diciembre 2021, Volumen 37, Número 2
Agroecología y feminismo: transformando economía y sociedad

Agroecología y economía feminista: nuevos valores para nuevos tiempos

JANNEKE BRUIL, FRANÇOIS DELVAUX, ASSANE DIOUF, ROSE HOGAN, JESSICA MILGROOM, PAULO PETERSEN, BRUNO PRADO, SUZY SERNEELS | Página 4-7
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Los seres humanos estamos enfrentando las crisis más decisivas de nuestra experiencia en el planeta. Contrariamente a lo que a veces se sostiene, estas crisis no tienen su origen en la pandemia de covid-19; sino que están enraizadas en el agotamiento progresivo de los recursos naturales y las crecientes desigualdades propias de un sistema económico global que es insostenible. Es hora de aprender de otras maneras de hacer las cosas, otras cosmovisiones y otros valores.

La agroecología, la soberanía alimentaria, la economía solidaria y el feminismo son movimientos alineados que trabajan para construir otras formas de ser en el mundo (ver p. 21). CENDA, Bolivia

Las crisis contemporáneas que enfrentamos tienen su origen en la sobreexplotación de la naturaleza para favorecer el beneficio individual. La alimentación industrial es un componente importante de este modelo y las consecuencias, demasiado familiares: degradación del suelo, pérdida de biodiversidad, deforestación, violaciones de los derechos de los pueblos indígenas y otras poblaciones, precariedad de los medios de vida rurales, condiciones de trabajo inseguras, cambio climático, obesidad y desnutrición como una espada de doble filo y una fuerte concentración de poder.

El sistema capitalista, patriarcal y colonialista ha dividido al mundo entre los que tienen y los que no tienen, aquellos cuyas voces son escuchadas y aquellos que son silenciados. Como resultado, las mujeres, los pueblos indígenas y la población negra (entre otros) han sido dejados de lado durante siglos. El brote de covid-19 ha amplificado, profundizado y puesto al descubierto estas desigualdades e injusticias preexistentes.

Al mismo tiempo, en muchos lugares se están desarrollando nuevas formas de ser y estar en el mundo. Ya es hora de que escuchemos (y aprendamos de) otras maneras de hacer las cosas, otras cosmovisiones, otras formas de organizar la sociedad, otros valores; precisamente esos que han sido silenciados. El mundo necesita nuevos valores y nuevos liderazgos en estos tiempos cambiantes. Estamos en un momento crucial; las decisiones que tomemos ahora podrían llevarnos por un camino de destrucción, pero igualmente podrían conducirnos hacia un renacimiento.

Este número de LEISA revista de agroecología –que traduce del inglés artículos publicados previamente en Farming Matters 36(1)– pone de relieve cómo perspectivas como el feminismo interseccional y las cosmologías indígenas, junto con la agroecología, han estado transformando nuestra economía y nuestra sociedad. Estos conocimientos proporcionan lecciones pertinentes para la búsqueda de una transformación más profunda y necesaria.

Agroecología: un nuevo contrato social y natural
Para responder adecuadamente a la avalancha de crisis (climática, de biodiversidad, alimentaria, económica, de pandemia sanitaria), se necesita un nuevo “contrato social” basado en valores de justicia, equidad y solidaridad, combinados con un nuevo “contrato natural” entre la comunidad humana y los demás seres de nuestro planeta. En CIDSE, la Red AgriCulturas y Cultivate! compartimos una visión común de la agroecología como un enfoque sistémico e integrado que, a nivel de los sistemas alimentarios, es la expresión de este nuevo contrato. Lo que queda claro es que la agroecología es un enfoque holístico que debe adoptarse como tal, en lugar de reducirse a un conjunto de prácticas. Por esta razón, Los principios de la agroecología de CIDSE (Gauthier y Pavarotti, 2018) enfatizan las dimensiones socioculturales, ecológicas, económicas y políticas de la agroecología, de manera similar a Los 10 elementos de la agroecología de la FAO (2018).

