junio 2023, Volumen 38, Numero 1
Agroecología y derechos de las campesinas y los campesinos

Izabel Green. Cuando la búsqueda de los derechos de las mujeres agricultoras es narrada como testimonio

MARÍA DE LOS ÁNGELES ARIAS GUEVARA, CRISTIANE CORADIN | Página 60-63
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Izabel Green nació en Mafra, Santa Catarina, Brasil, el 4 de julio de 1948. Retrato realizado en la Escola Latinoamericana de Agroecología, 2019. Archivo propio de Isabel Green

Conocimos a Izabel en nuestro andar feminista cuando, como investigadoras, acompañábamos y seguíamos las trayectorias de asociaciones de mujeres agricultoras en el estado de Paraná, en Brasil. Su nombre siempre emergía como referencia significativa de las luchas del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) y, muy especialmente, de las luchas por los derechos de las mujeres a la tierra, a la educación y a la salud, entre otros. Motivadas por la presente convocatoria de LEISA, revista de agroecología, queremos rendir un homenaje a Izabel Green y, a través de ella, a todas las mujeres, hombres y grupos del campo que comparten experiencias de vida similares; es decir, a aquellas personas que asumen la agroecología como modo de producir y reproducir sus vidas, y también como filosofía de vida y resistencia frente a la ampliación de las fronteras del capital, la mercantilización de la naturaleza y los impactos negativos que el uso creciente de agrotóxicos tiene sobre la biodiversidad en su totalidad.

Para visibilizar el papel de la agroecología en la reivindicación de derechos fundamentales –como son el derecho a la tierra, a respirar en un ambiente no contaminado, al agua, a las semillas criollas, a la alimentación saludable, a la salud, y los derechos de las mujeres, niñas y otros actores sociales a vivir sus identidades (incluyendo su orientación sexual) sin ningún tipo de hostigamiento y llevar una vida sin violencia, así como el reconocimiento de los derechos de la naturaleza–, retomamos las entrevistas realizadas a Izabel Green en los años 2018 y 2023.

La narrativa de Izabel es como un caleidoscopio en el que fragmentos de su trayectoria individual se van tejiendo con procesos colectivos en la búsqueda de derechos históricamente secuestrados a las mujeres. Esto enriquece la comprensión de las complejidades que atraviesa la lucha por conquistarlos, así como los aportes que en su búsqueda y concreción hace la agroecología.

Cuando la experiencia vivida es contada en primera persona

Se trata de una historia larga, por lo que voy a resumirla enfatizando las cuestiones de género, que aparecen muy fuertes en mi vida personal. Vengo de una familia muy tradicional, por lo que muy temprano, fui a parar a un convento. Allí participé en un grupo que estudiaba las cuestiones de género en la Biblia, lo que hizo que cuando entré al Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra ya llevara esa experiencia. Las mujeres comenzaban a discutir su participación en las comunidades eclesiales de base y en los sindicatos al darse cuenta de que hacían todos los trabajos, pero no participaban de las decisiones. Esto las llevó a empoderarse. El propio Movimiento Sin Tierra nació bajo esos acontecimientos. Desde su fundación, las mujeres se organizaron y debatieron sobre las cuestiones de género. Esto permitió que aumentara la conciencia sobre sus derechos, sobre la dignidad y la necesidad de su participación. Es por esto que, cuando el Movimiento nace, las mujeres ya estaban organizadas, por lo que nunca se pudo negar su presencia dentro del mismo.

Yo me construí en ese proceso y siempre luché por los derechos de las mujeres. En los años 80 las mujeres crearon el Movimiento de Mujeres Agricultoras con la finalidad de ser reconocidas como sujetas de derechos. En este proceso, se descubren como personas titulares de derechos humanos, reconocen que ellas siempre trabajaron y que no eran reconocidas como trabajadoras rurales. Las denominaciones utilizadas en las estadísticas como “de lar” (de casa) o “de ayudante no remunerada” así lo evidencian.

