diciembre 2013, Volumen 29, Número 4
Agricultura familiar campesina

Con la familia en la finca agroecológica: una experiencia cubana

JOSÉ ANTONIO CASIMIRO GONZÁLEZ, LEIDY CASIMIRO RODRÍGUEZ | Página 16-17
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Hoy, luego de 20 años de vivir en la finca y de haber acogido la agroecología como una forma de vida, nuestra familia puede dar muestras de que es posible una vida plena en pequeñas fincas agroecológicas, adecuadas al cambio climático y a las expectativas de estos tiempos.

Familia en la finca agroecológica

Nuestra finca se ubica en la localidad El Junco, llanura de Cienfuegos, a seis kilómetros al este de la capital provincial. Está situada sobre la cuenca hidrográfica del río Caunao, específicamente en su desembocadura hacia la rada de Cienfuegos, una de las cuatro que tributan a la Bahía de Jagua, principal ecosistema de la provincia.

 

La propiedad pertenece a la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Dionisio San Román; cuenta con 53,7 hectáreas manejadas con prácticas y métodos agroecológicos, y se dedica a la producción diversificada de alimentos para consumo humano y animal, así como al uso forestal.

Poseemos 10 hectáreas de suelos pardos con carbonatos y un grado de pendiente promedio de 6%. Sabemos que permaneció cerca de 100 años en monocultivo de tabaco y, durante los últimos 40, con intensivo uso de agroquímicos, riego con turbinas diesel y laboreo con tractores pesados; todo sin control técnico. Esto llevó al sistema productivo a la quiebra ecológica.

Después de 50 años, durante los cuales la primera y segunda generaciones estuvieron en esta tierra, nosotros –los de la tercera y cuarta generación– la recibimos como herencia en el año 1995. Hoy, ya la quinta generación también vive en la finca.

Cuando contactamos por primera vez al movimiento agroecológico ya teníamos muchas experiencias, teorías, implementos de labranza, turbinas diesel; es decir, una infraestructura agroquímica para diez fincas como la nuestra y no teníamos tiempo ni para atender una hectárea.

En la propuesta agroecológica y en el diseño de la permacultura encontramos una filosofía muy a tono con nuestros sueños. Desde un primer momento vimos a la agroecología de una manera que daba a entender que con humus de lombriz, labranza mínima, abonos verdes y el no uso de químicos, ya se tenía un sistema agroecológico, pero no era así.

Comprendimos enseguida que para producir agroecológicamente contábamos con el 99% de todo lo que se necesitaba porque vivíamos en la finca, algo que creemos imprescindible para un verdadero sistema sostenible.

Nos iniciamos con agricultura convencional intensiva y, para hacerla, contábamos con recursos materiales, pero esta opción no fue económicamente rentable, nos deshumanizábamos por largos días detrás de una ilusión errónea para una pequeña finca, maltratada, contaminada, erosionada, desvalorizada, sin frutales ni infraestructura habitable.

La agroecología en 2001 y la permacultura en 2005 nos permitieron adquirir conocimientos en varios tipos de eventos y en visitas a muchos lugares. Todo ello lo hemos ido analizando, poco a poco, sin fanatismos pero sí con mucha perseverancia.

En 2005 decidimos pasar definitivamente al máximo aprovechamiento de las fuentes renovables de energía. Teníamos los hábitos de la agricultura convencional (riego por aspersión diesel, fertilización química, uso del tractor), pero ya habíamos comprendido que nuestro pequeño espacio era inoperante para esta agricultura. Así fue que comenzó el verdadero camino hacia nuestra propia “cultura de convivencia” con la tierra que habíamos heredado, para devolverle –con creces– la vida que tuvo 100 años atrás.

