septiembre 2006, Volumen 22, Número 2
Agricultura en transición

El forzoso aprendizaje agroecológico de Cuba

JULIA WRIGHT | Página 14-17
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A principios de la década de 1990, Cuba entró en crisis y perdió su mayor fuente de alimentos, combustible e insumos agrícolas, al desintegrarse el bloque soviético.

Estas pérdidas golpearon con particular fuerza a la agricultura cubana por cuatro razones. Primero, su sistema agrícola estaba muy industrializado –tanto así que utilizaba más tractores y aplicaba mayor cantidad de fertilizantes nitrogenados (192 kilogramos por hectárea) que sistemas de producción similares en Estados Unidos–, mientras que más de la cuarta parte de las tierras cultivadas eran irrigadas con sistemas mecanizados. En segundo lugar hay que considerar que Cuba estaba importando la mayoría de los insumos y productos comestibles que requería para su supervivencia: en 1988, por ejemplo, importó el 100 por ciento del trigo usado ese año, el 90 por ciento del frijol, el 94 por ciento de fertilizantes, el 82 por ciento de los plaguicidas y el 97 por ciento del alimento para la ganadería. En comparación, los predios controlados por el Ministerio de Agricultura estaban produciendo únicamente el 28 por ciento de las calorías consumidas a nivel nacional. En tercer lugar, justo en el momento en que Cuba se vio obligada a entrar al mercado global del azúcar, los precios internacionales de las materias primas cayeron drásticamente. Antes de ese momento, los regímenes amigos habían pagado tres veces el precio mundial por el azúcar cubana. Por último, durante las décadas anteriores, el país se había desarrollado muy poco en lo que respecta a productos agrícolas diversificados o a la industria de bajas calorías (light), ya sea para exportación o para consumo interno.

En 1990 el comercio con el bloque soviético colapsó, lo que produjo una severa escasez de todos los productos importados. Durante un período de dos a cuatro años, la disponibilidad de agroquímicos cayó en un 80 por ciento mientras que la caída de los hidrocarburos alcanzó el 47 por ciento para diesel y el 75 por ciento para gasolina. La importación de alimentos se vio reducida a la mitad. El resultado total fue que tanto la producción agrícola como la disponibilidad de alimentos cayeron a niveles críticos. Hacia 1993 la nación estaba al borde de una crisis alimentaria de grandes proporciones.

Desde la época colonial, Cuba nunca había alcanzado la autosuficiencia alimentaria y, para mediados de la década de 1980, ya había conciencia del impacto negativo de las prácticas agrícolas industrializadas sobre la calidad de los alimentos y sobre la salud humana, particularmente por los altos contenidos de nitrato de algunos alimentos. Otros impactos negativos de este modelo agrícola incluían la deforestación a gran escala, así como salinización, erosión, compactación y pérdida de fertilidad de los suelos. Mientras la producción de los principales cultivos básicos disminuía, la compleja estructura de la investigación agrícola no era muy efectiva. Se fue haciendo cada vez más claro que esta manera de hacer agricultura (considerando separadamente cada elemento en lugar de ver el sistema como un todo) no favorecía el incremento de la autosuficiencia, y que la dependencia de insumos debía ser reducida. Lamentablemente, antes de que se pudieran desarrollar más los planes de reforma, la crisis había comenzado.

El éxito de las estrategias para sobrellevar la crisis
Sin embargo, en una década el país se recuperó lo suficiente como para duplicar su producción agrícola, incrementar la disponibilidad calórica en 25 por ciento y mantener un programa social alimentario consistente y equitativo. Entre los cambios más importantes, ya fuera que el estado los impulsara o que se desarrollaran a partir de la falta de opciones, se centraron en tecnologías basadas en el conocimiento, las habilidades y los recursos locales, buscando la sustitución de los insumos importados. Esto enfatizó la necesidad de diversificar la agricultura y los mercados; reducir el tamaño de las fincas de gran escala; incrementar la eficiencia postcosecha; desarrollar planes regionales de acción para la alimentación (permitiendo un mayor acceso a la tierra); desarrollar un fuerte movimiento de agricultura urbana; invertir en investigación, extensión y capacitación agrícola, y revertir la tendencia a la emigración desde el campo mediante el mejoramiento de las condiciones y las oportunidades rurales. El subsidio total del estado al sector agrícola se redujo entre 50 y 90 por ciento a partir del trienio 1993-1996.

