septiembre 2011, Volumen 27, Número 3
Sistemas regionales de alimentos y agricultura

Alimentos de ‘ningún lugar’ o alimentos ‘del lugar’

CLÁUDIA JOB SCHMITT | Página 6-9
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En lugar de alimentos ‘de ningún lugar’, cultivados por productores desconocidos, envasados y transportados a largas distancias por las grandes corporaciones, se han hecho más visibles otras prácticas –tanto las antiguas como las nuevas o renovadas–. Estas prácticas muestran una manera diferente de producir, distribuir, elegir, valorar y consumir los alimentos.

Hay muchas posibilidades y aquí podemos nombrar unos pocos ejemplos: venta de puerta en puerta, comercialización de los productos ecológicos de la región en las ferias locales por los propios agricultores, agroindustria familiar, cooperativas de consumo y redes informales de intercambio y comercialización de productos entre los vecinos, suministro a pequeñas tiendas y restaurantes de la localidad, distribución de los productos de la agricultura familiar en escuelas y programas sociales a través de mercados institucionales, etc.

Cláudia Job Schmitt
LEISA revista de agroecología
Transporte de los productos locales
Foto: autora
Estas iniciativas de producción y comercialización, a menudo despreciadas y consideradas como ‘pequeñas soluciones’, ganaron preeminencia en diferentes países, desde el año 1990, en un contexto fuertemente marcado por la liberalización de los mercados y los procesos de erradicación territorial de las economías locales. Este movimiento que cuestiona la calidad de los alimentos producidos en gran escala con métodos de la Revolución Verde y su comercialización por parte de las grandes cadenas de venta minorista y mayorista, no solo existe en los países del Norte, sino también en muchos países del Sur.

La denuncia de los riesgos asociados con los agrotóxicos y los alimentos modificados genéticamente, el crecimiento de las redes de comercio justo y agricultura ecológica, las reacciones del consumidor a la propagación de enfermedades a través de los alimentos, el fortalecimiento de la agroecología como propuesta técnica y social, son parte de un conjunto heterogéneo de acciones y reacciones que cuestionan las formas dominantes de producción y consumo, contribuyendo a la politización de las relaciones entre productores y consumidores, y dando también un nuevo significado a los mercados locales.
Sin embargo, sería un error identificar a todas estas iniciativas que ‘nadan contra la corriente’ como iniciativas recientes. En diferentes lugares, la resistencia de los mercados locales y de la producción para consumo propio se mantiene como una práctica fuertemente entrelazada a la cultura y estilo de vida de las poblaciones urbanas y rurales, y se encuentra, incluso, como un componente clave en el conjunto más amplio de sus estrategias de reproducción social y económica.

La capacidad de recuperación del suministro de circuitos locales y regionales en diversas partes del mundo es, sin duda, un fenómeno que merece una mirada más cercana. Varios estudios han llamado la atención sobre el hecho de que una parte muy significativa de los alimentos consumidos en el mundo –el 85%– se produce en el ámbito de cada país o en la misma región ecológica (Grupo ETC, 2009; Ploeg, 2008). Por ejemplo, cabe mencionar que solo el 6% de la producción mundial de arroz se comercializa a través de las fronteras de los países productores. Para el trigo, un cultivo que cuenta con el mayor porcentaje de las exportaciones de cereales, solo el 17% de la producción mundial se vende en los mercados extranjeros, mientras que el restante 83% se consume en los países productores (Ploeg, 2008).

De acuerdo con estimaciones realizadas por el Grupo ETC (ETC Group, 2009), el 50% de los alimentos producidos en el mundo son cultivados por los agricultores campesinos, el 12,5% por los cazadores y recolectores, y el 7,5% por los agricultores urbanos. Los alimentos producidos y distribuidos a través de los circuitos de producción y comercialización agroindustrial corresponden, de acuerdo con estos cálculos, al 30% de los alimentos del mundo. Lo que se puede apreciar en estos datos es la imagen de un mundo globalizado, controlado por las grandes corporaciones y donde el alimento se ha convertido en objeto de especulación en los mercados. Los ajustes que surjan como resultado de los cambios provocados por la liberalización de los mercados para los futuros (commodities) agrícolas es solo una cara de una realidad heterogénea y multifacética. La implementación de nuevos marcos regulatorios que han llegado a dominar el sector agroalimentario en todo el mundo, especialmente desde el año 1990, asume formas complejas y contradictorias.

