marzo 2003, Volumen 18, Número 4
Las mujeres asumen el cambio

Campesinas y familias en la Patagonia: innovaciones y alternativas productivas

GUILLERMO GUTIÉRREZ | Página 10
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Después de tres años de experiencia, la Familia Rosales puede estar orgullosa de su logro: haber avanzado con firmeza hacia una producción diversificada. Confirmaron que, cumpliendo ese proceso, dejarán de depender únicamente de la producción ovina.

Construyendo una zaranda / Foto: ICEPH

Ya cuentan con alfalfa, avena, trigo, grosellas, fresas, y como experiencia muy exitosa, han recuperado el cultivo y uso de la quinua (Chenopodium quinoa), que en la Patagonia se perdió en la década de 1920.

Para valorar este logro hay que considerar que los Rosales viven en una zona donde, salvo el imponente paisaje, los recursos naturales son escasos. Su campo está ubicado en el corazón de la Patagonia, en la provincia de Río Negro. En las tierras eriazas de esta árida región, ubicadas en alturas que promedian los mil metros sobre el nivel del mar, las temperaturas invernales descienden hasta 35º centígrados bajo cero. El escenario es típico de la región de sierras y mesetas patagónicas, con una cobertura vegetal de arbustos bajos, coirones (Stipa speciosa, Stipa humilis y otros) y gramíneas; las lluvias no superan los 300 mm anuales y los fuertes vientos erosionan los suelos.

Como en toda la Patagonia, la población es dispersa y la densidad demográfica es muy baja; el vecino más cercano está a quince kilómetros, al igual que el pequeño poblado de Clemente Onelli, cuya conexión con Bariloche (la ciudad importante máscercana, a 200 km de distancia) se realiza a través de un ferrocarril precario -cuyos dos servicios semanales no están del todo garantizados- o transitando la difícil y peligrosa ruta nacional Nº 23, que no está pavimentada. Cuando comienzan las nevadas, los pobladores quedan aislados durante largos períodos.

Los Rosales son claros representantes de una tipología social patagónica: los pequeños productores familiares que defienden su arraigo a la tierra, a pesar de todos los contratiempos. Son pobres, pero mantienen una actitud innovadora, que procura mejorar la calidad de vida y del trabajo rural. Su establecimiento de 2.500 hectáreas puede parecer una superficie importante en otros lugares; pero en la Patagonia, con la monoproducción ovino-lanera extensiva como sustento principal, esos miles de hectáreas significan apenas una unidad de subsistencia. Por ello, durante tres generaciones, la sobrevivencia se ha basado en el círculo vicioso sobrecarga de hacienda /sobrepastoreodegradación de suelos, que es una de las causas de la desertificación irreversible y el éxodo de los pobladores hacia los barrios marginales de las ciudades.

Ante esa realidad, la solución más prometedora es diversificar las actividades, sumando alternativas complementarias a la ganadería y regulando ésta con mejores manejos. Este es justamente el proceso que la Familia Rosales inició en 1999 cuando se incorporó al Programa Rural de ICEPH.
Trabajo de familia

Los Rosales conocieron esta propuesta por su hijo varón, Cristian, joven campesino dispuesto a permanecer en el campo, dato fundamental para comprender su actitud y la de su familia cuando decidieron adoptar medidas de diversificación. La ganadería extensiva produce la permanente expulsión de pobladores, una de las causas de la bajísima densidad demográfica de la Patagonia, una de las zonas más despobladas del planeta.

Cristian ha encontrado en estas experiencias de innovación un incentivo para permanecer en su tierra; defiende el arraigo, para él y para la familia que formará algún día. Cuando manifiesta sus planes, dice que evitar la emigración basándose exclusivamente en la lana será difícil. El campo que hoy es el recurso de la familia está muy degradado y, más temprano que tarde, la desertificación se agravará. En ese momento deberán recurrir al último recurso antes del colapso, la cría de caprinos. Las probabilidades de sostenibilidad, en ese esquema, son altamente dudosas.

Pero ahora, tras estos años de trabajo en el marco del Programa Rural del ICEPH, empieza a comprobar las ventajas de haber iniciado el proceso de diversificación: se amplió la autosuficiencia y variedad de alimentos, y ya comienza la comercialización a pequeña escala.

