julio 2010, Volumen 26, Número 2
Servicios financieros y agricultura campesina

Servicios financieros adecuados para la agricultura familiar campesina

LOS EDITORES | Página 4-5
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Todo sistema de producción agrícola requiere acceder a ciertos bienes y servicios para poder reproducirse y continuar atendiendo el autoconsumo de las familias rurales y las demandas de los mercados. En el caso de la agricultura familiar campesina, estos requerimientos se han atendido de diversas formas a lo largo del tiempo. Los productores seleccionan e intercambian semillas y acumulan y manejan el estiércol de sus animales, mientras que para tareas pesadas y para la construcción de obras de infraestructura que sirvan a varios productores –como canales de riego o represas– las familias campesinas han desarrollado distintas maneras de cooperar entre ellas. Otras necesidades de la reproducción se satisfacen mediante intercambios entre los mismos productores y ventas de productos en los mercados, pero también se hace necesario contar con ciertos servicios para completar la adquisición de insumos y herramientas y para atender las necesidades de reproducción de las familias. Desde hace mucho tiempo, pero especialmente en el mundo de la economía actual, la reproducción y la expansión de la agricultura familiar requieren servicios financieros.

La presente edición de LEISA se dedica a este tema, utilizando para ello un conjunto de contribuciones basadas en experiencias que tratan de atender distintas necesidades específicas de las familias campesinas. La selección se inicia con el artículo de Jan Douwe van der Ploeg, profesor de sociología rural en la Universidad de Wageningen, Holanda, que alerta sobre las inconveniencias y los riesgos del crédito y enfatiza la importancia de mantener cierto nivel de autonomía para las familias campesinas. Van der Ploeg usa para sustentar su argumento la experiencia de los pequeños agricultores peruanos con el Banco Agrario de Perú, el cual otorgaba créditos en condiciones adversas para los prestatarios quienes en no pocas ocasiones terminaron perdiendo sus tierras. Pero existen también experiencias exitosas de crédito a organizaciones de agricultores familiares, especialmente para el financiamiento de la comercialización de productos de exportación, como el café y el cacao, y también de créditos para el equipamiento de los procesos de transformación de estos productos. Dos experiencias valiosas se presentan en esta edición: el financiamiento a la cadena de valor del algodón para pequeños agricultores de Tanzania, hecho por Triodos Bank, y la experiencia de la cooperativa de productores de cacao El Ceibo en Bolivia y la organización ecuménica de financiamiento al desarrollo Oikocredit; ambas experiencias son muestras de lo que se puede lograr con este tipo de alianzas.

En América Latina, las microfinanzas (microcréditos y otros servicios de pequeña escala) han tenido un crecimiento muy elevado; sin embargo, esta expansión se ha dado sobre todo entre los sectores pobres y las microempresas urbanas, y allí se ha canalizado mayormente al comercio. La penetración de las microfinanzas en el sector rural y especialmente para la producción agropecuaria es mínima y en las condiciones actuales de su funcionamiento y de las políticas estatales no podría ser de otra manera. Como lo explicó el expositor Marcel Mazoyer el 2007 en el Seminario Internacional Economías Campesinas y Servicios Financieros Rurales, organizado por el Foro Latinoamericano y del Caribe de Finanzas Rurales en La Paz, Bolivia,

“Actualmente, el microcrédito crece más que todo en zonas urbana y peri urbanas, los bancos concentran sus actividades en los grandes agricultores o en estos sectores y las microfinancieras responden a la demanda de las actividades informales no rurales, por lo que los pequeños productores agrícolas no tienen acceso al crédito. Por más que se tenga una buena política de apoyo al desarrollo sostenible de la agricultura campesina, existe la dificultad del financiamiento, los campesinos cuentan con muy baja capacidad de autofinanciamiento y de brindar garantías, precisamente porque su rentabilidad también es baja… El financiamiento para la agricultura es muy diferente a las prácticas acostumbradas en microfinanzas, donde la rentabilidad es casi inmediata; en agricultura el tiempo de recuperación del crédito es más largo”(Memoria del Seminario, p. 35).

Pese a estas constataciones, en un contexto de globalización y concentración empresarial, hay actualmente en varios países de nuestra región un renovado interés de instituciones microfinancieras por expandir sus actividades al sector rural. Una muestra de esta tendencia es el caso de la Caja Nuestra Gente, de propiedad de la Fundación BBVA, que en alianza con la ONG Instituto por una Alternativa Agraria (IAA) está llevando a cabo una experiencia de microcrédito a familias campesinas beneficiarias del programa estatal Juntos en comunidades altoandinas de Perú. Y hay también experiencias en pequeña escala, como aquella, incluida en esta edición, en la que un préstamo de la ONG peruana Fovida-Programa Credivida permitió a la pequeña empresa La Cabrita equipar de nuevo su planta de procesamiento de derivados lácteos luego de un siniestro.

Un estudio de impacto llevado a cabo por el equipo editorial de LEISA en 2009 señaló la importancia para la agricultura familiar de inversiones en sus predios, las que permitirían asegurar la producción y mejorar los rendimientos, así como el establecimiento en sus parcelas de pequeños sistemas de riego por goteo, que requieren un período de reembolso a mediano plazo y tasas de interés adecuadas. En nuestros países existe una gran necesidad de este tipo de créditos y aún está muy lejos de ser satisfecha; dichos créditos harían posible que la agricultura familiar mejore su competitividad y enfrente de mejor manera los eventos climáticos adversos. También tomamos en cuenta el apoyo crediticio para lograr la transición a la agricultura orgánica o ecológica, apoyo muy requerido y sobre el cual trata la experiencia del fondo de Crédito Agroecológico y Solidario, destinado a pequeños agricultores del nordeste brasileño e impulsado por la organización Caatinga.

El elemento común a prácticamente todas estas experiencias es que la intervención estatal es inexistente o, en todo caso, insignificante. El gran sector de la agricultura familiar campesina, donde laboran millones de personas utilizando sistemas de producción sostenibles que no generan gases invernadero, que contribuyen a la conservación de la biodiversidad y que aportan la mayor parte de los alimentos que consumimos, sigue esperando aquellas políticas estatales que apoyen su fortalecimiento y creen las condiciones para mejorar su competitividad. Recae sobre las organizaciones de pequeños agricultores y sobre quienes tratamos de colaborar con ellas la gran tarea de hacer que esta situación de descuido y abandono llegue a su fin.

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