En el Ecuador, la hacienda serrana, que continúo durante el inicio de la República, comenzó a colapsar a mediados de los años 60, con la aplicación de las sucesivas leyes de Reforma Agraria (1964, 1973 y 1979). Este proceso desvinculó a la economía terrateniente de la economía campesina, relegando a los campesinos a las peores tierras y transformándolos en semiproletarios en las zonas urbanas.
En cierto modo, la estructura agrícola de la hacienda mantuvo la cosmovisión andina al perpetuar en su organización un sistema de acceso a los recursos naturales con base en los diferentes pisos ecológicos, que databa de antes de la llegada de los conquistadores (Zamosc, 1990). Los campesinos en sus huasipungos (lotes pequeños de tierra que entregaban los hacendados a los campesinos que trabajaban en la hacienda en condición de servidumbre) favorecían la agrobiodiversidad en la chacra como fuente de sustento para toda la familia. Esto significa que en la hacienda, a pesar del predominio de las relaciones de servidumbre y dependencia brutalmente asimétricas, existían mecanismos mediante los cuales los campesinos conseguían manejar ciertos recursos de la hacienda. Uno de ellos era el camari (Guerrero, 2000: 361) que tenía para los campesinos un significado de pacto ritual con el patrón y mediante el cual se aseguraba el acceso a determinados recursos de la hacienda, como madera, pastos para el ganado, agua. También durante el carnaval se producía una cierta nivelación de fuerzas entre el hacendado y los indígenas (Guerrero, 2000: 209-211).
La liberación de la mano de obra cautiva en la hacienda favoreció la emergencia de una agricultura de subsistencia en la que se ha mantenido cierto nivel de agrobiodiversidad. Además actúa a modo de resguardo frente a la inseguridad laboral, dada la gran fragilidad económica en que viven los agricultores, que dependen de mercados urbanos distantes para vender tanto los alimentos que producen como su mano de obra.
Dieta y agrobiodiversidad
En los ecosistemas agrícolas de las comunidades nativas se mantiene una gran variedad de cultivos tradicionales, especialmente de raíces y tubérculos andinos (RTA). Sin embargo, los procesos históricos señalados más arriba han afectado a la agrobiodiversidad y a la alimentación de las poblaciones serranas. La ruptura entre la economía campesina y la hacienda ha agudizado la presión sobre la economía campesina, favoreciendo la infiltración de prácticas alimenticias propias de los sectores urbanos depauperados (Guerrero, 2000: 204-206).
La desintegración progresiva de la hacienda permitió que los campesinos accediesen a pedacitos de tierra donde pueden sembrar. Sin embargo, la paulatina integración de los campesinos al mercado ha hecho que se vean obligados a experimentar un desarrollo exógeno al tener que establecer relaciones con los espacios urbanos. Esto se manifiesta en ciertos cambios en la agrobiodiversidad, especialmente con la introducción de variedades de papas mejoradas y de otros tubérculos andinos, principalmente mellocos y ocas como respuesta y adaptación a ciertos patrones productivos y a la demanda de los mercados. También se aprecia la desaparición progresiva de ciertas variedades nativas de papas. En las fincas se aprecia un aumento en el número de especies cultivadas, pero ocurre lo contrario con las variedades nativas de RTA (Chamorro, 2010).
Por otro lado, cabe destacar que el efecto de la migración no tiene porque ser totalmente negativo pues permite el acceso a más recursos: si hay miembros de la familia que permanecen en las comunidades mientras otros migran, es posible diversificar la chacra (Chamorro, 2010).
Cultivos autóctonos como la quinua (Chenopodium quinoa) y las RTA están presentes en las chacras campesinas, lo que permite la conservación in situ de numerosas variedades que han sobrevivido gracias al cariño que ponen los campesinos, erigidos en guardianes de la memoria histórica de sus pueblos.
Aunque la reforma agraria tuvo un impacto marginal sobre la distribución de la tierra en la sierra dado que su redistribución se redujo a la liquidación del huasipungo, significó un cambio en el estatus de las familias involucradas al desvincular la economía campesina de la hacienda (Zamosc, 1990: 141-142). La eliminación de las relaciones precapitalistas de producción colocó a la mayoría de los campesinos serranos en una situación difícil para su reproducción como grupo social, forzándolos a vincularse con el mercado de trabajo asalariado para poder aumentar sus ingresos y completar su escasa producción para autoconsumo.
Por otro lado, la migración progresiva a espacios urbanos –los campesinos indígenas viven ahora a caballo entre el campo y la ciudad– ha significado la llegada de prácticas culturales urbanas a las comunidades rurales. Los campesinos están expuestos a alimentos procesados con bajo valor nutritivo y alto contenido en carbohidratos de baja calidad y azúcares (Chamorro, 2010). Además, el hecho de que se haya favorecido el desarrollo de una poderosa agroindustria exportadora que ha centrado su crecimiento en unos pocos productos agrícolas –flores, brócoli, camarones, banano– ha desplazado a la producción local de alimentos para el mercado interno, relegada ahora a los suelos de peor calidad (Zamosc, 1990: 132).
En relación a la alimentación, cabe recordar que los cambios y las adaptaciones constantes son parte de la naturaleza intrínseca de la formas de vida campesina. Se adapta aquello que conviene, reinventando la cultura urbana mestiza y adaptándola a un contexto rural, donde esta adquiere un nuevo significado y simbolismo más propio de la cosmovisión andina (Guerrero, 2000: 206). Por tanto, aunque no es reciente la introducción en la dieta de alimentos procesados como el arroz y las bebidas gaseosas –su presencia se ha documentado desde mediados de los años 70– su consolidación en la dieta campesina es cada vez más importante (Chamorro, 2010).
