junio 2015, Volumen 31, Número 2
Agricultores y consumidores comparten intereses

Búsqueda de la seguridad alimentaria en la continuidad rural-urbana

PABLO TITTONELL | Página 10
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Recientemente me di cuenta de que cuando era niño, mi abuelo practicaba una forma de agricultura urbana en nuestro jardín, en las afueras de Buenos Aires. Pero él no lo veía así. Desde su visión, él estaba simplemente produciendo hortalizas para la familia, al igual que su padre lo había hecho en Piedemonte en los Alpes italianos, antes de emigrar a Argentina. La mayoría de personas que vivía alrededor nuestro también hacían lo mismo.

Después de todo, solo unas cuantas décadas antes, nuestro barrio había sido un cinturón verde de producción comercial de hortalizas. Durante esta transición, vivíamos en un paisaje abierto con algunas reliquias de vegetación en suelos de baja productividad, pantanos o en las márgenes del río y nuevos indicios de urbanización –infraestructura, transporte público, escuelas, parques y tiendas–. Cada vez que escucho sobre proyectos para “nuevas ciudades verdes” en Europa, pienso en ese mosaico.También me recuerda otros lugares. Cuando visité por primera vez el distrito de Vihiga, en Kenia occidental, en 2002, la densidad de población era ya increíblemente alta, con hasta 1 000 personas viviendo en cada kilómetro cuadrado. Con la familia promedio de cinco miembros cultivando menos de media hectárea, cerca del 60% de los jefes de hogares ganaban parte o la mayor proporción de sus ingresos trabajando fuera de su propiedad. La vida no hubiera sido posible sin una conectividad rural-urbana fluida y fuerte. Los miembros de la familia que vivían en las ciudades podían enviar dinero a sus hogares rurales. Y especialmente en tiempos de crisis económica, las familias rurales enviaban alimentos para ayudar a quienes vivían en zonas urbanas. Al visitar otra vez el área en 2012, encontramos que la conectividad rural-urbana había llegado a ser aún más fuerte con la proliferación de teléfonos móviles.

Las pequeñas explotaciones agrícolas en estas regiones periurbanas vienen siendo subvencionadas de manera privada, a través de las remesas de dinero y actividades no agrícolas. Lo cual es lógico, ya que ¡nunca se podría vivir de media hectárea de maíz, incluso si se obtienen los mejores rendimientos! Tal vez es hora de repensar el papel de estas fincas que ensamblan la continuidad rural-urbana. La agricultura periurbana está desapareciendo como una opción de vida, pero no como una fuente de alimentación tradicional y variada que no siempre se encuentra en el mercado. La producción puede amortiguar el golpe en tiempos de escasez, contribuir sustancialmente a las dietas tanto rurales como urbanas, proporcionar servicios ecosistémicos y mantener la agrobiodiversidad.

Esto era real en la década de 1970 en el jardín de mi abuelo y es válido para Vihiga hoy y podría convertirse en realidad en las futuras ciudades verdes de Europa. Tal vez puede ser una alternativa para el enfoque actual de investigación y desarrollo para la seguridad alimentaria, que continúa apoyando la estrecha idea de que aumentar los rendimientos de cultivos alimenticios básicos es la solución.

Pablo Tittonell
Grupo de Ecología de Sistemas Agrícolas de la Universidad y Centro de Investigación de Wageningen, Holanda. Miembro del directorio de la Red Africana de Agricultura de Conservación y del punto focal europeo de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA)
pablo.tittonell@wur.nl

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