La estrategia de la Revolución Verde funcionó bien en áreas dotadas de un clima estable y energía barata, y millones de hectáreas fueron transformadas en sistemas agrícolas especializados y dependientes de insumos a gran escala. Pero los fertilizantes, plaguicidas, equipo agrícola o combustible se derivan de combustibles fósiles que van agotándose y son cada día más caros. Y el clima se va volviendo cada día más extremo, mientras que estos sistemas agrícolas intensivos se vuelven menos resistentes y más vulnerables. Afortunadamente existen alternativas que incrementan la resiliencia y garantizan altos rendimientos.
Poco se ha hecho para incrementar la adaptabilidad de la agricultura industrial a los eventos climáticos cambiantes y extremos, excepto por el foco en “soluciones mágicas” tales como la modificación genética, con la que se espera que los cultivos rindan en ambientes estresantes.
Casi no se ha trabajado en diseñar prácticas de manejo que incrementen la resiliencia de los monocultivos al cambio climático. Existe abundante evidencia de que los diseños y prácticas agroecológicas contribuyen enormemente.
De hecho, muchos estudios revelan que los agricultores de pequeña escala que aplican prácticas agroecológicas manejan e incluso se preparan para el cambio climático minimizando el riesgo de una mala cosecha. Los resultados de diversas investigaciones sugieren que esas prácticas producen una mayor resistencia a los eventos climáticos al traducirse en menor vulnerabilidad y mayor sostenibilidad a largo plazo.
En base a esta evidencia, diversos expertos han sugerido que el rescate de los sistemas tradicionales de manejo, en combinación con el uso de estrategias basadas en la agroecología, puede representar la única ruta viable y robusta para incrementar la productividad, sostenibilidad y resiliencia de la producción agrícola. En este documento exploramos una serie de maneras en que pueden implementarse estas estrategias para el diseño y manejo de agroecosistemas, permitiendo a los agricultores adoptar una estrategia que al final proporciona beneficios económicos.
La Red Iberoamericana de Agroecología para el Desarrollo de Sistemas Agrícolas Resilientes al Cambio Climático, REDAGRES, es una red de científicos e investigadores ubicados en ocho países. Sus objetivos son promocionar el intercambio de conocimientos e información sobre la agricultura y el cambio climático. Además de analizar el impacto del cambio climático sobre la producción agrícola, REDAGRES pone un énfasis especial en explorar diferentes estrategias de adaptación a eventos climáticos extremos y la aplicación de principios agroecológicos para el diseño y la intensificación de agroecosistemas resilientes al cambio climático.
Hace algunos meses, REDAGRES inició un proyecto de dos años que incluye un estudio de sistemas agrícolas a pequeña escala en regiones seleccionadas de América Latina para identificar sistemas que hayan resistido eventos climáticos recientemente o en el pasado, y comprender cuáles son sus componentes principales. Los principios que van emergiendo están siendo compartidos por agricultores familiares en comunidades en la región a través de visitas sobre el terreno, visitas de intercambio, seminarios cortos y cursos, y también con la elaboración de un manual de fácil acceso para agricultores que explica cómo evaluar el nivel de resiliencia de cada granja, y muestra qué hacer para aumentar la resistencia.
Los análisis detallados del rendimiento agrícola posterior a eventos climáticos extremos han revelado que la resiliencia a desastres climáticos está estrechamente relacionada con el nivel de biodiversidad en las granjas.
Un estudio realizado en las laderas centroamericanas después del paso del huracán Mitch reveló que los agricultores que practicaban la diversificación (el uso de cultivos de cobertura, el cultivo intercalado y la agroforestería, por ejemplo) sufrieron menos daños que sus vecinos dedicados al monocultivo convencional.
Un estudio de más de 1.800 granjas “sostenibles” y “convencionales” en zonas aledañas realizado en Nicaragua, Honduras y Guatemala descubrió que las parcelas “sostenibles” tenían una capa arable entre 20 a 40% mayor, más humedad en el suelo y menos erosión, además de experimentar menores pérdidas económicas que sus vecinos convencionales.
Similarmente, aquellas granjas de café en México que registran mayores niveles de complejidad y diversidad de plantas, sufrieron menos daños a raíz del huracán Stan.