En 1986, viajamos en caravana hasta Brasilia para discutir sobre nuestros derechos como trabajadoras rurales. El Ministro de Trabajo de ese entonces nos dijo “Esa profesión no existe”. Ante tal respuesta, nos cuestionamos sobre qué íbamos a hacer. No queríamos un documento firmado por nuestros maridos; queríamos el reconocimiento legal a nuestra identidad social como agricultoras. Y ahí fue la cosa más bonita. Nosotras, que ya nos reconocíamos como agricultoras, comenzamos a luchar dentro de los sindicatos municipales hasta conquistar la condición de trabajadoras rurales.

A partir de ese reconocimiento que fue parte de nuestro derecho a la identidad, las mujeres rurales conquistamos otros, como el derecho a la maternidad; el derecho al auxilio por accidentes como trabajadoras, también para los y las jóvenes; el derecho a la jubilación; el derecho a tener documentos personales; y el derecho a que nuestros nombres constasen como representantes principales en la documentación de propiedad de la tierra. Fueron conquistas que nos reconocían como titulares de derechos.

¿Cómo el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra va haciendo suya la cuestión de género? ¿Cómo se va capilarizando? ¿Qué fue posible a través de los colectivos de mujeres?

La organización de las mujeres dentro del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra se ha ido fortaleciendo desde el inicio. Los primeros estudios que hicimos intentaron comprender la historia de la sociedad a partir de las mujeres. Construíamos cartillas, textos que iban para el diario central del Movimiento. En todos los espacios, las mujeres se reunían, leían, discutían y entendían que ellas siempre participaron y que, aunque invisibles, siempre estuvieron presentes en la historia.

A finales de los años 90 tuvimos muchos estudios de género y es ahí que, según mi opinión, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra avanza y da un salto cualitativo. En todos los cursos de formación considerábamos la necesidad de discutir y hacer llegar este debate, pero para ello era fundamental mantener los colectivos de mujeres. Era importante que las mujeres se reunieran, discutieran y estudiaran. Esto provocó algunos problemas. Así, cuando el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (INCRA), en la gestión de 2012-2014, aceptó e incorporó aspectos de género en los documentos de propiedad de la tierra, reclamamos que apareciera el nombre de la mujer en primer lugar y luego el del hombre. Esto produjo enfrentamientos en las áreas de asentamiento porque los hombres se dieron cuenta de lo que significaba que la mujer fuera la primera en aparecer en los documentos de propiedad de la tierra. Con ello se reconocía su derecho a aparecer en la titularidad de la tierra. Estas contradicciones estuvieron también presentes en la toma de decisiones sobre la producción agroecológica ya que, en sus inicios, la mayoría de los hombres en los asentamientos apostaban por la producción de monocultivos, mientras que las mujeres, desde siempre, practicaron agroecología en la agricultura de traspatio.

Cuando hacemos agroecología nos redescubrimos como humanas/os y descubrimos nuestros derechos

En Brasil, el debate sobre la agroecología vino despacito, cerca de la década de 1970, por medio del movimiento ambientalista, organizaciones campesinas y no gubernamentales. Desde los años 90, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra se aproximó a esta discusión con grupos que buscaban producir sin agrotóxicos y exploraban otras formas de producir y vivir; pero fue solamente en el año 2000, durante su cuarto congreso, que se asumió oficialmente la bandera de la agroecología y se estimularon experiencias de esta naturaleza por todos los territorios de la reforma agraria. Actualmente, la agroecología es el centro de su estrategia productiva y de desarrollo rural.

En el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra es posible distinguir tres momentos en el camino hacia la producción agroecológica. En primer lugar, para hacer un resumen rápido, necesitábamos tierra para garantizar alimento y trabajo; es decir, el derecho de tener tierra para trabajar. “Tierra para quien la trabaja”, ese era nuestro lema. En aquel momento entendíamos que tener tierra para producir comida era suficiente porque las familias en el campo pasaban hambre. En un segundo momento, entendimos que necesitábamos producir para comer y obtener ingresos, destinados a construir nuestras casas y comprar los bienes que necesitábamos. Teníamos que organizarnos para producir y comercializar. Para ello, visitamos experiencias colectivas de producción agrícola en otros países. De ahí surgieron las asociaciones, los grupos productivos y, más tarde, las cooperativas de producción y comercialización

Aprendimos a comercializar y eso implicaba el reclamo por políticas públicas que sólo podía garantizar el poder público. En el marco de las políticas públicas existentes, necesitábamos que el Movimiento fuera reconocido como fuerza productiva en su implementación. Para entonces, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra entraba en los procesos de la producción a gran escala en monocultivos.

