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La sostenibilidad es probablemente un objetivo que nunca se alcanzará pero, como la felicidad total, nunca hay que dejar de buscarla y son esa búsqueda y la intensidad de la misma las que hacen la diferencia.

Los pequeños agricultores que reducen su dependencia de insumos externos y optimizan los procesos en su finca para conservar el ambiente y mejorar sus condiciones de vida deben enfrentarse a situaciones cada vez más complejas y de naturaleza global, como el cambio climático, la crisis financiera y la liberalización en el comercio mundial. En este contexto, es importante analizar cuáles son las condiciones para que las experiencias individuales exitosas aumenten en escala –involucrando a cada vez más familias productoras– y establezcan vinculaciones a lo largo de las cadenas productivas y del espectro institucional para avanzar hacia la sostenibilidad.

Varios de los artículos incluidos en este número permitirán analizar estos aspectos, evaluando las razones por las que iniciativas registradas en esta revista hace muchos años han logrado no solamente mantenerse, sino aumentar en impacto. Muy ilustrativos son los testimonios de algunos de los participantes en el reciente encuentro de agricultores agroecológicos en El Salvador. Amílcar toca el tema de la educación y la planificación a largo plazo, aspectos centrales de la agroecología. Miguel, de Nicaragua, comparte un testimonio sobre la flexibilidad necesaria para acercarse de manera innovadora a mercados diferenciados a nivel local. Eusebio enfatiza lo logrado a través de grupos organizados. Gregoria, de Bolivia, habla del papel de las mujeres y de una buena nutrición, mientras que el peruano Moisés enfatiza la incidencia política y la presencia en instancias internacionales. Es ciertamente difícil el equilibrio entre los esfuerzos locales y globales, el énfasis en aspectos productivos, socioeconómicos o la incidencia política.
Los editores queremos destacar las áreas que consideramos que son los ejes para crecer y sostenerse:

En primer lugar, la asociatividad, condición esencial no solamente para vincularse mejor a mercados dinámicos y cadenas de valor, sino también para impulsar el desarrollo territorial fortaleciendo y potenciando tradiciones y costumbres. La región está llena de éxitos, pero también de resultados adversos en la organización de los pequeños productores y, en muchos casos, estos fracasos se deben más a fricciones internas que a agentes externos fuera de su control. Reforzar las medidas de confianza y de capacidad de diálogo y tolerancia es algo que debe trabajarse desde la casa hasta los niveles institucionales más altos. Y debemos ser claros con nosotros mismos: esto incluye compromisos totalmente claros para luchar contra la corrupción a todo nivel. El informe de la Evaluación Internacional del Papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD) mostró con claridad que la ciencia y la tecnología no son neutras y que mayoritariamente han estado dirigidas a fortalecer modelos productivos que no son necesariamente los que pueden garantizar la sostenibilidad de la pequeña agricultura. Muchos de los casos de éxito en tecnologías apropiadas para la pequeña agricultura con un enfoque agroecológico tienen que ver tanto con aspectos puramente técnicos como con los procesos de gestión del conocimiento involucrados, el fomento de la innovación y la participación de la gente. En cuanto a la educación, sobre todo a nivel técnico y superior, sigue siendo necesario aumentar su relevancia para la mayoría de productores rurales, que son pequeños y trabajan agroecosistemas complejos. Pero también es cierto que con frecuencia se rehúye a la discusión sobre productividad en la pequeña agricultura.

La ciencia y tecnología, formal o informal, tiene aún mucho por hacer para contribuir a intensificar sosteniblemente la pequeña producción, integrarse a cadenas de valor, mostrar su contribución en la lucha contra el cambio climático y el hambre mundial. La incidencia, tanto en el sector público como en el privado, no puede dejarse de lado en los esfuerzos para asegurar lo logrado. Esto presenta múltiples manifestaciones, pero las vinculaciones con las instancias públicas al nivel más local han mostrado ser muy efectivas, de la misma manera que la sensibilización de los consumidores en un continente cada vez más urbanizado, un proceso que no tiene intenciones de detenerse. Ante los gobiernos, es vital que en un periodo de crecimiento económico en muchos países de la región (si bien frenado por la intensa crisis especulativa causada por las instituciones financieras del primer mundo) se presione para aumentar las inversiones públicas en infraestructura, claramente menores a nivel regional que aquellas que favorecen a la gran agricultura. El déficit de inversiones en infraestructura en América Latina es uno de los mayores obstáculos para una mejor integración de los pequeños productores en los mercados locales y mundiales. Pero la incidencia también pasa por mejorar el análisis de lo rural –que puede ser definido de muchas maneras y ciertamente tiene influencia en políticas y programas– y en entender que cada vez más hablar de pequeña agricultura implica hablar de muchas cosas además de agricultura propiamente dicha: turismo, agroindustria, servicios ambientales, patrimonio cultural, gastronomía, entre otros. Una visión integradora y menos lineal es indispensable.

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