El reconocimiento mundial de que los enfoques agroecológicos tienen un gran potencial para cumplir con los múltiples criterios necesarios para lograr un sistema alimentario y nutricional sostenible se expresa en el informe del Panel de Expertos de Alto Nivel sobre Seguridad Alimentaria y Nutrición (HLPE por sus siglas en inglés) de 2019, sobre “enfoques agroecológicos y otros enfoques innovadores de la seguridad alimentaria y nutricional”. Hoy, más conscientes de la fragilidad de los sistemas alimentarios y agrícolas tradicionales, a causa de la exposición hecha por la pandemia, los gobiernos y otros actores de la agricultura y la alimentación miran y consideran de nuevo a la agroecología como un modelo de resiliencia.

Al promover la reconexión de la agricultura con la dinámica ecológica de los ecosistemas locales y el acortamiento de las distancias físicas y sociales entre la producción y el consumo de alimentos, las experiencias agroecológicas señalan la importancia de construir “territorios alimentarios” basados en la regeneración ecológica, la equidad social y la política. En lugar de un productivismo económico centrado en la acumulación de capital, la agroecología ancla la economía en prácticas de solidaridad social y cuidado del ecosistema vivo.

Esto incluye prácticas guiadas hacia la reproducción social y ecológica que siempre han estado y siguen estando, prácticas que son generales a toda la humanidad, pero que han sido deslegitimadas, invisibilizadas e, incluso, perseguidas por las instituciones políticas. La reconstrucción de una gobernanza justa y democrática de los sistemas agroalimentarios arraigados en las economías del cuidado es lo que los movimientos agroecológicos han estado practicando y defendiendo durante décadas.

¿Por qué el feminismo en la agroecología?
La agroecología, la soberanía alimentaria, la economía solidaria y el feminismo son conceptos y movimientos alineados en su afán de trabajar por construir otras formas de ser y estar en el mundo, y reformular las relaciones de poder. El feminismo cuestiona las estructuras sistémicas de poder que dictan las relaciones sociales. Los movimientos que promueven la agroecología y la soberanía alimentaria cuestionan las estructuras de poder que controlan la producción, la distribución y la comercialización de alimentos. Surgieron en respuesta a las injusticias ambientales y sociales que han resultado del capitalismo patriarcal. Sin embargo, los problemas son más profundos: el éxito mismo de ese modelo depende de la industrialización del sistema alimentario (por el cual el control de los alimentos no está en manos de la gente) y, en diversos grados, de la subordinación de las mujeres. En muchos países, las productoras de pequeña escala producen la mayor parte de los alimentos, pero pocas son propietarias de la tierra que cultivan. Muchas no tienen acceso a servicios públicos y carecen de derechos básicos. La remoción de bosques, humedales y ecosistemas silvestres para el cultivo anual elimina los hábitats de los que las mujeres obtienen alimentos, medicinas, energía y biodiversidad aún no aprovechada para futuras oportunidades. Las mujeres tienen muy poca voz en la toma de decisiones, mientras que sus conocimientos tradicionales y el respeto de la sociedad por ellos se están perdiendo rápidamente.
Durante siglos, las mujeres han sido relegadas a la realización de trabajos duros en el campo, a la preparación de alimentos en la cocina, a la crianza de los hijos e hijas y a las tareas del hogar, así como a los deberes sexuales. En las zonas rurales, especialmente, han sido en gran parte excluidas de los espacios políticos, de la educación, de la toma de decisiones e incluso de socializar libremente y tomar decisiones sobre sus propios cuerpos.

