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En la contribución de Cláudia Job Schmitt (Alimentos de ‘ningún lugar’ o ‘alimentos del lugar’, p. 6) con que se abre esta edición, cuyo tema es “Sistemas regionales de alimentos y agricultura”, se plantea una pregunta central: ¿qué es lo que está en juego? Pregunta a la que añadiríamos: ¿a qué nos referimos cuando abordamos esta temática y por qué? No es posible dar una respuesta sencilla a estas interrogantes.

Pero, como se desprende del conjunto de artículos que hemos seleccionado para esta edición, la utilización de ‘alimentos del lugar’ para satisfacer las necesidades de nuestras poblaciones puede tener, en primer lugar, un impacto determinante en la creación de mercados para la agricultura familiar; es decir, en el desarrollo económico local, haciendo un aprovechamiento sostenible de los recursos con que se cuenta y vinculando, por ejemplo, a los productores con canales de comercialización mediante ferias, mercados de abastos o compras de alimentos por entidades estatales, entre otras oportunidades.


Producción local de alimentos en La Habana, Cuba
Foto: Diego Samanez
A esta muy importante razón económica habría que añadir que el abastecimiento basado en la producción del lugar genera un espacio para el desarrollo de instrumentos de acreditación de la procedencia agroecológica de los alimentos, como los denominados sistemas participativos de garantías, que hacen posible la construcción de acuerdos entre productores, consumidores y autoridades locales. Con ello se logra que los consumidores tengan la capacidad de participar, vigilantes, en el desarrollo de una oferta de alimentos de calidad producidos de manera sostenible. Así, recuperar los sistemas regionales de alimentos es un paso importante en la consecución de la soberanía alimentaria, tomando en cuenta y aprovechando los mercados, sin depender del sistema alimentario mundial en la forma en que dependemos actualmente.
Pero hay otros aspectos a considerar al referirnos a los sistemas regionales de alimentos. El sistema alimentario actual, globalizado y por tanto ‘deslocalizado’, está dominado por grandes corporaciones transnacionales, el desarrollo de cuyas operaciones se basa en la agricultura convencional y, cada vez más, en el uso de organismos genéticamente modificados. Por el contrario, los sistemas regionales de alimentos se sustentan en la agricultura familiar, cuyas prácticas productivas –por lo general– hacen un uso sostenible de la agrobiodiversidad y se ha demostrado que son más adecuadas en términos de mitigación y adaptación al cambio climático.
Finalmente, la recuperación y el fortalecimiento de los sistemas regionales de alimentos están relacionados con la recuperación de la cultura, especialmente en lo concerniente a la gastronomía y las festividades locales, y se articulan con los movimientos actuales a favor de alimentos sanos de variedades locales (tubérculos, granos, frutas, lácteos, carnes). Esta dimensión amplía las posibilidades de generación de impactos económicos favorables también para los productores de otros bienes y servicios, como son todos aquellos relacionados con la gastronomía (insumos, equipos y utensilios, construcción, servicios diversos de capacitación, de atención personal y de preparación de alimentos, turismo gastronómico, etc.). El denominado boom de la gastronomía peruana, con su ya conocida feria anual ‘Mistura’, que acoge agricultores campesinos –cultivadores de la biodiversidad– y cocineros seleccionados de todas las regiones del país, es un buen ejemplo de la potencialidad de la culinaria y los productos regionales para generar bienestar económico y fortalecer la identidad cultural, a la vez que se revalora y se usa sosteniblemente la biodiversidad.

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