Pero, ¿qué aprendimos hasta este momento del proceso?

Aprendimos que mientras en los asentamientos se producían monocultivos, quienes fomentaban, producían y defendían la vida desde sus huertas eran las mujeres. Esa posición marcó al Movimiento desde sus inicios en lo cotidiano de las mujeres. Eran ellas quienes producían y creaban de manera diferente. Todo eso viene con el proceso de educación y formación, donde la escuela tiene un papel fundamental en el cambio cultural, porque hablar de agroecología es hablar de transformación cultural en el modo de producir y de vivir, en las relaciones sociales y de género, y las mujeres son las protagonistas principales de las experiencias agroecológicas. Esto se debe a su organización desde la perspectiva de igualdad de género y a su formación técnica y sociopolítica en la lucha por la tierra.

La agroecología, para mí, es producto y productora de las mujeres campesinas. Ellas son las más fragilizadas por el uso de los agrotóxicos. Las mujeres no usan agroquímicos en sus huertas, pero lavan la ropa contaminada de los maridos que los aplican y respiran los tóxicos que se transportan por el aire. Cuando percibimos eso, nos dimos cuenta de que la agroecología es una forma fundamental de vivir para las mujeres porque la salud viene del alimento que consumimos y de la forma en que vivimos.

Este redescubrir y resignificar la agroecología como forma de vida, de cuidado y atención a toda la diversidad, incluida también la humana, inicia un tercer momento en el complejo camino para su afirmación que trataré de explicitar. Actualmente, contribuyo en el sector de salud del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra, donde discutimos que tener salud es tener calidad de vida y que nuestra preocupación es lo que la gente come y respira. Por ello, la agroecología es más que producir alimentos, es también el cuidado del medio ambiente.

En el Asentamiento Contestado de La Lapa (Paraná), donde tenemos la Escuela Latinoamericana de Agroecología, percibimos que la agroforestería cambia las parcelas y las familias, y eso nos ayuda a repensar muchas cosas. Por ejemplo, cambian las formas en las que nos relacionamos con nuestro cuerpo, con la sexualidad, con la comunidad, con la sociedad y con la naturaleza. Y ello es resultado de esa transformación en las formas de reproducir la vida y de cuidar la tierra que la práctica de la agroecología nos posibilita. Si no cuidamos a la Madre Tierra, tampoco las relaciones entre nosotros/as son de cuidado. La esencia del ser humano es de cuidado, y esas relaciones son generadoras de salud y son parte de la agroecología como forma de vida. También crea en nosotras la necesidad de reivindicar nuestros derechos y de construir una cuidadanía cada vez más fuerte porque el patriarcado nos destruyó tanto que no nos damos cuenta de cómo lo sostenemos.

Durante la pandemia del COVID-19, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra mostró que podíamos cuidarnos y ese fue un importante mensaje. “Vamos a cuidar de nuestro pueblo” fue el llamado, y para materializarlo se realizaron donativos de miles de toneladas de alimentos agroecológicos a comunidades afectadas por la pandemia en todo el país. La pandemia nos hizo pensar más sobre el cuidado; por ello, discutimos mucho sobre agroecología, sobre la solidaridad, sobre la salud y las plantas medicinales. En este proceso descubrimos el derecho de las comunidades a cuidarse y ser cuidadas, así como el derecho a la salud. Creo que, a partir de ese momento, hemos avanzado en la discusión sobre la relación de la salud y la agroecología.

