septiembre 2008, Volumen 24, Número 2
Suelos vivos

Conservación de los suelos y biodiversidad: el caso de los mañay en Pitumarca

JAVIER LLACSA TACURI | Página 32-35
DESCARGAR REVISTA COMPLETA
TIPOGRAFÍA
SMALL
MODO LECTURA
COMPARTIR

Los suelos en los cuales los campesinos de los Andes crían la diversidad de sus cultivos se encuentran dentro del contexto de una concepción de “uso” o “manejo” en el que requieren ser regenerados –en ciclos agrícolas anuales– tanto en su fertilidad como en su textura y estructura.

Cultivo de papas nativas en un macay de Hanchipacha Pitumarca / Foto: autor

Asimismo, en la alta montaña andina los suelos se conservan a partir de un acervo de prácticas ancestrales, que más allá del “manejo” se evidencia en lo que expresan estás prácticas, las cuales también están orientadas con un sentido de crianza. Es decir, en la cosmovisión andina, los suelos también se crían.

Las características de los suelos en los Andes son diversas y varían de región a región, de ecosistema a ecosistema, así como de comunidad a comunidad. En este sentido, la diversidad biológica que existe en los Andes es intrínseca a la diversidad de los ecosistemas, los cuales presentan también una diversidad de tipos de suelos a partir de diferentes criterios locales de clasificación. En estos suelos la cultura andina continúa adaptando y regenerando una gran diversidad y variabilidad de cultivos a partir de prácticas agrícolas y pecuarias que tienden a conseguir el equilibrio entre la autonomía productiva y la conservación de los suelos, tanto a nivel de su fertilidad como de su integridad estructural y física.

Diversidad y variabilidad de cultivos en los mañay de Pitumarca
En comunidades altas de los Andes, como Hanchipacha, Ananiso y Labraco, ubicadas en el distrito de Pitumarca, Cusco, la variabilidad de cultivos productores de tubérculos comestibles, como papas (Solanum spp.), oca (Oxalis tuberosa), añu (Tropaeolum tuberosum) y olluco (Ullucus tuberorus) se cultivan en terrenos de rotación sectorial, conocidos en estas comunidades quechuas como mañay y en otras como muyuy, laymi, o aynoka (en comunidades aymaras). Estos terrenos de cultivo se encuentran, por lo general, a una altitud mayor a los 3.900 metros sobre el nivel del mar, que puede llegar hasta los 4.300; en Pitumarca, llegan hasta los 4.600 msnm. Por lo general presentan suelos poco profundos, ubicados en laderas con pendiente pronunciada de 30 a 70 grados, en promedio.

Las comunidades andinas, independientemente de sus terrenos de cultivo anuales ubicados en las partes media y baja, tienen un cierto número de terrenos de rotación sectorial o mañay, en las partes altas, los cuales se cultivan en ciclos de rotación anuales. La comunidad de Labraco, que tiene 184 habitantes distribuidos en 38 familias, cuenta con cinco mañay, de los cuales en cada año agrícola solo se cultiva uno –el de turno– con papas nativas. Al año siguiente, en el mismo mañay se cultiva la asociación de oca, añu y olluco. Este terreno descansa durante los años agrícolas tercero, cuarto y quinto, para que en el sexto año se vuelvan a cultivar papas y así continuar con el ciclo.

La conservación de la fertilidad a partir de la diversidad y la variabilidad de cultivos
La variabilidad en torno a los diferentes tipos de suelos no está ligada solamente a una cuestión de estrategia de resistencia y tolerancia ante las adversidades climáticas y biológicas (plagas y enfermedades) que aseguran la cosecha, cualesquiera sean las condiciones del año agrícola. La rotación, el abonamiento y la variabilidad de los cultivos de papa, oca, añu y olluco están orientados también a conservar y regenerar la fertilidad del suelo.

Al rotar el terreno se permite que en los tres años de descanso (caso Labraco) el terreno se regenere naturalmente. En otras comunidades los años de descanso inclusive llegan a más de 10, por ejemplo en Hanchipacha y Ananiso.

