septiembre 2008, Volumen 24, Número 2
Suelos vivos

Recuperación del suelo: prácticas agroecológicas en sistemas agrícolas extensivos de Córdoba, Argentina

HÉCTOR LEGUÍA, ESTEBAN ALESSANDRIA, J. V. SÁNCHEZ, J. L. ZAMAR, L. PIETRARELLI Y M. ARBORNO | Página 17-19
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En los últimos 15 años, Argentina ha tenido fuertes transformaciones en las características de sus sistemas agropecuarios. El comercio internacional siempre influenció la estructura productiva nacional; un claro ejemplo es la intensa agriculturización iniciada en los años 70, que se acelera inusitadamente en el último decenio (1997-2007), lapso en que la superficie agrícola pasa de seis a más de 14 millones de hectáreas.

Cultivo de cobertura: Vicia sativa y triticale / Foto: autores

La expansión de la soja jugó un importante papel en este proceso. Antes de 1975 este cultivo no tenía una superficie significativa, pero en 1995 igualó en superficie al resto de cultivos agrícolas y, durante el período 2002-2003 ocupó el 95% de la superficie agrícola del país.

El cambio tecnológico emblemático y catalizador fue la siembra directa (SD). Esta propuesta conservacionista de suelos y agua, sinónimo de “labranza cero”, se impuso como la propuesta más contundente para revertir la degradación provocada por más de 50 años de laboreo convencional. La SD, pese a que exigía una drástica y onerosa reconversión tecnológica, tuvo una vertiginosa difusión. Desde 1990 a 2005, más del 85% de las superficies cultivadas adoptaron la SD y su uso estuvo principalmente relacionado con la expansión de la soja.

La conservación del agua –que permite la SD–, la plasticidad de la soja para adaptarse a condiciones ambientales diversas, y los precios internacionales favorables, determinaron un avance masivo de este cultivo, especialmente en las regiones subhúmedas y semiáridas. El impulso final de estos cambios ocurre alrededor de 1997, cuando el modelo incorpora las variedades transgénicas (sojas RR) con el uso de glifosato. Esta modalidad necesitó solo seis años para difundirse a toda la superficie sojera argentina (Bisang y Sztulwark, 2006).

El éxito inmediato del paquete Agricultura/SD/Soja RR se debió no solo al ahorro de agua y la reducción de la erosión de suelos, sino también a los menores costos necesarios para la producción, debido a la disminución de combustibles, la simplificación de equipos y tareas, tiempos operativos más cortos y menor empleo de mano de obra, así como a la posibilidad de aplicarse a gran escala.

Esta propuesta desplazó a las actividades agropecuarias tradicionales en la región (ganadería extensiva, sistemas de producción de leche bovina y cultivos tradicionales) y tuvo impactos negativos en los ecosistemas nativos (especialmente por los desmontes) y los sistemas pastoriles con vegetación nativa, por lo que se perdió la vegetación originaria y disminuyó la biodiversidad de los agroecosistemas agrícolas. La reducción de los productos tradicionales para el consumo nacional debilitó la seguridad alimentaria del país.

Sin embargo, las mayores críticas al nuevo modelo se relacionan con la disminución del empleo rural y el costo social de la desaparición de cerca de 200.000 productores que no pudieron acceder a esta reconversión. Este fenómeno, es la ‘contracara’ de un proceso de concentración de tierras y capitales, aprovechado especialmente por nuevos actores sociales corporativos: pool de siembra, fideicomisos y grandes empresas (Teubal, 2003). Los sistemas agrícolas se reorientaron para la producción intensiva de granos exportables, incorporando importantes inversiones de capital y una dependencia creciente de insumos industriales y biotecnológicos. La conversión provocó profundas transformaciones en la estructura social agropecuaria y un importante costo social y ambiental.

