marzo 2002, Volumen 17, Número 4
Los OGM no son la única opción: Biotecnología vista desde el Sur

Cultivos, resultado de ingeniería genética ¿alimentarán a los hambrientos? ¿reducirán su pobreza?

PETER ROSSETT | Página 7-9
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Los pequeños agricultores y los campesinos son los principales productores de alimentos básicos, responsables de un porcentaje muy alto de la producción nacional en la mayoría de los países del Tercer Mundo.

Ese sector, tan importante para la producción de alimentos, es característicamente pobre y hambriento, y en algunos casos, con baja productividad agrícola. Si se va a proponer una solución a estos problemas – la ingeniería genética, en este caso – debemos comenzar por entender sus causas. Si éstas se deben a una inadecuada tecnología, entonces es posible una solución tecnológica. Por eso, comenzaremos examinando las condiciones que tienen que enfrentar los campesinos que producen los alimentos básicos en la mayor parte del Tercer Mundo.
Antecedentes históricos

Desde comienzos del colonialismo, el Tercer Mundo ha tenido una historia de desarrollo no sostenible. En la colonia, la apropiación de tierras forzó a las sociedades rurales productoras de alimentos a salir de las mejores tierras, las más adecuadas para la agricultura. Estas tierras fueron usadas para la producción de exportación, dentro de una nueva economía global dominada por los poderes coloniales. En vez de producir alimentos básicos para la población local, se convirtieron en extensos ranchos ganaderos o en plantaciones de índigo, cacao, copra, caucho, azúcar, algodón y otros productos de gran valor comercial.

Los agricultores acostumbrados a la continua producción de cultivos anuales en suelos fértiles, bien drenados, con buen aprovisionamiento de agua, fueron forzados a vivir en áreas marginales. Como resultado, se talaron los bosques y muchos ecosistemas frágiles quedaron sujetos a prácticas no sostenibles de producción, realizadas por agricultores pobres, que acababan de ser despojados y desplazados de sus tierras. Simultáneamente se degradaron las buenas tierras por la continua producción de cultivos de exportación, que estaban en manos de los europeos.

La liberación nacional del colonialismo hizo poco por aliviar los problemas ambientales y sociales generados por esta dinámica. La elite nacional pos colonial llegó al poder muy comprometida con la economía global de orientación exportadora, y, efectivamente en la mayoría de los casos, vinculada al antiguo poder colonial. El período de liberación nacional correspondió a la etapa de auge de las relaciones del mercado y la producción capitalista a escala global y, en particular, con su penetración en las economías y en las áreas rurales de los países del Tercer Mundo. Esta era la época de la modernización, cuya ideología dominante fue: «lo grande es mejor». En las áreas rurales, significaba la consolidación de las tierras agrícolas en grandes propiedades que podían ser mecanizadas, y se pensaba que los «atrasados e ineficaces» campesinos deberían abandonar la agricultura y migrar a las ciudades donde servirían como fuerza laboral para la industrialización. Esto provocó una nueva era de concentración de tierras en manos de los ricos y empeoró el creciente problema de los “sin tierra” en las áreas rurales. Rápidamente estos se convirtieron en los más pobres entre los pobres, subsistiendo como trabajadores agrícolas o peones temporales, segadores “al partir”, o migraron a la frontera agrícola a talar bosques para establecerse allí.

Por eso, las áreas rurales del Tercer Mundo se caracterizan hoy por la extrema desigualdad en el acceso a tierras, en la seguridad de la tenencia de tierras y en la calidad de la tierra cultivada. Al mantener bajos los jornales y los estándares de vida, la elite se asegura que nunca van a emerger fuertes mercados nacionales, reforzando la orientación exportadora. Como consecuencia se entra en una espiral descendente que profundiza la pobreza y la marginalidad, aún cuando las exportaciones nacionales se tornen más «competitivas» en la economía global. La ironía de nuestro mundo es que los alimentos y otros productos agrícolas fluyen desde las áreas de hambruna y necesidad hasta donde se concentra el dinero: el Norte.