Pero si bien Cristian es el promotor de las innovaciones, en el contexto tradicional campesino las mismas habrían quedado como “rarezas”, de no contar con el compromiso familiar y el trabajo conjunto.

Fue su padre el primero que alentó la participación en el Programa de ICEPH, a pesar de que su principal preocupación sigue siendo la producción ovina. Apenas enterado de la propuesta escribió una carta designando a su hijo como “representante” de la familia y destinando la mejor hectárea del campo parcela provista de agua permanente, buen suelo y cercanía de la casa) para la experimentación.

Esto dio lugar a una interesante colaboración del grupo familiar, con un importante protagonismo de las mujeres de la casa: cosechar y elaborar grosellas; trillar la avena y el trigo de manera artesanal y, como punto novedoso y destacable, aprender los “misterios” de la quinua, esta planta que volvía a emerger de los tiempos antiguos. Su mamá y su hermana se hicieron expertas en el lavado de la saponina y en la experimentación de recetas para aprovechar los granos y las hojas.

Y de este modo, en solo dos años, esta planta excepcional dejó de ser una prueba audaz, convirtiéndose en un componente regular de la dieta familiar y en una actividad agrícola incorporada a las tareas habituales. Como corolario de este proceso, han obtenido semillas para su propio banco, y para proveer a otras familias participantes del Programa, que la sembrarán en sus campos.

La experiencia de los Rosales es un buen ejemplo del perfil cultural y productivo de muchos campesinos de la Patagonia:
presencia del conjunto familiar en las actividades, acciones afirmativas de las mujeres y disposición a las innovaciones cuando la propuesta es sencilla y aplicable gradualmente. Estos parámetros fueron los que permitieron la aceptación del Programa Rural de ICEPH por parte de la mayoría de los convocados.

El objetivo primordial es fortalecer las potencialidades de los campesinos de la Patagonia norte, tratando de aportar a la reversión de la pobreza y el deterioro ambiental que caracteriza a la región, utilizando los instrumentos de la capacitación y la animación para incentivar los mencionados procesos de diversificación. Iniciado con doce familias en 1999, el Programa se fue ampliando hacia diferentes parajes de las provincias patagónicas de Río Negro y Neuquén. Actualmente, su región objetivo es la cuenca alta y media del río Limay, con integración directa de setenta familias campesinas. Los participantes se reúnen para ciertas acciones colectivas, concretadas en unidades de experimentación adaptativa, demostración y producción. Luego utilizan conocimientos, árboles, frutales y plantines resultantes de ese trabajo conjunto, en sus propios campos individuales: trata de lograr un equilibrio entre lo colectivo y el esfuerzo de cada familia individual, respetando la disposición de cada una de ellas.

Tradiciones que innovan

En el marco de la propuesta, uno de los rubros más interesanteses la recuperación de cultivos olvidados y/o desestructurados, sobre todo aquellos que pueden ser aportes a la soberanía alimentaria. Se trata tanto de plantas nativas originarias de la zona, como de variedades exóticas que han proliferado sin control, pero que pueden volver a aprovecharse mediante un ordenamiento de las plantaciones.

Se promueve de esta forma la puesta al día de tradiciones, validándolas como innovaciones apropiables. La propuesta básica consiste en realizar pruebas, en forma grupal, de las variedades vegetales que muestran una fácil capacidad de adaptación a las condiciones agroecológicas de la Patagonia, así como a las prácticas culturales de la región. Así, distinguimos tres tipos de plantaciones que pueden recuperarse: variedades nativas como la quinua, llokon o papa silvestre (Diposis patagonica), variedades importadas aprovechadas por generaciones anteriores y después abandonadas (por ejemplo los cereales), y variedades que proliferan en forma desordenada, como es el caso de las grosellas (Ribes sativum).

En conjunto, el cultivo organizado de estas variedades puede llegar a mejorar la disponibilidad de alimentos, la oferta de nuevas opciones laborales y los ingresos económicos en la zona. En una etapa más avanzada, podría ser punto de partida de una oferta importante en el plano de la soberanía alimentaria porque hay disponibilidad de material genético nativo o debido a que muchas familias han mantenido pequeños reservorios de esas siembras antiguas. Esto permitiría realizar un avance gradual en la obtención local de material para reproducir y extender las plantaciones, tanto por semilla como mediante estacas y esquejes.

