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Un estudio reciente publicado en la revista Nature encontró que los sistemas orgánicos, en promedio, rinden un 25% menos que los sistemas convencionales con uso de agroquímicos, aunque esto es muy variable y depende de un contexto específico (Seufert, Ramankutty y Foley, 2012).

 

Con base en la sabiduría convencional, los autores abogan por una combinación de agricultura convencional y ecológica para cumplir con “el doble desafío de alimentar a una población en crecimiento, que demanda el aumento de carne y de dietas ricas en calorías y, al mismo tiempo, la reducción al mínimo de los impactos ambientales y globales”. Lamentablemente, ni el estudio ni la sabiduría convencionales se refieren a la verdadera causa del hambre.

Las causas del hambre son la pobreza y la desigualdad, no la escasez. Desde hace dos décadas, la tasa de producción mundial de alimentos ha aumentado más rápidamente que la tasa de crecimiento demográfico mundial. De acuerdo con la FAO, el mundo produce más de 1,5 veces los alimentos suficientes para alimentar a todo el planeta; suficiente para alimentar a 10.000 millones de personas, la población mundial proyectada para 2050. Sin embargo, las personas que ganan menos de dos dólares estadounidenses diarios, la mayoría de las cuales son agricultores de escasos recursos que cultivan pequeñas parcelas inviables, no cuenta con recursos para comprar estos alimentos. El llamado para duplicar la actual producción de alimentos en 2050 solo se justificaría si continuamos priorizando el crecimiento del número de cabezas de ganado y de automóviles, por encima de las personas que enfrentan el hambre.

Al desglosar los datos del estudio publicado en Nature, encontramos que para muchos cultivos y en diversos contextos, la brecha en rendimiento es mínima. Los nuevos avances en el mejoramiento de semillas para sistemas orgánicos y la transición de sistemas comerciales de agricultura orgánica hacia sistemas de finca diversificada que rinden más que los monocultivos, cierran aún más esta brecha. El Instituto Rodale realizó un estudio durante 30 años que compara la agricultura química convencional con métodos orgánicos, encontrando que los rendimientos orgánicos igualan a los convencionales en años buenos y los superan en condiciones de sequía y de inestabilidad ambiental. Esta consideración es crítica, dado que el cambio climático conduce cada vez más a condiciones climatológicas extremas.

¿Puede la agricultura convencional crecer lo suficiente para 10 mil millones de personas en 2050? Tal vez, pero eso no significa que pueda alimentarlas. Para acabar con el hambre hay que acabar con la pobreza y la desigualdad. En este sentido, el mal desempeño de la agricultura convencional es abismal. Para acabar con el hambre necesitamos enfoques agroecológicos así como reformas estructurales capaces de asegurar a los agricultores pobres el acceso a la tierra y a los recursos necesarios para alcanzar modos de vida sostenibles.

Eric Holt-Giménez
Director de Food First / Instituto de Políticas Alimentarias y de Desarrollo
Correo-e: eholtgim@foodfirst.org

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