La misma dinámica impulsa la degradación del medio ambiente. Por un lado, las poblaciones rurales han sido históricamente desplazadas de áreas adecuadas para la agricultura a otras menos apropiadas lo cual, en ecosistemas frágiles, produce deforestación, desertificación y erosión del suelo. Este proceso continúa hasta hoy, porque los nuevos “sin tierra” migran continuamente a la frontera agrícola.

La situación no es mejor en tierras más favorables. Las mejores tierras de la mayoría de las naciones han sido concentradas en grandes propiedades para monocultivos de exportación, donde se practica una agricultura mecanizada, con uso intensivo de plaguicidas y fertilizantes químicos. Hoy, muchas de nuestras mejores tierras del planeta se están degradando rápidamente, en algunos casos han sido abandonadas totalmente en la búsqueda, a corto plazo, de ganancias por exportación y competitividad. La capacidad productiva de estos suelos decae rápidamente debido a la compactación, erosión, saturación de humedad y pérdida de fertilidad, junto a una creciente resistencia de las plagas a los plaguicidas y la desaparición de la biodiversidad funcional interna y superficial del suelo. Muchas agencias internacionales consideran que el creciente problema de la “declinación de los rendimientos” en estas áreas es una amenaza que se cierne sobre la producción global de alimentos.

Es probable que los cultivos Bt incrementen los riesgos de los agricultores, quienes ya son proclives a ellos. / Fotografía: Bert Lof.

Cambios en las políticas macro económicas

En la historia del mundo, las últimas tres décadas han sido testigo de una serie de cambios en los mecanismos de gobierno, en el ámbito nacional y global. Estos cambios han ocurrido dentro de un paradigma que ve al comercio internacional como el principal recurso para promover el crecimiento en las economías nacionales como la solución a todos los males. El equilibrio de la gobernabilidad sobre las economías nacionales se ha desviado de los gobiernos hacia los mecanismos de mercado y agencias mundiales reguladoras, como la Organización Mundial del Comercio. Progresivamente los gobiernos del Sur han perdido la mayor parte de las herramientas administrativas para sus políticas macro económicas, debilitando críticamente la capacidad de las naciones para asegurar el bienestar social de los pobres y de la población vulnerable, lograr una justicia social, garantizar los derechos humanos, y proteger y manejar sus recursos naturales de manera sostenible.

Los gobiernos se han visto forzados a cortar drásticamente la inversión y a disminuir o eliminar los subsidios de todo tipo, incluyendo los de servicio social y de apoyo a los precios para los pequeños agricultores. Aunque estos cambios a veces crean nuevas oportunidades para que la gente pobre explote nuevos nichos de mercado en la economía global, (café orgánico, por ejemplo), frecuentemente reducen el tejido de seguridad y las garantías sociales provistas por los gobiernos. La mayor parte de los pobres sigue viviendo en áreas rurales y estos cambios han llevado a muchos de ellos a nuevas y profundas crisis en el sostenimiento de sus medios de vida, pues cada vez se ven más inmersos en un entorno dominado por las fuerzas económicas globales, donde se establecen las condiciones de participación según los intereses de los más poderosos. Los pequeños agricultores encuentran que los precios de los alimentos básicos que producen caen por debajo de los costos de producción, efrentándose a las importaciones libres de aranceles y de cuotas.