Situación en el área de estudio
En la localidad de Lozada (20 km al sur de Córdoba) los sistemas agrícolas de productores familiares, pequeños y medianos, tienen generalmente de 150 a 200 hectáreas. Estas unidades productivas familiares tienen, por razones económicas, una fuerte tendencia al monocultivo de soja. En estos establecimientos se detecta una seria degradación del medio biofísico que se expresa principalmente en la baja calidad de los suelos: agotamiento de nutrientes y de la fertilidad potencial, densificación y compactación, y escaso contenido de materia orgánica. A la fragilidad del esquema productivo y tecnológico actual, se suman las limitaciones edáficas y climáticas propias de regiones semiáridas (De Paw y otros, 2000).

Los productores familiares pueden verse muy afectados por la variación inesperada de precios o costos; pero además de ello, la degradación de sus recursos disminuye su capacidad para hacer frente a las adversidades climáticas y bióticas. El fuerte descenso de la productividad puede conducirlos a procesos de endeudamiento, erosión del capital de explotación e incluso al abandono de la actividad.

Cuadro 1. Tratamientos en periodo invernal para implantar cultivo de cobertura

Las correcciones propuestas desde el modelo productivista se remiten al incremento de insumos externos (plaguicidas y fertilizantes sintéticos, genotipos exógenos) o costosas inversiones (riego, tecnología satelital, etc.) que, en muchos casos, solamente agravan los problemas o resultan inviables para los productores de limitados recursos.

Junto con estos productores, nuestro equipo decidió explorar propuestas alternativas con viabilidad cultural y técnica, que permitan revertir la degradación de los recursos sin afectar los actuales niveles productivos, ni requerir onerosas inversiones.

La vida del suelo en relación con el modelo actual
La dimensión biológica del suelo está regulada por condiciones edáficas fundamentales para la vida (temperatura, humedad, salinidad, oxígeno, coloides orgánicos, exudados y otros), que resultan de la interacción entre las condiciones propias del suelo con las características climáticas estacionales y la vida vegetal y animal presente en el ecosistema (Primavesi, 1984).

El paquete: Agricultura continua/SD/Soja RR/Glifosato tiene, en relación al suelo, varios puntos críticos:

• La agricultura continua (o sin interrupción) explora un espesor de suelo más reducido que las pasturas o la vegetación natural. Los aportes de residuos son comparativamente más bajos, especialmente en las variedades más nuevas (baja relación rastrojo/grano). Se pierde el valor restaurador de la rotación mixta y hay una elevada exportación de nutrientes en cada campaña.
• La siembra directa (SD) establece el no perturbar la estructura del suelo y, al mantener la cobertura en superficie, reduce la erosión y conserva mejor el agua. Sin embargo, la SD hace que la materia orgánica se concentre en un espesor muy superficial del suelo y el resto del perfil solamente recibe el aporte de raíces. Además, el tránsito de las maquinarias usadas en la SD compactan superficialmente el suelo; los discos abresurcos de las sembradoras tienen un efecto compactador subsuperficial. La disminución de poros determina una lenta infiltración y menor retención de humedad en el suelo, situación que se agrava por la alta evaporación cuando hay escasa cobertura.
• La soja aporta escasos rastrojos, especialmente en regiones semiáridas de menor productividad. Además, según nuestras mediciones, más de un 25% de los residuos (hojas) desaparece rápidamente, antes del nuevo periodo de siembra, exponiendo el suelo. La soja tiene un sistema radicular pivotante, que genera conductos verticales pero poca densidad de poros. Consume nutrientes en cantidad similar a otros cultivos y, pese a ser una leguminosa, su fijación de nitrógeno solo abastece entre 50 y 70% de sus necesidades. No deja un excedente que pueda enriquecer el suelo (González, N., 2006).
• La repetición del control de malezas con glifosato, e incluso de insectos y enfermedades, induce resistencia genética, aumentando las dosis, los costos y la contaminación.

Cuando todos estos factores se reúnen, en un esquema de monocultivo continuo de soja RR en siembra directa, se producen efectos negativos que resultan en una franca degradación del equilibrio físico-biológico del suelo, y con ello la reducción de la biodiversidad del suelo. La menor biodiversidad del suelo debilita los controles interpoblacionales, por lo que los organismos plaga pueden tener mayor incidencia.