Y cuarenta días después de que el huracán Ike azotara Cuba en 2008, los investigadores descubrieron que las granjas diversificadas habían sufrido pérdidas de 50% comparadas con el 90 o 100% en zonas aledañas donde se practicaba el monocultivo. Además, las granjas manejadas agroecológicamente recuperaron su productividad más rápidamente que las granjas donde se practicaba el monocultivo.
Estos son solo algunos ejemplos que demuestran cómo los agroecosistemas complejos pueden adaptarse y resistir los efectos del cambio climático. Se ha demostrado que los sistemas agroforestales protegen a los cultivos de las variaciones fuertes de temperatura, manteniéndolos cerca de sus condiciones óptimas. Los sistemas de café con más sombra protegen a los cultivos de la disminución de las lluvias y de la menor disponibilidad de agua en el suelo porque la masa arbórea puede reducir la evaporación del suelo y aumentar la capacidad de infiltración de agua.
A la vez, el cultivo intercalado permite que los agricultores produzcan diversos cultivos simultáneamente y minimicen los riesgos. Los policultivos tienen un rendimiento más estable y su productividad se reduce menos durante las sequías. Un estudio de los efectos de las sequías sobre los policultivos (Natarajan y Willey, 1986), demostró que los cultivos intercalados son muy exitosos. Resulta interesante que la tasa de sobrerendimiento se incrementó con la escasez de agua, demostrando que las diferencias relativas en la productividad entre monocultivos y policultivos son mayores mientras más escasea este elemento.
Otro ejemplo lo brindan los sistemas silvopastoriles intensivos (SSI) que combinan arbustos forrajeros sembrados en grandes densidades, árboles, palmeras y pastizales. La alta densidad de población y la producción natural de leche y carne en estos sistemas se logra a través del pastoreo rotativo. En la granja El Hatico, en el Cauca, Colombia, un SSI de cinco pisos compuesto por una capa de pastos, arbustos de leucaena, árboles de tamaño mediano y un dosel de árboles de gran tamaño, hizo posible que se incrementara a lo largo de los últimos 18 años el nivel de carga ganadera a 4,3 vacas lecheras por hectárea y la producción de leche en un 130%, además de eliminar completamente el uso de fertilizantes químicos. Si bien 2009 fue el año más seco registrado en los 40 años de El Hatico, y los agricultores vieron una reducción de 25% en la biomasa de los pastizales, la producción de forraje se mantuvo constante a lo largo de todo el año, neutralizando los efectos negativos de la sequía sobre todo el sistema.
Como respuesta a las condiciones climáticas extremas, la granja debió ajustar sus niveles de carga ganadera. A pesar de ello, la producción de leche en 2009 fue la más alta registrada, con un sorpresivo incremento de 10% en comparación con los cuatro años anteriores. Mientras tanto, los agricultores de otras regiones del país reportaron una pérdida de peso severa en los animales y altas tasas de mortalidad debidas al hambre y la sed.
Los beneficios combinados de la regulación del agua, un microclima favorable, biodiversidad y reservas de carbono en los sistemas agrícolas diversificados descritos anteriormente, no solo proporcionan bienes y servicios ambientales para los productores, sino también una mayor resiliencia al cambio climático.
El proyecto Sakai, en Kenia, demuestra cuán importante es la información meteorológica para adaptarse al cambio climático. El proyecto piloto fue parte de una iniciativa regional sobre Integración de la Vulnerabilidad y la Adaptación al Cambio Climático a la Planificación e Implementación de Políticas de Desarrollo Sostenible en África Meridional y Oriental (ACCESA). Sus principales objetivos incluyeron reforzar la seguridad alimentaria en los hogares, reducir la pobreza y facilitar la integración de la adaptación al cambio climático a las políticas relacionadas al manejo de desastres y al desarrollo sostenible de las tierras áridas y semiáridas en Kenia. Iniciándose en 2006, este proyecto se llevó a cabo en Sakai, en la provincia Oriental de Kenia.
Cynthia Brenda Awuor Investigadora Asociada en el Instituto Ambiental de Estocolmo, Oxford, Red Cross Road, Nairobi, Kenia.