Aprovechando los espacios disponibles al máximo: horticultura urbana en un terreno vacante en Cuba / Foto: autor

A pesar de la planificación centralizada, el estado cedió mucho de su control directo sobre la administración de la producción y la distribución de alimentos. Se promovieron las iniciativas y actividades de base y la producción y distribución de alimentos se orientaron hacia lo local. La producción de alimentos básicos se duplicó y continuó incrementándose, mientras que –esto es lo más importante– la disponibilidad de alimentos retornó a niveles aceptables. Al final de la década, Cuba tuvo mayor soberanía sobre su sistema alimentario que en cualquier otro momento de su historia reciente, y este nuevo sistema de producción mostró una resiliencia extraordinaria.

El crecimiento estable en la producción de alimentos y otras mejoras en el sistema alimentario no sólo se debieron al uso de técnicas de producción más sostenibles; muchos otros factores contribuyeron también: la diversificación y el cambio hacia cultivos nutritivos y resistentes; el incremento en la eficiencia y la autonomía agrícolas a través de mejoras en las formas de tenencia y gestión de la tierra; el desarrollo de vínculos más estrechos a nivel local entre la producción y el consumo; el reconocimiento de la contribución de los pequeños agricultores, y el incremento de los incentivos para los productores de alimentos.

Etapas de la transición
A pesar de lo que popularmente se piensa, hasta el año 2000 no había habido ninguna política oficial del estado para adoptar un sistema de producción agroecológico u orgánico. Sin embargo, muchos de los componentes de un sistema agroecológico ya estaban siendo empleados, como el establecimiento de centros de desarrollo de productos para el control biológico de plagas, predios agroecológicos demostrativos, cursos de capacitación ecológica, “organopónicos” urbanos (cultivos intensivos sobre sustratos orgánicos) y un movimiento social para la agricultura orgánica (la Asociación Cubana para la Agricultura Orgánica y el Grupo de Agricultura Orgánica). Sin embargo, el motor para el crecimiento del enfoque agroecológico en Cuba durante la década de 1990 no fue un cambio deliberado en la forma de pensar de las personas con respecto a la producción agrícola, sino que fue forzado por la falta de agroquímicos y combustible, y por la necesidad de autosuficiencia. No había ninguna política institucional destinada a unificar estos enfoques o a establecer prioridades frente a estrategias más industrializadas. Al hacer el seguimiento del desarrollo de la agricultura agroecológica en Cuba, Funes (2002) identificó que las principales técnicas agroecológicas que tenían una implementación extensa eran sólo aquellas relacionadas a la sustitución de insumos. Él se refiere al período 1990-2000 como la primera fase; la base para una posterior consolidación de la agricultura orgánica.

Con una mayor conciencia de la importancia de las prácticas orgánicas, hay muchas posibilidades para el futuro de la agricultura sostenible en Cuba / Foto: autor

En la práctica, algunos agricultores, grupos e instituciones en Cuba todavía trabajaban en un entorno de agricultura industrial. Algunos fueron sustituyendo insumos agroquímicos por insumos biológicos, mientras que una minoría había ido más allá para dejar de depender de cualquier tipo de insumos y enfocándose en interacciones equilibradas con la naturaleza. Las instituciones ministeriales seguían una tendencia industrial en comparación con proyectos más dinámicos orientados ecológicamente y organizados por agricultores pioneros, investigadores, grupos de extensión u ONGs.