¿Cómo enfrentar el problema?
Desde las vertientes de la agroecología, y otras concepciones ‘alternativas’ existen propuestas para remediar esta situación que enfrentan los productores familiares en Córdoba. Pero estas propuestas están concebidas para otros contextos y escalas, por lo que su implementación real en un sistema productivo sometido a las contingencias ambientales y económicas comentadas es difícil.

Cualquier propuesta que reduzca la productividad de estos sistemas o demande grandes inversiones o equipamiento resulta inviable. Las alternativas más interesantes se enmarcan en lo que Carballo (2002) define como “tecnologías de proceso” (técnicas de manejo de bajo costo y alto contenido cognitivo, pero de respuesta lenta y gradual).

Acciones y resultados
En 2005, nuestro equipo inició un trabajo en cooperación con productores de la zona para la evaluación de distintas prácticas de naturaleza agroecológica, centradas en el manejo de la biodiversidad y el abonamiento orgánico. Los ensayos se conducen en áreas experimentales, de un tercio de hectárea, localizadas en tres establecimientos familiares. Con fines estadísticos, los ensayos se repiten tres veces.

Como en toda la zona semiárida, los cultivos principales son estivales. En el invierno los lotes quedan en descanso y se controlan las malezas químicamente (barbecho químico, BQ). En dos tratamientos se emplea el periodo invernal para implantar el cultivo de cobertura (CC).

Los tratamientos se describen en el cuadro 1. El “a” es testigo de la experiencia y corresponde al esquema productivo dominante.

Los productores ejecutan los ensayos con sus propios equipos y según el manejo habitual. La única diferencia es que no se hace fertilización química en los maizales.

El cultivo de cobertura (CC) se planta entre abril y mayo, con una mezcla de vicia sativa (para la fijación de nitrógeno) y triticale (para material lignificado) con sembradoras de SD en una proporción de 100 kg/hectárea. El CC se interrumpe a fines de invierno con herbicida, antes de que comience a consumir agua en forma importante y comprometa las escasas reservas del suelo (alrededor de floración en vicia o encañazón del triticale). Si bien se emplea un control ecológicamente cuestionable, es la práctica más barata y común en estos sistemas. Existen alternativas de control mecánico que gradualmente se piensan incorporar.

Los resultados parciales son alentadores
La rotación y el cultivo de cobertura aumentan significativamente los aportes de biomasa. Ambas prácticas mejoran gradualmente la condición física de los suelos, especialmente su estructura, densidad e infiltración. Técnicamente estas contribuyen a un gradual incremento en el contenido de materia orgánica del suelo, mostrando también una tendencia a mantener el nivel de nitratos. Sin embargo, el efecto observado más negativo del CC es el de inducir la disminución de los rendimientos en los dos primeros años. En la tercera campaña este efecto desaparece, e incluso hay una tendencia al aumento de rendimientos.

La inclusión del cultivo de poroto en la rotación tiene efecto en la biodiversidad general del sistema y la fijación de nitrógeno. El cultivo alterno es un maíz que debería abastecerse de la fijación realizada por la vicia y el poroto, diferenciándose de los maíces alternados con soja. La inclusión de maíz de polinización abierta parece promisoria porque alcanza rendimientos interesantes y tienen mayor plasticidad genética que los híbridos, adaptándose mejor a la variabilidad climática de la zona, con el beneficio adicional de recuperar la autonomía del productor para la provisión de semillas.

Cuadro 2. Efectos de la aplicacion de lombricompost en soja

El abonamiento con lombricompost (humus de lombriz) merece una discusión especial. De las prácticas implementadas es la de menor antecedente cultural en la zona. Se decidió abordarlo porque es habitual que los agricultores familiares tengan animales domésticos para autoconsumo, cuyo estiércol se podría utilizar en la producción de vermicompost. Hay poquísima información sobre su uso en cultivos extensivos, pero sí la hay para el cultivo orgánico de hortalizas, flores y frutales. En la mayoría de los casos, se proponen dosis entre dos y 30 toneladas por hectárea (Ferruzzi, 1994).

