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Promover la inclusión social es promover el acceso equitativo a las oportunidades. Cuando hay inclusión todos contribuyen y se benefician de las políticas sociales y económicas existentes.

La exclusión se manifiesta en vínculos muy débiles entre un grupo social (los excluidos) y los valores, instituciones y recursos necesarios para una adecuada calidad de vida. En América Latina y el Caribe hay una extensa historia de prácticas de exclusión que han causado división y desigualdad dentro de las sociedades que habitan la región. En lo esencial, la exclusión tiene raíces políticas y sociales, por eso aquellas experiencias que han puesto las soluciones técnicas por encima de las sociales han sido poco exitosas o sostenibles en el ámbito rural.

El proceso para que los grupos de la sociedad rural de América Latina, ahora excluidos, rompan con esa situación, requiere un conjunto de condiciones. Supone un cambio de actitud y valoración de sí mismos. Pero para que este cambio sea real y sostenible, estos mismos grupos excluidos tienen que tomar la iniciativa de propiciar y realizar acciones concretas de reflexión y trabajo innovador que les permitan aprovechar y desarrollar sus potencialidades como individuos, como familias y comunidades organizadas. No hay que olvidar que estos grupos, ahora pobres, mediante la acción organizada pueden aprovechar con eficiencia los activos de que disponen: su capital social, sus saberes, aquellos recursos susceptibles de valorizarse, como la biodiversidad. Los ahora pobres tienen que darse cuenta de que la acción organizada les puede hacer llegar lejos y que la pobreza es una situación histórica que puede cambiar. Con la inclusión de estos grupos marginados en el proceso de desarrollo de estrategias para salir de la pobreza se podrán empezar a ver resultados positivos.

En este número de LEISA vemos experiencias concretas de cómo poblaciones marginadas han logrado, mediante estrategias de trabajo colectivo y organizado, encontrar alternativas para mejorar su calidad de vida y superar situaciones de crisis (Carvalho, página 36; Alem y otros, página 24). Los recursos locales, la solidaridad, el capital social y la revalorización de los conocimientos locales son ingredientes esenciales para que grupos sociales excluidos logren una soberanía alimentaria, encontrar mercados más justos para sus productos o incidir sobre políticas para el respeto de sus recursos naturales (Syukur y Ngadiyono, página 8).

En las experiencias que compartimos en este número vemos diferentes ejemplos de procesos de inclusión social dentro del contexto de la agricultura ecológica. Hay procesos que son iniciados por organizaciones externas a la comunidad o grupo marginado que, trabajando de manera participativa con estas poblaciones, han logrado la inserción en mercados especializados, como es el caso de las hierbas aromáticas ecológicas (Klauer, página 17). En otros casos los procesos han comenzado de las bases organizacionales de las poblaciones excluidas. Un claro ejemplo de esto es el caso de las poblaciones en la India que se unen para combatir la degradación de sus bosques (Joshie, página 11)

Desarrollar una agricultura que promueva la inclusión resulta en un “empoderamiento” comunitario, grupal y organizativo. Las poblaciones que alguna vez fueron marginadas se convierten en poblaciones o comunidades autosuficientes, capaces de impulsar su propio desarrollo, generar sus propias estrategias de vida e influir en los procesos de toma de decisiones y aplicación de políticas que los van a afectar directamente.

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