octubre 2000, Volumen 16, Número 2
Innovación desde las bases

Kamayoq: asumiendo el cambio con el mejor uso de los recursos en la alta montaña

CARLOS DE LA TORRE Y ROCÍO PALOMINO | Página
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La oferta alimentaria disponible en las comunidades campesinas de alta montaña, en los Andes, sobre los 3.600 metros sobre el nivel del mar es reducida: tubérculos nativos, habas, algunos cereales y carne de camélidos sudamericanos u ovinos.

El cultivo de hortalizas resulta imposible por el frío existente y la altitud. Sin embargo, las barreras climáticas y las condiciones geográficas pueden superarse: un grupo de familias campesinas, con materiales baratos y del lugar, está transformando la luz solar en hortalizas, cultivadas normalmente mil metros más abajo. En invernaderos rústicos, las cebollas, betarragas, lechugas, espinacas, apio, zanahorias, tomates, rocotos (Capsicum pubescens) y zapallos son los frutos del trabajo y el cariño de mujeres y niños pequeños.

Varias son las ventajas de la nueva técnica: es más rápido improvisar un plato de comida con hortalizas, es menor la presencia de enfermedades respiratorias en los niños y mayor su energía para el estudio. Además de obtener algún dinero con la venta de hortalizas.

Una agricultura en medio de adversidades

Los invernaderos en los Andes les permiten recojer la bondad de la ‘Pacha Mama’

La agricultura no es una actividad sencilla y segura en los valles interandinos, ubicados entre los 3.000 y 3.600 metros sobre el nivel del mar. El maíz crece con dificultad en las abrigadas quebradas. La avena y el trigo son sembrados en las laderas, junto a ‘ocas’ (Oxalis tuberosa) y papas nativas (Solanum tuberosum), a la espera que el agua de lluvia sea generosa. Las habas y las papas híbridas se colocan en parcelas con riego en laderas de poca pendiente y en lugares cercanos a las pampas. Pero estas tierras planas son ariscas al cariño de los humanos, reciben la visita y el castigo del ‘Ch´iqchi’ (granizo) y también de otros enemigos de la agricultura: heladas y vientos fríos. En una noche puede perderse el trabajo de varios meses.

Pero la hostilidad aumenta en el páramo de altura o puna: pampas o una sucesión indefinida de cerros con tan sólo la paja ‘ichu’ (Festuca spp. ) como única compañía. Es tierra de pastores de alpacas (camélidos) y de ovinos, y de cóndores (Gryphus), sólo algunas papas nativas, ‘ocas’ y ‘ollucos’ (Ullucus tuberosus) resisten el frío y la sequedad del ambiente en algunos rincones.

Agricultores con mucho corazón

Es preciso un corazón de buen tamaño para soportar el esfuerzo de cultivar en laderas empinadas más allá de los 3,800 metros sobre el nivel del mar, como también para sentir un gran amor por un medio tan hostil y toda expresión de vida que pueda darse en él.

Los agricultores del mundo quechua, mujeres, varones y niños, disponen de este gran corazón: ‘Hatun Sonqo’ es la persona con mucha capacidad de dar cariño, ‘Miski Warmi’ es una mujer de trato dulce, ‘Sumaq Runa’ es la cualidad de bondad y belleza a la vez.

Las familias viven organizadas en comunidades campesinas y toman decisiones en asamblea general y eligen una junta directiva cada dos años. Existen, además, comisiones de gobierno especializadas en una tarea específica como, por ejemplo, el Comité de Regantes.

Cada familia es poseedora de varias parcelas de cultivo, unas de secano, otras dotadas de riego. Los grandes pastizales y algunas parcelas son de propiedad colectiva, pero la mayor parte de la tierra agrícola es propiedad particular. Las familias tienen en promedio 50 cabezas de ovinos, y pueden también sembrar en las faldas de los cerros, en terrenos de rotación denominados ‘laymes’, con ciclos de descanso de 6 a 8 años.

La asamblea comunal aprueba cada año ciertas tareas colectivas a ser cumplidas de manera obligatoria: limpieza de canales de riego, mantenimiento de caminos, el pintado de la capilla, etc.

Los alimentos, generalmente, alcanzan pero el dinero escasea. Después de la cosecha, las familias campesinas guardan el maíz seco y las papas en almacenes dentro de sus casas. Los almacenes se llenan en mayo con suficiente cantidad hasta el próximo abril, pero las familias más pobres sienten el apretón del hambre desde noviembre. Por eso dicen en el campo: «la Navidad es una fiesta triste, porque hay poca comida».

En el mundo campesino el dinero es más escaso que los alimentos. Y hay gastos ineludibles: materiales escolares, medicinas, velas, fósforos, sal, azúcar, pesticidas, vacunas para el ganado, derecho de riego, pasajes para ir a la ciudad, multas por faenas incumplidas. Esto obliga a los comuneros a ser artesanos o a abandonar temporalmente sus comunidades, a veces hasta los lejanos lavaderos de oro en la selva amazónica.
La vida en el mundo quechua es un camino que se transita con dos pies: en el lado derecho, el trabajo y el ahorro; en el lado izquierdo, la alegría y el cariño. ‘Lloque’ (lado izquierdo) – ‘Paña’ (lado derecho), es la forma de caminar con armonía.
Kamayoq’ o los transformadores del mundo natural

En 1991 un grupo de agricultores se vinculó con técnicos de una ONG que apoyaba a las organizaciones de regantes para mejorar la forma de distribución del agua de riego. Esta institución necesitaba hombres de enlace, para facilitar el diálogo entre comuneros y profesionales. Estos hombres-puente transmitían sus conocimientos locales a los técnicos y recibían nuevos conocimientos. Muy pronto ellos asumieron el rol de instructores técnicos tomando el nombre quechua de ‘kamayoq’, con el que se designa a quienes tienen la capacidad de transformar el mundo natural.

