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Actualmente causa gran preocupación la rápida disminución de la agrobiodiversidad y la falta de medidas para protegerla. Las políticas agrarias promueven, por lo general, la agricultura comercial basada en el monocultivo de grandes extensiones de tierra. Por otro lado, la rápida expansión de los organismos genéticamente modificados (OGM) y la distorsión en la aplicación de los derechos de propiedad intelectual amenazan a la agrobiodiversidad e impactan el paisaje rural y las diversas especies de flora y fauna que lo pueblan, incluyendo a los parientes silvestres de los cultivos y del ganado –recurso genético de mucho valor para la conservación de la vitalidad de las especies domesticadas– así como a los microorganismos y polinizadores naturales –especialmente las abejas que se encuentran ahora en grave riesgo de extinción como lo señala John Wightman (LEISA 28-1, p. 23)–. Todas estas prácticas y políticas son causa de la disminución y, lo más grave, están también produciendo la desaparición de muchas especies de plantas y animales, y del conocimiento implícito de sus usos y manejo.

Biodiversidad y agriculturaPero la buena noticia es que ahora muchas iniciativas para preservar y manejar la biodiversidad de la agricultura se han iniciado en todo el mundo. Sobre todo se constata que a diferencia de la segunda mitad del siglo XX, las organizaciones internacionales –especialmente desde 2008 ante el alza de precio de los alimentos– reconocen el valor de la biodiversidad para la sostenibilidad de los cultivos alimenticios en todo el mundo. Y en este marco otorgan un reconocimiento y valoración a la función que cumple la agricultura campesina en la conservación de la biodiversidad cultivada o agrobiodiversidad y de sus parientes silvestres.

Como sabemos, la agricultura campesina ocupa el 35,8% de la superficie de la superficie agrícola total en América Latina (Altieri y otros, p. 5). Pero lo positivo para la conservación de la biodiversidad es que las familias agricultoras campesinas o de pequeña escala son en muchos casos los “guardianes” o “custodios” de las semillas, cuyo rol no es solamente pasivo, pues entre ellos se encuentran los llamados “locos” o “curiosos” que no cesan de innovar sus variedades. En este punto las llamadas redes de semillas que se han generado en varios países de América Latina, cumplen una función muy importante como organización de los productores campesinos para tener una presencia política y económica, a escala nacional e internacional, en defensa de los recursos genéticos de sus cultivos (Borja y otros, p. 16) y también como una forma de autovaloración del patrimonio heredado y del cual son responsables.

Aquí es importante recordar que la generación de nuevas variedades y el mantenimiento de la agrobiodiversidad dependen del manejo de la semilla, pues este recurso transmite la información genética de cada variedad o especie que se concreta en una nueva planta. Es ahí donde se hace evidente el valor del productor campesino “custodio de la semilla” por preservar los genes de cultivos de importancia para la alimentación humana (Rojas y otros, p. 19). No hay que olvidar que los recursos genéticos son considerados como el cuarto recurso de la producción agrícola, y que su diversidad depende de que haya un gran número de productores de diversas variedades de semillas, ya que si estos disminuyen el riesgo de reducción de la biodiversidad de los cultivos será mayor. Estos productores son los campesinos y su reconocimiento obliga a otros regímenes de producción y abastecimiento de semillas, como se está dando en Paraiba, Brasil (Petersen y otros, p. 13).

Para el mantenimiento de la biodiversidad agrícola, la agricultura ecológica –practicada por los productores familiares o campesinos– junto a los avances de la agroecología, forman un binomio o yunta de trabajo que permite vislumbrar alternativas posibles para no solo un nuevo paradigma productivo, sino nuevos enfoques políticos que garanticen un desarrollo rural innovador. Y aquí conviene citar las palabras de Víctor Manuel Toledo (“Regresemos al agro” en Cuadernos Verdes del Colegio Verde de Villa de Leyva, Colombia, núm. 5, 1992): “La agricultura ecológica no intenta un romántico (e inviable) retorno a las formas preindustriales de producción. Lo que busca es implementar una estrategia que modernice el agro a partir de un manejo adecuado de la naturaleza y del reconocimiento de la tradición rural…”

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