La trágica ironía en el manejo de suelos en la sierra andina de Ecuador
PEDRO OYARZUN, ROSS MARY BORJA, STEPHEN SHERWOOD | Página 19-21 DESCARGAR REVISTA COMPLETAPor miles de años, sobre cenizas volcánicas endurecidas –conocidas en Ecuador como cangahuas– se acumularon materia orgánica y deposiciones volcánicas que formaron gruesas capas de suelos negros conocidos hoy como andosoles. Las condiciones topográficas en la sierra, en particular la inclinación y longitud de las pendientes y sus condiciones físicas hacen a estos suelos muy propensos a la erosión y al movimiento de masa, excepto en condiciones de cobertura permanente.
Nada más irónico que los procesos que están ocurriendo en torno al manejo y uso de los suelos en las laderas y colinas de las cordilleras que limitan al callejón interandino, en las provincias de la sierra norte y centro de Ecuador. Allí, a distancias muy cortas, existe una amplia gama de climas diferentes y predominan suelos de origen volcánico. Los impactos culturales, políticos y tecnológicos de su manejo son dramáticos.
La modernización agropecuaria, consecuencia del proceso de Reforma Agraria, trajo nuevas propuestas para el manejo de suelos. La introducción de tractores desplazó a la labranza de tracción animal y a las herramientas con las que tradicionalmente se procesaba el suelo. Aunque la agricultura campesina en tierras de altura y de ladera impulsa el proceso de degradación, ninguna innovación ha resultado tan contraproducente y catastrófica como la introducción de arados y rastra de discos, cuyo efecto pulverizador destruye totalmente la estructura de los suelos negros (Quantin, 1998) y produce ese aspecto y sensación de polvo talco al tacto y al paso de la maquinaria.
Las pendientes potencian los efectos del viento y la lluvia en forma de deslaves, escorrentías superficiales y formación de cárcavas. La situación se agrava cuando el secado de los andosoles, expuestos al punto de marchitez, da como resultado general partículas hidrofóbicas y un patrón irreversible de deshidratación. La capa arable convertida en una masa floja de polvo desaparece rápidamente durante el período del barbecho, al cierre del ciclo de cultivo.
Magnitud del problema
Estudios cuantitativos realizados cerca de Quito sobre parcelas de escurrimiento arrojaron pérdidas por erosión que fluctuaban entre 200 a 500 ton/ha/año (De Noni y Trujillo, 1986). Entre 1986 y 1995, otros estudios con imágenes aéreas en Quito mostraron que el área donde aflora cangahua se había triplicado y el área expuesta en 1996 alcanzaría al menos unos 2 600 km2. Según algunos investigadores, durante la vida de un productor se puede perder hasta un metro de suelo negro cuyo proceso de formación –en términos naturales– fácilmente toma 30 000 años o más.
Personeros del Gobierno Autónomo Descentralizado (GAD) de Chimborazo estiman que actualmente la erosión en la provincia afecta un 70% del territorio (Carlos Bonilla, comunicación personal). En las parroquias centrales, la agricultura se ha expandido a más de 3 600 msnm y en pendientes que superan el 70% de inclinación. El uso de la tierra en condiciones de minifundio es intensivo y solo quedan sin uso pequeñas áreas con pendientes demasiado pronunciadas. En época de presiembra se pueden ver en las laderas los campos con una marcada decoloración de arriba abajo. En la imagen también se observan terrazas de formación lenta, una obra de conservación frecuente, donde la cangahua, compacta, carente de actividad biológica y pobre en nutrientes, aflora en la cabecera.
Los programas de conservación y recuperación
Alarmados por la pérdida de suelos para la producción, durante décadas los campesinos han presionado recurrentemente solicitando programas de ruptura por subsolación de estas cenizas endurecidas. A mediados de los años 80 algunos miles de hectáreas fueron roturadas y recuperadas para la agricultura en las pequeñas tenencias de la sierra central. Los impactos de las propuestas técnicas han sido poco evaluados. Desde hace tres años el GAD de Chimborazo y unas cuantas parroquias se han enganchado en un programa de recuperación. Inicialmente se pensó en 5 000 de las 20 000 hectáreas afectadas, pero actualmente se estima que tal meta no será alcanzada.
El costo de la roturación
Después de la roturación, la cangahua puede ser ocupada para cultivos pero, debido a su pobre condición, es necesario fertilizarla con abonos orgánicos y, en unos cinco años, estará madura para la producción. En Ecuador se ha recomendado un programa de mejoras y la incorporación de abonos verdes al suelo pero, por lo general, el campesino lo sigue parcialmente y ha buscado tener una rápida producción de excedentes (José Tenelema, comunicación personal).
Actualmente la roturación tiene un costo aproximado de 5 USD por hectárea. A esto hay que agregar los costos de los insumos y de la labor que implican el cultivo de abonos verdes y enmiendas orgánicas necesarias para activar la fertilidad del suelo. El actual programa de recuperación en Chimborazo se realiza con maquinaria comprada con apoyo del gobierno provincial. Los productores aportan un 5% en efectivo por hora de subsolado, que equivale a 100 USD, y asumen el compromiso de realizar tareas de conservación tras la roturación. Pero, además, la finca conformada por muchas parcelitas distribuidas a través del paisaje y en laderas hace de esto una operación costosa, técnica y socialmente difícil de organizar.