Las tendencias de concentración e integración de las grandes empresas del sector agroalimentario, impulsadas tanto por los procesos de desregulación de los mercados como también por la aplicación de la nueva normativa, no se materializan de la misma manera en todas partes, manteniéndose, sin embargo, como fuerzas poderosas. A finales de 1990, Cargill ya controlaba el 40% de las exportaciones de maíz, un tercio de todas las exportaciones de soja y al menos el 20% de las exportaciones de trigo (Morgan y otros, 2009). En contraste con lo que existía décadas atrás, cuando muchas empresas de semillas del sector privado y empresas públicas se dedicaban al fitomejaramiento, ahora un grupo de diez grandes empresas controlan dos tercios de la producción mundial de semillas comerciales (ETC Group, 2008).

El peso de las grandes cadenas de tiendas de venta al por menor (retailers) es un factor importante en este nuevo ciclo, especialmente por su esfuerzo por llegar a nuevos segmentos de mercado y satisfacer las preferencias de los consumidores. Wal-Mart abrió su primera tienda fuera de Estados Unidos en 1991. Por los datos facilitados por esta compañía se sabe que su red comercial se compone hoy en día de 9.600 unidades operativas en 28 países de todo el mundo. Carrefour, que inició su actividad internacional en 1989, ahora cuenta con 9.500 tiendas en 32 países. Sin embargo, el aumento de la productividad, las economías de escala, la homogenización de las dietas y de los procesos de producción, así como la desregulación de los mercados, no pueden ser vistos como la única racionalidad de funcionamiento del sistema alimentario.

Las transformaciones en curso abarcan diferentes modos de organización, a menudo contradictorios, y que no pueden explicarse simplemente mediante las dicotomías: local versus global, convencional versus alternativo, mercado masivo versus nicho de mercado, liberalización frente a la regulación. La percepción del sistema alimentario como un campo de relaciones antagónicas, así como la presentación de diferentes tendencias, son requisitos importantes para la comprensión de los procesos emergentes que permitan localizar y contextualizar la producción, elaboración y consumo de alimentos, sus desafíos y sus potencialidades. Dos cuestiones deben tenerse en cuenta: en primer lugar, vale la pena explorar detalladamente qué factores entran en juego cuando se trata de restaurar los lazos de la producción y el consumo de alimentos con su entorno social y ambiental, o la reubicación territorial del sistema agroalimentario.
Nos parece importante reflexionar también sobre las relaciones entre estas iniciativas de pequeña escala, locales o territoriales, y los grandes cambios que hoy afectan al sistema alimentario, pues sus procesos y resultados serán de vital importancia en la conformación de las redes de producción y consumo de las próximas décadas. Cuando nos referimos a los diferentes procesos de ubicación del sistema agroalimentario, un primer elemento a destacar es el hecho de que la diversidad de agriculturas existente en el mundo es el resultado de una trayectoria histórica de la coproducción que comprende a los grupos humanos y a la naturaleza viva (Ploeg, 2008). Los modos de organización de la producción agrícola y de alimentos que llegaron a ser dominantes en el período histórico posterior a la Segunda Guerra Mundial, y que transformaran la actividad agrícola en una empresa altamente dependiente de las fuentes de energía y los insumos externos, tuvieron como uno de sus principales efectos el debilitamiento de los vínculos de la agricultura con su base ecológica, social y cultural.


En la guardería: una dieta sana, equilibrada y apropiada culturalmente
Foto: autora
La agricultura dependiente de los combustibles fósiles, los agroquímicos y las variedades de cultivos con alto rendimiento, ha alterado profundamente el metabolismo social al separar cada vez más los espacios de producción y consumo, estableciendo así un peligroso desequilibrio entre la productividad de los agroecosistemas y las exigencias de los seres humanos y de los animales –especialmente en la ganadería comercial– por el consumo de biomasa. Según Pimentel, el sistema de alimentos en los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) que reúne a los principales países desarrollados, para la producción de cada kilocaloría (kcal) de alimento se invierten cuatro kilocalorías de otras fuentes de energía (Pimentel, 2009). Una lata de refresco, capaz de proporcionar aproximadamente una caloría de energía, requiere 2.200 calorías para su producción, de las cuales el 70% es utilizado en la producción de latas de aluminio (Pimbert, 2008).

