diciembre 2008, Volumen 24, Número 3
Agroecología para la inclusión

Identidad e inclusión social en el desarrollo sostenible

JHULINO SOTOMAYOR DEL MAR | Página 30-32
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En el Perú, durante los últimos cincuenta años, gran parte de la población rural se vio obligada a migrar a las grandes ciudades, especialmente a Lima –la capital del país– por razones de pobreza, fenómenos naturales adversos y guerra interna, lo que ha generado asentamientos humanos de muy precaria condición en cuanto al acceso a servicios básicos, empleo y a oportunidades para salir de la situación de exclusión en que se encontraba, por su condición de población emigrante pobre, y portadora de valores culturales diferentes a los dominantes en la ciudad.

Los suelos cultivables de las Madres Constructoras / Foto: autor

Sin embargo, las organizaciones sociales han tratado de construir procesos autónomos para enfrentar la pobreza y propiciar las condiciones para una mayor inclusión social a través de una serie de experiencias como, por ejemplo, la agricultura urbana en los barrios urbano-marginales del cono sur de Lima metropolitana.

Una experiencia destacable frente a esta situación es la de las mujeres de la Asociación Madres Constructoras de San Gabriel Alto, quienes junto con el Club de Madres Virgen del Pilar y el Club de Madres Los Rosales de Limatambo, a través del proyecto “Promoviendo la agricultura urbana para mejorar la calidad de vida de los pobladores de San Gabriel Alto –Villa María del Triunfo – Lima”, han logrado fortalecer mecanismos de inclusión social y desarrollo sustentable y sostenible. Este ejemplo enfatiza el papel de las mujeres en mejorar sus niveles de integración social a través del trabajo colectivo, la autogestión, la solidaridad, la confianza, la identidad, la reciprocidad y otras acciones, dentro de un proceso de encuentros y diferencias.

Construyendo una alternativa
La Asociación Madres Constructoras de San Gabriel Alto se constituyó en setiembre de 1988, como grupo organizado para afrontar colectivamente sus necesidades básicas (agua, desagüe, luz, alimentación). Primero crearon las “cocinas familiares” impulsadas para erradicar la desnutrición que agobiaba a los pobladores de la zona, que llegó a tener 200 socias. Posteriormente se llamaron ‘Madres Constructoras’.

La experiencia de las Madres Constructoras se desarrolla al sur de la ciudad de Lima y está ubicada en la ecorregión denominada desierto del Pacifico y lomas costeras (ecosistemas de condiciones ecológicas especiales, con vegetación silvestre muy diversa que reverdece en los meses de mayor humedad). Es uno de los desiertos más áridos del mundo, donde los suelos predominantes son desérticos arenosos, con zonas pedregosas y salobres, donde el clima es semicálido, con precipitaciones promedio anuales inferiores a los 150 mm y temperaturas medias de 18º a 19º C.

En el proyecto participan 40 madres de familia, provenientes principalmente de los departamentos de Ayacucho, Apurímac, Junín, Piura, Áncash, La Libertad, Huánuco. En general, no cuentan con agua ni desagüe, pero la mayoría tiene luz eléctrica. Las familias nucleares tienen, en promedio, de tres a cuatro hijos, en otros casos las familias ampliadas están integradas por nueve o diez personas que habitan en una vivienda de 90 o 120 m2.

La mayoría de estas mujeres ha completado la escuela primaria, y muy pocas la secundaria; en el grupo solo dos personas adultas mayores son analfabetas. Los esposos son trabajadores obreros o comerciantes; sin embargo, el ingreso promedio familiar, percibido en soles, está entre los 100 a 160 USD mensuales. En algunos casos, los hijos mayores están estudiando en institutos tecnológicos o trabajando, aunque el desempleo es alto, especialmente en los jóvenes. A las familias nucleares, este escaso ingreso monetario solamente les alcanza para la adquisición de algunos alimentos de la canasta alimenticia (arroz, azúcar, fideos) y el pago de los servicios básicos (agua y electricidad, principalmente). Es muy poco lo que cada familia puede invertir en educación y salud, así como en la mayor calidad y diversificación de su alimentación. Por otro lado, todas las socias del Club de Madres Constructoras tienen deudas con la Banca Comunal administrada por ellas mismas.

Las Madres Constructoras presentaron su propuesta al primer concurso de proyectos ambientales para el cono sur de Lima. El proyecto fue uno de los aprobados y financiados por el Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y contó también con la cofinanciación de la Asociación Atocongo, brazo de responsabilidad social de la empresa privada Cementos Lima.

