junio 2015, Volumen 31, Número 2
Agricultores y consumidores comparten intereses

La agricultura familiar campesina llega a la ciudad. Valor del conocimiento local de las comunidades indígenas de la Araucanía chilena

CARLA MARCHANT SANTIAGO | Página 16-17
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Hoy en día existe en el mundo un mayor consenso sobre el importante rol que la pequeña agricultura campesina posee como fuente de producción de alimentos y como mecanismo justo para alcanzar la seguridad alimentaria de una gran parte de la población, especialmente de aquellas familias de menores recursos económicos.

En América Latina la agricultura familiar genera entre el 30 y 40% del PIB agrícola y representa más de 60% del empleo rural, lo que significa que casi 100 millones de personas dependen de ella. Sin embargo, esta cifra se incrementa si se considera a los habitantes urbanos que consumen los productos provenientes de la agricultura familiar. Asimismo, a su importancia como fuente de alimentos sanos y de alta calidad, se añade su función desde la perspectiva cultural, dada la fuerte carga simbólica que una actividad como la agricultura posee, al ser referente de los modos de vida y tradiciones de las comunidades campesinas e indígenas.En el sur de Chile, la Araucanía andina es reconocida como parte del territorio ancestral o Walmapu, del pueblo mapuche, principal grupo indígena del país. En la cosmovisión de las comunidades mapuches, la tierra y la naturaleza poseen un carácter sagrado; la tierra no es vista solo como un recurso económico sino que es uno de los pilares de la vida, núcleo de la cultura y origen de la identidad étnica. Por ello, en el centro de la agricultura familiar mapuche, la gestión sostenible de los recursos naturales y la revalorización de los conocimientos ancestrales son fundamentales.

La araucaria o pewen, fuente principal de la alimentación del pueblo mapuche. Autora

En la zona cordillerana de la Araucanía existen importantes recursos biológicos endémicos que han sido fuente principal de la agricultura familiar, tales como el árbol conífero araucaria o pewen (Araucaria araucana), del cual desde épocas ancestrales se ha recolectado su fruto, el piñón, para su consumo directo o para la elaboración de harina y otros productos. A ello se añaden otros frutos del bosque, como el maqui (Aristotelia chilensis) y hongos silvestres tales como el digüeñe (Cyttaria espinosae) y el changle (Ramaria flava), los cuales, junto al cultivo de cereales como el trigo, constituyen parte importante de la dieta y forman parte del acervo cultural de estas comunidades.

En la actualidad, estos productos y el conocimiento ecológico local asociado a su forma de producción, como también a los modos de vida de las familias que desarrollan estas actividades, han ganado importancia y visibilidad más allá de las fronteras regionales, concitando el interés de grupos específicos de consumidores en las principales urbes chilenas. Destacan entre ellos grupos de personas jóvenes entre 18 y 41 años, pertenecientes a clases medias y medias altas, por lo general consumidores educados, informados y comprometidos con la sostenibilidad ecológica (Fernández y otros, 2013), a quienes se puede atribuir el desarrollo de una racionalidad ambiental (Leff, 2000), que a su vez es crítica de las actuales formas de producción y comercialización que la globalización agroalimentaria neoliberal promueve. Asimismo, estos grupos y movimientos están en la búsqueda de formas de vida que apunten a un desarrollo ambientalmente más amigable y sostenible, revalorizando los conocimientos locales de los productores. Este tipo de grupos son parte de una nueva forma de articulación entre agroecología y ciudadanía medioambiental, la cual se ha organizado principalmente en torno al consumo a través de la ética ambiental y el derecho a “comer bien” (Cid, 2011).