Ngurani Simon y su hijo, agricultores de Katakwi, Uganda, trabajan en los huertos de cítricos durante las vacaciones escolares (ver p. 27). PELUM, Uganda

En la sociedad moderna, se considera que “lo productivo” es lo que genera ingresos y contribuye al crecimiento económico. Sin embargo, para que esta productividad sea posible, es necesario un trabajo “reproductivo” que lo sostenga como cocinar, limpiar, lavar la ropa, comprar o producir alimentos, cuidar y apoyar emocionalmente, así como nutrir a la comunidad y a las redes sociales. Esto, en su mayor parte, es un trabajo de mujeres y ha permanecido invisible y subestimado a pesar del aumento de la igualdad de género en el mundo.

Por todo lo anterior, el feminismo es mucho más que igualdad de género. Una perspectiva feminista de la agroecología implica no solo crear espacios para que las mujeres obtengan al menos las mismas condiciones y derechos que los hombres, sino también revalorizar el trabajo reproductivo que ellas realizan y reconocerlo como parte fundamental de la economía, así como del bienestar cotidiano de la familia y la comunidad. Una perspectiva feminista de la agroecología también implica que los hombres asuman más responsabilidades en el trabajo reproductivo. La agroecología feminista sitúa los valores de la vida, las relaciones, la confianza, el cuidado y el equilibrio en el centro del sistema alimentario. Por esta razón, más allá de reconocer que las mujeres poseen conocimientos y un saber-hacer fundamentales para la agroecología, muchos defensores de los movimientos por la agroecología y la soberanía alimentaria han abrazado al feminismo como un elemento inalienable en la lucha por un sistema alimentario mundial justo y sostenible.

Sobre la presente edición
En este número de LEISA, estos mensajes se transmiten a través de las experiencias vividas por hombres y mujeres de todo el mundo. Luchar contra la invisibilidad de las prácticas económicas cooperativas y de las prácticas de cuidado hacia los demás y hacia el ecosistema vivo es un desafío central para la construcción de la agroecología. La construcción de redes y movimientos surge como nodo crucial del cambio. En Bolivia (p. 21) las mujeres campesinas han jugado un papel clave en la recuperación de variedades autóctonas de papa, lo que muestra cómo se pueden fortalecer las capacidades innovadoras de las mujeres cuando se juntan.

La lección clave de décadas de trabajo en el Sahel (p. 34) es que es posible fortalecer la posición económica y política de las mujeres a través de la agroecología, pero solo cuando esta va acompañada de una mejora en la nutrición, en la gobernanza local y en la inclusión de miembros marginados de la comunidad. De hecho, para evitar la reproducción de patrones no deseados de exclusión e injusticia es necesario un trabajo más intencional en la construcción de redes, basado en la solidaridad y en alianzas con personas de diferentes orígenes, como reflexionan autores del Centro de Agroecología, Agua y Resiliencia del Reino Unido (p. 30). En palabras de Rachel Bezner Kerr (p. 23), para lograr una agroecología feminista “debemos poner las consideraciones de justicia social en el centro”.

Pero, ¿cómo se hace? Es importante destacar que las experiencias presentadas en esta revista muestran una reflexión de los agricultores sobre sus realidades y condiciones cotidianas, que puede servir como catalizador para abordar las desigualdades generadas por el patriarcado y la agricultura industrial. Existe una gran disparidad en lo que respecta a la inclusión social. En Uganda (p. 27), por ejemplo, se ha utilizado una metodología de visualización que combina cuestiones de género y agroecología para crear conciencia y cambiar la (desigual) división del trabajo entre hombres y mujeres. Como lo demuestra el Movimiento de Mujeres Campesinas en Brasil (p. 31), las realizaciones de tales reflexiones pueden formar una base para unir a las mujeres en movimientos que sean capaces de cambiar las políticas gubernamentales. Sin embargo, involucrarse en la política puede ser un esfuerzo riesgoso. Experiencias con el escalamiento de la agroecología (p. 15) aclaran cómo este proceso es vulnerable a la cooptación y puede excluir a las mujeres que fueron las protagonistas originales de las iniciativas agroecológicas.