Estos datos nos parecen muy relevantes en momentos cuando los biocombustibles se presentan como la gran alternativa al uso de combustibles fósiles. Según estimaciones realizadas por varios organismos, entre ellos la Agencia Internacional de Energía (2008), la producción mundial de petróleo crudo alcanzará su máximo histórico en 2020, y a partir de entonces disminuirá. No obstante, la demanda por petróleo se mantendrá creciente. La transición de una energía basada en combustibles fósiles, a otra que tenga probablemente la biomasa como una fuente principal, implica cambios profundos en las formas de ocupación de las tierras agrícolas y de la propiedad y uso de los recursos naturales (tierra, agua y biodiversidad), ya sea para la producción de energía o la producción de alimentos.

Estos cambios parecen estar propiciando una mayor concentración de poder y de capacidad de inversión en las grandes corporaciones. Un estudio del Banco Mundial, publicado en 2010, llama la atención sobre la competencia por la apropiación de la tierra a nivel global, especialmente entre octubre de 2008 y agosto de 2009, periodo en el que se transfirieron 45 millones de hectáreas de tierra agrícola en un proceso identificado con una expresión en inglés: landgrabbing (apropiación de tierras). Como han señalado Sauer y Leite (2010), el crecimiento de la producción agrícola y, con él, la creciente demanda de tierra están siendo impulsados por la expansión de ocho commodities: maíz, soja, caña de azúcar, palma aceitera, arroz, canola, girasol y plantaciones forestales.

Por lo tanto, existe una alta probabilidad de que muchas de estas tierras, al ser adquiridas por los bancos de inversión, fondos de pensiones y las empresas vinculadas a la agroindustria, entre otros agentes económicos, se destine a la producción de energía o de alimentos en gran escala (Grain, 2011). La apropiación y concentración de los recursos productivos, junto con la privatización de la biodiversidad agrícola y el conocimiento de los mecanismos de propiedad intelectual son elementos clave para ser cuestionados cuando se rediseñen las rutas que recorren los alimentos antes de llegar a la mesa del consumidor. Las interrelaciones entre estos distintos procesos y sus posibles consecuencias sobre la sostenibilidad del sistema alimentario actual contribuyen a reforzar la idea de que la reubicación, como principio rector, no es simplemente un nuevo ‘cableado’ del mercado. ¿Qué es lo que está en juego? De hecho, es el papel de los mercados como un instrumento en la dirección (o redirección) de los flujos de energía y de los materiales de apoyo para las actividades económicas, algo que también implica la redirección en una distribución más equitativa de la riqueza y la propiedad generados por el sector agroalimentario.

La transición a nuevas formas de producción, transformación y consumo de alimentos socialmente justos y ambientalmente sostenibles, pone en tela de juicio a las estructuras de poder que rigen hoy la producción de alimentos y apunta a la necesidad de un nuevo equilibrio entre los agentes económicos privados, los estados nacionales, las organizaciones multilaterales y los territorios. La noción de soberanía alimentaria, enunciada de forma sintética, afirma el derecho de los pueblos a decidir sus propios sistemas alimentarios y agrícolas, así como a proteger y regular la producción agrícola y el comercio con el fin de alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible, lo que es sin duda una referencia importante en este debate (Vía Campesina, 1996; Pimbert, 2008). El desarrollo de los mercados locales, como un componente en la construcción de estrategias sostenibles de desarrollo rural, no se traduce necesariamente en un localismo defensivo; es decir, en una defensa irreflexiva de los productos y circuitos locales sin tener en cuenta las complejas relaciones que se establecen entre lo local y lo global.

Lo que está en juego es la construcción social de los mercados, los acuerdos institucionales y los instrumentos de política con capacidad de viabilizar las nuevas formas de producción, consumo y tenencia de la tierra, así como de garantizar la renovación, a lo largo de las generaciones, de los procesos ecológicos que sustentan estas actividades. Hay elementos importantes que vinculan a los diversos sistemas de la agricultura campesina y familiar con la preservación in situ de la biodiversidad agrícola y alimentaria, algo esencial en el mantenimiento y el fortalecimiento de la capacidad de producir alimentos en un escenario marcado por el cambio climático de alcance global. Los impactos del calentamiento global en la producción de alimentos han sido objeto de diversas estimaciones. Los estudios muestran, por ejemplo, la posibilidad de reducir hasta un 50% el rendimiento de las cosechas en algunos países africanos (Bayles, 2011). Esta disminución de la productividad debería traducirse en un aumento de precios de los alimentos. El cultivo de la diversidad alimentaria y la mejora de los conocimientos necesarios para que estos productos y sabores de la mesa lleguen al consumidor, garantizando una dieta sana, equilibrada y apropiada culturalmente, son herramientas importantes en una estrategia de adaptación a las nuevas condiciones ambientales y la reducción de la extensión de las tierras cultivables, algo que puede llegar a muchas regiones.