Lo anterior es posible gracias al auge que en las ciudades han tenido no sólo los locales de venta de productos agroecológicos u orgánicos, tales como emporios o ecotiendas, sino también restaurantes que han apostado a ser parte del movimiento internacional Slow Food (comida lenta) que promueve la difusión y salvaguarda de las tradiciones gastronómicas regionales fomentando sus prácticas de producción y sus productos. A ello se añade el desarrollo de actividades de difusión masiva como las ferias campesinas, los mercados ecológicos urbanos y los festivales gastronómicos de carácter internacional como, por ejemplo, la feria ÑAM que se desarrolla en Santiago de Chile desde hace cinco años y que cuenta con apoyo estatal a través del Ministerio de Agricultura y el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP).
A estas actividades se añade la revitalización de formas de asociación tales como las cooperativas de producción y consumo responsable, que han permitido revalorizar, en los contextos urbanos, la importancia del trabajo de los campesinos y otros pobladores del mundo rural. En este ámbito, en Chile destaca el trabajo realizado por la Unión Nacional de la Agricultura Familiar (UNAF), organización que busca la difusión del trabajo asociativo entre distintas organizaciones campesinas y cooperativas para apoyar a la agricultura familiar en su desarrollo productivo y abrir nuevas vías de comercialización de los productos, por ejemplo a través del desarrollo de catálogos de productos para su difusión en internet.

Un ejemplo de organización asociada a la UNAF que ha desarrollado un exitoso trabajo de vinculación entre el mundo campesino mapuche, proveniente de la Araucanía andina y los mercados urbanos es la Sociedad de Gastronomía y Cultivos Rayen Kimey Ltda. perteneciente a la comunidad indígena Francisco Cumiquir, en la comuna de Curarrehue, la cual fue formalizada en 2002 como una alternativa de generación de ingresos para el grupo familiar. La sociedad dirigida por Edith Cumiquir y sus cinco socias produce de manera agroecológica en pequeños huertos distintas hortalizas y hierbas medicinales; además posee frutales y aves para la producción de huevos. Las socias son también recolectoras de semillas y frutos del bosque nativo, a los cuales se añade valor a través del procesamiento, como son los hongos en conserva y las mermeladas. Estos productos se comercializan en su restaurante de comida típica, donde la mayoría de las materias primas son producidas por las socias. Aquí, además de la gastronomía tradicional, comparten con visitantes nacionales y extranjeros sus conocimientos ancestrales sobre la cosmovisión mapuche, lo cual es fundamental para ellas. Por otro lado, la sociedad ha encontrado una vitrina importante para la difusión de sus productos en los mercados y ferias urbanas en la capital. Al respecto Edith Cumiquir nos relata sobre la experiencia en la feria internacional ÑAM: “Participamos en el mercado ÑAM el 2014, llevamos nuestros productos de conservas de frutos del bosque y superamos nuestras expectativas porque vendimos todo”. Para la versión 2015, la sociedad estará nuevamente presente. Si bien Edith considera esta una experiencia positiva y destaca la importancia de asociarse para poder alcanzar un rango de visibilidad que trascienda lo local y llegue a un mercado mayor como es Santiago, recalca la necesidad de contar con mayor financiamiento para producir de manera constante y asegurar un stock y el crecimiento del restaurante.

Reflexiones finales

Para llegar a mercados urbanos y alcanzar un nicho de consumidores que estén dispuestos a pagar un precio justo por los productos, la agricultura familiar campesina requiere, en primera instancia, de un alto grado de interacción entre distintos actores territoriales, tanto públicos como privados, que actúen como facilitadores y vinculen de mejor manera ambos mundos. Las iniciativas como la desarrollada por la Sociedad Rayen Quimey requieren tanto de apoyo de programas estatales, por ejemplo los de emprendimiento del Servicio de Cooperación Técnica (SERCOTEC), como de espacios de difusión que permitan el desarrollo de redes y nuevas oportunidades de negocio. Instancias como las ferias y festivales gastronómicos en las ciudades, donde se produzcan relaciones de intercambio de productos y conocimientos basados en precios justos, en el reconocimiento recíproco del valor del trabajo de los pequeños productores y en el rol de los consumidores como agentes de difusión del valor de estos alimentos y productos en los circuitos urbanos, son fundamentales para consolidar el lazo entre campo y ciudad.

Carla Marchant Santiago
Instituto de Ciencias Ambientales y Evolutivas, Universidad Austral de Chile
carla.marchant@uach.cl

La autora agradece el apoyo de CONICYT a través del financiamiento del proyecto FONDECYT No. 11140493 para el desarrollo de este trabajo.

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