La agroecología es esa otra forma de vivir en el campo y ello está junto con la lucha contra la violencia. El patriarcado está ahí y no quiere entregar su bastón, el poder del “macho” es un poder violento. Con la agroecología estamos percibiendo cambios en todos los niveles, comenzamos a vivir y a relacionarnos de manera diferente al sentir respeto por las otras personas. La agroecología exige una planificación conjunta del trabajo de la familia y no la figura de un patriarca que decida cómo va a ser la producción. Esa producción conversada en familia responde a los derechos de las mujeres, ya que tanto ellas como sus hijos e hijas se sitúan en condición de igualdad en el debate de cómo va a producirse en el predio.

Cuando hacemos agroecología nos redescubrimos como seres humanos, vamos descubriendo los derechos que tenemos y también el derecho de otros seres vivos que están a nuestro alrededor. La agroecología nos da lecciones de diversidad. Un ejemplo es la araucaria (Araucaria angustifolia), que no consigue crecer si no tiene otros árboles a su alrededor. La agroforestería nos muestra esa diversidad. Nosotras/os somos diversidad y solo vamos a crecer si esa diversidad humana puede también crecer. Esto nos lleva a otra cuestión: la construcción de un proceso de discusión y organización de las comunidades de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, queer, intersexuales, asexuales y pansexuales, entre otras (LGBTQIAP+).

Percibo que el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra ha dado un salto profundo en la comprensión de la sexualidad y, a pesar de las dificultades, las/os compañeras/os LGBTQIAP+ se levantaron y se organizaron. Yo les digo, “Ustedes se tienen que levantar, porque ustedes están ayudando al Movimiento y a todos nosotros a reposicionarnos como seres humanos, a no discriminar a nadie más”. Ese debate permea todo el Movimiento, inclusive la dirección nacional. Tenemos muchas dificultades porque cuando traes las cuestiones LGBTQIAP+, las reacciones machistas surgen con más violencia. Continuamos discutiendo cómo el capital se apropia de nuestro cuerpo, impone normas. La heterosexualidad es una necesidad del capital, el machismo es una necesidad del capital, y entender esto permite dar un salto cualitativo.

Si no tuviéramos estas experiencias concretas que nos muestran esos nuevos procesos que se dan de manera simultánea a la afirmación del derecho de las mujeres del campo a la tierra, a vivir una vida sin violencias, a la participación en condiciones de equidad en los asentamientos rurales, etc., no sería posible tener mañana una colectividad que comprenda cómo nos relacionamos y cómo hacemos que los derechos se conviertan en actos efectivos. Solo tendremos derechos en el campo si vamos avanzando en esos procesos de transformación en las formas de reproducir la vida. La agroecología es una de las formas de construir relaciones no violentas. Violencia que viene, en primer lugar, del no reconocimiento de la diversidad, del no reconocimiento de la diferencia. La diferencia tiene que ser respetada. Entonces yo creo que la agroecología puede ayudarnos mucho a entender la vida y a garantizar nuestros derechos. Ahí veo que está el papel de la agroecología.

Soy una mujer que vive cada día, que mira siempre al frente. Siempre busqué conocimientos. Yo descubrí que tenemos derechos a la educación y gracias a que salí a estudiar, descubrí a los Sin Tierra y entré en su lucha. Dentro del Movimiento luché, en primer lugar, por los derechos de las mujeres, y después por los derechos a la educación y a la salud.

María de los Ángeles Guevara
Profesora visitante de la Universidad Federal de Lavras-MG, Brasil. Doctora en Ciencias Filosóficas y maestra en Sociología por la Universidad de La Habana. Especialista en Epistemologías del Sur por la CLACSO, Argentina
Cristiane Coradin
Docente de la Universidad Estadual Paulista Julio Mesquita Flilho-UNESP y en la Facultad de Ciencias Agrarias del Valle de la Rivera. Doctora en Medio Ambiente y Desarrollo por la UFPR, maestra en Extensión Rural, investigadora y activista social

Referencias

  • Domingues do Amaral Raquel. (2018). Sabem do que são feitos os direitos, meus jovens? Ministerio Público do Estado do Paraná, Brasil. https://www.jota.info/wp-content/uploads/2018/04/sabem-do-que-sa%CC%83o-feitos-osdireitos-1.pdf

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