La centralidad del cuidado en una agroecología feminista se destaca en diferentes artículos. Las iniciativas alimentarias en Ecuador (p. 12) muestran que el cambio no solo surge al hacer la producción más agroecológica, sino también al cultivar la afinidad entre las personas y sus alimentos, especialmente en tiempos de la pandemia de covid-19. En otro artículo, académicas mexicanas (p. 17) presentan un caso similar para el mundo científico, argumentando que el conocimiento agroecológico no solo debe enfocarse en la teoría abstracta, sino también en las experiencias encarnadas y las relaciones afectivas entre investigadores, campesinos y pueblos indígenas. Como lo explican los autores de la red de agroecología REDSAG en Guatemala (p. 24) y de la Alianza por la Soberanía Alimentaria de los Nativos Americanos (Native American Food Sovereignty Alliance) (p. 26), una ética tan sofisticada que resalta el cuidado de la naturaleza y de los otros a menudo está inserta en las cosmovisiones indígenas. Estas cosmovisiones forman un punto de entrada para inspirar la construcción de una agroecología feminista y revalorizar el trabajo de las mujeres campesinas e indígenas en el presente.

Haciendo el cambio
Los artículos presentados nos permiten vislumbrar cómo la agroecología, como nuevo contrato social y natural basado en la justicia, la equidad, la solidaridad y la armonía con la naturaleza, se está desarrollando a través de experiencias concretas en diferentes partes del mundo. Este contrato debe ser adoptado para proporcionar respuestas adecuadas a la crisis estructural de una sociedad que se dirige al colapso. En ese sentido, la pandemia nos ha mostrado el valor y la importancia de una alimentación y una agricultura resilientes y diversas basadas en la ética feminista del cuidado y la solidaridad.

En todo el mundo, las personas que producen sus propios alimentos o forman parte de las redes alimentarias locales son mucho menos vulnerables que las que dependen únicamente de los mercados (globales) y las cadenas largas de valor. La gente está (re)descubriendo el placer de la comida casera, valorando los productos frescos y saludables de los agricultores locales más que la comida de los supermercados. Las organizaciones de agricultores han establecido rápidamente sistemas de entrega directa. Se están forjando nuevas relaciones entre las zonas rurales y urbanas para evitar el hambre en las ciudades y salvar a las pequeñas empresas. Sin embargo, los gobiernos no suelen apoyar estas iniciativas de las organizaciones de base. Además, existe el riesgo de que la pandemia se utilice para afianzar aún más la globalización de la alimentación.

Por lo tanto, a pesar de la creatividad que la gente ha desplegado frente a la covid-19, los ajustes parciales que continúan dependiendo del statu quo político y económico son inadecuados. Las economías no pueden seguir organizándose como si las personas fueran una fuente de mano de obra barata y los ecosistemas, proveedores inagotables de recursos y un sumidero infinito de residuos. Tenemos que trabajar hacia la transformación de las economías y sociedades de manera que se integren orgánicamente en la dinámica ecológica del planeta. Para apoyar y acompañar la agroecología, deben cambiar los valores que subyacen a las prácticas, las políticas y la investigación en la alimentación y la agricultura. Esto requiere un cambio de paradigma fundamental. Por lo tanto, la pandemia puede verse como una prueba: ¿la generación actual es capaz (y está preparada) para hacer ese cambio?

Referencias

Paulo Petersen
Bruno Prado
AS-PTA, Brasil/Red AgriCulturas.

Assane Diouf
IED Afrique, Senegal/Red AgriCulturas.

François Delvaux
CIDSE.

Rose Hogan
Trocaire/CIDSE.

Suzy Serneels
Broederlijk Delen/CIDSE.

Janneke Bruil
Jessica Milgroom
Cultivate!

Los autores conforman el equipo editorial de Farming Matters 36(1), publicada en inglés. Este número especial de LEISA traduce una selección de los trabajos incluidos ahí.

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