Todo este conjunto de interrelaciones se vió afectado cuando la producción de semillas, que era realizada por el mismo agricultor, se convirtió en una actividad llevada a cabo por institutos de investigación y empresas privadas que, en forma creciente, han venido introduciendo en la agricultura variedades comerciales de altos rendimientos, que requieren el uso de paquetes tecnológicos intensivos en insumos. Las variedades nativas, los mecanismos campesinos de selección de semillas y la experimentación en las parcelas no han desaparecido enteramente, pero han sido considerados como expresiones de una agricultura atrasada que tendría que ser reemplazada por el sistema moderno de creación de variedades y producción de semillas.
A fines del siglo pasado, al constatarse los problemas causados por el cultivo de las variedades comerciales, esta concepción fue cuestionada y dio pie al surgimiento de una nueva comprensión de la importancia de la llamada conservación in situ de diversidad de cultivos y, por ende, de los mecanismos desarrollados por los productores campesinos para mantener y mejorar sus variedades. Se puede afirmar que desde entonces se da en la agricultura un movimiento de recuperación del manejo de las semillas hecho por los mismos campesinos, el cual se difunde pese a la tendencia contraria impulsada por los consorcios transnacionales de las semillas.
Por esta razón, este número de LEISA incluye artículos que atienden el tema del manejo de las semillas desde distintas perspectivas y realidades, poniendo el énfasis en la región latinoamericana pero sin dejar de mirar lo que sucede en el mundo, en especial en el continente asiático. Esta edición se inicia con el artículo de Casas y Parra (p.5) sobre la agrobiodiversidad y su relación con la cultura. La necesidad de tener en cuenta el contexto económico y legislativo es tratada por Hellin y Bellon (p. 9) y por Vernooy (p. 12); en el primer caso, mostrando evidencias de cómo el subsidio a semillas mejoradas se convierte en un factor de erosión genética del maíz nativo en México y, en el segundo, tratando la necesidad de propiciar una legislación innovadora que permita reconocer oficialmente las variedades creadas por fitomejoradores campesinos, que escapan a los parámetros convencionales. De alguna manera, esto también es abordado por SEARICE (p. 21) para el caso de la certificación de nuevas semillas de arroz producidas en clubes de semillas de campesinos en Vietnam, así como por Almekinders y otros (p. 26), quienes tratan el proceso de fitomejoramiento participativo de nuevas variedades de frijol y maíz en Nicaragua, y por Vromant (p. 24), sobre la participación de los agricultores tanto en actividades de investigación (inventarios, fitomejoramiento) como de extensión, rompiendo así esquemas convencionales.