En los países emergentes la población rural no es más de una tercera parte de la población nacional, tal es el caso de muchos países de América Latina.
Más aún, como sucede en China, los campesinos en algunos países, son compulsivamente obligados a abandonar sus tierras para que emigren a la ciudad y se enrolen como trabajadores de la industria o servicios. En este panorama donde las urbes exigen cada vez más alimentos que no producen, la FAO y otros organismos internacionales han constatado que es la agricultura familiar campesina la que produce más del 50% de los alimentos que se consumen en el mundo o, como dice M.Altieri: “En el mundo hay aproximadamente 1,500 millones de campesinos que ocupan unas 380 millones de fincas, que ocupan el 20% de las tierras, pero ellos producen el 50% de los alimentos que se están consumiendo en este momento en el mundo. (La agricultura industrial solamente produce 30% de los alimentos con el 80% del área agrícola). De esos campesinos, 50% practican agroecología. O sea, están produciendo el 25% de la comida del mundo, en un 10% de las tierras agrarias” (diálogo con Miguel Altieri y Marc Dufumier, Crisis alimentaria y agroecología. Sally Burch en América Latina en Movimiento, No. 487: http://alainet.org/publica/487.phtml). LEISA revista de agroecología, desde sus inicios, se ha centrado en presentar experiencias concretas de agricultura familiar a pequeña escala de varias regiones del mundo y, principalmente, aquellas provenientes de los países latinoamericanos. En este proceso de casi 18 años, el interés y la atención de los organismos internacionales por la agricultura familiar campesina han ido in crescendo, desde considerarla como una forma de producción “…que se ve a la vez como arcaica y anárquica, mientras que al mismo tiempo emerge como algo atractivo y seductor”. (Van der Ploeg, p. 6), hasta el momento actual en que ante las amenazas de la falta de alimentos por el crecimiento poblacional y la degradación de los agroecosistemas por las prácticas de la agricultura industrial, han girado su atención en 180° reconociéndola como fuente permanente de seguridad alimentaria y de mantenimiento –siempre y cuando sus protagonistas no estén acuciados por la miseria o situaciones de violencia extrema– de agroecosistemas fértiles.Pero el reconocimiento del valor de la agricultura familiar campesina, a nivel internacional y nacional, no es suficiente para garantizar a estos productores a pequeña escala el poder superar la inestabilidad y marginalidad social y económica en que se encuentran como campesinos o como pueblos indígenas de los países del hemisferio sur, ante las amenazas del acaparamiento de tierras por las corporaciones nacionales y transnacionales de agronegocios para la expansión de monocultivos destinados a la producción de biocombustibles o al cultivo de organismos genéticamente modificados dedicados a la exportación como la soja en Argentina (Sumaj, p. 36). Por ello es importante que en este Año Internacional de la Agricultura Familiar la voz de los agricultores familiares campesinos sea escuchada y sea decisiva en la definición de políticas que propicien el desarrollo de esta forma de producción, cuyas características de unidad económica multifuncional la dotan de una gran capacidad de adaptación y de innovación ante nuevas circunstancias sociales y naturales, vale decir con gran capacidad de resiliencia (Montesinos, p 30; Casimiro, p. 16; Rey-Novoa y Funes, p. 12).
En este número de LEISA se publican varias experiencias de cómo los agricultores familares han logrado con éxito los procesos de transición de una agricultura convencional de monocultivo y mucho uso de agroquímicos industriales a una agricultura sostenible y con bajo uso de insumos externos. Ellos, tal como lo constatan los investigadores, definen su situación de agricultores familiares como una opción de vida y de una nueva cultura, y respaldan sus logros en la característica de sus fincas como unidades multifuncionales y por lo tanto con capacidad de resiliencia. También incluimos experiencias de cómo estos productores se organizan y logran una relación directa con los consumidores urbanos (Escalona y Domínguez, p. 21; Manzo y López, p. 24)
Si los organismos internacionales como la FAO, el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo y los gobiernos nacionales se limitan en los próximos años a apoyar acciones puntuales y focalizadas de asesoramiento y ayuda a los agricultores familiares sin políticas para el desarrollo de la agricultura familiar campesina con un enfoque territorial, poco se logrará. Más bien, se habrá incentivado un paralelismo productivo, entre dos formas de hacer agricultura en un mismo territorio: una de producción de alimentos sanos en beneficio de los mismos productores, los consumidores y los ecosistemas, y otra de producción en monocultivo con alto uso de agroquímicos para la gran industria internacional de alimentos o de biocombustibles.
El enfoque territorial de desarrollo de la agricultura familiar campesina potencia su multifuncionalidad y genera nuevas oportunidades de realización productiva y cultural para sus protagonistas, especialmente para los jóvenes rurales (Venegas, p. 27).