Correo-e: cawuor@gmail.com
Este artículo fue publicado en LEISA Magazine, vol. 24, no. 4 (diciembre 2008).
La productividad de los cultivos en tierras secas está limitada en gran medida por la disponibilidad de agua en el suelo. El porcentaje de contenido de materia orgánica del suelo es un índice confiable de la productividad de los cultivos en regiones semiáridas porque la materia orgánica mejora la capacidad del suelo para almacenar y trasmitir aire y agua.
Añadir grandes cantidades de materia orgánica con regularidad es otra estrategia clave utilizada por muchos agricultores. El manejo de la materia orgánica está al centro de todos los esfuerzos por crear tierras saludables con buena actividad biológica y características físicas y químicas positivas.
De la mayor importancia para la resiliencia es que la materia orgánica mejora la capacidad de retención de agua del suelo, haciéndolo más resistente a las sequías y mejorando su capacidad de infiltración, evitando que sus partículas sean transportadas con el agua durante lluvias intensas. La materia orgánica también mejora la agregación de la superficie del suelo, sujetando firmemente las partículas cuando hay lluvias o tormentas de viento.
Simultáneamente, los suelos ricos en materia orgánica contienen por lo general hongos micorrícicos simbióticos, micorrizas arbusculares (MA), por ejemplo, que son un componente clave de las poblaciones microbianas que influyen sobre el crecimiento de las plantas y la productividad del suelo. Los hongos MA son importantes porque mejoran las interacciones planta-agua, aumentando así la resistencia a la sequía.
La capacidad de asociaciones específicas de hongos-plantas para tolerar la sequía son de gran interés en áreas afectadas por deficiencias de agua: se ha reportado que una infección de hongos MA aumenta la absorción de nutrientes en plantas afectadas por la falta de agua y hace que las plantas usen el agua más eficientemente.
En octubre de 1998, el huracán Mitch, uno de los cinco más poderosos en azotar el Caribe durante el siglo XX, afectó seriamente el sector agrícola de Nicaragua, Honduras y Guatemala. La mayoría de observadores están de acuerdo en que la magnitud de este inmenso desastre fue la consecuencia de décadas de deforestación, agricultura no sostenible y acciones que resultaron en la degradación ambiental. Sin embargo, las observaciones in situ revelaron algo diferente: las granjas donde se habían aplicado prácticas ‘sostenibles’ sufrieron menos que las ‘convencionales’.
Eric Holt-Giménez Director Ejecutivo de Food First/Instituto de Políticas de Alimentación y Desarrollo Correo-e: eholtgim@foodfirst.org Este artículo fue publicado en LEISA revista de agroecología vol. 17, no. 1 (julio 2001).
La protección del suelo contra la erosión también es una estrategia fundamental para aumentar la resiliencia. Los mantillos o mulching y los abonos verdes ofrecen muchas ventajas. Los mantillos de rastrojo hacen más lento el proceso de secado del suelo al proteger la superficie con residuos.
El mantillo reduce la velocidad del viento en hasta 99% y, por lo tanto, las pérdidas por evaporación se reducen de manera significativa. Además, los cultivos de cobertura y los residuos de hierbas pueden mejorar la penetración del agua y reducir las pérdidas por escorrentía de dos a seis veces.
Alrededor de Centroamérica, CIDDICO, Vecinos Mundiales y otras ONG han promovido el uso de legumbres como abonos verdes, una fuente barata de fertilizantes y una manera de acumular materia orgánica.
Cientos de agricultores en la costa norte de Honduras están usando frijol abono (Mucuna pruriens) con excelentes resultados, incluyendo rendimientos de maíz de alrededor de 3.000 kilogramos por hectárea, más del doble del promedio nacional.
Los frijoles producen casi 30 toneladas por hectárea de biomasa anualmente, o alrededor de 90 a 100 kilogramos de nitrógeno por hectárea por año. El sistema disminuye el estrés por falta de agua, porque una capa de mantillo dejada por la mucuna contribuye a conservar agua en el perfil del suelo, logrando que los nutrientes estén fácilmente disponibles en aquellos períodos en que los cultivos más los absorben.