El descanso no reemplaza la incorporación de guano de corral; en cada turno se abona con guano, principalmente de alpacas, llamas, ovinos y cuyes. La diversidad de cultivos y la variabilidad dentro de cada cultivo, en una sola parcela, en un solo año agrícola, son determinantes para el mantenimiento de la fertilidad de los suelos. En el caso de la asociación de cultivos, cada uno de ellos tiene un requerimiento diferente de nutrientes, tanto en el tipo como en la proporción requerida. En el caso de la variabilidad de papas nativas, sucede de igual manera, pues en un solo ‘golpe’ (enterramiento de la semilla o grupo de semillas) puede haber hasta tres variedades distintas, siempre sembradas junto con un puñado de guano de corral. Cada variedad tiene un requerimiento distinto para cada nutriente del suelo. Al final del año agrícola, el suelo de los terrenos cultivados ‘en mezcla’ no ha sufrido una extracción de nutrientes homogénea. Por ello al año siguiente, en ese mismo terreno de mañay general, la producción de oca, añu y olluco es casi siempre buena. Por otro lado, en los diferentes sectores pequeños ocupados por una determinada variedad se observa que esta extrajo del suelo el nutriente requerido y en la cantidad demandada por la planta. Unos cuantos centímetros a su alrededor el requerimiento de otra variedad fue distinto. En conjunto, el terreno cultivado con una gran variabilidad de papas nativas no sufrió una extracción homogénea de nutrientes, por lo que su capacidad fértil se mantiene para los siguientes cultivos y para los pastos naturales. Cuando se cultiva una sola especie y una sola variedad, consecutivamente, cada año y en una misma área de terreno, se produce el empobrecimiento del suelo, progresiva y homogéneamente, y es necesario incorporar mayor cantidad de fertilizantes químicos para poder seguir cultivando.

La clasificación campesina de los suelos
En los mañaykuna e inclusive en un solo mañay, pueden existir diferentes tipos de suelos. Los tipos de suelos en los mañaykuna son determinantes en las decisiones que la comunidad toma cada año; por ejemplo, en las labores agrícolas apropiadas para el terreno así como en la proporción de variedades que se cultivarán. A estos aspectos vinculados al suelo se suman las condiciones ambientales e indicadores climáticos que determinan tanto las prácticas apropiadas como las variedades adecuadas.

En la clasificación andina de los diferentes tipos de suelos se tienen aquellos suelos en los que se producen mejor las papas nativas, conocidos como yana allpakuna o suelos negros fértiles, en estos prosperan las papas dulces. También existen los chiri allpakuna o suelos fríos, óptimos para las papas amargas. Otros suelos donde se cultivan las papas nativas son los q’oñi allpakuna o suelos calientes así como los jatun allpakuna o suelos franco arcillosos y los chura allpakuna o suelos húmedos. La familia o grupo de ayni (sistema de reciprocidad tradicional de las comunidades campesinas en los Andes del sur del Perú) siembra de acuerdo al mejor comportamiento de sus cultivos y variedades, en los diferentes tipos de suelos en los cuales se encuentran sus parcelas.

Para una diversidad de suelos existe una diversidad de variedades de papas nativas que –solas o en mezcla– prosperan mejor según el suelo donde hayan sido sembradas. Por ello, al ser cada año diferente en cuanto al terreno de cultivo, también cambian de manera relativa las variedades que cultiva cada familia. La ubicación de sus parcelas, la altura y la pendiente, permite distribuir espacialmente las variedades en las zonas donde prosperan mejor. Así se conocen tres zonas:

– Q’eswa: zona baja, ubicada aproximadamente entre los 3.300 y 3.600 msnm. Es una zona templada que presenta pendientes ligeras y suelos fértiles.
– Qhata: zona media, ubicada aproximadamente entre los 3.600 y 3.900 msnm. Se caracteriza por las pendientes moderadas y pronunciadas de los suelos, los cuales ofrecen una fertilidad media; es una zona templada y también fría.
– Loma: zona alta, ubicada aproximadamente entre los 3.900 y 4.400 msnm. Sus suelos tienen una fertilidad media y características de puna (planicie altoandina con características de páramo). Tiene pendientes moderadas y es una zona fría.

