julio 1996, Volumen 12, Número 1
Montañas en equilibrio

¿Quién paga por el crédito rural?

RUBÉN GUTARRA CANCHAYA | Página
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La producción de papa en Valle Azul ha atraído el crédito, pero para muchas familias no proporciona lo que ellas esperan de él.

Los rendimientos mejorados traen consigo la erosión de la tierra, los recursos genéticos y el conocimiento de los agricultores pero difícilmente las ganancias que los agricultores esperan.


Foto: María Fernández

Valle Azul es una pequeña área de captación formada por el río Achamayo, ubicado entre los 3,250 y 3,900 metros sobre el nivel del mar. Se sitúa en la provincia de Concepción, en pleno corazón de la sierra central del Perú. Las condiciones permiten diversas producciones agrícolas, desde el cultivo intensivo de hortalizas hasta la producción estacional y de bosques, que dan refugio a la fauna natural. Tiene un promedio anual de precipitación de 700 mm -aunque está disminuyendo- lo que generalmente permite sólo una cosecha al año ya que las lluvias son estacionales y el 70% del área carece de riego. Allí se pueden encontrar agricultores, pescadores y comerciantes que administran pequeñas y fructíferas unidades productivas (5% de la población), pero también existen familias de campesinos pobres que viven de la agricultura de subsistencia.

Desde 1993, programas de créditos con el objetivo de ofrecer servicios financieros a las familias con escasos recursos económicos se han desarrollado en el área con relativa intensidad considerando que el apoyo dado previamente por el Banco de Fomento ya no se da -junto con las políticas neoliberales del gobierno- y que se han detenido las iniciativas privadas (ONG, empresarios y municipios). Cuando están en relación con las actividades productivas, dichos servicios tienden a proporcionarse en forma de fertilizantes, pesticidas y semillas.

Anteriormente, la producción de papa (solanum tuberosum) atrajo al crédito, pues es el elemento más importante de la dieta de la población andina y es muy comercial, elevando con ayuda técnica los niveles de producción de aproximadamente en un 20% (de 8 a 10 toneladas) incluso en las parcelas de familias campesinas. Sin disminuir la necesidad o importancia de la asistencia financiera a las familias con escasos recursos económicos, también nos interesan los siguientes aspectos:

Primero, la producción campesina se sostiene por el uso de sus propios recursos, por el mantenimiento de varios sistemas agroecológicos y mediante relaciones de intercambio y ayuda mutua que permiten niveles sostenibles de producción. Con la introducción del crédito -generalmente para insumos externos- el conocimiento productivo de los agricultores tiende a colapsar. La producción empieza a basarse en el uso de recursos externos que no necesariamente crean los niveles de producción que proporcionan la ansiada rentabilidad.

Segundo, el uso de insumos externos requiere una lógica además de la utilización de semillas y plantas altamente productivas, 80% del área agrícola está plantada con variedades híbridas. Esto aumenta la producción, pero también reduce la oportunidad de conservar las variedades nativas, ocasionando erosión genética con consecuencias imprevisibles para el futuro.

Tercero, el uso incesante de pesticidas y fertilizantes para mejorar la producción ha degradado el sistema agroecológico. En el Valle de Achamayo existen por lo menos 20 especies de insectos, 5 infecciones fungosas y 10 variedades de plantas que reducen de manera significativa la producción de papa y si a esto añadimos los 200 kg de nitrógeno, 180 kg de fosfatos y 180 kg de potasio por hectárea, entonces podremos observar el nivel de degradación del suelo.

Cuarto, por una hectárea de papa cultivada con ayuda del crédito, se requieren 555 dólares para productos químicos y 115 dólares para el entalegado y transporte, lo que representa 670 dólares de liquidez económica, un recurso escaso entre las familias campesinas. Con una productividad de 12 toneladas por hectárea, podemos asumir 3 toneladas en pérdidas (25%) debido a daños mecánicos, insectos y enfermedades (es decir, 3 toneladas sin valor comercial). Esto nos da como resultado 9 toneladas disponibles de las que 1.8 toneladas (15%) se guardan como semilla para el próximo ciclo, 5 toneladas (42%) se destinan para amortizar el crédito (a un interés del 2% mensual por siete meses y a un precio de la papa de 0.5 dólares por 1 kg, tal como se comprobó en el ciclo agrícola 1994/95) y las 2.2 toneladas restantes (18%) deben cubrir el cultivo y cuidado de la cosecha, los requisitos en relación con el intercambio, la ayuda mutua y la alimentación de la familia.

No es lo que esperaba…
Estos cuatro aspectos plantean preguntas con respecto al hecho de ¿quién paga por el crédito? Finalmente, ¿promueve realmente el desarrollo? En cierta oportunidad una campesina afirmó: «…Conseguí un préstamo para cultivar una yugada (3.3 m2) de papas con el que compré fertilizantes químicos para prevenir enfermedades… la cosecha fue buena, pero el mercado no ayudó. El precio para nuestros productos es bajo. Pienso que tuve suerte porque pagué mi deuda vendiendo la mitad de la cosecha. La otra mitad sólo sirvió para pagar los costos agrícolas, las semillas y los gastos de la familia… …No pienso que obtuve lo que esperaba…» Este testimonio es casi el mismo en 7 de cada 10 familias en Valle Azul que aceptó y pagó las diversas facilidades de crédito durante el ciclo agrícola 1994/95. Si realizamos un análisis superficial de la rentabilidad de las actividades de producción agrícolas podemos afirmar -y con muy poco margen de error- que los programas de crédito todavía están alejados de promocionar el desarrollo de las familias campesinas con escasos recursos económicos y que si logran un nivel de disciplina entre los «beneficiarios» se debe a que estos pagan sus deudas de manera responsable y estoica y esto permite la viabilidad de dichos programas.

Pero algo que se repite de manera peligrosa en las parcelas de aquellos campesinos que aceptan los servicios de crédito y aplican la tecnología que «garantiza» el pago de la deuda, es la degradación lenta e inevitable de sus recursos agroecológicos que se presenta sin avisar. ¿Acaso puede ser que los programas de crédito agrícola sean viables gracias a la degradación del ambiente? ¿Durante cuánto tiempo todo esto será imperceptible? ¿Cuál es entonces la lógica de la autoadministración y la sostenibilidad que guía los programas de desarrollo en el sector rural? ¿Acaso no será cada vez más importante y necesario aprender el conocimiento y la lógica de las prácticas productivas tradicionales que han sido adaptadas a la realidad?

Rubén Gutarra Canchaya
IDEA Perú
Jr. Ricardo Palma 178
Concepción, Perú

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