Declinación de la productividad

Los productores de alimentos del Tercer Mundo han mostrado un descenso en la productividad no por falta de semillas «milagrosas» que contengan su propio insecticida o que toleren masivas dosis de herbicidas, sino porque han sido desplazados a tierras marginales de secano y tienen que enfrentar estructuras y políticas macro económicas cada vez menos favorables a la producción de alimentos por la pequeña agricultura. He allí, entonces, la verdadera causa de la baja productividad. En realidad, en muchas partes del Tercer Mundo, especialmente en África, los agricultores producen mucho menos de lo que lograrían con la tecnología y los conocimientos de los que se dispone hoy, porque no hay incentivo alguno para que las cosas sean distintas; sólo hay precios bajos y pocos compradores. Ninguna semilla nueva, sea buena o mala, puede cambiar esto y por ello es poco probable que, en ausencia de cambios estructurales de urgente necesidad para el acceso a la tierra y para políticas agrarias y comerciales, la ingeniería genética pueda tener algún impacto en la producción de alimentos por los agricultores más pobres del mundo. Cuando se ven las cosas en esta perspectiva, está claro que, en el mejor de los casos, la ingeniería genética solamente toca superficialmente las condiciones y las necesidades de los agricultores a los que supuestamente va a ayudar, y que no está tocando las principales limitaciones que tienen que enfrentar. Pero, superficial es algo muy diferente a «malo». Si volvemos a la pregunta de sí los cultivos modificados mediante la ingeniería genética son simplemente irrelevantes para los pobres o si realmente representan una amenaza para ellos, primero debemos preguntarnos cuáles son las circunstancias reales de la agricultura campesina.

El «super» arroz que actualmente está desarrollado IRRI, ¿satisfará las necesidades de los pequeños agricultores? / Fotografía: Bert Lof.

Agricultura compleja, diversa y proclive a riesgos

Como ya se ha mencionado, históricamente los agricultores campesinos siempre han sido desplazados y forzados a salir a zonas marginales caracterizadas por terrenos accidentados y en pendiente, con lluvias irregulares, poco riego y baja fertilidad del suelo. Por ser pobres, son víctimas de políticas económicas nacionales y globales con sesgo anti-pobre y anti-pequeña agricultura. Esta es caracterizada como compleja, diversa y proclive a riesgos. Para sobrevivir en esas circunstancias y para mejorar sus estándares de vida, deben ser capaces de adecuar las tecnologías agrícolas a sus condiciones locales específicas: clima, topografía, suelos, biodiversidad, sistemas de cultivo, inserción en mercados, recursos, etc. Por esta razón, estos agricultores han desarrollado, en miles de años, sistemas agrícolas complejos y sistemas de vida que compensan los riesgos. Típicamente, sus sistemas productivos incluyen múltiples cultivos anuales y perennes, animales, forraje, y hasta peces, o la recolección de una variedad de productos silvestres.

Repitiendo el error de la investigación de “arriba hacia abajo”

Esos agricultores rara vez se han beneficiado de la investigación institucional formal de «arriba hacia abajo», ni de las tecnologías de la «revolución verde». Cualquier estrategia nueva, para atacar verdaderamente los problemas de productividad y pobreza, tendrá que satisfacer la necesidad de múltiples variedades adecuadas que demanda la pequeña agricultura. Los métodos de la investigación formal no están en capacidad de manejar la gran complejidad de condiciones físicas y socioeconómicas de la mayor parte del agro del Tercer Mundo. Esto es consecuencia de la discrepancia entre una investigación jerarquizada y los sistemas de extensión, entre los que valoran los rendimientos de los monocultivos por encima de todo lo demás y las complejas realidades rurales. En realidad, las semillas tienen múltiples características que no son evidentes midiendo sólo el rendimiento, y los agricultores, dependiendo de su lugar de producción, tienen diversos requerimientos para sus semillas que no son únicamente los altos rendimientos en condiciones controladas. Estas interconexiones contradicen abiertamente los procedimientos del fitomejoramiento formal. Dada esa situación, la conclusión inevitable es que es necesario un enfoque distinto, que incluya un fitomejoramiento participativo organizado por los propios agricultores y que tome en consideración las muchas características de las variedades de semillas y las necesidades de los agricultores. Así, las semillas milagrosas no serán desarrolladas solamente en los laboratorios y en las estaciones de investigación y después, sin ningún esfuerzo, ser distribuidas a los agricultores. Pero, la ingeniería genética está en franca contradicción con la investigación participativa, conducida por agricultores.

