A pesar de esta devastación ecológica impulsada por el modelo económico capitalista-extractivista, aún persiste en América Latina una población campesina estimada de 65 millones de personas, constituida principalmente por productores familiares a pequeña escala, que tienen fincas menores a dos hectáreas y que ocupan menos del 30% de la superficie agrícola, pero que producen más del 50% de los alimentos básicos que se consumen en la región. Por ejemplo, en Ecuador el sector campesino ocupa más del 50% de la superficie dedicada a cultivos alimentarios como maíz, frijol, cebada y ají. En México los campesinos ocupan no menos del 70% de la superficie cultivada con maíz y 60% de la superficie donde crece el frijol (ETC Group, 2009).
No menos del 50% de estos campesinos aún mantienen agroecosistemas diversificados producto de siglos de coevolución biocultural, adaptados localmente y manejados con tecnologías ingeniosas que han permitido a miles de comunidades contar con seguridad alimentaria, conservar la agrobiodiversidad clave y mantener formas nativas de identidad cultural y organización social (Koohafkan y Altieri, 2010).
La prevalencia de millones de hectáreas en forma de campos elevados, terrazas, policultivos, sistemas agroforestales y silvopastoriles representan estrategias indígenas exitosas de adaptación a ambientes marginales y cambiantes, constituyendo un símbolo de la creatividad de miles de agricultores. Además estos microcosmos de agricultura tradicional son modelos de resiliencia y sostenibilidad ya que minimizan riesgos, estabilizan los rendimientos, promueven diversidad nutricional, maximizan retornos con el uso de recursos locales, limitan el uso de insumos externos y mantienen una oferta alimentaria local todo el año. Estos beneficios están ligados a los altos niveles de biodiversidad que caracterizan a estos sistemas tradicionales, ya que la regulación interna de su funcionamiento es un producto de la biodiversidad y las interacciones o sinergismos entre sus componentes.
¿Qué es la biodiversidad?
Todas las especies de plantas, animales y microorganismos existentes dentro de un ecosistema y que interactúan optimizando procesos ecológicos claves, constituyen la biodiversidad. En los agroecosistemas es posible distinguir cuatro tipos de biodiversidad: productiva (cultivos y animales), destructiva (plagas, malezas, enfermedades), neutral (herbívoros no plaga que sirven de alimento a predadores) y benéfica o funcional como los polinizadores, los enemigos naturales, las lombrices, los microorganismos del suelo, etc., que cumplen roles ecológicos importantes en procesos tales como la polinización, el control natural de plagas, el reciclaje de nutrientes, etc. En general, el grado de biodiversidad en los agroecosistemas depende del mantenimiento de sistemas de conocimiento sobre manejo y formas culturales de usos (alimenticios y no alimenticios) de los cultivos y especies silvestres, así como de varios factores y características de los sistemas de cultivos, como son:
- El número de subsistemas productivos (huerta, chacra, pasturas y praderas, zonas sin cultivo) y espacios naturales.
- El número de especies y variedades vegetales y razas animales desplegadas en el tiempo y el espacio por el campesino.
- Maneras en que los agricultores asocian los cultivos y cómo integran a los animales.
- La permanencia temporal de cultivos anuales y perennes dentro del agroecosistema.
- El tipo e intensidad del manejo, (por ejemplo químico versus orgánico).
- La diversidad y tipo de arvenses en el agroecosistema y de vegetación natural en sus alrededores (por ejemplo si al cultivo lo rodean bosques o monocultivos transgénicos).
- Compensación: la biodiversidad incrementa la función del agroecosistema pues diferentes especies juegan roles diferentes y ocupan nichos diversos. Si una especie falla, existe otra que la reemplaza en su función.
- Complementariedad: resulta de combinaciones espaciales y temporales de plantas que facilitan el uso complementario de los recursos o brindan otras ventajas, como en el caso de las leguminosas que facilitan el crecimiento de cereales al suplirlos de una dosis extra de nitrógeno, o de flores que proveen polen y néctar a enemigos naturales que controlan una plaga específica.
- Redundancia: en un agroecosistema muy diverso hay más especies que funciones, por lo que existe redundancia y son precisamente aquellos componentes, redundantes en un tiempo determinado, los que se tornan importantes cuando ocurre un cambio ambiental. Ante cambios ambientales la redundancia construida por varias especies permite al ecosistema continuar funcionado.
- Resiliencia: los agroecosistemas diversos retienen su estructura organizacional y su productividad tras una perturbación.
- Altieri, M. A., Anderson, K. y Merrick, L. C., 1987. Peasant Agriculture and the Conservation of Crop and Wild Plant Resources. Conservation Biology, 1: 49-58.
- Altieri, M. A. and Nicholls, C. I., 2013. The adaptation and mitigation potential of traditional agriculture in a changing climate. Climatic Change DOI 10.1007/s10584-013-0909-y.
- ETC Group, 2009. Who will feed us? Questions for the food and climate crisis. ETC Group Comunique 102.
- Koohafkan, P. and Altieri, M. A., 2010. Globally Important Agricultural Heritage Systems: a legacy for the future. Rome: UN-FAO.
- Montalba, R., Garcia, M., Altieri, M., Fonseca, F. y Vieli, L., 2013. Utilización del Índice Holístico de Riesgo (IRH) como medida de resilencia socioecológica a condiciones de escasez de recursos hídricos, en comunidades campesinas e indígenas de la Araucanía Chilena. Revista Agroecología 8: 63-70.