El Aula Viva es un camino de aprendizaje hacia adentro
Con frecuencia la gente relaciona el saber con las universidades, el alimento con el Ministerio de Agricultura, la salud con los hospitales, la economía con la bolsa de valores, la política con la casa de gobierno y la espiritualidad con las catedrales. Esta visión un tanto desvirtuada e institucionalizada del conocimiento, el alimento, la salud, la economía, la política y la espiritualidad empobrece la esencia natural del ser integral como sistema, pues hace ver la realidad por “pedazos” y transmite la idea de que las soluciones a los problemas de una persona, familia o comunidad están en el profesor, el ministro, el médico, el economista, el político y el cura. O sea, ¡están fuera de uno mismo!
Por otro lado, quienes trabajamos con los pueblos rurales de América Latina, e incluso de África y Asia, corremos el riesgo de llevarle a la gente el mismo mensaje, o, peor aún, les desmenuzamos aún más la realidad en “boronas”. Les llevamos proyectos para las mujeres, para los niños, para los más pobres, para los desplazados, los organizados, etc. Unos son agrícolas, otros para la salud, para los créditos, para evangelizar. Luego llegamos a las comunidades diagnosticando las carencias, las disfuncionalidades y los problemas. Es decir, ratificamos y re-afirmamos la incapacidad de la gente, la falta de luz propia, de ideas propias, de recursos propios. Se trata, pues, de formas y actitudes coloniales que aún alimentan la culpabilidad, la baja autoestima, la pobreza y la dependencia de los pueblos, inmersos muchas veces en riqueza material y humana sin notarlo.
Sumados en gran medida a los acondicionamientos anteriores, veníamos ejecutando proyectos como ruedas sueltas en la Orinoquía y Amazonía colombiana: cada quien a su manera, felicitándonos año a año por algunos logros locales, pero sin trascender hacia visiones políticas y sociales más amplias. Recién en 2008 comenzamos a reunirnos los ocho o más proyectos financiados por la agencia de cooperación Misereor. Nos encontrábamos una vez por año para conocernos entre nosotros y generar confianza, relaciones, puntos de encuentro y sueños comunes de vida. Queríamos articular¬nos, intercambiar experiencias, unificar criterios, principios y enfoques de trabajo, así como reflexionar sobre acciones y visiones más globales. A este esfuerzo colectivo lo llamamos Plataforma Amazorinocense (PAO).
Si bien esta etapa inicial nos ayudó a priorizar temas comunes de trabajo, como la conservación de los recursos naturales, la soberanía alimentaria, la organización y la incidencia política, sentimos la necesidad de pasar a otra etapa del proceso, una más enraizada en la gente. En efecto, iniciamos en 2011 la primera Aula Viva (AV) en Puerto Caicedo, Putumayo, Colombia, donde constatamos que el Aula Viva es una de las herramientas pedagógicamente más contundentes, ya que en ella se comparten saberes, testimonios y éxitos, así como sueños, esperanzas y desafíos. Así observamos cómo las familias rurales, al mostrar sus fincas, sus grupos familiares, sus cambios, su comida, su cultura y su espiritualidad, se enorgullecían de sí mismas. En otras palabras, más que las tecnologías y las ayudas, la gente quería sentirse respetada, valorada y apreciada, y era necesario que los equipos técnicos estuvieran ahí presentes para observar, aprender, compartir y resaltar ante todo el saber, los recursos y los talentos de la gente.
Durante el AV de 2012, llevada a cabo en el Trapecio Amazónico, se enfatizó especialmente la abundancia a todos los niveles: la abundancia de semillas, frutas, tubérculos y granos reflejada en las parcelas con los sistemas agroforestales (SAF). La calidad, cantidad y diversidad de alimentos reflejada en las tortas de harina de bore (Alocasia macrorrhiza), panes, jugos, aceites, peces y animales de monte hacen de la comida nativa uno de los más exquisitos escenarios de abundancia. Asimismo, la abundancia cultural ancestral se refleja en los ritos, danzas, tradiciones, celebraciones y cosmovisiones. Dicha AV desató un impresionante efecto multiplicador de los SAF, el abandono de la quema y la organización, especialmente entre los pueblos indígenas fronterizos de Brasil, Perú y Colombia.
El AV de 2013 nos llevó a Nariño, Colombia, donde la Pastoral de la Tierra enriqueció el contenido temático de la PAO, específicamente con el Plan de Vida municipal. De esta manera, la PAO incorporó desde la realidad el Plan de Vida veredal y municipal como una estrategia metodológica audaz que ayuda a potenciar los valores y talentos de las familias; a fortalecer el arraigo y la identidad de las familias con la finca y con el territorio, y a articular lo social con lo organizativo, lo ambiental con lo productivo, lo agroecológico con lo económico, y así, sucesivamente, lo cultural con lo espiritual y político como parte de un todo indivisible. Aprendimos además que un Plan de Vida deja instaladas las capacidades humanas de las personas, las familias y las comunidades como actores principales del territorio y les permite resistir y enfrentar mejor los conflictos y desafíos de manera organizada y pacífica.