En los variados suelos que disponen, las familias campesinas cultivan grupos de variedades o takas de papas, que producen mejor según el tipo de suelo. Sin embargo, ello no representa una situación definitiva; progresivamente se van creando mejores condiciones en los suelos a través del abonamiento con guano u otra materia orgánica, la incorporación de otros tipos de suelos, el descanso de suelos, la asociación de cultivos, así como con la rotación de cultivos o la adaptación de variedades. El conocimiento se va recreando y regenerando en relación con las condiciones cambiantes de los ecosistemas en los Andes.

La diversidad y la variabilidad de cultivos propician la conservación de la fertilidad de los suelos, algo que no había sido tomado en cuenta con la importancia debida. Sin embargo, en las comunidades campesinas de Pitumarca, esta es una práctica que ahora se está vigorizando.

Los pastos como indicadores de la recuperación de la fertilidad de los suelos en los mañay
En los terrenos de rotación sectorial o mañay los pastos son indicadores de la fertilidad de los suelos. En el cuadro 1 (página 34) se aprecia que un año antes de que se siembren papas nativas en el mañay de turno, se practica el pastoreo. En un mañay, luego de sembrar papas y después la asociación de oca, añu y olluco, las familias observan la recuperación de los suelos, teniendo como referentes el vigor y la cantidad de los diferentes pastos nativos. Dos de estos pastos se toman como los indicadores principales, estos son el chiqmu (Trifolium peruvianum) y el sillo sillo (Allchemilla pinnata). Cuando el ciclo de descanso de un mañay está terminando, los pastos nativos como el chiqmu y el sillo sillo, que comienzan a brotar, son indicadores de que los suelos han regenerado su fertilidad. Así, para el pastoreo se destinan los brotados más vigorosamente, para luego dejarlos emitir semilla y empezar con las labores de preparación de los surcos.

Labores agrícolas para la conservación de suelos y control de la erosión
Las labores agrícolas son un componente importante en la conservación de los suelos. Entre los meses de febrero y abril (aproximadamente seis meses antes de la siembra), últimos de la época de lluvias, se inicia la preparación del suelo en el mañay de turno, con la preparación de los surcos bajo el sistema de yapuy (sistema tradicional de preparación del terreno, formando surcos aproximadamente seis meses antes de la siembra). El mañay que se sembrará comienza a prepararse cuando la chacra de papas del año anterior todavía está en pleno desarrollo, en otro mañay. El yapuy se realiza aprovechando el terreno húmedo, producto de las lluvias de esos meses. Consiste en la construcción de surcos cuya disposición y forma está en función a la pendiente del terreno, al tipo de suelo y a los indicadores del clima.

Practicas tradicionales de control de erosion en terrenos con pendiente

La única herramienta para el yapuy es la chakitaqlla. Con ella se voltean las champas (terrones de tierra mezclados con pasto y otra materia orgánica) de manera que la superficie inicial quede ‘cara hacia abajo’, enterradas, facilitando su descomposición y fertilización hasta el momento de la siembra. La conformación de las champas como wachu o camellones se produce al voltearlos alternativamente a ambos costados sobre las franjas de terreno sin barbechar, dando lugar así a los surcos.

