Los Altos de Chiapas, México, son una región montañosa tropical que ha funcionado como reducto de refugio para poblaciones indígenas marginadas desde la Conquista.
Sin embargo, esta región es actualmente, gracias a la agricultura indígena tradicional –especialmente el sistema de milpa–, un espacio de conservación de agrobiodiversidad y de conocimiento ancestral. En el presente artículo se establecen las amenazas que enfrenta y la necesidad de fortalecer la conservación de sus sistemas, íntimamente ligados a la soberanía alimentaria local.
La región Altos de Chiapas
La historia muestra que los grupos humanos, ya sea por necesidad o voluntariamente, han encontrado las más perdurables soluciones a sus problemas de subsistencia cuando se enfrentan a las mayores adversidades, sean estas debidas a un ambiente natural inhóspito, al producto de la coerción y la violencia, o por una combinación de ambas, como sucede en los procesos de conquista y colonización. La vida en las montañas, donde grandes núcleos de poblaciones originarias enfrentan esas adversidades, da cuenta del origen de algunas de las mejores estrategias de aprovechamiento sustentable de los recursos naturales.
Los Altos de Chiapas son una cadena de montañas tropicales calizas con altitudes cercanas y en ocasiones superiores a los 2 000 m s.n.m. El clima es estacionalmente extremo, con un invierno seco y frío, con temperaturas bajo cero en los meses de noviembre a enero. El verano, por el contrario, es muy húmedo y cálido, con lluvias máximas en septiembre. El material geológico calizo resiste mal estos altos niveles estacionales de humedad y con el tiempo tiende a disolverse, por lo que las corrientes de agua superficiales son escasas o inexistentes en ciertas áreas. La vegetación natural es la propia de este clima, conformada por pinares, encinares o una combinación de ambas. Los suelos son en general delgados y pobres en nutrientes, exceptuando pequeñas regiones aledañas a los dos picos volcánicos regionales (Tzontehuitz, 2 870 m s.n.m. y Huitepec, 2 750 m s.n.m.) donde las cenizas han creado mejores condiciones para la producción agrícola.
La población es mayoritariamente indígena de ascendencia maya (tzeltales y tzotziles, principalmente), asentada en la región desde antes de la llegada de los conquistadores españoles. La actividad agrícola depende de la temporada lluviosa: se realiza desde marzo hasta octubre y se ha desplegado en una diversidad genética y tecnológica orientada a aprovechar los recursos disponibles de la mejor manera posible. Se crían también animales en pequeños hatos (ovinos, algunos bovinos) o en el traspatio (gallinas, guajolotes [pavos]). La producción se organiza con base en el trabajo familiar y se orienta al autoabastecimiento. Las áreas agrícolas dominan hoy día el paisaje de la región.
Para entender el presente, un poco de historia
En México la actividad agrícola se remonta a varios miles de años antes de Cristo y, en algunas regiones, la intensificación del uso del suelo, las altas densidades poblacionales y la sobreexplotación de los recursos no son fenómenos nuevos. Además, como otros países latinoamericanos, México experimentó también un proceso de conquista y colonización europea que significó profundos cambios sociales, económicos y tecnológicos, imponiéndose nuevas formas de utilización de los recursos. Este proceso histórico muy pronto conformó en la mente hispana la percepción económica de las tierras recién conquistadas, diferenciando las “ricas” tierras bajas (planas, cálidas, húmedas y de suelos profundos), de las “pobres” tierras altas (montañosas, quebradas, frías, secas y de suelos delgados o rocosos). Los Altos de Chiapas no escaparon a esta percepción económica de la naturaleza, motivada por el interés de los conquistadores en crear riquezas rápidamente.
En los Altos de Chiapas la colonización fue un proceso de intensificación productiva y de pesadas cargas impositivas que ejercieron un efecto degradante en los recursos naturales. Al finalizar el periodo colonial, la región –la sociedad iberoamericana en su conjunto– acusaba un retraso tecnológico, una aguda crisis económica y una marcada estratificación social.
En el siglo XX la entrada de Chiapas al mercado mundial de las materias primas significó para el indígena de los Altos una nueva forma de explotación. Semiesclavizados en las fincas cafetaleras de la costa (el Soconusco) o en explotaciones de maderas preciosas (“monterías”) de la selva lacandona, percibían salarios ínfimos que los endeudaban de por vida, sobreviviendo solo gracias a la producción agrícola de sus parcelas.
Hoy día San Cristóbal de las Casas, una ciudad mestiza, es el eje rector político, económico y social de 16 municipios indígenas tzotziles y tzeltales. Los Altos de Chiapas han sido lo que algunos antropólogos llamaron “regiones de refugio” de poblaciones indígenas. Aquí importantes grupos mayas se enfrentaron con ingenio y creatividad a un ambiente hostil y limitante, y a una sociedad clasista y discriminadora, y lograron desarrollar sistemas agrícolas y estrategias de vida que hoy destacan como indispensables para la vida en el planeta.
Este contexto complejo, dinámico y contradictorio es causa y consecuencia de la permanencia –a pesar de todo– de una diversidad y riqueza de culturas, idiomas, costumbres, tecnologías y germoplasma, alternativos a la pretensión occidental de homogeneizar el mundo. Las aportaciones indígenas de las montañas de los Altos de Chiapas son de gran valor para las estrategias de vida social en armonía con el ambiente natural y la conservación del planeta.