No todos empezaron desde la misma posición. Algunos grupos, como el movimiento orgánico o los grupos de investigación de plagas y enfermedades, ya estaban trabajando de acuerdo a los principios agroecológicos desde principios de la década. En esa época, otros grupos, como las viejas fincas estatales que se estaban transformando en cooperativas y que habían sido las más industrializadas, tuvieron que realizar enormes cambios para incorporar técnicas agroecológicas. También hubo diferencias en la transición para las técnicas de producción de diferentes cultivos. El cultivo del maíz, por ejemplo, había permanecido con bajos niveles de insumos, mientras que el del plátano tuvo que cambiar de un alto uso de insumos químicos a un enfoque con una orientación más ecológica. Cultivos importantes y generadores de ingresos como la caña de azúcar, permanecieron relativamente industrializados durante todo el proceso. De esta forma, a pesar de que el sector agrícola en su totalidad puede haber estado en una fase temprana de la transición, muchos individuos y grupos ya habían llevado a cabo grandes transformaciones hacia un enfoque más agroecológico desde principios de la década.

Retos para el crecimiento de la agricultura ecológica
La experiencia cubana permite observar que la escasez de agroquímicos y combustible no conduce necesariamente a una estrategia masiva de producción agroecológica. Se necesita aplicar mecanismos de apoyo adicionales, incluyendo algunas políticas fuertes. Sin esto, los componentes ecológicos existentes en el sistema agrícola pueden permanecer fragmentados, y algunas interacciones positivas, posibles con un enfoque más integral, pueden no realizarse. De acuerdo con las perspectivas y opiniones de agricultores y técnicos, serían necesarios varios factores claves para que la agricultura ecológica crezca y se establezca como una práctica generalizada. Estos factores pueden ser clasificados en tres grupos: los relacionados con el conocimiento; con el acceso a los recursos y la tecnología; y con los factores políticos y sociales.

La necesidad de desarrollar sistemas de conocimiento ecológico
La extensión de la innovación y la experimentación ecológica dependió de la disponibilidad de conocimiento relevante. Casi todos los agricultores entrevistados señalaron la falta de conocimientos y de capacitación como una de las principales limitantes para la generalización de los enfoques agroecológicos. En general, incrementar la instrucción ecológica podría también servir para evitar algunos malentendidos comunes que existen alrededor de la agricultura ecológica. Por ejemplo, la agricultura orgánica o ecológica fue fácilmente equiparada con una agricultura de pocos insumos o con un “sistema para pobres”. De hecho, también se referían a ella como agricultura de “bajos ingresos”, mientras que los agroquímicos eran asociados con tiempos de mayor solvencia. Esta percepción generó cierto recelo a la hora de promover la agricultura ecológica: significaría bajos insumos y, por ende, baja producción, por lo cual sería “antirevolucionaria” al no apoyar la política estatal de maximizar la productividad.

Retos para la introducción de la investigación participativa y los enfoques de extensión

– individuos capacitados encuentran retos al tratar de explicar y aplicar sus nuevos conocimientos con colegas que no han sido capacitados;
– los agricultores aun desconfían de los investigadores debido a experiencias pasadas;
– la participación es más fácil de introducir en las estructuras menos jerárquicas de las cooperativas;
– nuevos enfoques pueden ser sentidos como una amenaza para el orden establecido, tanto entre personas mayores como entre instituciones;
– el papel de facilitador hace que sea más difícil recibir reconocimiento por los óxitos obtenidos y, por ende, para justificar el impacto que uno causa;
– con enfoques participativos, el indicador de éxito ya no es únicamente la productividad;
– los agricultores están menos dispuestos a experimentar cuando tienen que cumplir con los planes de producción estatales, y
– los investigadores agrícolas no entienden las ciencias sociales.

Aquellos agricultores que asociaban la agricultura ecológica con la falta de agroquímicos tenían algunas inquietudes al respecto. Para ellos, dejar de usar agroquímicos significaba incrementar la incidencia de plagas y enfermedades, lo cual traería menores rendimientos. A su vez, esto resultaría en un menor tamaño y calidad del producto; mayor cantidad de trabajo debido a la falta de combustible para tractores; mayor asunción de riesgos, y el miedo a que los suelos degradados sólo respondieran a tratamientos químicos. Se percibía que las técnicas ecológicas no eran apropiadas para predios de mayor tamaño.

