diciembre 2021, Volumen 37, Número 2
Agroecología y feminismo: transformando economía y sociedad

Cosechando la liberación de las mujeres campesinas en Brasil

Cleidineide Pereira de Jesús, Deborah Murielle Santos Iridiani Graciele Seibert, Michela Calaça | Página 31-33
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Al organizarse en un movimiento de feminismo popular campesino, las mujeres de Bahía, Brasil, han fortalecido prácticas agrícolas que incrementan su autonomía económica y han impulsado con éxito políticas que reconocen y apoyan su trabajo. Esta experiencia demuestra cómo las mujeres pueden dar forma a procesos organizativos y políticos, y convertirse en protagonistas de las soluciones a sus desafíos comunes.

Cosechando beterraga en la Hacienda Cigano, Riacho de Campana, Bahía, Brasil. Henrique Sousa Silva

En Brasil la sociedad se rige por relaciones sociales patriarcales, racistas y capitalistas que subordinan y consideran inferiores a las mujeres, en especial a las de origen rural. La situación es más grave para las mujeres negras, que también deben luchar contra el legado de la esclavitud y las desigualdades raciales, todavía arraigadas en la sociedad. Al reunirse para reflexionar sobre sus realidades y emprender acciones colectivas, las mujeres negras de Brasil están desafiando los sistemas que las explotan y, a la vez, están construyendo activamente alternativas agroecológicas. Las luchas por la autonomía económica y las políticas públicas de apoyo son un ejemplo de lo que las integrantes del Movimiento de Mujeres Campesinas en el estado de Bahía han denominado como feminismo popular campesino.

Luchando por los derechos de las mujeres
Bahía es el estado más grande del Nordeste de Brasil. Con una población mayormente negra, es hogar de diversas culturas y una larga historia de lucha contra el racismo y por la liberación y el campesinado, ya que Bahía tiene, además, el mayor número de minifundios de todo Brasil. Sin embargo, hasta 1988 las mujeres campesinas sufrieron discriminación y fueron excluidas social y políticamente. Como el estado no les reconocía derechos como trabajadoras rurales, no podían afiliarse a los sindicatos de trabajadores rurales, lo que les negaba el acceso a una plataforma a través de la cual articular sus demandas.

Para cambiar estas condiciones, las mujeres campesinas emprendieron una larga lucha en defensa de sus derechos. En 1982 mujeres en todo el estado comenzaron a reunirse para reflexionar sobre sus condiciones de vida y su realidad cotidiana. También empezaron a formular propuestas para mejorar su situación y fortalecieron sus prácticas agroecológicas como camino hacia una mayor autonomía e independencia. Poco a poco, se fueron organizando en un movimiento de alcance nacional, hasta que, en 2004, junto con movimientos de otros 16 estados brasileños, fundaron el Movimiento Nacional de Mujeres Campesinas (MMC), que actualmente está presente en 30 municipalidades de Bahía.

Hasta el día de hoy, el MMC ha luchado por el reconocimiento de las mujeres como trabajadoras rurales, así como por su derecho a los servicios de seguridad social. Esto condujo a cambios en la Constitución federal en 1988, donde se concedieron estos derechos (aunque actualmente varios derechos corren riesgo de ser desmantelados de nuevo). Si bien esto fue un avance importante, la lucha no ha terminado. Por ejemplo, el Programa Nacional de Fortalecimiento de Agricultura Familiar adoptado en 1995, que entre otras cosas otorga créditos a los agricultores familiares, no tenía una sección específica para las mujeres.

Desde 2007 el MMC lleva a cabo una campaña nacional sobre la producción de alimentos saludables que forma parte de su proyecto de promoción de la agricultura campesina agroecológica y feminista. El punto de partida fueron las experiencias de las mujeres campesinas y los desafíos que presentan para la agroindustria y el patriarcado. La iniciativa denuncia los efectos negativos del agronegocio en el medio ambiente y propone la construcción de la soberanía alimentaria como medio alternativo para la alimentación del país. Una de las piedras angulares de la campaña es que el trabajo de las mujeres en la producción de alimentos debe ser valorado y que las mujeres deben ser reconocidas como ciudadanas con derechos y como protagonistas en la construcción de la agroecología.

El redescubrimiento del huerto doméstico
En el marco de esta campaña nacional, las mujeres de Bahía participan en diversos intercambios y programas de formación en agroecología, feminismo y políticas públicas para la agricultura campesina. Este proceso de intercambio de conocimientos permite a las mujeres adoptar y adaptar prácticas agroecológicas. Al mismo tiempo, al reflexionar y analizar sus realidades cotidianas, las injusticias causadas por el patriarcado, el capitalismo y el racismo salen a la luz.