En el AV de 2014, llevada a cabo en los Llanos Orientales, aprendimos que el éxito de cualquier Plan de Vida comienza por los cambios de las actitudes, los hábitos y los comportamientos que se generan desde el nivel personal y familiar. Dichos cambios en la célula de las sociedades rurales son los que, al sumarse más familias, provocan transformaciones más amplias en la vereda y el municipio, cuyos efectos materiales se visibilizan en la comida sana y abundante, en la organización sociopolítica, en el conocimiento de los derechos y en la protección y defensa del territorio. También se aprendieron aspectos relevantes que van desde la mitigación del cambio climático local y la abundancia invisible del microcosmos has¬ta la formación de emprendedores e innovadores campesinos, abarcando también la multiplicación de promotores que hagan posible alcanzar efectos superiores a los esperados.
La última AV, realizada en 2015 en la Amazonía colombo-ecuatoriana y en la que participaron grupos de trabajo de Brasil, Perú, Ecuador y Colombia, ratificó desde las acciones locales la necesidad de universalizar las visiones. Hay que trabajar más con procesos que con proyectos. Los procesos no tienen fronteras. Los límites geográficos, mentales y espirituales son propios de los proyectos. Y, más en concreto, somos lo que comemos. En la boca comienza la autonomía. Como agricultores debemos producir lo que consumimos. La organización de la familia y la parcela son parte de la estructuración y ordenamiento de la mente humana. Fueron, pues, múltiples los aprendizajes recogidos en esta AV o minga del pensamiento y la reflexión en torno a la acción y a la vida, en la que siempre se comparten sentimientos de solidaridad, de aprecio y admiración por el saber y la experiencia del otro.
¿Cómo se organiza un AV?
La organización de un AV parte de la funcionalidad de una experiencia concreta que nutra la esencia de la vida humana y promueva credibilidad en la gente, como la generación de la comida propia. Los SAF, a su vez, se han constituido en una tecnología ancestral tropical capaz de desatar tal grado de entusiasmo dentro de las poblaciones indígenas y campesinas que su multiplicación se ha convertido en un verdadero fenómeno alimentario, sociocultural y político. Ya son más de 1 235 familias, con sus 2 750 hectáreas de bosques comestibles, las que se han sumado a través de varios proyectos y núcleos de trabajo panamazónico a esta revelación productiva, reivindicativa y de mitigación del cambio climático.
Todo comienza por la elección del lugar donde se llevará a cabo el AV. La comunidad receptora se organiza por gru¬pos. Unos alistan las chagras (chacras), las herramientas y las semillas para sembrar; otros, el hospedaje, los alimentos, el aseo y la decoración; otros, los aspectos culturales del arreglo o hechura de las malocas, la preparación de ritos, danzas y cantos. La guardia indígena vela por el orden, la disciplina y la seguridad. Luego llegan los hombres, mujeres y hasta niños de las otras comunidades, regiones o países, cargados de semillas para compartir. Todo funciona bajo los principios de la abundancia y del buen vivir.
Por lo general, son eventos ceremoniales, vivenciales y de aprendizaje colectivo entre 40, 60 y más personas que durante tres o más días comparten sus saberes y experiencias, estableciendo en conjunto los sistemas agroforestales hasta con más de 50 especies de granos y tubérculos, así como con especies frutales, medicinales y maderables. Esta abundancia de cultivos también se refleja en la comida nativa diaria, llena de diversidad, calidad y sabor; y en los compromisos, sueños y diseños que la gente se lleva de retorno a sus hogares. Finalmente, la abundancia se observa en la multiplicidad de transformaciones productivas y organizaciones sociales restauradas que controlan y defienden mejor sus territorios (ver video del impacto de la misión: https://m.youtube.com/watch?v=yOf4y7cwBG4).
Para finalizar, considero que, frente a las amenazas sociales, productivas y ambientales que atentan contra el alimento y la propia existencia humana, tenemos que encontrar caminos más cortos que nos permitan regresar al origen. Este retorno implica entender de nuevo las virtudes, los conocimientos y cosmovisiones aún existentes entre las etnias amazónicas; leer y concebir la naturaleza como nuestra verdadera maestra, y amparar, apreciar y defender los bosques tropicales como una biblioteca viva, un supermercado vivo, una farmacia viva, la mejor pensión, la catedral de la vida, nuestro hogar común. El ejercicio de las AV genera esa posibilidad de reencontrarnos de nuevo con la naturaleza, con el alimento, con nosotros mismos, con los pueblos y con el universo.
Roberto Rodríguez GarcíaIngeniero agrónomo, especializado en agricultura internacional del trópico y subtrópico de la Universidad de Witzenhausen, Alemania. Gerente del Centro Agroecológico La Cosmopolitana y director ejecutivo de la Fundación La Cosmopolitana. Asesor Internacional de proyectos de desarrollo rural.
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