De igual manera, el sector de investigación en general, asociaba la agricultura ecológica con una baja productividad, agricultura de subsistencia y una situación de pobreza de recursos. Las estrategias de investigación sobre bajos insumos usualmente involucraban no sólo cero químicos, sino también cero irrigación y mecanización, y estaban dirigidas a ser implementadas en tierras marginales. Los proyectos cubanos con orientación ecológica tendían a seleccionar agricultores con menor potencial como el principal grupo de beneficiarios, y esto, obviamente, afectaría el desempeño del proyecto en el tiempo. Como explicó un funcionario de extensión: “Seleccionamos a los productores que han recibido menos beneficios y que tienen menos potencial, para mostrar que si estos agricultores pueden tener éxito, entonces cualquiera puede”.

En las más de 300 entrevistas, se registró una amplia gama de opiniones sobre el actual desempeño de las prácticas agrícolas. Algunos sentían que el potencial de productividad era alto, otros que era bajo. Los cambios concretos que se sugirieron para incrementar la comprensión y conocimiento sobre la agricultura orgánica incluyeron: el uso del término “apropiado” en lugar de “de bajos insumos” o “de pobres recursos”; la publicación de los resultados de la investigación sobre el desempeño de la agricultura ecológica; el aumento de la comprensión de la base científica para la agricultura ecológica y sus logros; y la educación sobre el papel que los agroquímicos podrían tener dentro de un sistema ecológico de alcance nacional.

Los agricultores solicitaron más proyectos estratégicos de desarrollo para fomentar tanto la diversificación como algún nivel de especialización regional, y también para desarrollar fuentes alternativas de energía en la finca. La generación de conocimientos a partir de nuevas investigaciones fue particularmente importante dadas las condiciones de aislamiento de Cuba, en donde es difícil acceder a conocimientos e información del extranjero. Se percibió que la recuperación e incorporación de los conocimientos tradicionales en este proceso fue muy importante. Para estimular el aprendizaje y la innovación en fincas cooperativas, el conocimiento tradicional dentro de los equipos de trabajo y la práctica de tener a un equipo (o individuo) a cargo del ciclo de producción de una parcela específica (en vez de que vaya rotando alrededor del predio, como en el antiguo sistema), fueron considerados útiles.

Otra forma de acelerar la innovación fue proporcionando apoyo a los innovadores o “pioneros ecológicos”. Estos individuos fueron encontrados en el campo, en institutos de investigación o eran fundadores de organizaciones. Fue notable que la mayor parte de esfuerzos exitosos e innovadores fueran iniciados por estos “pioneros”, quienes contaban con una visión clara sobre los mecanismos ecológicos apropiados para situaciones específicas. Estos esfuerzos y proyectos fueron continuamente usados como ejemplos de éxito a ser seguidos por otros; aunque los individuos implicados frecuentemente han trabajado por iniciativa propia con muy poco apoyo oficial.

En Cuba, generalmente, la difusión de técnicas agroecológicas fue realizada de la misma manera que para la agricultura industrializada, a través de los métodos “de arriba hacia abajo” y de transferencia de tecnología. Este enfoque fue efectivo hasta cierto punto; sin embargo, las metodologías también empezaron a cambiar y los intentos iniciales de introducir nuevos enfoques fueron generando percepciones interesantes y retos para su posterior establecimiento (ver recuadro).

La necesidad de incrementar la disponibilidad y el acceso a la tecnología y recursos apropiados
La segunda consideración para el desarrollo ecológico, priorizada por casi todos los agricultores, fue la necesidad de incrementar el acceso a insumos orgánicos, como productos de control biológico de plagas o estiércol. De hecho, la preocupación de los agricultores no se limitaba al acceso, sino también a la disponibilidad, el precio y la entrega. La falta de recursos y de tecnología también fue vista como una restricción por profesionales que apoyan la agricultura, quienes recomendaron una mayor inversión en la producción y calidad de los insumos biológicos y sus tiempos de almacenamiento.