En la actualidad, bastante más de 125.000 agricultores están usando abonos verdes y cultivos de cobertura en Santa Catalina, Brasil. Los agricultores familiares de las laderas modificaron el sistema convencional de labranza cero dejando inicialmente residuos de plantas sobre la superficie del suelo, notando una disminución en los niveles de erosión y también experimentando menores fluctuaciones en la humedad y la temperatura del suelo. Las reiteradas aplicaciones de biomasa fresca mejoraron la calidad del suelo, minimizaron la erosión y el crecimiento de hierbas y mejoraron el rendimiento de los cultivos.
Estos novedosos sistemas dependen de mezclas para los cultivos de cobertura tanto de verano como de invierno que dejan una capa gruesa de residuos sobre la que se siembra o planta directamente maíz, trigo, cebollas o tomates, sufriendo muy poca interferencia de hierbas durante la temporada de crecimiento.
Durante la temporada 2008-2009, víctimas de una severa sequía, los productores convencionales de maíz sufrieron pérdidas promedio de 50%, llegando a niveles de productividad de 4,500 kilos por hectárea. Sin embargo, los productores que habían adoptado las prácticas de cero labranza agroecológica experimentaron una pérdida de solo 20%, confirmando la mayor resiliencia de estos sistemas.
Las comunidades de plantas más diversas resisten mejor los disturbios y son más resilientes al enfrentar perturbaciones ambientales derivadas de eventos climáticos extremos. Sin lugar a dudas, la diversificación de los cultivos representa una estrategia a largo plazo para agricultores que están experimentando un clima errático. El uso de la diversificación al interior de los sistemas agrícolas puede reducir en gran medida la vulnerabilidad de los sistemas de producción al mismo tiempo que protege a los agricultores rurales y a la producción agrícola.
Los agricultores que utilizan la diversidad como estrategia para el manejo de cultivos, por lo general añaden copiosas cantidades de materia orgánica a sus suelos, incrementando aún más su capacidad para retener agua. El manejo de los cultivos de cobertura y los abonos verdes mejoran la cobertura del suelo protegiéndolo de la erosión, pero también añaden biomasa, la que a su vez contribuye a un mayor nivel de materia orgánica en el suelo.
Las estrategias que aumentan la resiliencia ecológica de los sistemas agrícolas son esenciales pero no suficientes para lograr la sostenibilidad. La resiliencia social, definida como la capacidad de grupos o comunidades para adaptarse frente a elementos externos cuasa de estrés, sean sociales, políticos o ambientales, debe ir de la mano con la resiliencia ecológica.
Para ser resilientes, las sociedades rurales deben demostrar la capacidad de amortiguar las perturbaciones con métodos agroecológicos adoptados y diseminados a través de la autoorganización y la acción colectiva (Tompkins y Adger, 2004). Reducir la vulnerabilidad social a través de la extensión y consolidación de redes sociales, a nivel tanto local como regional, puede contribuir a aumentar la resiliencia en los agroecosistemas.
La vulnerabilidad de las comunidades agrícolas depende de qué tan bien esté desarrollado el capital natural y social que hace a los agricultores y sus sistemas más o menos vulnerables a los choques climáticos. La capacidad de adaptación se refiere al conjunto de precondiciones sociales y agroecológicas que permiten a los individuos o grupos y sus granjas responder al cambio climático de manera resiliente. La capacidad de responder a cambios en las condiciones ambientales existe en las comunidades en grados diferentes, pero esas respuestas no siempre son sostenibles.
El reto es identificar aquellas que sirven para intensificarlas, de manera que la vulnerabilidad pueda ser reducida aumentando la capacidad de reacción de las comunidades para desplegar mecanismos agroecológicos que permitan a los agricultores resistir y recuperarse de los eventos climáticos. Las estrategias de organización social (redes de solidaridad, intercambio de alimentos, etc.) utilizadas por los agricultores para manejar circunstancias difíciles impuestas por tales eventos son, por lo tanto, un componente clave de la resiliencia.
Clara Inés Nicholls, Miguel A. Altieri Clara Inés Nicholls. Co-coordinadora de REDEAGRESLEISA es una revista trimestral que busca difundir experiencias de agricultores familiares campesinos.
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