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Suelo, un concepto evidente para todos los que cotidianamente desarrollamos nuestra vida sobre él y que nos alimentamos de lo que produce la agricultura en esta delgada capa que cubre la superficie de la Tierra, que sustenta la vida vegetal y animal del planeta.

Varias veces, en los doce años que LEISA revista de agroecología se publica en América Latina, hemos abordado el tema del suelo desde varios enfoques: recuperación de la fertilidad del suelo, recuperación de tierras degradadas, recuperación de la vida en el suelo. Ahora, más allá de las función del suelo como sustrato de los cultivos agrícolas y forestales, se pensó en abordar el tema desde el concepto del suelo como ente vivo – nace, crece, muere – cuya existencia y funcionamiento depende de la vida que alberga y de las funciones físicas, químicas y biológicas que cumple para la sostenibilidad de los ecosistemas, si es manejado con un enfoque no meramente físico y químico, sino entendiendo su biología y la importancia de las múltiples relaciones dinámicas que se establecen entre los organismos de ‘arriba y debajo del suelo’ (Nicholls y Altieri, páginas 6-8) a lo ancho y largo del planeta. Un gramo de suelo contiene millones de organismos de gran diversidad, que cumplen la función de reciclar la materia, haciendo del suelo un recurso natural capaz de mantener vida y, a la vez, de mantenerse vivo.

Mucho tiempo ha prevalecido la tendencia de considerar al suelo solo como un sustrato receptor de insumos para que las plantas que en él se cultivan nos proporcionen una buena cosecha. Pero, aunque el proceso natural de su formación toma varios años, un inadecuado manejo y la contaminación pueden perderlo en menor tiempo del que tomó formarlo. En el proceso de la conservación de un suelo vivo, varios autores de este número destacan el papel de la materia orgánica y la importancia para ello de propiciar la mayor producción de biomasa, como lo menciona R. Bunch (página 6) en las cinco reglas para cumplir con la alimentación del suelo, que no son más que un intento de reproducir lo que ha sucedido por milenios en los bosques tropicales. Otros autores enfatizan la importancia de mantener un suelo saludable por su alto contenido de materia orgánica que permite una alta actividad entre los diferentes organismos como garantía de fertilidad y, por ende, de plantas saludables (Nicholls y Altieri, páginas 6-8).

Otros autores han destacado la eficiencia económica que se logra al mantener un suelo manejado con principios ecológicos. Cabe destacar aquí la importancia de la relación entre cultivo y ganadería para la fertilización de los campos de cultivos y pastos, así como para la producción de hortalizas (Funes, página 9). Tambien los cultivos de cobertura se señalan como importante medio para conservar las condiciones de humedad y protección necesarias para garantizar la eficiencia productiva, además de ser fuente de forraje, hospedaje de insectos benéficos y abono para los cultivos (Pulleman y otros, páginas 13-16). A pesar de que nuestros lectores se encuentran en regiones subtropicales y tropicales, hemos considerado importante incluir un artículo basado en una experiencia de clima templado del hemisferio norte, donde el uso de árboles de raíces profundas para lograr la extracción de nutrientes hacia la superficie, junto con el pastoreo controlado, logran un sistema productivo y eficiente de la finca (North, páginas 27-29).

El manejo de la fertilidad del suelo en ecosistemas de estrés por su ubicación en alta montaña andina pone en evidencia la importancia del conocimiento campesino para el manejo eficiente de los recursos suelo y agua, y así evitar la erosión (J. Llacsa, páginas 32-35).

El objetivo de esta edición de LEISA ha sido resaltar la importancia del suelo agrícola como recurso natural que hay que cuidar y no contaminar, alertar sobre su permanente depredación por erróneas políticas territoriales y, concretamente, de uso del suelo.

Finalmente, en esta edición hemos considerado importante publicar unas notas de homenaje a la doctora Ana Primavesi, maestra de muchos edafólogos y agroecólogos latinoamericanos, a quienes hizo comprender que la fertilidad del suelo no se limita a la fertilidad química sino que integra a la fertilidad física y biológica, un concepto del suelo como sistema vivo que ha sido pionero en tiempos en que no se le daba importancia a su dimensión biológica (Felipe-Morales, página 20, y Baptista, página 40).

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