La necesidad de asegurar factores políticos y sociales de apoyo

Mientras que en muchos aspectos la respuesta política a la crisis de principios de la década de 1990 favoreció el enfoque agroecológico, otros elementos políticos actuaron en su contra; entre ellos:
• la legislación ambiental fue implementada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, pero no fue integrada por el Ministerio de Agricultura;
• el objetivo estatal de incrementar la productividad en el corto plazo entró en conflicto con los objetivos de sostenibilidad de largo plazo;
• los agricultores cubanos consideraban al combustible como un factor crucial para el éxito de sus sistemas de producción y se había hecho poco para desarrollar recursos energéticos alternativos. A menos que las alternativas ecológicas pudieran atender las preocupaciones de los agricultores por las limitaciones en tracción e irrigación, tendrían poca probabilidad de ser aceptadas;
• se requería una planificación ecológica más integral. Los planes de producción estatales frecuentemente recomendaban sembrar cultivos que no eran los apropiados para el clima de la zona. Sus diseños de “intensificación” también desalentaban a menudo el uso de hortalizas verdes, la asociación de cultivos y los barbechos. De manera similar, el sistema centralizado de distribución de semillas funcionó en contra de los agricultores que estaban desarrollando sus propias habilidades y experiencia en el almacenamiento de semillas;
• había pocos incentivos para los agricultores en cuanto a la calidad de su producción. Las cantidades de alimentos aún eran inestables –los bajos costos y las grandes cantidades eran los factores más importantes en el mercado–, mientras que muchos de los alimentos todavía eran canalizados sin clasificar a través del sistema estatal de raciones.

Algunos factores sociales fueron identificados como influencias clave para el desarrollo de la agricultura ecológica. Un factor desalentador para los agricultores era el robo en sus campos o establos. Si no podían costear un guardia, esto limitaba la elección de los cultivos que podían sembrar, afectaba el secado y almacenamiento de semillas, y amenazaba la tenencia de bueyes. Los agricultores también se mostraron reacios a implementar tecnologías y prácticas que sentían que no estaban probadas, especialmente considerando que el anterior sistema de extensión “de arriba hacia abajo”, había fomentado hasta cierto punto la desconfianza y la dependencia. Algunos agricultores, por ejemplo, no estaban intentando buscar productos para el control biológico de plagas, sino que estaban esperando que el Estado se los proporcionara.

La reestructuración de algunas organizaciones pareció contribuir al progreso de los enfoques ecológicos, tal como la integración de granjas especializadas y empresas agrícolas. Fue requerida una reestructuración posterior como la del servicio estatal de provisión de semillas. Se mencionó a menudo que los cambios prácticos requerían un cambio correspondiente en la mentalidad y que “las actitudes toman tiempo en cambiar”. Esta percepción tendió a desacelerar cualquier intento de estimular el cambio, debido al largo tiempo que esto podría tomar. Adicionalmente, los individuos, por lo general, no reconocían en ellos mismos la necesidad de un cambio de mentalidad o de recibir capacitación; la resistencia al cambio siempre se presentó en algún grupo o individuo. De hecho, los que apoyaban la agricultura ecológica en Cuba enfatizaron la necesidad de un cambio en la manera de pensar, a fin de pasar de la etapa de sustitución de insumos a la de un manejo agroecológico.

Desarrollando los sistemas de producción ecológica
De lo anterior podemos concluir que la remoción o ausencia de agroquímicos (o de los agronegocios del sector privado) no necesariamente implica un sistema de producción ecológica; tal conversión requiere de una decisión consciente. La evidencia que está surgiendo de los proyectos e investigaciones cubanas es que la producción ecológica es técnicamente posible y económicamente viable como componente principal de una estrategia nacional de seguridad alimentaria.

Los éxitos cubanos en cuanto a la seguridad y la soberanía alimentarias, y a la productividad agrícola en general, demuestran lo que se puede hacer cuando la voluntad política existe. Cuba aún debe aplicar esta voluntad para desarrollar medidas políticas integrales y un ambiente favorable para la agricultura ecológica. Una motivación para hacer esto podría venir del análisis de otro aspecto de la transición cubana. En un período de diez años, ha logrado salir de una situación de déficit alimentario severo y escasez en la ingestión de calorías, a una situación donde se considera que más de un tercio de la población de La Habana tiene sobrepeso y donde las enfermedades relacionadas son cada vez más comunes. Aún existen altos niveles residuales de plaguicidas en los cultivos priorizados por el Estado.

