Cuando un animal de los asegurados sufría un daño, como la pérdida de un ojo o de un cuerno, que dificultaba su uso para los trabajos del campo, o bien enfermaba o moría, se le abonaba a su dueño la compensación acordada y el coste de la misma era sufragado por todos los miembros del seguro en proporción al valor de lo que tenían asegurado. Cada cierto tiempo se revisaba el ganado para actualizar su valor y también se renovaban los cargos de quienes presidían o prestaban el servicio de peritos en el control del valor del ganado. De este modo, y como nadie cobraba por esta labor de tipo cooperativo vecinal, se podían compensar al menos parcialmente las pérdidas, salvo en un caso catastrófico como una epidemia, pues si morían casi todos los animales nadie podía hacer frente a esta tragedia. Este tipo de seguros basados en el control y la autogestión de los pequeños campesinos autónomos rindió buenos frutos hasta fines del siglo pasado, cuando el proceso de la industrialización y globalización de las producciones agrarias y ganaderas lo hizo inviable.
Entre las causas de su desaparición se pueden señalar: el desarrollo de las industrias agroalimentarias vinculadas con el vacuno y el porcino, que en la inmensa mayoría de los casos eran los animales asegurados, la desaparición del pequeño campesinado, la crisis del campo y la emigración a las ciudades, la valoración a la baja del ganado con relación al precio real de mercado debido a la mayor calidad de las reses y el trabajo que suponía para los encargados de hacer las revisiones el tener que visitar casa por casa, porque ya había poco ganado en las asociaciones. La aparición de los seguros agrarios fue otro motivo, aunque no el más importante, ya que estos, a pesar de proporcionar unas compensaciones mayores por la pérdida del ganado, requerían una serie de trámites mucho más complejos que el de los seguros tradicionales, especialmente en los aspectos sanitarios y burocráticos. Actualmente, el agroseguro que ha reemplazado al sistema anterior, al menos bicentenario, lo forman una serie de compañías a las que se afilia el ganadero, el cual paga una pequeña cuota y recibe una indemnización mayor que con el sistema tradicional, porque las aseguradoras tienen una subvención del Estado español que varía de acuerdo con las necesidades y los riesgos de cada año.
José Manuel Vázquez Varela