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“Si queremos mantenernos y prosperar en este planeta tenemos que reconciliar nuestras necesidades con los límites de la biosfera. Nuestras acciones seguirán cambiando el ambiente, pero, antes de que pase mucho tiempo, tenemos que alcanzar los niveles de interferencia que son compatibles con la preservación a largo plazo de las funciones cruciales de la biosfera” Vaclav Smil, Global Ecology: Environmental Change and Social Flexibility, 1993.

El cultivo del campo significó para el hombre la capacidad de autoproveerse de alimentos, un paso muy grande en la evolución social de la especie: le permitió crear cultura y avanzar de ser un recolector, obligado a abastecerse de lo que la naturaleza espontáneamente le brindaba, a una dimensión creativa de entenderla y manejarla para garantizar su subsistencia. Durante este largo proceso de comprender el porqué de los procesos y un continuo ensayo y error, principalmente en aquellos lugares del mundo que han sido origen de la agricultura, se desarrolló un conocimiento que aún se aplica y que ahora llamamos “conocimiento local” o “saber tradicional”; este “saber cómo” es el que ha permitido la existencia de muchas estrategias para afrontar las variaciones climáticas y sus efectos, manteniendo a la vez la base de recursos de la que depende la producción.

El proceso de calentamiento global, que ya no puede ser negado, está causando cambios climáticos importantes y acelerados que impactan de manera directa sobre la producción agropecuaria. Este número de LEISA está dedicado a presentar experiencias de cómo, en esta nueva situación en la que el planeta está entrando, la agroecología, que reconcilia la producción con los procesos naturales y reconoce el valor del conocimiento tradicional en las estrategias productivas de la agricultura campesina, proporciona a la agricultura familiar alternativas para enfrentar los impactos del cambio climático.

Al mismo tiempo, encontramos cambios e innovaciones que se adoptan para enfrentar los retos del cambio, y en este número se incluyen experiencias y autores que presentan alternativas “para enfriar al mundo” desde la diversificación productiva y el abandono del monocultivo (Labrada y otros, página 9). También encontramos un importante ejemplo en Nicaragua, donde el cambio del patrón de cultivo tradicional de maíz por sorgo, ofreciendo la misma calidad en cuanto a valor nutricional y económico, permite un significativo ahorro de agua, un recurso cada vez más amenazado por el calentamiento global y que, por ende, es imprescindible usar con la máxima eficiencia (Trouche y otros, página 12). Pero no son solamente los estudiosos los que han de tener la conciencia de que la situación es ahora distinta, de lo que fue apenas una generación antes, y toca “ponerse las pilas” (como se dice en el Perú) para actuar de inmediato. Para ello es muy importante la información sobre los nuevos fenómenos climáticos y sobre las medidas, tanto innovadoras como de utilización del conocimiento existente que los agricultores están aplicando, en especial aquellos que producen en ecosistemas vulnerables por su orografía o las condiciones de agotamiento de sus recursos por acción del hombre. Un ejemplo es la experiencia en Kenia (Awuor, página 29) para la adaptación que permita enfrentar los nuevos retos. En este aspecto los periódicos y radios locales, programados y difundidos por un equipo de agricultores campesinos y técnicos (meteorólogos, agrónomos y otros) cumplen una función crucial (McKay, página 32). Pero hasta el momento, no hemos recibido noticias de políticas y medidas gubernamentales que busquen apoyar a los agricultores para que puedan hacer frente en mejores condiciones a los efectos del cambio climático; hay sí esfuerzos de ONGs internacionales que han elaborado estudios –con participación de la población local– para políticas de ámbito nacional en los países donde trabajan, como las que se presentan en el artículo sobre la experiencia de Soluciones Práctica-ITDG en el Perú (página 20) y el de Sherwood y otros en Ecuador (Vecinos Mundiales, página 22).

Como en otros temas de importancia, son las organizaciones de la sociedad civil quienes están en la primera línea de respuesta al impacto del cambio climático sobre la producción agropecuaria, por ello es necesario tender puentes, divulgando las propuestas basadas en la agroecología y promoviendo su adopción por la institucionalidad estatal a diferentes niveles.

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