El proyecto está orientado a desarrollar y validar una propuesta de agricultura urbana, a través del funcionamiento de tres biohuertos comunales y 90 biohuertos familiares establecidos en los patios de las casas de las socias participantes. Así mismo, el proyecto promueve el cultivo orgánico en los biohuertos y la crianza del cuy (Cavia porcellus) mediante la participación de las socias de las tres organizaciones de los Clubes de Madres, de tal manera que estas actividades productivas permitan que cuenten con otras fuentes de ingreso, de manera sostenible.

En el proyecto se ha previsto la reutilización de las aguas grises, el manejo integral de cultivos, la recuperación de suelos y el desarrollo de capacidades relacionadas con el control biológico de plagas, así como la recuperación y conservación de los conocimientos ancestrales y prácticas en torno a la agricultura.

Formando suelos en el desierto
Uno de los puntos clave para el desarrollo del proyecto ha sido la formación de suelos cultivables en las áreas arenosas y pedregosas, donde se ubica el proyecto. Para ello, las socias de los Clubes de Madres realizaron un trabajo muy arduo, se puede decir que formaron el suelo con sus manos, picos, lampas, barretas, etc., movieron las piedras grandes y pequeñas; cavaron 60 cm de profundidad dejando el terreno plano, e incorporaron desechos orgánicos hasta una altura de 30 cm y en los siguientes 30 cm se agregó tierra cernida; luego, desinfectaron con agua hervida y abonaron con guano, ceniza de aserrín, para, una vez mezclados estos productos, regar y sembrar. Como sabemos, los suelos como entidad viva juegan un papel principal en la conservación de la biodiversidad y del agua, así como en la salud humana y la calidad del hábitat; en este sentido, los suelos de los comedores se han transformado en suelos fértiles, dinámicos y productivos.

Hasta el momento se han instalado 30 biohuertos familiares, los que tienen en promedio tres a cuatro metros cuadrados dedicados al cultivo de una gran variedad de hortalizas. Las plantas sembradas en los suelos bien preparados han comenzado a dar sus frutos, lo que ha permitido mejorar la alimentación que se proporciona en los comedores administrados por las socias de Madres Constructoras.

Se crea un espacio social adecuado para la recuperación y la recreación de los saberes ancestrales / Foto: autor

Gracias a la crianza de cuyes se aprovechan los desechos orgánicos de los biohuertos y del mercado de abastos que se ubica frente al comedor de Madres Constructoras: estos ya no van al tacho de la basura como antes, sino al estomago monogástrico del cuy. Una parte de los residuos orgánicos del mercado de abastos se destina a la alimentación de los cuyes y otra parte se utiliza para la producción de compost. Esto ha contribuido a disminuir la cantidad de basura y, con ello, se ha reducido la contaminación ambiental por acumulación de basura. La crianza de cuyes es de bajo costo, pues en su alimentación las socias aprovechan los residuos orgánicos, pero no es suficiente pues deben complementar la alimentación con forraje que deben comprar, porque aún no lo producen en la zona.

Por otro lado, las excretas de los cuyes junto con otros residuos orgánicos provenientes de los huertos y comedores constituyen los principales insumos de la única compostera que tienen, la cual mide siete metros de largo por dos de ancho.

Mejorando la alimentación y la salud
A través de la experiencia vivida, las madres pudieron comprobar que al mejorar y complementar la dieta con las hortalizas y verduras orgánicas, mejoró la salud y disminuyeron las enfermedades, especialmente en los niños. Son conscientes de que el biohuerto está destinado principalmente a la seguridad alimentaría y la salud. Esta actividad incorpora a los niños, niñas, hombres y mujeres de los comedores, con lo cual se benefician los 405 comensales de los tres comedores.

Del aprendizaje individual a los saberes colectivos
El tema de la migración en el proceso de desarrollo local juega un importante papel en el intercambio de saberes. Las mujeres destacaron la participación de sus esposos e hijos en el cuidado y mantenimiento de los biohuertos comunales y familiares, por cuanto ello significaba un reencuentro con la tierra y sus costumbres, una forma de entretenimiento, en la que se ejecutan las buenas prácticas agrícolas aprendidas en la niñez. Se creó el espacio social adecuado para recuperar y recrear sus conocimientos ancestrales sobre agricultura, plantas medicinales y aromáticas, al mismo tiempo que revaloran su identidad cultural, lo cual ha permitido la integración y la cohesión social a nivel familiar y comunal.