Por ejemplo, a partir de sus reflexiones y acciones, las mujeres campesinas se dieron cuenta de que una parte significativa de su producción de alimentos procedía del huerto doméstico. Aunque históricamente esos huertos son importantes porque aseguran la alimentación de la familia campesina, la sociedad no valoraba ese aporte porque los huertos pertenecen al dominio de las mujeres. Pero, a través de sus conversaciones y su trabajo colectivo, las mujeres se dieron cuenta de que sus huertos no solo son lugares donde pueden producir alimentos saludables, sino también donde pueden mantener y difundir conocimientos y prácticas culturales y ancestrales.

Además de albergar una gran diversidad de hortalizas, plantas medicinales, animales menores y flores, el huerto doméstico es un lugar donde la gente conversa y donde los niños juegan. Así, los huertos familiares constituyeron el punto de partida para que las mujeres se organizaran política (entendiendo cómo cambiar su realidad), productiva (mediante la agroecología) y económicamente (creando mercados) para mejorar su posición, sus ingresos y su autonomía.

Fortaleciendo los sistemas de producción de las mujeres campesinas
Esta acción se basó en el trabajo realizado desde 1982. Aunque las mujeres campesinas de Bahía estaban bien organizadas políticamente, también necesitaban generar sus propios ingresos y mejorar su autonomía económica. En respuesta a ello, 25 grupos, que reunían a más de 800 mujeres campesinas, se unieron para fortalecer sus sistemas de producción y mercados. Juntas, las mujeres comenzaron a mejorar sus prácticas agroecológicas y a comercializar sus propios productos.

Una práctica agroecológica importante fue el uso de cisternas de agua. El Nordeste brasileño es muy seco y las cisternas, distribuidas a partir de 2003 a través del programa Un Millón de Cisternas Rurales, permiten a las familias campesinas recoger agua durante la estación lluviosa. La disponibilidad de agua resultó ser un punto de inflexión clave para la agroecología, facilitando los medios de vida de los campesinos y permitiéndoles incrementar la producción agroecológica de alimentos saludables. La introducción de las cisternas tuvo un impacto especialmente profundo para las mujeres, dado que por lo general suelen ser las encargadas de acarrear el agua para sus hogares y huertos.

Esto trajo diversos beneficios: las mujeres vieron mejorar su posición económica y sus familias y comunidades accedieron a alimentos saludables. Antes de vender los alimentos que producen, las mujeres evalúan si es mejor utilizarlos para alimentar a sus propias familias. En el huerto familiar producen una variedad de productos que incluye calabaza, caña de azúcar, varios tipos de frijoles, tomates, lechuga, comino, zanahorias, batatas, quimbombó (Abelmoschus esculentus), cebollas, sandía, mango, guayaba, plátano y remolacha. Asimismo, las mujeres cultivan una inmensa variedad de plantas medicinales y alimentos para animales como sorgo, pastos y palma forrajera (Cytisus proliferus). Dar prioridad a los alimentos para alimentar a la familia ha contribuido a que las comunidades tengan dietas más saludables.

Con la campaña de 2007, los grupos de mujeres comenzaron a profesionalizarse. En algunos municipios, el procesamiento se trasladó de las cocinas de las casas a estructuras profesionales y se compraron equipos que les permitieron producir a mayor escala. Como resultado, los grupos vendían cada vez más no solo productos frescos, sino también dulces, pasteles, galletas, flores y platos típicos del semiárido brasileño.

Es importante destacar que al organizar la producción y distribución de una manera más solidaria, las mujeres pudieron acceder a los nuevos mercados institucionales creados por el Programa Nacional de Alimentación Escolar y el Programa de Adquisición de Alimentos del gobierno. Empezaron a vender a escuelas, hospitales y otras instituciones públicas de la región, lo que ayudó a las mujeres campesinas a tomar sus propias decisiones y a ser conscientes de lo que producen y para quién. Fue un placer para ellas saber que su comida estaba alimentando a los niños de la ciudad. El proceso de capacitación, formación y organización en el movimiento, y el desarrollo de habilidades en la producción y comercialización, aumentaron la confianza de las mujeres en la generación de ingresos de sus propios huertos. De esta manera, las mujeres campesinas han construido una praxis agroecológica feminista que busca el diálogo entre diferentes saberes y transforma la realidad a partir de la reflexión sobre experiencias concretas.