Entre 2005 y 2009 hicimos pozos y una presa. También, con la ayuda de dos proyectos, pudimos montar un ariete hidráulico de tres válvulas de 4 pulgadas y un biodigestor de 9,5 m³ de cúpula fija. Antes habíamos montado dos molinos de viento, uno de ellos para riego.
El mayor inconveniente para incorporar las tecnologías apropiadas fue que no existe una cultura generalizada de su uso y tuvimos que hacernos verdaderos especialistas, lo que nos ha permitido contar hoy con decenas de innovaciones e incluso una patente de invención. Nuestros suelos son lo que los nicaragüenses llaman barrosos, que en época de sequía se convierten en roca y en la de lluvia, una masa pegajosa que ni guataquear (limpiar o desbrozar el terreno con la guataca o azada) permite. En tales condiciones, creemos que es de artistas consagrados encontrar los 365 días del año un abastecimiento abundante de cereales, viandas (frutos y tubérculos comestibles), huevos, carne, así como entretenimiento. Sin embargo, ya hoy tenemos todo esto, sin agroquímicos y en abundancia, para vender y compartir.
Lo que en todos estos años de intercambio aprendimos se pudo hacer realidad, muchas veces por encima de cuanto habíamos imaginado. Pudimos seguir regando y fertilizando con los recursos que teníamos en nuestro sistema y, a la vez, agregamos valor a la cría de ganado al utilizar el estiércol en el digestor para obtener combustible y fertilizantes (500 litros de efluentes diarios) que conducimos por gravedad, ya que la planta fue construida en la parte más alta de la finca.
Vivimos 20 años en nuestra pequeña finca y nos encontramos prácticamente en la línea de partida para andar el camino de una nueva forma de vida actualizada a estos tiempos, este clima y a nuestra cultura.
Han sido años de mucho gusto probando, experimentando para interpretar que la agroecología es un arte y llegar a poseer un sistema productivo que abastezca abundantemente a la familia de lo esencial, sin agroquímicos, con agua para el riego, sin depender de combustibles fósiles, con biogás para refrigerar, cocinar y hornear, y con abonos fermentados de primera calidad provenientes de los desechos orgánicos de nuestras vacas. Años de experiencia en el diseño y rediseño de un sistema sostenible de vida en el campo, unidos al contacto con pequeños agricultores y promotores de agroecología de todas partes, nos dan elementos para comprender que, como campesinos, tenemos ideas que pueden ayudar a un consenso general sobre lo positivo de “la familia en la finca agroecológica”.
Hay muchas familias en todas partes que se encuentran fuera de las posibilidades de adquirir alimentos en la cantidad indispensable para la vida, donde las ganancias de mercado no cuentan. También en todas partes hay suelos deteriorados sin valor o que no pueden ser dedicados a la agricultura a gran escala por los grados de pendiente, etc. Pero lo paradójico es que gran parte de estas familias desamparadas viven en el campo y, en muchos casos, dependen del Estado hasta para lo más elemental. Nosotros creemos que la agroecología familiar es también un aporte social para salvar en un solo proyecto tanto a las tierras como a las personas.
La agroecología familiar es una alternativa viable porque con poco se pueden hacer cosas para muchos. Es ideal para aprender la cultura del reciclaje, ahorrar el máximo de energía –principalmente la humana– tener hábitos de consumo lógicos al lado de la naturaleza, autogenerar empleo para toda la familia y usar con máxima eficiencia las fuentes renovables de energía. También ofrece posibilidades para frenar la emigración del campo a la ciudad.
Creemos que la agroecología puede devolverle al campo la humanización que perdió en las últimas décadas y esto es lo que falta para que todos tengan oportunidad. No es comida lo que falta; se dice que sobra, pero sí hay hambre porque gran parte de los que la producen están fuera de su lugar natural y, entonces, los recursos no les alcanzan para obtener alimentos. Hoy no se puede soñar con proponer estas formas de vida con la mente en el pasado; tiene que ser valiéndose de toda la información y conocimientos acumulados durante mucho tiempo y que hoy son asequibles para una gran mayoría. La verdadera agroecología es arte, ética ante la vida, unión familiar, conservación, cultura. La familia en la finca agroecológica es el guardián del ecosistema para evitar los incendios, la deforestación y propiciar que la biodiversidad siga existiendo aunque el número de personas se incremente.
En cien diseños posibles, tan solo teniendo en cuenta el costo de los insumos y el combustible con respecto al valor de la producción, no hay uno que permita al pequeño agricultor producir con agroquímicos y mecanización. Pero ahora hay muchos lugares donde solo con la agricultura familiar puede salvarse el pequeño productor y aquellos recursos que toda agricultura necesita puede obtenerlos en un 90% dentro del propio sistema: biofertilizantes, integración de animales y plantas, fuentes renovables de energía y trabajo familiar.
A la agricultura familiar de pequeña escala hay que salvarla multiplicando por mil todo lo que se ha hecho para preservar ballenas, ríos, selvas y cuanto otro patrimonio de la humanidad se haya logrado preservar. Para ello habría quedeclarar a la agricultura familiar como patrimonio de la humanidad, sostenible agroecológicamente, especie cultural salvada de la extinción por decisión universal. Existe conocimiento para que estas personas lleven la ciencia a cada metro de tierra.
José Antonio Casimiro González y Leidy Casimiro Rodríguez

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