Se concluyó también que otra de sus funciones es la de documentar prácticas y agroecosistemas sostenibles que han venido desapareciendo por la expansión de la agricultura convencional.
De esta forma, en este documento se describe el sistema de producción de la pitaya (Stenocereus pruinosus), una planta cactácea que, junto con otras especies de la misma familia, son ampliamente aprovechadas en la región mixteca de los estados de Puebla y Oaxaca en México, desde tiempos muy remotos, y son ejemplo del uso racional de especies locales y del conocimiento generado por las comunidades campesinas para la optimización de sus recursos y satisfacción integral de sus necesidades.
La región mixteca tiene un clima semiárido (BS) con temperatura media anual de entre 18º y 22ºC; su rango de precipitación anual está entre los 600 y 800 mm, lo cual hace difícil el cultivo de plantas con altos requerimientos de agua. A través del tiempo, las culturas ahí establecidas encontraron en los cactus y agaves (plantas de gran diversidad en esta región) un importante recurso para su supervivencia.
En especial en los municipios de Tepeyahualco de Cuauhtémoc y Huitziltepec, Puebla, se han cultivado ininterrumpidamente especies de las familias Cactáceas y Agaváceas, en huertas tradicionales y de traspatio, a los que localmente se les llama “corrales”.
Características del sistema tradicional de pitaya
Los corrales son de 0,25 o 0,50 de hectárea y son tan antiguos que nadie recuerda desde cuándo se trabaja este sistema de producción. Hay también plantaciones recientes que se han hecho en terrenos fuera de la población y son llamados “planteles”. En ambas, la pitaya es el cultivo dominante, seguido por xoconochtles (Stenocereus stellatus) y en algunos casos pitahaya (Hylocereus undatus).
La pitaya es una cactácea columnar aprovechada principalmente por su fruto, una baya roja o amarilla de sabor exquisito y con un peso de entre 150 y 300 g. Sus características son similares a las del xoconochtle, con la diferencia de que este tiene un sabor agridulce y una gran diversidad de colores, ya que los hay rojos, blancos, amarillos y rosas, y su peso oscila entre 80 y 150 g. Ambas especies son usadas también como cercos vivos y para la obtención de leña. La pitahaya también es una cactácea con hábito trepador, que produce atractivos frutos de entre 300 g a 1 kg de peso. Como tutores de la pitahaya en los huertos tradicionales se utilizan distintas especies como el mezquite (Prosopis sp.), el guaje (Leucaena sp.) y el mismo pitayo. Las pitahayas se siembran también junto a las bardas de piedra que delimitan las huertas, para que estas les sirvan de respaldo.
En las huertas tradicionales se auspician diversos árboles de la familia Fabaceae que cumplen con distintas funciones, tales como los mezquites, que sirven para reducir la temperatura en su área circundante, así como también proporcionan vainas dulces que sirven de forraje para los rumiantes de la granja. Los mezquites son reservorios de los cocopaches (Pochilis gygas), un hemíptero comestible que se convierte en una importante fuente de proteínas para las familias. La leña del mezquite, que se obtiene al podar los árboles, es muy apreciada por los lugareños ya que por combustión alcanza temperaturas muy altas. Los árboles de guaje se cultivan en las huertas de pitaya y sus semillas tiernas son para sazonar salsas y guisados locales; consumidas en crudo proporcionan proteínas, minerales y vitaminas a las familias. El follaje de los guajes es usado como forraje para cabras y borregos, y sus ramas, para leña.
La presencia de estas dos especies de leguminosas en los huertos de pitaya tiene un efecto muy positivo en la fertilidad del suelo, ya que sus profundas raíces permiten el rompimiento del tepetate (toba volcánica), incrementan la infiltración del agua y, gracias a su asociación con bacterias nitrificantes, aumentan la disponibilidad de nitrógeno mineral que beneficia a las otras especies asociadas.
Este tipo de agroecosistema permite obtener muchos productos a lo largo del año, ya que una de sus características es que entre las hileras de pitayos y xoconochtles hay una distancia de cinco a seis metros, lo que permite tener otros cultivos como chiles tomates, maíz y cempasúchitl o “clavel de muerto” (Tagetes erecta), o bien tolerar el crecimiento de otras especies como los quelites (Amaranthus sp., Anoda cristata, Portulaca oleracea), los cuales forman parte de la dieta campesina y proporcionan vitaminas y minerales.
En las huertas tradicionales de pitaya también se siembran nopales tuneros, nopal toro o cuatemetlapetl (Opuntia sp.) de los cuales se aprovechan los cladodios tiernos, los cladodios de un año de edad y los frutos. Se siembran también árboles que toleran largas temporadas de secas como la granada (Punica granatum) y antaño, comentan los mayores (personas mayores de 50 años que fueron entrevistadas), se tenían más variedades de tuna, limón y en algunos casos izote (Yucca periculosa) de flores comestibles y maguey (Agave sp.) pulquero (para la bebida del pulque) y silvestre (para la preparación de la barbacoa).
