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La agricultura familiar en América Latina está en un proceso de cambio.

Lo característico hasta hace pocos años era que los pequeños productores hacían uso indiscriminado de los agroquímicos, en un intento por controlar pestes y plagas y por lograr los mayores rendimientos posibles. En cuanto a la comercialización, los pequeños productores llevaban al mercado productos no procesados y se enfrentaban aisladamente a una estructura de intermediación que les era muy desfavorable. En realidad, la mayoría de los pequeños productores todavía se encuentra atrapada en este círculo vicioso, que contrarresta sus esfuerzos para salir de la pobreza. Pero, al mismo tiempo, en todos los países aumentan los productores que practican una agricultura basada en los procesos y las interrelaciones naturales, sana y sin agroquímicos tóxicos. La agricultura ecológica, que es en buena medida un retorno a los principios de la agricultura tradicional de nuestros pueblos, se extiende con sus efectos benéficos sobre el medio ambiente y la salud, rompiendo con la «agricultura industrial», que desvincula a la agricultura de los procesos naturales y las comunidades rurales, convirtiéndola en un proceso fabril como cualquier otro y sin prestar atención a sus impactos sobre el ambiente y sobre la salud de productores y consumidores.

Pero, si bien el proceso hacia la agricultura ecológica está en marcha, tiene por delante obstáculos formidables. La estructura productiva de nuestros países está configurada según los intereses y necesidades de la agricultura industrial. Las grandes empresas de agroquímicos publicitan ampliamente sus productos. Las políticas sectoriales impulsan mayoritariamente el monocultivo y favorecen el uso intenso de insumos externos. La transición a la producción ecológica plantea dificultades técnicas y al principio puede tener rendimientos menores y costos mayores que los mercados no reconocen mediante mayores precios. Por eso, para tener éxito es imprescindible que los pequeños productores se organicen, a fin de lograr mayores escalas y sumar fuerzas para alcanzar un mejor desempeño en los mercados. Al mismo tiempo, los procesos de organización ponen en evidencia la necesidad de la cooperación, tanto de los pequeños productores entre sí como con organizaciones no gubernamentales, programas de gobiernos locales y nacionales, y fondos de organismos nacionales y multilaterales para la promoción de la pequeña producción agropecuaria. Esta conjunción de esfuerzos y recursos puede hacer que los pequeños productores agroecológicos superen los obstáculos que enfrentan y logren modificar a su favor los términos en los cuales en la actualidad se insertan en los mercados.

Como se observa en las experiencias incluidas en este número de LEISA, se trata de mejorar los ingresos de las familias productoras utilizando dos medios complementarios: el procesamiento de la producción y una participación activa en los mercados, pero en todos los casos la organización y la cooperación de diferentes actores aparecen como las estrategias básicas. El café es uno de los principales cultivos en muchos países de América Latina y los pequeños productores son largamente la mayoría de caficultores. En Costa Rica (Colin y Aldekozea, página 5), un grupo de familias caficultoras decidió organizarse para diversificar su producción reduciendo el monocultivo y fortaleciendo su seguridad alimentaria. La producción hortícola orgánica se canaliza a ferias regionales y el café orgánico y su procesamiento han generado un valor agregado muy importante en este producto. En Honduras (Moers, página 9), la red COMAL otorga préstamos a los productores locales tanto para aumentar el volumen y calidad de la producción, como para que adquieran equipamiento y aprendan a procesar y vender el café ellos mismos, con un enfoque de maximizar la interrelación entre las diferentes actividades productivas a fin de que el dinero circule al interior de la economía local. En México (Juárez, página 16), diversas comunidades indígenas se organizaron en la Unión de Ejidos de la Selva para asegurar los derechos de sus miembros sobre la tierra y, en un segundo momento, impulsar la producción de café orgánico y su comercialización directa y exportación mediante el apoyo de la ONG Vínculo y Desarrollo.

Dos artículos de Brasil relatan experiencias de comercialización de productos orgánicos. En el estado de Paraíba (Galvão y Gomes, página 10), existe un programa de desarrollo local basado en la experimentación agroecológica, con los productores colocando en las ferias regionales una gran diversidad de productos. Y en la zona rural de Verava, cerca de São Paulo, los productores agroecológicos abastecen a Horta e Arte, empresa que comercializa su producción orgánica (Perkins, página 21). En el caso de las comunidades cercanas a Bucaramanga, Colombia, la Escuela Agroecológica de Promotores Campesinos ha reactivado los mercados locales, en los cuales se practica el trueque como la modalidad principal de intercambio (Rankin y Roa, página 14). Y en Salinas, Ecuador, una red de cooperativas desarrolla la producción y venta de diversos productos y servicios, generando empleo e ingresos y fortaleciendo la autoestima de la población (Borja y Polo, página 18).

Los miembros de varias organizaciones del municipio Andrés Eloy Blanco, en Venezuela, dan testimonio de sus progresos en la adopción de la agroecología; interesa destacar aquí que ese proceso cuenta con el apoyo técnico del Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas, INIA, con una metodología que deja de lado el extensionismo tradicional y valora e incorpora el saber local y la experimentación campesina (Morros y Alcalá, página 23). Otra experiencia de cooperación entre programas estatales y pequeños productores se encuentra en la provincia de Santa Fe, en Argentina, donde el Proyecto de Desarrollo de Pequeños Productores Agropecuarios asesora al grupo Camino al Progreso en la recuperación de sus recursos naturales, a fin de incrementar su producción e ingresos y mejorar su calidad de vida (Reinares, página 26). La experiencia llevada a cabo en dos comunidades de alta montaña en Cusco, Perú, con apoyo del Instituto de Ecología y Plantas Medicinales, busca ampliar las perspectivas económicas del pequeño productor mediante el cultivo, procesamiento y comercialización de plantas medicinales y aromáticas. Esta iniciativa, como AFAPROSUR de Costa Rica, ha recibido apoyo del Programa de Pequeñas Donaciones del FMAM y el PNUD (Mantilla, página 33). Finalmente, una interesante experiencia de agricultura urbana en Montevideo, Uruguay, muestra cómo una coyuntura crítica (el desempleo generado por la crisis económica de 2002) se convirtió en una oportunidad para desarrollar la producción agroecológica con el fin de abastecer el consumo de las familias y aportar a la generación de ingresos, en un proceso apoyado por la Universidad de La República (Bellenda, página 29).

Teobaldo Pinzás
editor invitado

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