Luego de efectuar el yapuy se deja que las champas se descompongan por cinco o seis meses, hasta las fechas de siembra, que pueden comenzar a partir de octubre. El diseño y construcción de los surcos o wachus contempla el criterio de mitigación de los procesos erosivos, por ello cada diseño tiene un factor atenuante de erosión. Así, en la comunidad de Ananiso, desde la parte alta hasta la parte baja de las laderas se observa que los surcos diseñados en dirección hacia la pendiente no son continuos. Cada cierto tramo se hace un surco en sentido perpendicular a la pendiente. Del mismo modo la lomada del surco en el siguiente tramo hacia abajo es antecedida por el canal del surco del tramo anterior. Los surcos son interrumpidos en tramos muy cortos. Por otro lado la longitud de los tramos también es diferente: por lo general los surcos que van desde la parte alta hacia abajo disminuyen progresivamente en longitud, con la finalidad de que la velocidad del agua en tiempos de lluvia sea interrumpida de tramo en tramo, y se puede controlar así la velocidad del agua y el arrastre del suelo. Por ello la longitud de los surcos en la parte baja termina siendo muy corta, en comparación con la de los surcos de las partes altas. No todos los años los surcos tienen el sentido hacia la pendiente; estos se diseñan así cuando se predice un año con muchas lluvias. Este diseño tiene varios fines, uno de ellos es el evitar el empozamiento de las aguas de lluvia y, con ello, la pudrición de las raíces o los tubérculos en formación.

Las labores agrícolas también están orientadas a conservar los suelos. Así, para que el suelo no sea arrastrado con el laboreo de las chacras ubicadas en laderas con mucha pendiente, este se practica arrastrando la tierra en dirección hacia abajo y en otras labores hacia arriba (en referencia a la pendiente). Para la preparación del terreno el yapuy se realiza, en otro momento, arrastrando la tierra en dirección hacia abajo. En el desterronado o k’upay, la labor se hace arrastrando el suelo hacia arriba. En la siembra y los aporques, el laboreo se hace arrastrando el suelo hacia abajo. Por último, cuando se cosecha papa en terrenos en pendiente el suelo es tirado hacia arriba, por lo que queda como estaba al inicio. Luego se deja descansar al suelo durante algunos años.

Estas prácticas son características de agricultores mayores, quienes enseñan a los jóvenes a labrar la tierra conservando su estado inicial o dando lugar, progresivamente, a las llamadas terrazas de formación lenta.

Construcción de patapatas
Las patapatas son sistemas de andenerías o terrazas formadas en cientos de años de prácticas agrícolas en superficies con pendientes pronunciadas con la finalidad de adecuar los terrenos en ladera para la producción agrícola. Su objetivo principal es conservar los terrenos de cultivo, mitigando los procesos erosivos, producto del arrastre de los suelos por el agua de las lluvias.

Cuadro 1. Terrenos de maay o de rotación en la comunidad Labraco / Fuente: Registros CEPROSI Bioandes Trabajo de campo, 2007

En Pitumarca, en la mayoría de los mañay se continúan formando patapatas. En ellos se cultiva una gran variedad de papas nativas, oca, añu y olluco. En cada año de turno de un mañay se van formando terrazas al arrastrarse en cada labor agrícola –pero principalmente en la cosecha– pequeñas cantidades de tierra hacia los bordes exteriores de las patapatas, cuya base está compactada con piedras y tierra.

El chuki y el jispachisk’a
El chuki consiste en la siembra directa sin la preparación previa del terreno. Los suelos de estas parcelas tienen que tener características de buena permeabilidad e infiltración, y además buena cantidad de materia orgánica. El chuki se realiza también en terrenos ubicados en pendientes muy pronunciadas. Básicamente es la apertura de hoyos en un terreno no preparado que está con la superficie cubierta con pastos nativos y otra materia orgánica. Con la chakitaqlla se hacen los hoyos, se coloca la semilla de papa y el guano, luego con los mismos terrones de los hoyos, mullidos ligeramente, se tapa la semilla y se da por concluida la siembra. A partir de diciembre se regresa a la chacra para realizar el aporque o jallmay.