De instructores en técnicas de riego en parcela, y también en manejo de semillas, en sanidad de cultivos y crianza de animales, su inquietud de agricultores los condujo a la experimentación. Un día vieron en un video, traído desde Chile, cómo los agricultores mapuches, habitantes de tierras frías, cultivaban hortalizas en invernaderos de cobertura plástica.

En el año de 1993, seis ‘kamayoq’ instalaron huertos con un invernadero en un antiguo corral para ganado, cerca de un canal de riego. La coordinación del experimento estuvo a cargo de un estudiante de agronomía de la Universidad Nacional del Cusco, como trabajo de su tesis profesional.

El área elegida fue un terreno de 100 metros cuadrados para el huerto familiar, de los cuales 24 metros se destinaron para el invernadero, con una distribución de 6 metros de largo por 4 de ancho. La tierra de cultivo fue preparada con abonos orgánicos. Con tubos de plástico se instaló una estructura en forma de túnel, la cual fue recubierta con polipropileno, plástico transparente utilizado para confeccionar sacos para el acarreo de productos agrícolas. Con estacas se fijaron los tubos en el suelo, y se usaron listones de madera rústica para los marcos de la puerta y ventanas de ventilación. El costo total alcanzó cerca de 100 dólares.

En 1995, con el financiamiento de una entidad estatal, fueron instalados 125 huertos con invernaderos en seis comunidades campesinas del valle del Vilcanota. La capacitación de las familias estuvo en manos de los ‘kamayoq’, supervisados por un agrónomo. Sin embargo, el polipropileno, adquirido en una fábrica con especificaciones técnicas para su uso en invernaderos, empezó a destruirse luego de 3 meses de instalado, por efecto de la alta radiación solar y de los vientos. Por lo menos la mitad de los invernaderos quedaron fuera de uso por esta causa.

Dos años después, la institución de desarrollo ITDG, que había financiado y organizado la experimentación en su inicio, realizó un estudio de la experiencia anterior, identificando el perfil social y económico de las familias con mayor disposición para el cultivo de hortalizas y la conducción de invernaderos. Entre 1998 y 1999, con un nuevo apoyo en materiales y capacitación con ‘kamayoq’, se consiguió fortalecer la gestión de 44 invernaderos en el piso de valle e instalar 46 nuevos huertos con invernaderos en comunidades de la parte alta de la provincia de Canchis, departamento de Cusco.

Sobre la base de la experiencia previa se introdujeron nuevos materiales. Los tubos de plástico fueron sustituidos por listones de caña brava, una estructura de madera rústica fue colocada como refuerzo de la estructura, muros de adobe con una altura no mayor a 50 centímetros se colocaron en los flancos como protección contra los vientos y el frío, la cobertura utilizada fue de plástico grueso de color amarillo. El costo del invernadero subió a 150 dólares, pero compensado con la mayor resistencia del material plástico y una durabilidad de 3 años.

En la actualidad, 90 familias campesinas conducen huertos con invernaderos en 18 comunidades campesinas de la provincia de Canchis. Dentro de estas singulares casitas de plástico amarillo, crecen con rapidez, compartiendo el pequeño espacio, diversas especies de hortalizas: apio, tomate, pepinillo, rabanito, lechuga, espinaca, pimiento, alcachofa, zapallito italiano, col, coliflor, betarraga, culantro, perejil, acelga, cebolla, y zanahoria.

Una tecnología asumida por las mujeres campesinas

Un huerto lozano a más de 3000 msnm.

Si bien los agricultores ‘kamayoq’ instalaron los huertos con invernaderos, sus esposas fueron las que se apropiaron de la experiencia. Las plantas con hojas de nuevos colores, formas y tamaños, nunca antes cultivadas en sus hogares, resultaron irresistibles para las mujeres y los niños campesinos; aunque para ellas significara luchar contra los vientos (imbatibles durante agosto), dormir mal en las noches de grandes heladas (mayo y junio), y pasar las tardes desyerbando, regando, combatiendo los insectos.

La señora Victoria, de la comunidad de Pichura, salvó sus hortalizas abrigando a las plantas con cueros de oveja, en una noche de lucha sin cuartel contra la helada. Los comuneros de Sunchuchumo aprobaron en asamblea adquirir con sus ahorros nuevos plásticos para sus invernaderos. Es que un invernadero significa para una mujer campesina la existencia de otra fuente de alimentos y de dinero. Trabajando dos horas durante tres tardes por semana, con la ayuda de sus hijos menores, las mujeres consiguen nuevas plantas para prepara varios platos nutritivos y para venderlas a los vecinos o a la gente en los mercados cercanos.

En un sentido más profundo, un invernadero significa un grano adicional de independencia económica para la mujer y una oportunidad para mostrarse a sí misma, a su pareja y a sus hijos, que tiene cariño y buena mano con las plantas, como hijas de la ‘Pacha Mama’.

Carlos de la Torre y Rocío Palomino, son investigadores de la filial peruana de la ONG inglesa ITDG

Referencia
«Huertos con riego para familias campesinas». Escuela de Kamayoq. ITDG-Perú. 1997. Documento en español y quechua, con ilustraciones en cada página. 31 pp.

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