Las acciones destinadas a la transformación económica, social, técnica y cultural del actual sistema agroalimentario deben enfrentar y solucionar varios obstáculos, como la inestabilidad de los precios y la débil posición de los agricultores en sus relaciones con los agentes intermediarios, factores que reducen el margen de maniobra que existe en la generación de nuevos mercados. Hechos como la importación de productos baratos han contribuido a alterar, en diferentes partes del mundo, la producción para el autoconsumo y los mercados locales. También, la imposición de normas de calidad y mecanismos de regulación que no se ajustan a las condiciones de producción de los agricultores inhibe las iniciativas que buscan agregar valor a la producción. Sin embargo, hay en el horizonte signos importantes de cambio.

En los países desarrollados, por ejemplo en los Estados Unidos, según el Censo de Agricultura, las ventas directas de alimentos a los consumidores han aumentado en la última década: de 551 millones USD en 1997 a 1.200 millones en 2007. Los datos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos de América (USDA por sus siglas en inglés) muestran que el número de ferias ‘productor directo’ en este país aumentó de 1.755 en 1994 a 5.274 en 2009 (USDA, 2010). Las investigaciones realizadas en seis países europeos y publicadas en 2002, revelaron que una parte significativa de los agricultores entrevistados (51%) está haciendo esfuerzos para diversificar sus unidades de producción y desarrolla acciones para la comercialización de nuevos productos y servicios.

La venta directa y elaboración de productos en la finca, junto a otras estrategias, han sido identificadas como componentes importantes de este movimiento de transformación de los sistemas de producción (Ploeg y otros, 2002). En Brasil, a través del Programa de Adquisición de Alimentos, 112.000 fincas familiares (promedio anual entre 2003 y 2009) han abastecido con alimentos a las escuelas y los programas sociales gracias al fortalecimiento de los vínculos entre la producción doméstica y el mercado institucional (Gobierno Federal / Gerente de Grupo de la PEA, 2010). La construcción de sinergias positivas entre las experiencias locales mediante acuerdos políticos institucionales más amplios, capaces de generar un entorno favorable para el florecimiento de estas iniciativas, es todavía un reto.

Sin embargo, los campesinos, los agricultores familiares, los recolectores, los pescadores, los técnicos, los educadores y los consumidores han logrado establecer importantes vínculos, que ahora se encuentran en el barullo de las ferias y en las diferentes áreas de la discusión política, coordinación de actividades y acciones de capacitación.

Cláudia Job Schmitt
Email: claudia.js@oi.com.br

Referencias
– Bailey, Robert. 2011. Cultivar un futuro mejor: justicia alimentaria en un mundo con recursos limitados. Oxfam Internacional. –
– Grupo ETC. 2009. ¿Quién nos alimentará? Preguntas sobre las crisis alimentaria y climática. Communiqué del Grupo ETC, Nº 102 (noviembre).
– GRAIN. 2011. Hoy, acaparamiento mundial de tierras para la producción de alimentos: las preguntas más frecuentes. Junio de 2011. — Morgan, Kevin y otros. 2009. Mundo de la comida: lugar, el poder y la procedencia de la cadena alimentaria. Oxford: Oxford University Press.
– Pimentel, David. 2009. Insumos energéticos en la producción de cultivos alimentarios en los países desarrollados y en desarrollo. Energías, Vol. 2, Nº 1, p. 24.
– Pimbert, Michel. 2008. Hacia la soberanía alimentaria: recuperación de sistemas autónomos de alimentos. Sussex, Reino Unido: IIED.
– Ploeg, J. D. van der, A. Long y J. Banks. 2002. Desarrollo rural: el estado del arte. En: Ploeg, J. D. van der, A. Largo y J. Banks (eds.). Campo de vida. Procesos de desarrollo rural en Europa: el estado del arte. Doetinchem: Elsevier.
– Ploeg, J. D. van der. 2008. Los agricultores y los imperios de alimentos, las luchas por la autonomía y la sostenibilidad en la era de globalización. Porto Alegre: UFRGS Editora.

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