Sin embargo, en comparación con la dieta actual, es posible encontrar en la chacra y en la dieta de los habitantes de las comunidades (Chamorro, 2010) alimentos considerados como tradicionales en la época anterior a la reforma (Torre, 1989). Los cambios en las formas de vida de las comunidades han favorecido que nuevos alimentos se consoliden en la dieta campesina. En la actualidad la mayor parte de los habitantes de las comunidades indígenas no viven realmente de lo que les da la tierra sino que precisan salir para conseguir los ingresos suficientes con los que poder pagar sus gastos. Esto ha facilitado la asimilación de los patrones alimenticios de las clases urbanas depauperadas, por lo que los alimentos procesados conviven con los tradicionales en la dieta diaria. La introducción de nuevos patrones alimenticios indica que la migración temporal, incentivada tras la reforma, ha favorecido en las comunidades el aumento de alimentos que hace más de cincuenta años eran exóticos. La alimentación actual es el resultado de un proceso de hibridación entre la alimentación considerada como indígena antes de la Reforma Agraria y los alimentos procesados (arroces, fideos, comida en lata, gaseosas).
Reflexión
Para mantener y mejorar los niveles de agrobiodiversidad sería preciso promover, con apoyo institucional, intercambios de variedades de RTA entre las diferentes comunidades de la sierra ecuatoriana. De este modo sería posible fortalecer la presencia de variedades nativas y asegurar la conservación in situ, así como recuperar las variedades perdidas y restablecer los niveles de agrobiodiversidad, especialmente en aquellas comunidades que han experimentado una mayor erosión genética. Dado que son centros de domesticación originaria de estos tubérculos, se hace imprescindible favorecer su presencia.
En este sentido es importante señalar el proyecto de las Canastas Comunitarias, desarrolladas en Riobamba por la Fundación Utopía, y que han sido replicadas por otras organizaciones e incluso por instituciones estatales en todo el país. Este proyecto surgió de la iniciativa de los habitantes de un barrio popular de Riobamba en 2000, a partir del establecimiento de redes comerciales con los agricultores, sin intermediarios, con el objetivo de acceder a alimentos de calidad a un precio justo para ambas partes. El agricultor se asegura que sus cultivos sean pagados a un precio justo, independientemente de las variaciones experimentadas por los precios en el mercado de valores, y el consumidor se compromete a pagarlo.
Además, las canastas tratan de promover entre los agricultores el cultivo ecológico, por lo que esta sinergia, surgida de una mayor conciencia medioambiental, ha alentado la promoción de prácticas de cultivo más saludables y una mayor cohesión social, en el sentido de que han permitido el establecimiento de relaciones socioeconómicas más equitativas entre el campo y la ciudad. Por ello mismo, favorecen un equilibrio en los tres niveles de la sostenibilidad: social, medioambiental y económico.
Sin embargo, es preciso considerar cómo opera la interrelación entre estos aspectos a un nivel mayor para que la promoción de políticas públicas orientadas a solucionar la crisis crónica que vive el sector agrario nacional tenga un efecto tangible en el contexto de intensos cambios que las comunidades experimentan desde la desintegración de la hacienda serrana y su progresiva incorporación –aunque sea desde una situación periférica y subalterna– al modelo de capitalismo agrario incentivado con el despegue de la modernización desde la segunda mitad del siglo XX.
En lo social se observa que se está instaurando un cambio simbólico en la manera de entender las relaciones socioeconómicas en las comunidades. Si antes existía la necesidad de mantener ciertas relaciones sociales que permitiesen el fortalecimiento y reproducción del grupo, ahora se están infiltrando valores materialistas e individualistas propios de las sociedades urbanas. Por ello es preciso intervenir para favorecer los valores comunitarios y revalorizar las culturas locales, así como potenciar las redes de intercambio entre los diferentes pisos ecológicos mediante el desarrollo de programas que consideren tanto la importancia de los recursos naturales nativos como el rol que desempeñan en la cultura andina. Por otro lado, se debería fomentar el uso de alimentos nativos en la dieta de las comunidades y de la sociedad en su conjunto.
En cuanto a los ecosistemas, para reducir la erosión de los suelos y favoreces su recuperación, sería preciso promover la reforestación con variedades de árboles nativos, e integrarlos en el ecosistema agrícola. Los árboles deberían desempeñar un papel más importante en la chacra, favoreciendo un manejo más holístico del medio, que permita mantener y enriquecer las condiciones del suelo, aumentar las reservas de agua y, al mismo tiempo, servir como barrera natural frente a las heladas al crear un refugio para los cultivos que precisan estar más protegidos.
Antonio Chamorro Cristóbal
Doctor en Historia de los Andes, FLACSO. Máster en Agricultura Orgánica, Universidad de Wageningen.
dagadagadum@gmail.com
Referencias
- Chamorro, Antonio (2010). Dieta y agrobiodiversidad durante la modernización de las chakras de la Sierra Central ecuatoriana. Tesis de Maestría. Países Bajos: Universidad de Wageningen.
- Guerrero, Andrés (2000). Etnicidades. Quito: FLACSO.
- Torre, Patricia de la (1989). Patrones y conciertos: una hacienda serrana, 1905-1929. Quito: Corporación Editora Nacional Abya-Yala.
- Troll, Carl (1958). Las culturas superiores andinas y el medio geográfico. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
- Zamosc, L. (1990). Luchas campesinas y reforma agraria: la sierra ecuatoriana y la costa atlántica colombiana en perspectiva comparativa. Revista Mexicana de Sociología, Vol. 52, No. 2, abril-junio de 1990, pp. 125-180. Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México. www.jstor.org/stable/3540726