Campesinas e innovaciones

En la evaluación actual, el equipo de ICEPH considera que un factor fundamental que incentivó la aceptación de los participantes fue el rol activo de las mujeres. Suele afirmarse que las campesinas tienen enormes dificultades para la participación, aún en talleres o reuniones pequeñas. En la experiencia de esta propuesta la presencia de las mujeres ha sido plena, con comportamientos y roles decisivos y no, como podría suponerse, en espacios subsidiarios.

Esto confirmó tres hipótesis que se formularon en el momento de elaboración de los lineamientos centrales: 1) las mujeres de la región son un actor central en la adopción de innovaciones; 2) mediante una metodología de acciones graduales y culturalmente apropiables, la participación de la familia en su conjunto sería el dinamizador de la incorporación de cambios; 3) la conformación del equipo de terreno con una fuerte presencia de técnicas mujeres, es imprescindible para lograr lo enunciado en los puntos anteriores.

El desarrollo del programa confirmó la validez de estas hipótesis, al menos en la mayoría de los casos: la participación de mujeres y varones en el proyecto, por ejemplo, es equilibrada. Las causas de este logro deben remitirse también a las modalidades culturales de esta región patagónica, donde las mujeres tienen, desde su juventud, una activa presencia en las tareas rurales; según algunas participantes entrevistadas, desde niñas han realizado los trabajos vinculados a la ganadería ovina y caprina a la par de sus padres y hermanos. Pero la formación de la propia familia incentiva aún más este compromiso con las tareas rurales; si en el seno de la casa paterna setrataba de ayudar y aprender, en su nuevo hogar la mujer planifica junto al hombre las tareas. Esto se debe a que para la mujer el sostenimiento de la familia es una expectativa primordial. Otra causa importante de esta forma más igualitaria se debe a la importante proporción de población indígena mapuche, una de cuyas características ancestrales está dada por las funciones de poder asignadas a algunas mujeres por el grupo social: ‘machis’ (un rol sagrado y de sabiduría), posibilidades de cualquier mujer activa de llegar a “lonco” (cacique) o a ocupar roles directivos en las agrupaciones constituidas.

La segunda hipótesis formulada en la concepción del proyecto, referida a promover que la familia sea vector de las innovaciones, propició la participación plena de los varones en los trabajos de forestería y fruticultura, rompiendo la percepción tradicional de que la ganadería es la afirmación exclusiva de la masculinidad. En la horticultura, en cambio, sigue predominando la presencia mayoritaria de las mujeres. Esto último se debe a que la huerta sigue siendo una actividad de patio, aún cuando en varios casos se escaló hacia la venta de los productos. Al igual que en otros proyectos, el equipo de ICEPH siempre consideró indispensable que haya una fuerte presencia de mujeres en la responsabilidad técnica, muy especialmente en el terreno. Esta hipótesis se corroboró con la disposición de las campesinas a participar en el proyecto, fortalecida mediante esta práctica. Ellas aprecian el valor del trabajo que realiza la mujer al ver el rol que cumplen “la ingeniera” o “las técnicas”; lo que tiene para ellas un significado profundo, puesto que respalda a las mujeres en su percepción de la equidad. Es un ejemplo concreto de cómo, a través del saber y el trabajo, es posible lograr empoderamiento. Lo más importante es que los varones también participan en plan igualitario, sin reservas, en las actividades de capacitación y asesoramiento impartidas por las técnicas.

En su desarrollo actual, el Programa ha establecido varias unidades demostrativas y de experimentación; el grupo inicial de doce familias, por su lado, promueve producciones que abrirán espacios de comercialización en el año 2004 (aromáticas, grosellas frescas y procesadas, y árboles multipropósito). En la primavera de este año, como acción innovadora, se implantará quinua en otros cinco campos mediante el cultivo de plantas originarias. Cristian Rosales y su familia serán los responsables de guiar la experiencia y transferir los conocimientos que han logrado. En cuanto a otras plantas alimenticias originarias, ya se inició el reconocimiento de tubérculos nativos, con los que se harán pruebas de reproducción en los invernaderos de las unidades demostrativas. La expectativa es iniciar un cultivo experimental en campo el próximo año.

 

Guillermo Gutiérrez
ICEPH Instituto Cordillerano de Estudios y Promoción Humana, Bariloche,
Argentina

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