Mientras que Cuba ha sido capaz de asegurar alimentos para su gente utilizando una mezcla de técnicas de producción ecológicas e industriales, son las implicancias más amplias de estas estrategias las que afectan la salud de la nación y del medio ambiente. La degradación de los suelos continúa siendo un enorme problema para el sector agrícola, al igual que las recurrentes sequías para las cuales se requieren cultivos y patrones de cultivo con mayor capacidad de adaptación y resistencia, así como sistemas sostenibles de manejo del agua.

Algunos efectos laterales positivos de los modestos cambios hacia enfoques agroecológicos están emergiendo. Los agricultores ya están notando beneficios indirectos en el medio ambiente y la salud debido a la reducción en el uso de agroquímicos. La investigación, que fue forzada a poner atención en los enfoques ecológicos, ha desarrollado una serie de innovaciones sostenibles. El sistema alimentario cubano ya se está beneficiando de un abanico más diverso de alimentos frescos. En el futuro, otros beneficios de la producción agroecológica, tales como el desarrollo de un sector exportador orgánico comercialmente viable y la elaboración de productos de alta calidad para el creciente mercado interno del turismo, también tienen potencial.

Cuba se distingue por tener una forma de gobierno centralizado. Se podría argumentar que esto dificulta la comparación de estas experiencias con otras situaciones. Sin embargo, en muchas otras partes del mundo las decisiones sobre los recursos agrícolas y la cadena de la provisión de alimentos están centralizadas en unas cuantas corporaciones, lo que reduce la capacidad real de elección de consumidores y productores. Una característica de la agricultura occidental y de sus sistemas alimentarios en los últimos años ha sido que se están volviendo más mecanizados y uniformes. Estos sistemas con largas cadenas de suministro de alimentos, influyen decisivamente en la manera en que se utilizan los combustibles fósiles. En contraste, Cuba se ha estado moviendo hacia sistemas regionales de producción y consumo más descentralizados y menos mecanizados, con mayores niveles de independencia, diversidad y complejidad. Cuando la temida crisis global de oferta de combustible ocurra, el ejemplo cubano proporcionará valiosas lecciones para enfrentarla.

Julia Wright
International Programme, Henry Doubleday Research Association
Ryton Organic Gardens, Coventry CV8 3LG, U.K.
Correo electrónico: jwright@hdra.org.uk
La investigación que sirvió de base para este artículo fue realizada desde el Departamento de Ciencias Humanas de la Universidad de Wageningen, Holanda, con el apoyo de los Premios de Investigación Marie Curie de los EEUU y por WOTRO. El trabajo en campo fue desarrollado en Cuba entre 1999 y 2001, incluyendo entrevistas a más de 350 agricultores, investigadores, trabajadores de extensión y personal de los sectores de Agricultura, Educación, Medio Ambiente y Salud.

Referencias
– Enríquez, L. J., 2000. Cuba’s new agricultural revolution: The transformation of food crop production in contemporary Cuba. Development Report No. 14, Departamento de Sociología, Universidad de California, Berkeley, U.S.A. www.foodfirst.org/pubs/devreps/dr14.html
– Funes, F., 2002. “The organic farming movement in Cuba”. En: F. Funes, L. Garcia, M. Bourque, N. Pérez y P. Rosset (eds.), Sustainable agriculture and resistance: Transforming food production in Cuba. Food First Books, Oakland, California, U.S.A.
– Oro, J. R., 1992. The poisoning of paradise: Environmental pollution in the Republic of Cuba. Endowment for Cuban American Studies, Miami, U.S.A.
– Sáez, H. R., 1997. “Resource degradation, agricultural policies and conservation in Cuba”. Cuban Studies 27: 40-67.

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