No es solo una coincidencia de que la degradación de los diferentes ecosistemas brasileños esté directamente relacionada con el avance de los monocultivos y el uso de insumos químicos, a lo largo de una frontera en constante expansión agrícola. Mientras que la destrucción de nuestros ecosistemas se inició hace 500 años, no hay duda de que el mayor daño se ha producido desde el proceso de modernización iniciado en la década de 1960.
Las cifras publicadas recientemente por el Ministerio de Medio Ambiente del Brasil son alarmantes, y contradicen los informes publicados por muchas otras organizaciones. La Pampa El Gaucho, en el sureño estado de Rio Grande do Sul (en la frontera con Argentina y Uruguay), ha perdido ya 54% de sus bosques originales como resultado de las nuevas plantaciones de soya, la ganadería, y, más recientemente, por la plantación de árboles para celulosa a gran escala. El Cerrado brasileño, con una superficie total de más de dos millones de km cuadrados, ya ha perdido 48% de su cobertura original. Los cambios observados en los estados de Maranhão, Tocantins y Bahía muestran el enorme impacto de la industria de la soja, con 85.000 km cuadrados, perdidos entre 2002 y 2007. Lo mismo se ha visto en la Mata Atlántica, donde la producción de etanol ha generado una pérdida de 75% de la superficie forestal. Con frecuencia, el gobierno ha informado sobre tendencias positivas para la región amazónica, pero, sin embargo, las cifras publicadas muestran que, en realidad, la tasa de pérdida de zonas boscosas en el estado de Amazonas creció en 91%. Similares tendencias se encuentran en los estados de Rondonia y Maranhão.
A pesar de este panorama sombrío, el Ministro de Agricultura de Brasil no tuvo reparos en decir, en una entrevista en marzo pasado, que la intensificación de la agricultura en zonas como el Cerrado no tiene ningún impacto ambiental. Las autoridades brasileñas se sienten capaces de continuar apoyando, sin preocupación alguna, las actuales políticas de producción y exportación de materias primas. No obstante, si tomamos en cuenta todo lo que estamos perdiendo en términos de bosques y biodiversidad, hay mucho de que preocuparse y, en este Año Internacional de los Bosques, muy poco que celebrar. Solo quienes están detrás de estas políticas están de fiesta. Debemos preguntarles si dentro de unos pocos años, cuando se haya perdido incluso más, seguirán celebrando. Estoy empezando a preocuparme por mis nietos.
Profesor en la Universidad Federal Rural de Pernambuco, Brasil,
y Presidente de la Asociación Brasileña de Agroecología
Correo-e: caporalfr@gmail.com
(de Farming Matters 27.2, junio 2011)