Impacto: diversidad, autonomía y libertad frente a la violencia
Las experiencias generadas por los procesos organizativos de las mujeres campesinas y la valoración de su trabajo fueron clave para mejorar su autonomía. Esto se demuestra por un aumento en la diversidad de cultivos en los huertos. Es a través de la ampliación de los grupos de mujeres que ellas pudieron producir más en términos de cantidad y diversidad. El desarrollo de la capacidad productiva del huerto familiar también contribuyó a aumentar la soberanía alimentaria, comenzando por sus propios hogares y expandiéndose a los restaurantes populares, las escuelas y otros lugares públicos.

Estos avances también han servido para reforzar las relaciones al interior de los hogares: las mujeres han pasado a ser más valoradas y respetadas por sus propias parejas, por sus hijos e hijas, y por ellas mismas. Para muchas era la primera vez que ganaban su propio dinero y se sentían capaces de decidir cómo gastarlo. Con mayores ingresos, las mujeres pudieron mejorar sus condiciones como trabajadoras domésticas en el hogar. Por ejemplo, la compra de electrodomésticos, como una lavadora, les permitió disponer de más tiempo libre. Muchas también volvieron a la escuela para terminar sus estudios y algunas obtuvieron puestos y estatus en las universidades. Estos cambios les han permitido enfrentarse o distanciarse de los casos de violencia doméstica, y trabajar para poner fin a la violencia dentro de la familia.

Al organizarse políticamente en el MMC, los grupos de mujeres pasaron de ser experiencias aisladas a estar conectados a nivel comunitario, municipal, estatal y nacional. Así, las mujeres se convirtieron en agentes de cambio que motivan (y son motivadas por) otras mujeres en diferentes partes del país. Para las mujeres campesinas, los huertos domésticos son “pequeñas” experiencias que se vuelven grandes y ejemplares cuando se unen con otras para la construcción de la soberanía alimentaria y la transformación de los sistemas productivos de manera integral.

Lecciones aprendidas
Esta experiencia demuestra que políticas públicas como las que apoyan el establecimiento de mercados institucionales son importantes para que las mujeres campesinas construyan soberanía alimentaria, reviertan el hambre y mejoren su autonomía financiera. Al participar en procesos organizativos y políticos, las mujeres se convirtieron en protagonistas de las soluciones a sus problemas comunes y ayudaron a desarrollar políticas que reconocen el trabajo de las mujeres y potencian su autonomía.

Sin embargo, la experiencia también muestra que las políticas y programas públicos son vulnerables a los cambios políticos. Desde 2016, las políticas públicas en Brasil, especialmente aquellas dirigidas a apoyar a los más pobres, están siendo desmanteladas. Esto refleja la conjunción de las crisis (económica, ambiental, política y social) que llevó a la elección de Jair Bolsonaro, una administración liderada por neofascistas y neoliberales extremos.

Con el comienzo de la pandemia de covid-19, diversas organizaciones populares del campo, la selva y las aguas elaboraron una ley destinada a fortalecer la producción y distribución de alimentos sanos para luchar contra la reaparición del hambre, agravada por la pandemia. La Ley Assis de Carvalho (Ley No. 14048) fue aprobada por la Cámara de Diputados y el Senado Federal con amplia mayoría. Pero el presidente Bolsonaro la rechazó, vetando prácticamente cualquier propuesta de lucha contra el hambre.

Esto remarca la importancia de tener organizaciones campesinas fuertes con una agenda política, que puedan luchar contra los retrocesos y reconquistar las políticas públicas que sirven para mejorar la vida en el campo y en la ciudad cuando están amenazadas.

En resumen, esta experiencia destaca la agroecología no solo como una técnica de producción de alimentos, sino también como una forma de compromiso político. Una agroecología sin feminismo, sin antirracismo y sin un campesinado organizado corre el riesgo de ser cooptada y socavada por los mismos poderes que la agroecología pretende desafiar. La mayor lección que aprendemos de las mujeres de la MMC es que sin la organización política de las mujeres campesinas, la agroecología no es posible.

Cleidineide Pereira de Jesús
Deborah Murielle Santos
Agroecólogas, Instituto Latino-Americano de Agroecología;
activista del MMC.
cleydh16@gmail.com

Iridiani Graciele Seibert
Agroecóloga, Instituto Universitario de Agroecología Paulo Freire;
activista del MMC.

Michela Calaça
Agrónoma, Universidad Federal Rural del Semiárido;
activista del MMC.

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