octubre 2001, Volumen 17, Número 2
¿Globalizarse o localizarse?

De la globalizacion de la agricultura a la esperanza de la resistencia

NELSON ALVAREZ FEBLES / GRAIN | Página 26
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La globalización nos exprime aún más

Estamos ante un proceso de apertura comercial e integración de la economía mundial sin precedentes, impuesto por los centros hegemónicos de poder a través de múltiples mecanismos políticos a nivel internacional, regional y nacional: la llamada globalización. Fenómeno central de este proceso de globalización es la consolidación del poder por parte de enormes corporaciones transnacionales que —fuera de todo control democrático efectivo y dedicadas exclusivamente a fines lucrativos, casi siempre cortoplacistas— tienen hoy más capacidad económica que la mayoría de los países.

Características sobresalientes de este proceso en América Latina han sido el aumento del nivel de endeudamiento externo, los ajustes estructurales para reducir el tamaño y las potestades de los estados y la privatización de sectores de servicio y productivos estratégicos, con sus impactos negativos en casi todos los indicadores del bienestar para las grandes mayorías: seguridad alimentaria, salud, educación, empleo y salarios, acceso a infraestructuras de agua y saneamiento, entre otros. Mientras al interior de la región ocurre este deterioro, han aumentado exponencialmente la captación de beneficios para los comerciantes, inversionistas y banqueros de los países del Norte.

Agroindustrialización enfrentada a la producción local

Desde la década de los 60, se comienza a vivir en América Latina una importante transformación en la manera de hacer agricultura. Bajo la bandera de la llamada Revolución Verde se favorecen estrategias basadas en el uso de una reducida gama de cultivos – y dentro de esos cultivos, de variedades – con un paquete tecnológico altamente dependiente de semillas especializadas, plaguicidas y abonos sintéticos, maquinaria, tierras con características óptimas y riego. En algunos casos, a pesar del aumento neto de producción de alimentos, esos cambios tecnológicos dieron lugar a importantes cambios negativos en lo social: desplazamiento de la familia campesina, migración a los cinturones de pobreza de las ciudades, menor seguridad alimentaria ante la mayor importancia en los cultivos de exportación, y deterioro de los recursos naturales. Esa transformación preparó el camino para la creciente agroindustrialización del campo latinoamericano en los 80 y 90, marcada por el desplazamiento de la producción para la seguridad alimentaria nacional hacia rubros para la exportación, y el desmantelamiento de las estructuras agrarias nacionales. A continuación señalamos dos aspectos que subyacen a las estrategias actuales de mayor industrialización de la agricultura. Derechos intelectuales sobre los seres vivos yotras piraterías

Lo que hasta hace poco había sido un mecanismo —bajo la racionalidad occidental—para compensar la autoría intelectual de inventos, obras de arte y producción artesanal, los derechos de propiedad intelectual (DPI) vienen siendo adaptados desde los años ochenta para favorecer la más reciente “revolución industrial”, basada en la biotecnología, especialmente, en la ingeniería genética. De igual manera, hemos visto cómo los parámetros más restrictivos de los DPI han encontrado su lugar en el Tratado de Diversidad Biológica y en las versiones más recientes de la UPOV (Unión para la Protección de las Variedades Vegetales).

Los DPI sobre materia viva son en realidad una opción política promovida por los mismos poderosos actores internacionales que favorecen la liberalización extrema de todos los mercados. Los DPI llevan a la exclusión de derechos fundamentales para grandes sectores de la humanidad, como son el acceso a las semillas, las plantas medicinales y los conocimientos tradicionales.

Además de las normativas relativas a los DPI, el ordenamiento jurídico internacional reciente impone a todos los países, en un ejemplo más de pérdida de soberanía, la obligación de permitir el acceso a sus recursos biológicos y genéticos a terceros. Sin embargo, a los intereses agroindustriales transnacionales, el ritmo de adopción de toda esta normativa les parece muy lento y utilizan —a través de los gobiernos que les acogen— presiones multi y bi laterales para imponer, bajo amenazas de represalias comerciales, normativas aún más estrictas en su beneficio.

Los transgénicos invaden el Sur

Lo que en sus comienzos fue anunciado como una tecnología que vendría a resolver gran parte de los problemas, como el hambre, las enfermedades más serias y la contaminación ambiental, ha resultado en una muy estrecha gama de productos altamente especializados y promovidos a ultranza por las compañías que los producen. Para el año 2000, solamente tres países —Estados Unidos, Argentina y Canadá— tenían el 98 por ciento del área cultivada con transgénicos en el mundo, unos 44 millones de hectáreas, habiéndose moderado considerablemente la curva de crecimiento que venía dándose desde 1993.

También diariamente nos llegan noticias que confirman los temores sobre los cultivos transgénicos o que anuncian dificultades nuevas. Sin embargo, mientras en muchas otras regiones y países se establecen moratorias sobre la introducción de organismos genéticamente modificados (OGM) y las principales compañías alimentarias optan por no integrarlos a sus productos, en nuestra región vivimos bajo enormes presiones para que se permita la entrada de las semillas y la tecnología agrícola de los OGM, así como la venta de productos transgénicos o derivados.

Otros mundos son posibles

Es tema de muchas noticias la parte más visible de la resistencia a la globalización: las manifestaciones que ocurren dondequiera que se reúnen los organismos que están a cargo de instrumentar el poder de las transnacionales y los países que las albergan. También los movimientos populares en la calle reclaman que se satisfagan sus necesidades básicas y que no se erosione más la democracia. Ante la presión para que en la región se legisle para dar a las transnacionales los derechos de propiedad intelectual y acceso a los recursos genéticos que desean, en algunos países surgen movimientos de oposición que, si bien no siempre han podido evitar del todo las nuevas legislaciones, sí logran minimizar algunos de los impactos.

Ante la introducción de cultivos y alimentos transgénicos nos encontramos con niveles de oposición muy variable, pero en casi todas partes se cuestionan de alguna forma. A pesar de las presiones en contra, a los medios masivos de comunicación llegan informaciones que van levantando interrogantes, en amplios sectores sociales, sobre las ventajas e inocuidad de los alimentos transgénicos. Son esos bolsones de resistencia que vemos cada día los que nos animan a pensar que la aplanadora neoliberal no podrá destruir esa enorme diversidad biológica y cultural, que es la mayor riqueza que hemos logrado acumular como especie.

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