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El concepto y la práctica del manejo integrado de plagas (MIP) constituyeron un avance importante en el desarrollo del control de las plagas que afectan los cultivos. Como es sabido, el MIP ha sido una alternativa a las medidas unilaterales utilizadas en la agricultura convencional que aplica plaguicidas sin tomar en cuenta las reacciones e impactos que se generan al combatir las plagas mediante la aplicación de productos tóxicos de síntesis química.

Después de décadas de aplicación intensa de dichos productos, para quienes examinaban la evolución de la agricultura con objetividad y sin intereses económicos en la producción industrial agroquímica, se fue haciendo evidente que esta práctica generaba nuevos problemas. Las plagas se fueron haciendo resistentes a los plaguicidas; la salud de los agricultores se veía afectada por el contacto con los tóxicos; los plaguicidas eliminaban indiscriminadamente también la fauna benéfica; los suelos y las fuentes de agua superficial y subterránea se contaminaban con los tóxicos.

Cuando se vio claramente que era necesario buscar maneras de combatir las plagas sin generar los efectos negativos del uso de plaguicidas se inició una búsqueda amplia de prácticas alternativas. Pero, centralmente, lo que se buscaba en la mayoría de casos era encontrar un “remedio” efectivo para combatir ciertas plagas a fin de reemplazar con él determinados plaguicidas tóxicos y contaminantes. Es decir, aunque no en todos los casos, se trataba de reemplazar una “receta” con otra, que no tuviese los efectos colaterales de la aplicación intensa de plaguicidas.

Esta visión del MIP, aunque constituyó un avance respecto al paradigma anterior, seguía sin embargo enfrentando la problemática de manera limitada. Se puede decir que se trataba de atacar las plagas enfocándose en el problema de manera aislada, sin prestar atención al entorno más amplio del agroecosistema y a las interrelaciones entre sus diversos elementos, naturales y sociales. Ese enfoque más abarcador lleva a acciones y prácticas que van más allá de la simple prescripción para actuar sobre un problema específico y tratan, más bien, de actuar sobre el agroecosistema y de aprovechar sus procesos e interacciones.

A este enfoque más amplio, que se denomina manejo ecológico de plagas (MEP), está dedicada esta edición de LEISA. Los tres primeros artículos (Bentley y otros, Christanto, Vázquez) presentan experiencias en las cuales se destaca la dimensión social del enfoque del MEP: diálogo horizontal entre técnicos y agricultores, saberes locales, experimentación campesina, empoderamiento. A continuación se incluyen seis experiencias de utilización de enfoques MEP para manejar plagas específicas en diferentes ecorregiones: la costa central del Perú (De la Cruz), el sur de la India (Rajukkannu y otros), el sur de Veracruz en México (Romero), Bangladesh (Belmain) y el bosque húmedo tropical de Colombia (Arango y Sinigui). Un caso distinto, que muestra los requisitos e implicancias de desarrollar la producción agroecológica comercial en una economía desarrollada, se describe en el artículo sobre la experiencia de una finca orgánica en los Países Bajos (Reinders). Finalmente, se presenta una exhaustiva relación de propuestas prácticas para el manejo del gorgojo, basadas sobre todo en experiencias de agricultores mexicanos (Rodríguez).

En conjunto, las experiencias incluidas en esta edición muestran en qué consiste la aplicación del enfoque MEP. Pero, al mismo tiempo, no abundan los latinoamericanos dispuestos a escribir sobre experiencias concretas exitosas de diseño de la finca (incluyendo los patrones de cultivo) y de manejo territorial para el manejo de plagas y enfermedades. Es necesario trabajar más para comprender por qué razones algunos procesos interesantes de manejo de plagas y enfermedades en gran escala, por ejemplo en el cultivo del café, han resultado exitosos a través de un trabajo organizado de pequeños productores. Y, relacionado con eso, cómo algunas estructuras organizativas (por ejemplo el sistema de control interno SIC para la certificación orgánica) se vuelven más sostenibles cuando avanzan hacia trabajos para los que originalmente no fueron creadas, por ejemplo, el manejo de la sanidad vegetal en extensiones mayores a la pequeña finca.

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