Una de las huertas diversificadas que aún perduran es la de la familia Serrano Rosas en Tepeyahualco, la cual ha mantenido la mayoría de las especies que don Máximo Serrano, ahora fallecido, cultivó hace más de 40 años y donde hoy se trabaja para convertirse en una huerta modelo, llamada Nochcalli (la casa de la tuna). Al inició, don Máximo trabajó sobre tepetate y desarrolló prácticas de restauración de suelos a través de la construcción de tecintas, que aunadas a la canalización de las corrientes de agua que bajaban del cerro hacia su huerta consiguió acumular hasta 20 cm de suelo con tal efectividad que en zonas donde se tenía 10 cm o menos de suelo, hoy se tienen más de 30 cm, convirtiéndose así en una área muy productiva con más de 15 especies y variedades de plantas cultivadas.
Tecintas es el nombre de las hileras de piedra colocadas en sentido perpendicular a la pendiente, en la parte baja de la hilera de pitayos o xoconochtles. Su altura oscila entre 20 y 90 cm, según la magnitud de la pendiente. Tienen la función de disminuir la fuerza de las escorrentías, retener suelo, agua, nutrientes y materia orgánica. Con el uso de las tecintas, los productores de pitaya no se preocupan por bajos rendimientos o calidad del fruto; incluso, hay algunos que nunca abonan sus huertas, ya que las tecintas retienen los nutrientes que los cultivos requieren. La técnica de las tecintas se está aplicando en otras partes del mundo para recuperar suelos erosionados, como es el caso del proyecto Keita (financiado por el gobierno italiano) en Níger (África) desde hace 24 años (Mann, 2008). En Tepeyahualco y Huitziltepec no se tiene información respecto al tiempo que se lleva empleando esta técnica, pero sí se sabe que antes de la llegada de los españoles, en el Valle de México, Tlaxcala y en otros asentamientos humanos practicaban las terrazas, ayudados con las bardas de piedra combinadas con cultivo de maguey: estos eran los metepantles.
En las huertas de pitaya, cuando se deshierba, se coloca toda la materia vegetal a lo largo de la hilera y que funciona como mulch (Gliessman, 2002), lo que ayuda a la conservación de la humedad y, por ende, favorece la actividad microbiana, lo que hace más disponible los nutrientes para el cultivo.
En otros tiempos, las huertas o corrales también fungían como letrinas, con lo que se regresaban al suelo algo de nutrientes y materia orgánica. De igual manera se incorporaban todos los desechos de cocina formándose toda una composta al pie de los pitayos. En la actualidad esto no se hace y lo preocupante es que en las nuevas plantaciones tampoco incorporan tecintas, lo que indica que las nuevas generaciones desconocen las funciones que cumple en la huerta. Las huertas tradicionales de pitaya son un verdadero agroecosistema que cumple funciones básicas para lograr la sostenibilidad (Gliessman y otros, 2007) y esto es algo que no se reproduce en las nuevas plantaciones o que las nuevas generaciones no aplican.
Embates contra el sistema tradicional de pitaya
Las personas de edad avanzada comentan que, desde sus padres y abuelos, las pitayas, los magueyes y las tunas han estado presentes en sus corrales. Esta diversidad de especies se ha visto afectada con el paso del tiempo, ya que en la actualidad se le da más importancia a las especies de las cuales se obtienen ingresos monetarios. Por esta causa muchas especies, entre ellas la tuna, se abandonaron por completo desde hace unas dos décadas. El maguey siguió el mismo destino.
En Santa Clara Huitziltepec (cabecera del municipio de Huitziltepec), se abandonó el cultivo tradicional de la pitaya en la década de 1950, cuando los campesinos comenzaron a tener acceso a agua de riego e iniciaron el cultivo convencional de productos de mayor valor en el mercado, como las hortalizas, granos y forrajes.
Sin embargo, en Huitziltepec, en la década de 1980, la disponibilidad del agua de riego empezó a disminuir paulatinamente, a tal grado que en 1993 no hubo más. Este problema, sumado al cambio en el patrón de lluvias en la zona, hizo imposible los cultivos de temporal. A raíz de esto muchos lugareños migraron a Estados Unidos y muchos otros retomaran la producción de pitaya pero, según comentan, sin saber cómo hacerlo, pues fueron sus padres y abuelos quienes la habían cultivado en el pasado y no ellos.
