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El paisaje es toda la naturaleza, es toda la humanidad, los árboles, los animales, el paisaje somos todos los que lo conformamos, es donde vivimos. Por decir, tenemos nuestra chacra bien ordenada, bien ubicadita también entra en el paisaje.

Don Alberto Romero Palomino,
agricultor de 43 años, Comunidad de El Challual,
Bajo Biavo, provincia de Bellavista, San Martín, Perú

Como una acción previa al Foro Global sobre Paisajes que tendrá lugar en diciembre 2014 en Lima, Perú, este número presenta experiencias que destacan la relación entre el paisaje y la agricultura y la forma en que las comunidades rurales están actuando ante la creciente presión existente sobre sus tierras y recursos. Generalmente el paisaje se entiende como aquella porción de la tierra o territorio que se puede ver y comprender con una sola mirada, abarcando así todas las características que lo definen y distinguen. Pero estas características no son solo el resultado de las fuerzas de la naturaleza, sino también un producto del quehacer humano. En este momento, ante las amenazas que presenta el cambio climático, existe la necesidad de miradas y conceptos integradores que permitan enfrentarlas y abordar los nuevos retos.

paisajesInternacionalmente se ha optado por el enfoque de paisaje que lo interpreta como una unidad biocultural que permite intervenciones integrales complejas, donde la relación entre los factores propiamente naturales y los factores humanos es evidente. Esto es claramente apreciable al percibir cómo las características de un paisaje rural son producto de la actividad humana a partir de su interacción con los elementos de un espacio natural determinado: los mosaicos de parcelas cultivadas, las praderas para el ganado, los bosques preservados o degradados, los cursos de agua libres o canalizados, los caminos y asentamientos humanos construidos con peculiares formas por la calidad de los materiales locales empleados o por las condiciones que el clima impone son muestras de esta integralidad.

El enfoque de paisaje puede constituirse en una herramienta conceptual y metodológica que permita hacer frente a los efectos perniciosos de las acciones sectorializadas que han actuado independientemente, por sí solas, sin considerar los efectos negativos que podían ejercer sobre otros sectores, tanto sociales como naturales. Este enfoque, al integrar los diferentes elementos que constituyen el paisaje, alberga el potencial para mejorar los medios de vida y la seguridad y soberanía alimentarias, así como para ser un factor de adaptación al cambio climático al proporcionar servicios ambientales.

Cuando miramos el paisaje rural observamos que la agricultura es una de las modalidades de intervención que ha modificado más intensamente el estado natural de estos espacios y ha creado, a través de siglos, sistemas que constituyen patrimonios de la humanidad cuya vigencia como espacios agrarios los hacen, en muchos de los casos, altamente productivos y resilientes ante las amenazas del cambio climático. Ejemplo de ello son los Sistemas Ingeniosos del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM). Muchos de estos sistemas se han visto altamente erosionados por las exigencias de la agricultura comercial de monocultivo que, al interactuar con la naturaleza, obedecen a una racionalidad distinta a la de los agricultores de pequeña escala productiva (Altieri y Koohafkan, p. 6).

La visión integral del espacio rural que presentan algunos de los artículos publicados en este número de LEISA están basados en experiencias con una visión igualmente integral de la gestión y donde se comprueba, como es el caso de la conservación del bosque para una producción sostenible de yerba mate en la Meseta Norte Catarinense de Brasil (Cunha Marques y otros, p. 17), donde se muestra que para lograr una producción sostenible no es suficiente trabajar solo el componente forestal con criterio conservacionista, como lo exigen muchos ecologistas, sino que es necesaria la complementación de una agricultura sostenible que aliente la preservación de los servicios ambientales de los ecosistemas.

Varias experiencias publicadas en este número (Solarte y otros, p. 11; Navarro, p. 27), así como la nota de campo del estudiante de agronomía que se pregunta: “¿Podemos combinar la agricultura con la conservación del bosque?” (Teixeira, p. 21) demuestran que en una gestión integral del paisaje, la agricultura familiar campesina es un factor indispensable para la sostenibilidad de los recursos naturales que posibilitan la vida de la sociedad humana y de la flora y la fauna albergada en estos espacios bioculturales que conforman los paisajes rurales.

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