Las personas que proponen las variedades modificadas por ingeniería genética están repitiendo los errores de «arriba hacia abajo», que hizo que la primera generación de cultivos de la revolución verde tuviera una baja tasa de adopción entre los agricultores más pobres.

Sin embargo, está claro que la parafernalia de la biotecnología se mueve rápidamente. Entonces, ¿cuáles son los riesgos asociados a la imposición de variedades GM en circunstancias complejas, diversas y proclives al riesgo?

Riesgos para los agricultores pobres

Hoy, las variedades transgénicas más comunes son las que toleran marcas registradas de herbicidas y las que contienen genes con propiedades insecticidas. Los cultivos tolerantes a herbicidas no tienen mucha utilidad para los agricultores campesinos que plantan diversas asociaciones de cultivos y especies forrajeras. Las sustancias químicas solamente destruirían los componentes claves de sus sistemas de cultivos.

Las plantas transgénicas que producen sus propios insecticidas, usando generalmente el gen ‘Bt’, están fracasando rápidamente a medida que las plagas desarrollan resistencia a los insecticidas. En vez del fracasado modelo de «una plaga, un producto químico», la ingeniería genética enfatiza el enfoque de «una plaga, un gen», el mismo cuyo fracaso ha sido demostrado en muchas oportunidades en las pruebas de laboratorio, ya que las plagas se adaptan rápidamente y desarrollan resistencia al insecticida presente en la planta. Los cultivos Bt violan el comúnmente aceptado principio del Manejo Integrado de Plagas, MIP, que dice que el confiarse en una sola tecnología para el manejo de plagas tiende a desatar cambios en las especies de estas o en la evolución de la resistencia por medio de algún mecanismo. En general, cuanto mayor es la presión de selección a través del tiempo y del espacio, la respuesta de evolución de las plagas será mayor y más rápida. Así, los enfoques del Manejo Integrado de Plagas emplean mecanismos múltiples para su control usando cantidades mínimas de plaguicidas, y sólo como último recurso. Una razón obvia para adoptar este principio es que reduce la exposición de las plagas, retardando la evolución de la resistencia. Pero, cuando el producto se introduce por ingeniería genética dentro de la propia planta, la exposición de la plaga salta de una exposición mínima y ocasional a otra masiva y continua, acelerando dramáticamente la aparición de la resistencia. Casi todos los entomólogos están de acuerdo en que el Bt será rápidamente ineficaz, tanto como una característica de las nuevas semillas como también en su calidad de insecticida natural de reserva que se puede rociar cuando lo necesitan aquellos agricultores que quieren salir del engranaje de los plaguicidas.

Al mismo tiempo, el uso de cultivos Bt afecta organismos y procesos ecológicos contra los cuales no estaban dirigidos. Evidencias recientes indican que la toxina Bt (Bacillus Thuringiensis) puede afectar a insectos predadores beneficiosos que se alimentan de los insectos que dañan los cultivos Bt, y que el polen de cultivos Bt en vegetación natural alrededor de los campos transgénicos, puede ser transportado por el viento y matar insectos contra los cuales no estaba dirigido. Para controlar las plagas, los pequeños agricultores confían en el rico complejo de predadores y parásitos asociados con sus sistemas mixtos de cultivos.

En realidad, el Bt retiene sus propiedades insecticidas después que los residuos de los cultivos han sido removidos dentro del suelo y se protege contra la degradación microbiana por medio de partículas de tierra, persistiendo en los diferentes suelos durante por lo menos 234 días. Esto representa una gran preocupación para los agricultores pobres que no pueden comprar fertilizantes químicos caros, y que en vez de eso, se basan en los residuos locales, en la materia orgánica y en los microorganismos de la tierra (especies importantes de invertebrados, hongos y bacterias) para la fertilidad del suelo. Por eso, la fertilidad se puede ver negativamente afectada por la toxina adherida a la tierra.