Agricultura de montaña, o ¿quién inventó la agroecología?
En los Altos de Chiapas la heterogeneidad ambiental aporta la gama de recursos productivos de la familia campesina y es la premisa para la creación de una estrategia de vida basada en la diversidad de productos y de usos de los productos agrícolas. La práctica cotidiana de cultivar la tierra ha generado innumerables técnicas de manejo de los recursos, permitiendo a su vez el desarrollo de una diversidad considerable de variedades de plantas cada vez mejor adaptadas a las exigencias productivas de la gente. El contacto directo con la tierra, la consideración constante de las condiciones ambientales y la vida en comunidades han derivado en el establecimiento de estructuras sociales con una normatividad no escrita que cohesiona a las familias, distribuye el conocimiento y crea una percepción peculiar de la naturaleza y sus recursos productivos. Las comunidades campesinas son colectivos sociales, cohesionados por relaciones de parentesco o normatividades de origen en donde la familia es la unidad mínima fundamental de producción agrícola.
Los principales sistemas agrícolas de las familias indígenas de los Altos de Chiapas son el traspatio (solar o sitio), la parcela hortícola (casi siempre destinada a producir para el mercado), las áreas boscosas (de recolección de alimentos y materiales), los pastizales para alimentación del ganado y la parcela propiamente agrícola: la milpa.
La milpa es el sistema más conocido y estudiado, aunque aún mantiene bajo reserva mucha de su dinámica local, por lo que quizás sea el menos comprendido en los contextos institucionales. La milpa es representativa de las características y procesos de la agricultura campesina y de su potencial generador de alimentos pues:
- Es diversa: se produce maíz, frijol, calabaza, chile, papa, arvenses, etc., dependiendo de la región.
- Es dinámica: con un ciclo productivo o dos, dependiendo del clima y el lugar (en ambientes con recursos disponibles el ciclo productivo se extiende varios años pues incluye una etapa de recuperación de los nutrientes utilizados por el cultivo a través del restablecimiento de la vegetación natural, roza-tumba-quema).
- Es compleja: con diferentes estratos vegetales (herbáceos, arbustivos y hasta arbóreos) en combinaciones muy amplias en la ubicación de las especies.
- Es creativa e innovadora: es el escenario de la “experimentación campesina”, pues incluye las “pruebas” que los productores hacen con las especies novedosas o sus inquietudes.
- Es cultura en movimiento porque se dirige a satisfacer las cambiantes necesidades de la familia y mantener las relaciones comunitarias.
- Es sagrada porque incluye prácticas y rituales religiosos que son la síntesis de una forma diferente de ver el mundo y de ver al ser humano en su relación con la naturaleza.
Los nuevos desafíos
Una de las expectativas de este recuento es poder apreciar y valorar mejor la agricultura indígena de los Altos de Chiapas e identificar el origen de sus características, quizás sus causas; verla como proceso histórico, social y cultural, y no solo tecnológico y productivo, nos permite visualizar mejor los desafíos que enfrenta su permanencia. La agricultura de montaña de regiones indígenas está en el origen de muchas más cosas que las que generalmente pensamos. En el caso de los Altos de Chiapas, las parcelas agrícolas campesinas son el espacio productor de alimentos que va más allá de la “trilogía” mesoamericana de maíz, frijol y calabaza. Son un espacio productivo pero también tecnológico y docente de las unidades familiares. En ellas se producen alimentos, se crea germoplasma, se instrumentan las tecnologías y se forman los futuros agricultores. Se guardan, pulen y utilizan multitud de tesoros vegetales que pasaron desapercibidos para los codiciosos ojos de los primeros conquistadores.
La integración dinámica, compleja, de gente y territorio, de necesidades y expectativas, del ayer con el hoy y el mañana, del yo y los otros, ha escapado a la “objetividad” que se pretende mantener en los esquemas disciplinarios de la ciencia, que sigue interesada en la agricultura campesina de las regiones montañosas de México y del mundo.
Las mayores amenazas a la agricultura campesina, sin embargo, están fuera de las parcelas de milpa. Están embozadas con la vestimenta del “progreso” y el “desarrollo”. Sus aliados internos son la pobreza, la marginación, la educación inapropiada, la manipulación y los intereses políticos. Atacan a la familia, pero su principal objetivo son las nuevas generaciones. En busca de una vida “mejor” que la que han visto en su casa, los jóvenes (ellas y ellos) se arriesgan a buscar otros horizontes para asegurar su reproducción biológica, pero poniendo en riesgo su reproducción cultural y social. La ciencia occidental tiene el reto de entender la cabalidad de la agricultura campesina, pero es la sociedad toda la que puede salvarla y aprovechar su experiencia. El futuro no será fácil, pero se puede moldear a nuestra conveniencia.
Trinidad Alemán Santillán
Investigador en El Colegio de la Frontera Sur, Chiapas, México.
taleman@ecosur.mx
Referencias
- Alemán Santillán, Trinidad (1998). Investigación participativa para el desarrollo rural. La experiencia de ECOSUR en los Altos de Chiapas. México: Red de Estudios para el Desarrollo Rural, Fundación Rockefeller.
- Parra Vázquez, Manuel R., Díaz Hernández, Blanca M., eds. (1997). Los Altos de Chiapas. Agricultura y crisis rural. “Los recursos naturales”, t. I. San Cristóbal de las Casas, Chiapas: ECOSUR.