Las diversas reuniones han sido ocasiones para reflexionar sobre su situación e intercambiar sugerencias, así como para visualizar sus diferencias y lo que tienen en común. Todo ello ha permitido crear y fortalecer vínculos sociales que, al mismo tiempo, las ha integrado bajo la identidad de madres trabajadoras y promotoras del desarrollo y la autogestión.

La nueva sensación experimentada colectivamente, ha motivado a estas mujeres a participar en los cursos de capacitación, aplicando el principio de “aprender haciendo”. De esta manera se han capacitado para recuperar, conservar y manejar los suelos de manera orgánica, han desarrollado sus capacidades para cultivar, adquiriendo nuevas habilidades y destrezas en la preparación de compost, biol (abono orgánico líquido), manejo biológico de plagas, crianza y manejo de cuyes, etc. El alto nivel de conciencia que ahora tienen sobre la producción orgánica, les ha permitido fortalecer sus vínculos familiares y lazos sociales; en otras palabras, han desarrollado su capital social y, por ende, se han creado los mecanismos y condiciones para la inclusión social en forma participativa.

De consumidoras a productoras
Los niveles de comunicación y comprensión han elevado y mejorado sus relaciones interpersonales, con lo cual se activó otro mecanismo de inclusión social. Un reflejo de ello es que ha mejorado la organización en el trabajo productivo, mediante la división equitativa del trabajo. Se han optimizado y disminuido los tiempos en el proceso productivo con mejores resultados, tanto en los biohuertos comunales como en la crianza de los cuyes.

La Madres Constructoras están convencidas de que la crianza de cuyes se orienta principalmente a la generación de ingresos económicos y sirve también para complementar su dieta, lo que genera, además, oportunidades para el trabajo de las mujeres. Este proceso ha sido reforzado con el manejo tecnificado, que ha permitido el incremento de los cuyes luego de un difícil período de mortandad por falta de adaptación.

La ubicación geográfica y las vías de comunicación son ventajas comparativas para el Proyecto; su cercanía a los mercados reduce los costos de producción y sus ganancias se incrementan, lo que propicia un proceso de capitalización. Desde todo punto de vista, el cuy tiene un rol socioeconómico y nutricional preponderante para la familia urbano-marginal de escasos recursos económicos.

Lecciones aprendidas
Estas nuevas modalidades de funcionamiento colectivo han abierto las posibilidades para una mayor cohesión social a través de la confianza y la solidaridad. La predisposición de las socias de Madres Constructoras a participar en proyectos colectivos es una demostración práctica de este proceso. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que esta experiencia muestra que la creación de una serie de mecanismos de inclusión permite nuevas formas o modalidades de funcionamiento social de las mujeres en el trabajo productivo, en sus comunicaciones, en sus relaciones sociales, en sus hábitos y costumbres, y en el desarrollo de sus aptitudes.

La conexión e integración al mercado y el desarrollo de capacidades marcan las pautas de este proceso de inclusión social que es progresivo en el tiempo, el cual está definido por el incremento de la oferta y el aumento de la demanda, en especial por el rol económico del cuy y el de los cultivos orgánicos. Las mujeres valoran esta experiencia, porque perciben que se han incrementado los niveles de comunicación y han disminuido los conflictos al interior de la familia y de la organización, y que además se ha acrecentado su capacidad de tolerancia, estableciéndose relaciones sociales más fuertes y profundas.

Otro aspecto importante que se debe destacar es que ahora las mujeres tienen conciencia de que han comenzado a sembrar las bases para el desarrollo sostenible. Así mismo, perciben su propio empoderamiento en la medida en que manejan sus recursos y deciden sobre ellos. Su empoderamiento se ha incentivado debido al fomento de la autoconfianza y asociatividad, la toma de decisiones autónomas, la resolución de problemas, y la capacidad de organizarse con otras personas para alcanzar una meta común.

Esta experiencia de agricultura urbana ha sentado las bases para demostrar las posibilidades que existen de producir alimentos sanos en las ciudades, de manera organizada y participativa, haciendo que los actores sociales sean dueños de su propio destino.

El trabajo en agricultora orgánica, en una zona periurbana, ha dignificado a las Madres Constructoras, las ha elevado y unido en este proceso colectivo de crear sus propios mecanismos de inclusión social, recreando su ilusión y pintando nuevas esperanzas.

Jhulino Sotomayor Del Mar

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