En el momento en que los genes Bt fracasen, ¿qué quedará para los agricultores pobres? Es muy probable que tengan que enfrentar un serio rebrote de las poblaciones de plagas libres del control natural por el impacto del Bt sobre los predadores y parásitos, así como la reducción de la fertilidad del suelo por el impacto de los residuos de cultivos Bt, incorporados en la tierra por el arado. Además, los cultivos Bt incrementarían aún más ese riesgo
tratándose de agricultores, ya proclives al riesgo.

En el Tercer Mundo habrá típicamente más plantas silvestres sexualmente compatibles, lo cual hace más probable que el polen transfiera a las poblaciones de maleza, las propiedades insecticidas, la resistencia a virus y otras características introducidas mediante ingeniería genética, con posibles consecuencias en la cadena alimentaria y en la creación de «super» malezas. Se piensa que con la liberación masiva de cultivos transgénicos, los impactos pueden ser mayores en aquellos países en desarrollo que son centros de diversidad genética. En esos entornos agrícolas de biodiversidad, será mayor la transferencia de características codificadas de los cultivos transgénicos a poblaciones silvestres o a maleza de esos grupos taxonómicos y de especies relacionadas. El intercambio genético entre los cultivos y sus plantas silvestres relacionadas es común en agroecosistemas tradicionales, y es inevitable que los cultivos transgénicos encuentren frecuentemente plantas relacionadas sexualmente compatibles, y en esa situación, por lo tanto, es inexorable la “contaminación genética».

En resumen, estos y otros riesgos superan los posibles beneficios para los agricultores campesinos, especialmente cuando consideramos los factores que hoy limitan su capacidad para mejorar sus medios de vida, y las comprobadas alternativas agroecológicas participativas disponibles que les otorgan poder.

No es la falta de tecnología lo que retrasa a los agricultores… / Fotografía: Bert Lof.

No hay cabida para los cultivos GM

No es la falta de tecnología lo que retrasa a los agricultores, sino las persistentes injusticias y falta de equidad para el acceso a los recursos, incluyendo tierras, créditos, mercados, etc., y otros sesgos de políticas contra los pobres. En esas condiciones hay dos enfoques razonables: 1) las tecnologías que alteran las economías de escala a favor de los pobres, como por ejemplo la agroecología, y 2) organizarse en movimiento sociales, capaces de ejercer suficiente presión como para revertir los sesgos políticos. La función de los cultivos modificados mediante ingeniería genética es poco útil.

La próxima vez que escuchemos sobre el último invento altruista «mágico», desarrollado en laboratorios del sector privado para el beneficio de los pobres, deberíamos recordar cuáles son las verdaderas causas del hambre, la pobreza y el retraso en la productividad en el Tercer Mundo.

Peter Rosset, Co-Director, Food First/Institute for Food and Development Policy, 398 60th Street, Oakland, CA 94618 Estados Unidos. E-mail: rosset@foodfirst.org. Página Web: www.foodfirst.org

Referencias
– Altieri, M.A. y P. Rosset. 1999. Ten reasons why biotechnology will not ensure food security, protect the environment and reduce poverty in the developing world. AgBioForum 2(3&4): 155-162. En línea: http://www.agbioforum.org/vol2no32/altieri.htm
– Altieri, Miguel, Peter Rosset y Lori Ann Thrupp. 1998. The potential of agroecology to combat hunger in the developing world. Institute for Food and Development Policy, Food First Policy Brief No. 2.
– Chambers, Robert J.H. 1990. Farmer-First: A practical paradigm for the third world agriculture, en Miguel A. Altieri y Susanna B. Hecht, editores. Agroecologty and Small Farm Development, Ann Arbor, CRC Press: 237 – 244.
– Lappé, Frances Moore, Joseph Collins y Peter Rosset, con Luis Esparza, 1998. World Hunger: Twelve Myths. 2da edición. Nueva York y Londres, Grove Press/ Earthscan.

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