La interacción entre la vida del suelo y nuestros cultivos es aún poco comprendida, pero conocemos lo suficiente para saber que es sumamente complicada e importante. Por ejemplo, se ha observado que el uso como abono verde de los frijoles mucuna (Mucuna spp.) y dólicos (Dolichos lablab) intercalados con el maíz, reducen el ataque de nematodos a las hortalizas que se siembran posteriormente como cultivo de rotación. Pero ¿por qué? ¿Será que estos dos cultivos tienen sustancias que matan a los nematodos?, ¿será que casi cualquier materia orgánica verde, durante su proceso de pudrición, crea sustancias que controlan a los nematodos?, ¿será que la materia orgánica podrida provee espacios de diferentes tamaños que ayudan a que los enemigos de los nematodos se escondan, protejan y proliferen? Experimentos científicos nos dan evidencia de que todos estos tres procesos están contribuyendo al control de las plagas observadas. ¿Cuál de estos procesos es más importante en dicho control? No tenemos idea.
Entonces, dos preguntas importantes son: ¿cómo podemos manejar el suelo de tal forma que se mantenga vivo? y ¿cómo podemos manejar la vida de este suelo de tal forma que beneficie a nuestra productividad agrícola? Obviamente, para mantener la vida en el suelo, las tres tareas más importantes son: 1) alimentar a los micro y macroorganismos; 2) proveerles de humedad y 3) disminuir la cantidad de químicos que aplicamos al suelo, incluyendo los llamados no tóxicos. Aun el fertilizante químico, considerado generalmente como no tóxico, puede matar a ciertos organismos del suelo (tales como, por ejemplo, las lombrices).
Pero, lo que es fácil decir en teoría puede volverse muy complicado en la práctica. En el caso de los químicos, por ejemplo, no debiéramos solo predicar en su contra, sino investigar e introducir alternativas que son igualmente efectivas pero más baratas. En el tema de la alimentación, la práctica se vuelve igual de complicada, aunque estamos encontrando cada día nuevas formas de hacerla, las cuales pueden aumentar significativamente los ingresos netos de nuestros productores.
La doctora Ana Primavesi, la experta en suelos más influyente de América Latina, nos ha iluminado el camino con su principio de que la cantidad o concentración de nutrientes no es el factor que favorece el buen crecimiento de los cultivos, sino que es el acceso constante de las raíces de los cultivos a una cantidad balanceada de nutrientes el factor que realmente favorece. Es decir, si una planta tiene acceso constante a una pequeña cantidad de cada uno de los nutrientes que necesita, va a crecer igual que si tuviera acceso a fuertes concentraciones de los mismos nutrientes. No necesitamos las concentraciones de nutrientes en el suelo que los científicos convencionales nos han señalado. Una buena cobertura orgánica muerta, que proporciona al suelo una cantidad pequeña pero constante y balanceada de nutrientes o, aun mejor, una cobertura muerta balanceada, nos dará como resultado un crecimiento de nuestros cultivos igual al que obtendríamos con una aplicación de gran cantidad de fertilizante. Este principio abre la puerta a toda una serie de tecnologías que producen cosechas de primera calidad a un costo mínimo.
La materia orgánica cumple una función valiosa en la conservación de la humedad (retención de agua). Juntas –materia orgánica y humedad– propician que millones de organismos vivan en el suelo: un indicador de que está vivo. En la zona de trópico seco donde trabaja COSECHA en Honduras, la materia orgánica y la cobertura para la conservación de humedad desempeñan un papel fundamental porque con un suelo vivo los árboles frutales necesitan menos riego y las plantas se desarrollan muy bien (cita de Gabino López; COSECHA, Honduras, agosto 2008).
Hoy, hemos encontrado que para cumplir con la alimentación del suelo y, por ende, de los cultivos en el trópico bajo, nos ayudan más que nada cinco principios: 1) maximizar la producción de biomasa a través de la asociación de cultivos, los árboles dispersos y los abonos verdes/cultivos de cobertura, 2) maximizar la biodiversidad de esta biomasa, evitando el monocultivo y el cultivo ‘en limpio’, 3) mantener cubierto el suelo, para no dejar que el sol queme la materia orgánica, 4) a través de la cobertura muerta alimentar a las plantas y no tanto al suelo, y 5) utilizar la labranza cero. Respetando estos cinco principios, toda vez que la materia orgánica haya tenido el tiempo suficiente para suavizar el suelo, podemos sacar buenas cosechas de los suelos tropicales calificados como los más “infértiles”. Y si agregamos lo de reponer los nutrientes que exportamos dentro de las cosechas, sabemos que estos sistemas serán sumamente sostenibles. ¿Por qué? Porque estas cinco reglas describen exactamente el sistema que los bosques tropicales han utilizado para producir grandes cantidades de biomasa durante milenios.
Rolando Bunch