Nosotros hemos empleado una dosis mínima –casi “homeopática”– de unos 60-80 kg/hectárea. Para aplicarla, se utilizó el cajón fertilizador de la sembradora de SD. Previamente fue necesario deshidratar el material a la sombra, llevándolo a un 40% de humedad para darle mayor fluidez y evitar atascamientos. Este abono está formulado para que proporcione sustancias húmicas, estimuladores del crecimiento, micronutrientes y microorganismos.

Los principales efectos logrados con el lombricompost son la mejora de la condición radicular del cultivo y un incremento en los rendimientos, muy notable en una campaña difícil como fue la de 2006-2007 y menos evidente en una buena campaña como la del 2007-2008, donde el efecto sobre el rendimiento no es tan acentuado aunque se mantiene su influencia en la producción de rastrojos (cuadro 2).

Como solo tenemos los datos de dos campañas, invitamos a los lectores interesados a consultar los resultados de la próxima campaña (2008-2009) solicitándolos al correo especificado al pie del artículo.

Conclusiones
El esquema dominante actual está asociado a una progresiva degradación del medio físico que mantiene sus resultados físicos y económicos a expensas de un incremento de insumos. A nuestro criterio, las condiciones de degradación aumentan riesgos porque los mecanismos amortiguadores de adversidades climáticas y bióticas dejan de actuar.

La participación del productor es un elemento clave. No solo facilitando el predio y ejecutando tareas, sino en su papel de proponer ideas, evaluar y adaptar las técnicas y contribuir a su difusión. En este esfuerzo conjunto de investigación participativa, hemos notado un cambio notable en su capacitación, compromiso y valoración de la agrodiversidad, que se refleja en la incorporación de nuevos cultivos, la inclusión de maíz de polinización abierta y el uso del cultivo de cobertura invernal.

Las técnicas experimentadas aparecen como promisorias para recuperar la degradación del suelo y permitirían, en el mediano plazo, mantener y aun mejorar los niveles de productividad económica y ecológica habituales de estos sistemas.

Las prácticas basadas en la biodiversidad muestran efectos graduales y acumulativos. El abonamiento, en cambio, tiene un efecto instantáneo y, posiblemente, más efímero. Entre sí son compatibles e incluso complementarios.

Esteban Alessandria (Director del Proyecto), Héctor Leguía, J. V. Sánchez, J. L. Zamar, L. Pietrarelli y M. Arborno
Correos electrónicos: ealessan@agro.uncor.eduhectorleguia@gmail.com

Referencias
– Alessandria y otros, 2002. La diversidad agrícola y la incidencia de plagas en sistemas de producción extensivos de Córdoba. Revista Biodiversidad, Sustento y Culturas, julio.
– Bisang R. y Sztulwark, S., 2006. Tramas productivas de alta tecnología y ocupación. El caso de la soja transgénica en Argentina. Instituto de la Industria de la Universidad Nacional de San Martín, Argentina.
– Carballo, Carlos, 2002. Conocimiento y Cambio Tecnológico. En: Extensión y Transferencia de Tecnología en el Sector Agrario Argentino. Facultad de Agronomía de la UBA, Buenos Aires, Argentina.
– De Paw y otros, 2000. Agrometeorological aspects of agriculture and forestry in the arid zones. Agricultural and Forest Meteorology, 103: 43-58.
– Ferruzi, Carlo, 1994. Manual de Lombricultura. Mundi-Prensa, Madrid, España.
– González, Norma, 2006. Fijación de Nitrógeno en Soja. Conferencia Plenaria del III Congreso de Soja del MERCOSUR. Rosario. Junio 2006.
– Primavesi, Ana, 1984. Manejo ecológico del suelo. Buenos Aires, Ateneo.

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