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El agua es vida, pero es un recurso escaso que está distribuido desigualmente. Solamente el 3% del agua en el planeta Tierra es dulce: 2% en estado de hielo y 1% en estado líquido. El crecimiento poblacional y de las actividades económicas demandan cada vez más agua de buena calidad, pero su disponibilidad se ve amenazada –y reducida– por múltiples fuentes de contaminación. A esto se agregan los efectos de la variabilidad climática y el cambio climático, los cuales inciden de manera notable en los ciclos hidrológicos, en la distribución territorial, en la distribución temporal y, por ende, en el acceso oportuno al recurso. En muchos lugares del mundo la competencia por el agua se ha convertido en un problema eminente, ya sea entre usuarios, entre sectores de uso, entre territorios locales o entre países.

La agricultura –fuente de nuestra alimentación– es el principal consumidor de agua dulce captada por el ser humano: mundialmente, el 70% del agua dulce es utilizada para fines de riego en extensas áreas de cultivo. Los agricultores no pueden existir y aún menos producir, si no cuentan con una fuente segura de agua. Sin embargo, muchos de ellos tienen que compartir –y competir por– el escaso recurso hídrico, en un contexto de cada vez mayor crecimiento demográfico, urbanización, industrialización y explotación de recursos naturales; y, a la vez, defenderse ante otros factores que generan vulnerabilidad e inseguridad hídrica, como la deforestación, la afectación de fuentes y áreas de captación y el cambio climático.Para millones de agricultores que no tienen suficiente acceso al riego, la distribución desigual del agua significa rendimientos muy bajos en sus cultivos y, por lo tanto, menos ingresos y merma en su calidad de vida. ¿Cómo se están preparando los agricultores de pequeña escala o campesinos y las instituciones que los apoyan para hacer frente a esta situación? ¿Se puede ser más eficiente? Estas son algunas de las preguntas que planteamos a los autores y entrevistados que colaboraron con la presente edición LEISA 26-3.

El agua cumple funciones ambientales, sociales, culturales, productivas, económicas y, por qué no decirlo, políticas y de poder. En este número de LEISA se abordarán sobre todo aspectos relacionados con las funciones ecosistémicas del agua, así como los efectos positivos que tiene un buen manejo de esta sobre la biodiversidad, para la producción agrícola y para la sociedad en general. La preservación y el robustecimiento de los ecosistemas redunda en la presencia y disponibilidad de reservas de agua, superficialmente y en el suelo. Esto a su vez constituye una de las condiciones primordiales para mantener o inclusive incrementar la biodiversidad, benéfica para los ecosistemas. Se trata entonces de un círculo virtuoso de mucha importancia para la seguridad hídrica, no solamente de cara a la naturaleza, sino para los productores agrarios y otros sectores de uso. Definitivamente, el ser humano y la sociedad tienen en sus manos las opciones de potenciar o destrozar este círculo virtuoso, cuyo elemento articulador es el agua.

En lo técnico existe un amplio margen para mejorar las prácticas de manejo del agua en la superficie del terreno, en el suelo y con respecto a los acuíferos. Estas prácticas deben de estimularse en distintas escalas territoriales, en sus distintos grados de complejidad: al nivel individual del agricultor, al nivel de un sistema de riego, al nivel de una (micro) cuenca hidrográfica. El artículo introductorio aportado por Coen Reijntjes nos presenta un panorama global al respecto de las opciones técnicas en el manejo de sistemas de agua, a la vez de dejarnos un interrogante clave: ¿hasta qué punto estas opciones tecnológicas de manejo están al alcance de los pequeños agricultores, bajo consideraciones de equidad y sostenibilidad?

Una buena gestión del agua, tanto de la oferta en las fuentes y cauces como en el ordenamiento de la demanda por parte de los usuarios, requiere de una visión territorial y, más aún, una acertada gestión territorial. Por ejemplo, la protección de fuentes en áreas de cabecera de una (micro) cuenca no se alcanza con medidas puntuales al nivel individual, sino con el involucramiento de todos los actores que habitan en la zona. Esta perspectiva territorial de manejo no es posible alcanzarla si los distintos ocupantes y usuarios del territorio no desarrollan mecanismos colectivos de manejo. Que esto no solamente se logra por el imperio de la ley, sino que una acertada dinámica de organización social constituye una condición básica para un manejo territorial coherente y por ende exitoso, es lo que demuestran la colaboración de Cornelis Prins y Néstor Castellón en una experiencia en Nicaragua, así como el artículo de Eduardo Magalhães Ribeiro, Flávia Maria Galizoni, Alini Bicalho Noronha, Ricardo Pereira Reis y Rafael Eduardo Chiodi al contarnos sobre la historia de degradación de una gerais en Brasil y el esfuerzo colectivo de recuperación ecosistémica y agroproductiva en dicha zona.

El aporte de Lucas Teixeira, igualmente respecto a una experiencia en Brasil, muestra que la agricultura agroecológica, aplicada a escala y en acuerdo entre múltiples productores, puede constituirse como una buena estrategia para la recuperación y conservación del agua, tanto en la chacra como en las áreas y fuentes de reserva de agua. También, nos indica cómo el monitoreo participativo del agua puede servir como instrumento de aprendizaje, en refuerzo de dicha estrategia.

Asegurar una mejor seguridad hídrica para pequeños agricultores va más allá de la construcción de alguna obra puntual. Requiere intervenir en los distintos elementos sistémicos, desde la ‘cosecha de aguas’, su captación, conducción y almacenamiento, la incorporación de nueva tecnología en el riego y en las prácticas agroculturales, así como en los aspectos económicos, de empleo y de mercado, todo ello en relación con el bienestar familiar. Sin este último, no tendría sentido ni sería sostenible el incremento de la seguridad hídrica. Esta necesidad de considerar la cosecha de agua en su íntima relación con el sistema agroproductivo familiar (y con proyección de gestión territorial) se visualiza en el aporte que hacen Antenor Floríndez y Mirella Gallardo respecto a una experiencia exitosa de sistemas de riego predial regulados por microrreservorios en la zona de Cajamarca, Perú. De paso, pero no menos importante, señalan cómo la mayor seguridad hídrica incide positivamente en un saludable incremento de la biodiversidad productiva al nivel de la parcela.

Finalmente, encontrarán en este número de la revista las palabras directas de productores agrarios y de algunos investigadores reunidos en la cita internacional sobre cambio climático que tuvo lugar en Cochabamba, Bolivia, en abril de 2010. Los impactos del cambio climático tienen una repercusión directa sobre la agricultura, en especial sobre el ciclo hidrológico y la disponibilidad de agua para los cultivos, ya sea por su escasez o exceso, y es por eso que consideramos de interés el punto de vista de los productores sobre el cambio climático. También en nuestra sección Pautas para políticas (página 36) hemos incluido la entrevista a Eduardo Gudynes, sobre las perspectivas de las acciones políticas en América Latina ante el cambio climático.

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