Otro factor que afectó al sistema tradicional de pitaya en los municipios de Tepeyahualco y Huitziltepec fue el crecimiento poblacional, ya que al estar los huertos de pitaya en el traspatio de la casa, fueron reducidos o eliminados cuando los terrenos fueron fraccionados para ser repartidos entre los hijos que alcanzaban la edad adulta para que ahí construyeran las casas para sus propias familias.
La agricultura convencional tipo Revolución Verde se convirtió en la panacea de la región mixteca, e instauró su lógica productiva en la cultura agrícola de las nuevas generaciones. Los policultivos que proporcionaban una dieta completa a la familia campesina fueron sustituidos por monocultivos de variedades mejoradas para el mercado. Este cambio en el paradigma de la producción agrícola provocó un rompimiento en la transmisión del conocimiento campesino en el manejo de sistemas agroecológicos complejos, producto de la reflexión inteligente de generaciones y probados en el riguroso laboratorio de la supervivencia (Berkes, 1999).
Una de las características del conocimiento tradicional es su carácter colectivo (UNESCO, 2006), el cual va despareciendo cuando no se reproducen los ritos y sus procesos de transmisión a las nuevas generaciones. En ello mucho tiene que ver la modernización de la agricultura, muchas veces impuesta en las comunidades a través de programas gubernamentales bajo el supuesto de que las comunidades rurales son solo receptoras de nuevos conocimientos y tecnologías, sin considerar la importancia del acervo de conocimientos campesinos, cultivos tradicionales y tecnologías locales para la búsqueda de su propio desarrollo.
Otro factor que influye en la no transmisión del conocimiento a las nuevas generaciones, y que muchas personas mencionan, es la educación. Es cierto que esta abre nuevos caminos a los jóvenes, pero también obstaculiza el proceso de transmisión del conocimiento local al alejarse del campo y aspirar a otras fuentes de empleo, ya que desde la visión moderna incluso analizada desde las escuelas, el campo se ha visto como sinónimo de atraso. Esto se debe superar buscando un equilibrio entre los conocimientos endógenos y exógenos (UNESCO, 2006) para lograr un verdadero desarrollo de las comunidades sin atentar contra sus formas tradicionales de aprovechar y manejar sus recursos locales.
Una muestra de esa pérdida de conocimiento se observa en las nuevas plantaciones de pitaya, donde no se aplican técnicas como las tecintas y, sin embargo, copian el modelo de agricultura convencional, mecanizando, aplicando fertilizantes, herbicidas, fitohormonas y plantando solo la especie de interés comercial.
Reconstrucción del sistema pitaya
Considerando la escasez de agua que se presenta, algunas personas opinan que deberían retomarse los cultivos tradicionales de Cactáceas y Agaváceas que integran el sistema pitaya. Sin embargo, el reto está en el rescate del conocimiento tradicional y difundir su lógica y su praxis entre los productores de la región para que las huertas de pitaya se mantengan como un sistema de producción agroecológica.
En lo anterior se fundamenta Nochcalli, una huerta en reconstrucción, que se basa en la diversificación de cultivos, algo que ya poco se observa en las huertas de la actualidad. Además, se está buscando ampliar la diversidad de especies cultivadas entre las hileras de pitayos y convertir esta huerta en un modelo para la región.
Esteban Martínez V., Engelberto Sandoval C., Mario Tornero C., Edgar Herrera C. y Ma. Antonieta Goytia J.
Esteban Martínez V.
5-A Sur, Col. Villa Encanta de Puebla, Pue., México. C.P. 72440
Correo electrónico: estebanmtz2003@yahoo.com.mx
Engelberto Sandoval C.
Mario Tornero C.
Edgar Herrera C.
Ma. Antonieta Goytia J.
Referencias
– Berkes, F., 1999. Role and significance of “tradition” in indigenous knowledge. Indigenous Knowledge and Development Monitor 7(1): 19.
– Gliessman, S. R, 2002. Agroecología: procesos ecológicos en agricultura sostenible. CATIE. Turrialba, Costa Rica.
– Gliessman, S. R., F. J. Rosado-May, C. Guadarrama-Zugasti, J. Jedlicka, A. Cohn, V. E. Mendez, R. Cohen, L. Trujillo, C. Bacon y R. Jaffe, 2007. Agroecología: promoviendo una transición hacia la sostenibilidad. Ecosistemas 16(1): 5-19.
– Mann, C., 2008. Nuestra buena tierra: el futuro está en la tierra que yace a nuestros pies. National Geographic 23(3): 8-26.
– UNESCO, 2006. Conocimientos tradicionales. Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Oficina de Información Pública. Disponible en http://www.unesco.org/bpi/pdf/memobpi48_tradknowledge_es.pdf. Consultado en Feb. 2008.