El chuki es conocido técnicamente como la labranza mínima, y se realiza en terrenos sin preparar donde se tiene la certeza de que el terreno ha ‘descansado’ bien y la fértilidad es buena. Se realiza con la finalidad de no remover innecesariamente el terreno. Ancestralmente, era común que antes de realizar el chuki, se realice la práctica del jispachisk’a. Esta práctica consiste en acorralar todo el hato de alpacas y llamas sobre el terreno que se cultivará con papas nativas unas semanas antes de la siembra de manera que el hato, en los casi diez días de acorralamiento, fertilice directamente con sus deyecciones el terreno por cultivarse. El chuki constituye una de las técnicas más eficientes para aprovechar la condición fértil de los terrenos. En la actualidad estas prácticas no son frecuentes, sin embargo las familias se están organizando para la conservación de la vida de sus suelos mediante la recuperación de sus prácticas ancestrales.

El abonamiento con guano de corral es una práctica esencial que forma parte de la siembra y del aporque. Pero, cuando el suelo lo requiere, algunas familias suelen ciertas veces apoyar la fertilización, untando al momento de la siembra preparados como la llut’a y la q’echincha a las semillas de los tubérculos. Estos preparados tienen dos fines: fertilizar el suelo y repeler el ataque de los gusanos de tierra. La llut’a es un preparado a partir del guano de alpaca o de ovino, y la q’echincha se prepara a partir de cenizas. La ceniza, como otros insumos, forma parte eventual del abonamiento del suelo y también se utiliza para disminuir la presencia significativa de pulgones, larvas y la rancha (Phytophtora infestans) en las chacras de papa.

Estas son algunas manifestaciones de los conocimientos andinos relacionados con la conservación de los suelos que se pretenden fortalecer y regenerar. Sin embargo es importante exponerlo como un sistema de conservación, en el que están involucradas las prácticas de abonamiento con guano de corral, las prácticas de rotación de terrenos, las prácticas de rotación de cultivos, las prácticas de asociación de cultivos, las prácticas de pastoreo, las prácticas agrícolas, la formación de terrazas, el cultivo de la diversidad y variabilidad de cultivos, etc. Todos estos forman un sistema de conservación de suelos; cuando uno de estos componentes del sistema se quiebra, los suelos se ven afectados.

Este sistema de conservación de los suelos va de la mano con una racionalidad de suficiencia alimentaria. El término mañay literalmente significa ‘préstamo’. Las familias solo utilizan los terrenos con el sentido de préstamo de la Madre Tierra o Pachamama. En ese sentido, hay que devolverlos tan vigorosos como se los recibió. En los mañay se cultiva lo suficiente hasta la siguiente cosecha, pues tienen la certeza de que en el siguiente mañay y en el siguiente año, volverán a cosechar. A pesar de que es posible producir un poco más, ya sea ampliando áreas, dejando descansar por menos años los mañay o incorporando fertilización, en la racionalidad andina, implica ejercer presión sobre la capacidad de regeneración de los terrenos, tanto a nivel de su fertilidad como de su conservación estructural y física. El área de terreno disponible para los cultivos es un problema menos grave de lo que se cree; la racionalidad andina, en cuanto a la producción, está orientada también a priorizar la salud de la tierra y de los suelos, de los cuales se alimentan ellos y sus crianzas. Es importante enfatizar que en estos conocimientos tradicionales así como en la cosmovisión andina se sostiene la conservación de la agrobiodiversidad, de los suelos y de la vida en los Andes.

La experiencia proviene del Programa Bioandes que, a través del Centro de Promoción y Servicios Integrales (CEPROSI), orienta algunas acciones al fortalecimiento de la conservación de la agrobiodiversidad en el distrito de Pitumarca, Cusco, revitalizando prácticas ancestrales apropiadas como las que se han mencionado en el presente artículo.

Javier Llacsa Tacuri

Ediciones Anteriores

LEISA es una revista trimestral que busca difundir experiencias de agricultores familiares campesinos.
Por ello puedes revisar las ediciones anteriores.

Suscribete para recibir la versión digital y todas las comunicaciones que enviamos periodicamente con noticias y eventos

SUSCRIBIRSE AHORA