Falta de regulaciones
Mientras el proceso de recuperación de cangahuas avanza lentamente, la destrucción del suelo negro es muy activa en las zonas altas. Consecuentemente, la degradación en la altura es más acelerada que en las zonas bajas. La ausencia de todo tipo de regulación y las facilidades para el uso de maquinarias ha impuesto un sello de modernidad y de prestigio a las operaciones de labranza sin que se levanten voces críticas –ni de las organizaciones comunitarias ni de las instancias políticas o técnicas– frente a la evidente destrucción del recurso.
En un esfuerzo por poner en discusión este fenómeno, hemos impulsado una iniciativa con los productores para poner en evidencia los efectos erosivos en el paisaje y las parcelas. Esperamos que a través de un proceso de acción colectiva y de concertación entre actores se despierte una conciencia crítica sobre las causas de la erosión y se emprenda la búsqueda de soluciones.
Discusión
Las cifras de pérdida de suelos mencionadas son mayores a los rangos superiores de 40 ton/ha para la erosión a nivel mundial. Si asumimos que se pierde un metro o más en la vida de un productor, podemos inferir que de uno a dos centímetros de suelo desaparecen del perfil por año. Si tal suelo contiene un 1% de nitrógeno, al menos unos 1 000 kg de este elemento salen de la parcela. Las consecuencias en la fertilidad de los suelos, así como en la seguridad alimentaria y la resiliencia campesina son fáciles de deducir.
Los líderes comunitarios reconocen que esta situación es, en primer lugar, producto de la actividad de la gente misma (Mariano Guzñay, comunicación personal), coincidiendo con la opinión de varios expertos en suelos (Córdova, J. y Novoa, 1996).
Sin embargo, estos argumentos no desvirtúan el hecho de que ni los servicios agrícolas oficiales, ni la empresa privada, ni los institutos de investigación o universidades han asumido la debida responsabilidad de proveer soluciones apropiadas a las condiciones de producción de las comunidades andinas. La mecanización agrícola ha quedado en manos de las casas comerciales que ofrecen aperos desarrollados para condiciones de valles y suelos planos de otras regiones del mundo. La erosión de suelos en la sierra está más ligada a la posibilidad económica de adquirir y usar maquinaria, que a la pobreza (Proaño y otros, 2000).
Otros dos fenómenos marcan actualmente las renovadas preocupaciones por el manejo de suelos en laderas: la migración –que implica un relevo generacional y de género en la toma de decisiones– ha dejado a más del 30% de las fincas en manos de mujeres, y el cambio climático ha traído patrones de lluvia más erráticos y de mayor intensidad. Las tareas primarias de labranza quedan en manos de “tractoristas”, quienes realizan la labranza con arados y rastras de discos, acelerando seriamente el problema.
Desde la década de 1970, varios esfuerzos oficiales se han llevado a cabo para la recuperación de cangahuas y la conservación de suelos agrícolas. Sin embargo, los programas tienen impactos limitados pues las causas primarias de la degradación persisten. Más temprano que tarde los suelos de cangahua también se pierden y nuevamente se demanda su ruptura. Las obras de conservación y los programas sin una propuesta agroecológica con labranza mínima, conservación, cobertura permanente, abonos verdes, entre otros, terminan por producir mosaicos de parcelas con calidades heterogéneas de suelos y una degradación globalizada del paisaje y de sus servicios productivos.
Pedro Oyarzunpoyarzun@ekorural.org Ross Mary Borja
rborja@ekorural.org
Stephen Sherwood
ssherwood@ekorural.org
Referencias
- Córdova, J., y Novoa, V. 1995. Problemática, experiencias y enfoque sobre la erosión, manejo y conservación de suelos de ladera en Ecuador. Experiencias en manejos de Cuencas. Quito, Ecuador: IICA-PROCIANDINO.
- De Noni, G., y Trujillo, G. 1986. Degradación del suelo en el Ecuador. Principales causas y algunas reflexiones sobre la conservación de este recurso. Informe ORSTOM. Quito, Ecuador, pp. 383 -394.
- De Noni, G., Trujillo, G., y Viennot, M. 1992. Análisis histórico, social y económico de la cangahua en Ecuador. Terra. Vol. 10 (número especial: Suelos volcánicos endurecidos, Primer Simposio Internacional, México, 20-26 de octubre de 1991), ORSTOM. México: Colegio de Postgraduados de Montecillo, pp. 503-514.
- Proaño, M., Poats, S., Arellano, P., Crisman, C., y Jaramillo, R. 2003. ¿Los Pobres deterioran el Ambiente? En: Escobar, G. (ed.) Pobreza y deterioro ambiental en América Latina. RISMIP/FONTAGRO, pp. 61-84.
- Quantin, P., Prat, C., y Zebrowski, C. 1998. Soil Restoration and Conservation: The “Tepetates” –Indurated Volcanic Soils– in Mexico. En: Harper, D., y Brown, T. (eds.) The Sustainable Management of Tropical Catchments. New York: John Wiley & Sons Ltd., pp. 109-121.
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