de mujeres. Se detectó que el 35% del total de consultas realizadas por intoxicación (2 597 casos) eran provocadas por insecticidas, mientras que un 30% eran causadas por ectoparasiticidas veterinarios y otro 17% por herbicidas. En el periodo analizado se destaca el aumento de las intoxicaciones por herbicidas –especialmente glifosato–, lo cual corresponde a la expansión de la soja en el país. En 2011 se registraron alrededor de 60 casos.

Las mujeres denuncian

En este contexto, las mujeres que viven en el medio rural y en pequeños poblados aledaños a las zonas rurales de diversas partes del país han comenzado a hacer escuchar sus voces, denunciando los problemas que aparecen como consecuencia de la aplicación de los plaguicidas y en reclamo de la aplicación de las normas y las regulaciones vigentes.

Desde 2010 en adelante las denuncias han tenido repercusión pública a través de la prensa escrita, los medios radiales y electrónicos, y las redes sociales. En este sentido, a través de la revisión de los documentos se constatan denuncias de maestras de escuelas ubicadas en centros poblados o de escuelas rurales, de mujeres que viven en lugares cercanos o contiguos a campos que se fumigan, y también de vecinos y agrupaciones en la misma situación. En muchos casos, las mujeres se han destacado por su activa participación.

Hasta abril de 2014, entre las múltiples denuncias efectuadas, tres juicios fueron ganados por ciudadanos que fueron afectados por fumigaciones con plaguicidas en los campos y en los tres casos se trató de mujeres (Hardy Coll, 2015).

Así, en abril de 2012 la maestra directora de la escuela N° 30 de Puntas de Rolón (norte del departamento de Río Negro) fue rociada por el conductor de un “mosquito” (en Uruguay se denomina “mosquito” al equipo para la aplicación de plaguicidas) que efectuaba la aplicación a menos de 50 metros de la escuela. La maestra –que sufrió dolor de cabeza y picazón generalizada en el cuerpo durante varios días– entabló un juicio por daños y perjuicios a la empresa Agronegocios del Plata (ADP), filial del grupo sojero argentino Los Grobo (de Gustavo Grobocopatel). La Justicia falló a favor de la maestra en junio de 2013. Según testimonios recogidos en una entrevista radial, la maestra destacó que mucha gente en varias zonas de Río Negro ve las fumigaciones y no se anima a denunciarlas debido a que “la mayoría conoce a alguien de los campos, o trabajan en los campos, no quieren perder los trabajos, no quieren pelearse con los vecinos” (Radio Mundo Real, 2013).

En 2013 una pobladora del paraje Sosa Díaz, en Canelones, le ganó un juicio al director de normas UNIT del Uruguay, por lo que este debe plantar la soja (o sus arrendatarios) a más de 250 metros del límite del terreno de la vecina. En 2014, en la zona de Paso Picón (Canelones) una maestra denunció problemas de salud por fumigaciones cercanas a su vivienda y escuela y, después de un largo proceso, logró que se aplicara una multa de 1 000 unidades reajustables (unos 30 mil dólares americanos) a un médico productor de soja.

Si bien las denuncias no parten solo de mujeres y persisten las barreras culturales para efectuarlas, ellas han adquirido un protagonismo que otorga una mayor visibilidad a las mujeres rurales. Como comentó una pobladora entrevistada en su establecimiento del Departamento de San José: “La mayoría de los denunciantes somos mujeres, yo pienso que puede ser porque estamos más en las casas, vemos más los cambios que ha habido: muertes de aves después de las fumigaciones, aparecen aves muertas en el patio; muertes de peces, ahora en los arroyos no sale nada; los días que fumigan tenemos ardor en la vista, las vías respiratorias, malestar en el estómago, picazón, cuando hay viento se siente y, cuando es mucho el olor, nos tenemos que ir de la casa, porque si te encerrás es peor”.

Sin embargo, quienes denuncian han debido enfrentarse a estructuras patriarcales y relaciones de poder fuertemente arraigadas localmente. Como se ha mencionado, persisten barreras sociales y culturales que inhiben a las mujeres de efectuar denuncias e impiden que los problemas sean más visibles. Como se expresa en una nota periodística de octubre de 2013 sobre las fumigaciones en la zona de Rodó del Departamento de Soriano: “muchos niños tienen problemas en la piel y padecen alergias, pero las madres prefieren no denunciar la situación para evitar inconvenientes con los vecinos, o porque tienen relación laboral en el entorno agropecuario” (RA-APAL, 2013).

Marta Chiappe
Universidad de la República, Uruguay.
mchiappe@fagro.edu.uy

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